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persona del público protesta o simplemente exige algo, Mijail Averianich se pone rojo de ira, todo el cuerpo le tiembla y grita a voz en cuello:

—¡Ya se está usted callando! ¡Aquí no manda nadie más que yo!

Gracias a esto, el correo ha adquirido desde hace tiempo una sólida reputación de lugar desagradable y expuesto a escándalos.

Mijail Averianich estima y quiere bien al doctor, a quien considera como hombre instruído y de noble corazón; pero a los demás vecinos los trata con desprecio y los considera como a súbditos suyos.

—Aquí estoy—dice al llegar a casa del doctor—, ¿Qué tal, querido amigo? Ya estará usted de mis visitas hasta aquí, ¿verdad?

—Al contrario, hombre, me dan muchísimo gusto—le responde el doctor—. Siempre es usted bienvenido en esta casa.

Y los dos amigos se sientan sobre el canapé del gabinete. Un buen rato se lo pasan fumando sin decir nada. Después el doctor llama a la cocinera:

—Daría, ¿quiere usted hacer el favor de darnos cerveza?

Daría trae la cerveza.

La primera botella se agota en silencio; el doctor, siempre entregado a sus reflexiones, y Mijail Averianich con aire alegre y animado, como hombre que tiene muy buenas cosas que contar.

El doctor comienza siempre la conversación.

—Lástima—dice hablando con parsimonia y tristeza sin mirar a los ojos de su interlocutor—que