A todo honor/Capítulo VI

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A todo honor (1909)
de Felipe Trigo
Capítulo VI

Capítulo VI

Desde la estación, una vez atendida la viajera, aunque sin haber osado presentársele, Julián se encaminó a su hotel. Efecto de sus meditaciones, llevaba un propósito que hacerle cumplir a Inés-María.

La buscó y empezó por decirla la verdad.

-Mira, Inés, por abreviar y por ahorrarte la impresión, te dije ayer que habíase herido ese joven en una partida de caza. Fue en un duelo.

-¡Contigo! ¡Ya lo sé!... ¡Y qué locura la tuya, Julián!

-¿Por qué?

-Porque sin el lance, se hubiese todo reducido a la tontería de un hombre que asediaba esta casa sandiamente. Con él, le has prestado a esa tontería solemnes y peligrosas proporciones. ¡Mi nombre suena en el suceso! ¡Yo he llorado mucho!

-Tienes razón, ¡mas yo también la tuve!... y seguiría teniéndola de no haber tan tarde descubierto que ese desdichado no venía por ti. ¡Ni le conoce siquiera! Forastero en la, ciudad y aburrido por las noches, paseando en una te oyó cantar. Es muy aficionado a la música, y desde entonces volvió todas a escucharte.

-¡Ah! -hizo de un modo indefinible Inés-María.

-¡Pobre muchacho! Tras esto, comprende mi aflicción. Mas no pensemos ya en lo irremediable, sino en lo que podamos hacer consolando esa desgracia. Creo, Inés, que debes irte a Las Mimbreras.

-¿¡Qué!? -inquirió ella con asombro.

-Sí, verás, escucha -dijo el marido lentamente, como quien definitivo razona lo que trae ya bien meditado. -Sabes que ha llegado la madre del teniente. ¡Pobres! ¡Ni él tiene a nadie en el mundo más que a ella, ni ella... tenía más que a él!

-¿Ha muerto?

-No. Pero está muy grave. Salvada la primera inminencia del peligro, los médicos opinan que durará muy pocos días. Esa infeliz señora, allí, sola, en una casa nuestra, parece lo natural que reciba en su triste hospitalidad nuestro homenaje. Lo contrario, fuese indelicado... y más habiéndome cabido la desdicha, por una equivocación deplorable, de causarle una desgracia tan tremenda, tan cruel.

-¡Sí... debemos ir! -admitió la dama, no sin cierta indecisión, pero fuertemente persuadida por lo que surgía de las frases del marido como un deber elemental.

Julián, no obstante, limitó:

-Debes ir, tú. Yo no debo acompañarte. Fíjate en que, si fuese, o habría de extrañarle a esa señora que yo no entrase en el cuarto del paciente, o si entraba y él revelaba de algún modo su indignación por mi presencia, ella tendría que adivinar y soportar en mí al asesino de su hijo. ¡Oh, sí, para ella, y para mí mismo en rigor, yo resulto eso: un asesino! ¡No sabes cuánto quisiera tener de expiativa devoción para esos desdichados!

-¡Ah, Julián! ¡Por Dios! -exclamó compadecida Inés, yendo a abrazarle.

En la faz noble del marido había visto una oleada de dolor que le arrancaba lágrimas. Lloró con él. Y él volvió el primero a reposarse, diciendo:

-Quedamos de acuerdo, ¿verdad?... Mientras esa señora permanezca en Las Mimbreras, no debes separarte de su lado. Se le ha fingido un accidente de caza, no lo olvides. De mí, si te pregunta, puedes decirle que tengo negocios... ¿Quieres marchar en seguida?

Inés volvía a mostrar vacilación. Julián la adivinaba.

-¡Qué! -la incitó.

-¡Nada!... ¡Que como de este duelo al fin se ha dicho...

-Sé a qué aludes. Es justamente lo que más me mueve en esta decisión. Si en todo caso y sólo por ser huésped de una finca nuestra esa señora, y en tan horribles circunstancias, no se impusiera tu presencia, dentro de la más estricta cortesía habrían de imponerla, Inés, mi agrado y mi voluntad de dejar probado ante las gentes que yo no fui al lance infiriéndote el soez ultraje de los celos. Viéndote allí por orden mía, los maliciosos tendrán que dejar de creerme tan ridículo. Ve. ¡Ah, sí, sí! ¡Anda... prepara lo que sea mientras enganchan el coche!

Salió, con el fin de darle la orden al cochero, y quedóse Inés-María un poco pálida en el centro del salón.

«Iba..., no tenía ya más remedio que ir a conocer a aquel hombre que por algo de ella luchaba con la muerte.»

Con la mano izquierda oprimíase el corazón... cual si quisiera castigarlo por el deseo que un sarcástico demonio hubiérala tan pronto transformado en deber inexcusable...