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Recordación Florida/Parte I Libro II Capítulo I

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


LIBRO II.


CAPÍTULO PRIMERO.


De la venida del ejército español, gobernado por su capitán general D. Pedro de Alvarado, á la conquista deste Reino de Goathemala, y de las batallas que nuestro ejército mantuvo con los innumerables de los indios.


Quedando ya establecido este Reino de Goathemala, y debajo del gobierno y subordinación de la estirpe de los Tultecas, que para más clara inteligencia se derivaron y vinieron de Tula, en la región del Nuevo Mexico, á estas partes, por orden y mandato del demonio, y habiendo corrido, desde que su tribu pasó á las regiones que hoy vemos; sean, como quieren algunos,[1] descendientes de Cham, y descendientes por esto de Noé, y correspondientes en su maldición á la embriaguez, á que son tan propensos, y escarnecidos por ella; ó, como otros gustan,[2] que sean originados de Isacar, quinto nieto de Jacob, correspondiendo la bendición de aquel patriarca á la tierra fértil y productiva, que estas poseen: mas en materia tan ardua, y que no han averiguado varones grandes que lo han pretendido, no quisiera extraviarme de calidad que se pensara que quien ciñe una espada quiera hacer opinión; preciándome más de sujetarme á más calificados juicios, que seguir el propio dictamen. Pero como quiera que ellos en sus manuscritos dan razón de sí, he entendido de algunos amigos, religiosos de mi patrón San Francisco, que administran los pueblos de el Quiché y lo de Sotojil y mucha parte de Goathemala, que hacen memoria de Abraham; y así por esto, como por el color, pelo y barba erizada y tiesa, y la gran diversidad de lenguas que hablan, más parecen descendientes de los que se derramaron de la torre de Babilonia; porque, á más de lo dicho, son muy dados á edificar, y en lo que hoy vemos erigido de los antiguos, reconocemos ser máquinas soberbias, y que, comenzando en sus pavimentos en forma muy dilatada de ámbito, van estrechando, conforme suben, á rematar en punta: especialmente se ve una de estas obras en el camino que va de Gueguetenango á el de Tojog. Pero ya digo, que para mí es materia muy apartada el introducirme á esta averiguación; mas es cierto, según refieren los manuscritos, que cuando nació nuestro redentor Jesucristo estaban ya poblados en estas partes, por aquella maravillosa aparición, que fué patente y universal en estas Indias, de los tres soles que se vieron en el Oriente, y se juntaron en uno llegando al punto de el Zenit; con que, en mi sentir, poseyeron la tierra antes de la conquista dos mil años ó cerca de ellos.

Habiéndose rendido México á la obediencia de la majestad del Rey de España, y teniendo noticia el esclarecido Marqués del Valle, D. Fernando Cortés, de el Reino de Goathemala; numerosidad de sus grandes poblazones, que se las participarían los mismos Mexicanos, que tanto habían deseado sojuzgar este Reino, ó los Tlaxcaltecos amigos; de la abundancia de la tierra, y de que en ella había muchas y ricas minas; determinó de enviar á su conquista á Pedro de Alvarado, uno de los esforzados y grandes capitanes que tuvo en su ejército, en que verdaderamente fué dichoso Cortés. A este, pues, excelente capitán, nacido para acciones grandes, nombró por cabo general de la gente que envió á su cargo;[3] cuyo nervio se formaba de setecientos cincuenta hombres de calidad, y este número se componía de trescientos soldados infantes, entre escopeteros y ballesteros, ciento y treinta y cinco de á caballo, cuatro tiros pólvora, y lo demás necesario, á cargo del artillero cuyo apellido era Usagre; á que se agregaban doscientos indios Tlaxcaltecos y Cholulecos, que estos serían para combatir con arcos y saetas, y cien Mexicanos, que eran sobresalientes, y podremos discurrir de éstos, que serían gastadores, y que conducirían á hombros el bastimento, pólvora y balas; precediendo á esta gran expedición las cristianas y rectas instrucciones que le dio Cortés, sobre que, ante todas cosas, procurase: atraer de paz á los indios, requiriéndoles con ella, antes de llegar á las manos ni hacerlos guerra, y diese á entender, por medio de los clérigos capellanes de el ejército y de los lenguas, los misterios de nuestra santa fe católica, y no permitiese sacrificios, sodomías, robos, ni las redes y cárceles que hallase, donde suelen tener indios á engordar para comer, sino que las quebrase y sacase de ellas los indios presos. Y es de reparar, que quienes atendían tan bien como éstos al bien de los indios, y que no los matasen y comiesen los indios sus enemigos, que los cautivaban en la guerra, no los darían á los perros, ni los tajarían por los vientres, y estrellarían contra las paredes sus criaturas, como quiere que lo hiciesen el R. Obispo de Chiapa fray Bartolomé de Casaus.

