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esta tarde el señor corregidor á ver á la navarra? le preguntó una lugareña á su marido, que la llevaba á grupas en la bestia.

Y, al mismo tiempo que la pregunta, le hize cosquillas por via de retintin.

—¡No seas mal pensada, Josefa!—exclamó el buen hombre.—La señá Frasquita es incapaz...

—No digo yo lo contrario... Pero el corregidor no es por eso incapaz de estar enamorado de ella... Yo he oido decir que, de todos los que van á las francachelas del molino, el único que lleva mal fin es ese madrileño tan aficionado á faldas...

—¿Y qué sabes tú si es aficionado á faldas? preguntó á su vez el marido.

—No lo digo por mi... ¡Ya se hubiera guardado, todo lo corregidor que es, de decirme los ojos tienes negros!

La que así hablaba era más que medianamente fea.

¡Pues mira, hija, allá ellos!—replicó el llamado Manuel.—Yo no creo al tio Lú-