¡A escape y al vuelo!/VIII

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VIII



VIII[editar]

motrico

VIII


Motrico es una monada:
una población colgada
a modo de nacimiento,
con cada casa encajada
donde pudo hallar cimiento.

Su caserío especial
tiene un sello original;
gran lujo de balconaje
y puertas con más herraje
que las de una catedral.

De algunas no hay quien iguale
la curiosidad secreta:
la penas de verse vale
la torre de Barrencale,
de Idiáguez y Gaztañeta.

Tiene un templo mal cristiano
con pórtico a lo romano
y escalinata a lo griego;
donde se ve, desde luego,
de la Academia la mano.

Del clásico paganismo
ridícula imitación,
bien podría estar lo mismo
consagrado al Cristianismo
que a Minerva o a Plutón.

Ante él se alza, ejecutoria
de su prez, padrón de gloria
de esa que jamás caduca
de un buen pueblo en la memoria,
una estatua de Churruca;

y pendientes, intrincadas,
laberínticas, tortuosas,
caen de allí, como cascadas
por el agua abandonadas,
calles de andar peligrosas;

y nada más peregrino
que ver, desde arriba a abajo,
a uno y a otro vecino
buscar por ellas camino,
como quien desciende un tajo.

Allí tiene la condesa
varios nobles caserones,
de almenados torreones
con las cifras de la empresa
de sus ducales blasones.

Tiene una torre cuadrada
rumánico-bizantina,
negra de vieja y rajada,
que se mira de la rada
en le agua cristalina

y es ya de lechuzas nido;
pero que si mía fuera,
me echara yo allí al olvido,
sin volver a echar siquiera
una ojeada a lo vivido.

Motrico, graciosa villa
del mar sentada a la orilla…
¡que entre sus ondas traidoras
de las tuyas pescadoras,
jamás se hunda una barquilla!