Instruido, como queda dicho, D. Pedro de Alvarado (que después fué Adelantado de Goathemala, y así le llamaremos), y despedido del gran D. Fernando Cortés y de los demás caballeros amigos de la imperial ciudad de México, salió de aquélla para la conquista de este Reino de Goathemala el día 13 del mes de Noviembre del año de 1523; tiempo oportuno y acomodado para emprender tan larga jornada, por lo seco de la estación del verano y enjuto de los caminos. Traía orden para encaminarse á unos péñoles, que estaban cerca del camino, y entonces levantados los habitantes de ellos, y son en la provincia de Teguantepeque, y se nombran los péñoles de Guelamo, por haber sido por aquel sitio la encomienda de un soldado cuyo apellido era el de Guelamo. Pero el Adelantado, cumpliendo con el orden y con el tenor de su instrucción, los redujo de paz: pasó de los péñoles á un gran pueblo, cuyo pronombre hasta hoy es Teguantepeque, de los que llamamos Sapotecas, donde fué recibido con todo el aparato de paz que podía desear, por haber enviado este pueblo á México sus embajadores con un presente de oro á ver á Cortés y darle la obediencia á Su Majestad; y habiendo cumplido con esta pacificación se encaminó y dispuso su marcha á la provincia de Soconuzco, que es principio de este Reino de Goathemala, y era entonces numerosísima, y se contaba prosperada y feliz por el número de quince mil vecinos, que por lo menos producirían estas familias más de setenta mil habitadores de ella: y aquí, como en Teguantepeque, fué el Adelantado recibido de paz con su ejército, con un presente de oro, y rindieron la obediencia al Rey de las Españas. Pasando de estos pueblos de Soconuzco, ya sujetos, á la provincia de Sopotitlan, que hoy es Suchitepeques, que quiere decir cerro de flores, y es más conocido con el nombre glorioso de San Antonio, y llegando á unas poblazones de su progreso y senda, en un río, que hoy conocemos con el nombre de Zalamá, en un mal tránsito de la puente, que hace paso al gran curso de el río, encontró con muchos y gruesos escuadrones de indios guerreros que, impidiéndoles el paso de la peligrosa puente, le presentaron la batalla; que siendo muy reñida perseveró por tanto tiempo, que de esta primera batalla pasaron á otras dos, no menos sangrientas y neutrales, y en que, aun siendo más diestros en las acoacometidas y retiradas nuestros españoles, quedaron en estas sangrientas refriegas muchos soldados heridos y dos muertos al penetrante golpe de sus saetas ó varas tostadas. Reforzábanse en estos reencuentros, por instantes , los indios, sobreviniendo de socorro los pueblos comarcanos; que á esta experiencia de primer combate en este Reino pudieran desalentarse otros, que no fueran aquellos que, á fuerza del valor y la perseverancia, rindieron á la obediencia de nuestro gran Monarca un Reino tan sumamente florido; pero éstos, siempre confiados en Dios, y de aquella altísima Majestad reforzados en el vigor y espíritu de sus invencibles corazones, consiguieran la victoria de estas numerosas huestes, que dieron, escarmentados y advertidos, la obediencia debida á la majestad del Rey nuestro Señor.

