A un amigo (Olmedo, I)

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​A un amigo​ de José Joaquín de Olmedo

¿Por qué ha dado tu lira
tan áspero sonido,
tu lira que cantaba
de Filis el favor y los hechizos?

¿Acaso murió Filis,
su amor era fingido,
o el almo desengaño
bajó del cielo a darte sus avisos?

¿Tu juventud se huyera,
las canas te han salido,
o ya la triste ruga
en tu frente tortuosos surcos hizo?

¡Ay no!... pues la edad pasa
más presta que un navío
con viento favorable,
más que el dardo del arco desprendido.

¿Qué a la vejez te espera
de tedios y suspiros,
insensible a la fuerza
ya de los ojos negros y del vino?

En lugar de las rosas
de que antes te has ceñido,
verás la sien cercada
de lirio melancólico y marchito.

Todo se irá, dejando
mil recuerdos sombríos;
la ocasión, pues, no dejes,
sorprende la ocasión, ¡qué haces, amigo!

El tiempo te convida
a navegar: propicio
está el viento, y el cielo
sereno está, y el vasto mar tranquilo.

Navega, pues, que en breve
todo será peligros,
se deshará la nave
y se alzarán violentos torbellinos;

o en enfadosa calma,
si no tienes peligros,
no verás los jardines
hechiceros de Pafos y de Gnido.

Vuelva a dar, pues, tu lira
delicado sonido,
e inflámense con ellos
las tímidas doncellas y los niños.

Mira que presto vuelan
placeres fugitivos,
tiende, tiende las redes,
ninguno escape el lazo ya tendido.

Si no tienes objetos
del dulce verso dignos,
ven a este fértil pueblo,
hallarás mil Elenas y Calipsos;

o bien todas las Gracias,
los Amores unidos
en los ojos de Nise,
de mi amor, de mi bien, del dueño mío.

Los verás, y pasmado
los amarás conmigo,
cantarás cual solías
en tiempo más feliz, de amor herido.

Sí, cantarás sus ojos,
causa de mis delirios,
negros, grandes, rasgados,
de enroscadas pestañas defendidos.

Sus ojos celestiales,
ya lánguidos, ya vivos,
ya fijos, ya vagantes
y en su modestia misma tan lascivos.
(...)[1]

Notas[editar]

  1. En el borrador de esta pieza inconclusa está apuntada en prosa la idea del final: «No permita el cielo que llegue un tiempo en que pueda mirar tus bellos ojos, y no sentirme luego conmovido, y si ha de venir este tiempo, déjame mirarlos y saciarme de mirarlos y conmoverme». (Archivo de la familia Pino Icaza)