Sin dar más tiempo á los ardores de Marte, marchó el ejército español en demanda de un numeroso pueblo que se nombra Quetzaltenango; mas antes de encimarse á las cumbres, que tienden las llanuras de su situación, se trabaron y mantuvieron otros reñidos y esforzados reencuentros, con los indios de éste numeroso y alentado pueblo, á que no menos concurrían otros tan numerosos como obstinados de su propio contorno, cuya cabecera y corte se intitula Utatlán; en cuyas batallas, bien que manteniéndose constantes los nuestros, fueron heridos muchos, con pérdida de tres caballos. Mas en el propio furor de las lides, así el esforzado caudillo D. Pedro de Alvarado y los suyos, mataron y hirieron gran número de aquellos esforzados indios, y abriendo camino con las escopetas, tomaron el de una peligrosa y muy inaccesible cuesta, cuyo camino es de legua y media, conocida hoy con nombre de Santa María Jesús; y al trepar y repechar lo agrio de la subida, fué con grande ordenanza y concierto militar, y al llegar á lo último y más encimado de ella hallaron una india gorda, hechicera, y un perro de los que no saben ladrar y son buenos para comer, cuya especie permanece bien conocida, como diré adelante; pero no pareciendo circunstancia grave, bien que parece muy ligera para los accidentes y sucesos de la guerra, no es tan despreciable que no me obligue, después, á decir algo acerca de ello.

Pero adelantándose la marcha, se encontró el Adelantado y su ejército, con nueva y no menos peligrosa ocasión de mostrar lo esforzado de sus bríos, en una multitud atropada de guerreros indios, que, estando en atalaya, le cercaron y ciñeron el terreno de su escuadrón, que esperaba ser acometido en diferente forma; siendo muy peligrosos los pasos de aquel sitio, adonde ni podían correr ni revolver los caballos, no aprovechándose los jinetes de su manejo. Mas en este conflicto, digno de ser ponderado, lleno de confusión y atrocidades, que ocasionaba la bárbara osadía de los defensores de aquella cuesta, los infantes, con el uso de las escopetas, ballestas, espadas y rodelas se afirmaron valerosamente con ellas, y fueron, al mismo paso que se defendían y peleaban, descendiendo con ellos la cuesta abajo, hasta el sitio de unas barrancas, que estas sin duda son las barrancas de Olimtepeque, adonde se trabó otra nueva batalla con otro no menos formidable número de guerreros, que allí esperaban, con tal ardid y industria militar, que yéndose retirando de los nuestros los llevaron á otra emboscada, á donde esperaba otro ejército de seis mil indios combatientes de la pertenencia y escuadras de Utatlán; discurriendo, sin duda, que tras tanto tiempo de combatir, acabarían con el número de los nuestros, que con esforzado y ardiente espíritu, á costa de las heridas de seis infantes y dos caballos, los desbarataron y los pusieron en fuga.

Bien pudiera discurrirse, que sería esta retirada poner término al furor de las armas ; pero no apartándose los indios mucho trecho de donde recibieron esta rota, más y nuevamente esforzados de nuevos escuadrones, volvieron á la pelea; pensando desbaratar el ejército del invencible Adelantado, con quien, llegando á la incertidumbre de los sucesos militares, junto á una fuente, como bárbaros y acosados leones, esperaban dos ó tres de ellos un caballo y procuraban á fuerza traerlo á tierra: siendo esta refriega de gran conflicto para el Adelantado, porque siendo muchos y numerosos los escuadrones de los indios, no podía, con el poco número de los nuestros , mantener á todas partes la defensa propia contra tanto número de separadas escuadras. Pero considerando, con española valentía, que era preciso no escapar en este conflicto de vencer ó morir, acometiendo á un tiempo la caballería por una parte, y la infantería por otra, á fuerza de cuchilladas y acierto de los tiros de las escopetas y las ballestas, yéndolos apartando de sí y disminuyendo en número, atropellados muchos de la caballería, quedaron por el sitio estropeados y rotos. Desordenados del todo, dejaron la campaña al arbitrio de los nuestros, sin parecer en tres días; en cuyo término se alojó nuestro ejército en la descubierta campaña, por término de dos días, ocupado solamente en hacer bastimentos por el contorno, y al tercero día pasó el ínclito caballero D. Pedro de Alvarado con su ejército á alojar al pueblo de Quetzaltenango.

Fueron estas batallas (que aun no terminan) tan duramente sangrientas, que, habiendo sucedido todo, como hemos dicho, en las barrancas de Olimtepeque, arrimándose los indios al pie de un cerro, fué tanta la mortandad de indios que en esta ocasión hizo nuestro ejército, que la sangre de ellos corrió á manera de un arroyo desde la falda del monte adelante; quedando todo aquel sitio alagado en ella y cubierto de cuerpos y de espantosas adversidades á la memoria de los indios, que desde entonces al pueblo de Olimtepeque le llamaban Xequiquel, que quiere decir «debajo de la sangre.» Y á la verdad, aunque este estrago, que se hizo en ellos, fué grande, no fué menos el aprieto y conflicto en que se vieron los nuestros; porque en esta batalla parece que se aventuraba todo, á no haber querido la piedad infinita de Dios favorecerlos con darles esta tan celebrada victoria, que no poco crédito y respeto les granjeó entre estas gentes.

Y debe ser muy reparable en esta guerra, el haber hallado á la subida de aquella cuesta de Santa María Jesús la india hechicera; porque así como en la Santa Liga, en que estuvieron unidos para la conquista de la Tierra Santa los reyes de España, Francia y Inglaterra, se les propuso aqueaquella gran dificultad de la entrada de un puerto, embarazado con un navío ocupado de sabandijas y bestias ponzoñosas, cogidas con encantos de nigrománticos en la isla de Chipre, y en que se mostró bien el valor inmortal de nuestros católicos; no debe ser menos memorable, en lo acaecido en nuestras Indias occidentales, lo que pasó sobre la toma de Quetzaltenango: porque viendo los indios de todo aquel país la constancia, valor y inflexibilidad de nuestros españoles, procuraron valerse contra ellos de mayores fuerzas que las humanas, porque viendo que no bastaba el que con sus poderíos se hubiesen juntado los diez gobernadores ó grandes de aquel pueblo , cuyo dominio y mando se extendía en cada uno de ellos sobre ocho mil súbditos, trataron de valerse del arte de los encantos y Naguales; tomando en esta ocasión el demonio, por el rey de el Quiché, la forma de águila, sumamente crecida, y por otros de aquellos Ahaus, varias formas de serpientes y otras sabandijas. Pero entre todas esta águila, que se vestía de hermosas y dilatadas plumas verdes, volaba con extraño y singular estruendo sobre el ejército, pero procurando siempre enderezar todo el empleo de su saña contra el heroico caudillo D. Pedro de Alvarado; mas este ilustre adalid, sin perderse de ánimo ni pausar jamás su marcha, tomando una lanza en la mano, sin desmontarse, la hirió con ella tan diestro, que vino muerta á la campaña, donde la acometieron dos perros que eran del general D. Pedro de Alvarado. (Llama esta circunstancia, de haber solos dos perros en todo el ejército, á la advertencia cristiana del Rdo. Obispo de Chiapa Casaus.) Viendo tendido aquel extraño y maravilloso pájaro en el campo, se volvió Alvarado á los que le seguían más inmediatos, y les dijo: «No ví en lo de México más extraño Quetzal:» y por esto, llamándose el pueblo Xilaju, que quiere decir «debajo de diez» por aquellos diez grandes que tenían el gobierno de ochenta mil hombres, á ocho mil cada uno de ellos , desde este suceso se llamó Quetzaltenango, que quiere decir, «el cerro de el Quetzal.» Y á esto alude, aunque mi Castillo no se explica, por faltarle el conociconocimiento de estos encantos de Naguales, lo de la india gorda hechicera. Hallaron en esta ocasión muerto el rey Tecúm, con el mismo golpe y herida de lanza que recibió el pájaro: este nombre Tecúm era el propio de el Rey, que el apellido del linaje es Sequechul.

  1. Torquemada y Fray Andrés de Valdecebro.
  2. Solerzano, Política indiana, cap. v.
  3. Bernal Díaz, capítulo 162, folio 193 vuelto, de su original manuscrito.