Aita Tettauen/Cuarta parte/IV

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Cuarta parte - Capítulo IV[editar]

Camino de su prestada vivienda, Juan pasó por España... España invadía las calles, pasadizos y rinconadas de Tetuán, gozosa, entusiasta, decidora, con todo su vigor de espíritu y toda la sal de su lenguaje. ¿Quién se acordaba ya de las fatigas, de las hambres, de la muerte de compañeros mil, de las penalidades de todos? Gustaban los soldados la victoria como un manjar celestial que asemejándoles a los dioses les revestía de la más pura dignidad, y les inspiraba mayor indulgencia con los vencidos, y más vivo amor a la patria ausente. ¡Fenómeno singular! Traídos a la victoria por O'Donnell, todos se parecían a él; en todos se reflejaba la serenidad majestuosa del héroe triunfante. No se maravilló poco Santiuste cuando vio y supo que ni el más leve atropello habían cometido los soldados vencedores: a moros y judíos trataban con afable generosidad, repartiendo entre ellos el pan que llevaban para sí. El triunfo ganado con las dos grandes virtudes militares, el valor y la obediencia, la suma acción, la suma pasividad, a todos infundía ideas y talante de caballeros.

Al pasar por el Zoco, advirtió Juan que en el Mellah gran número de soldados confundían su júbilo bullicioso con la bullanga de las hebreas. No quiso entrar en el barrio judío, donde pudiera aparecérsele la irritada figura de Riomesta, y abriéndose paso entre la muchedumbre de militares, tomó la dirección de su casa. Buscaba rostros amigos, y el primero que vio por dicha suya fue el del beatífico clérigo castrense don Toro Godo, que al pronto no le conoció: de tal modo le desfiguraba la morisca vestimenta. Se abrazaron; mucho tenían que hablar y que contarse; pero Juan iba deprisa, y ya charlarían en mejor ocasión... Con interés vivo y palabra rápida preguntó por los amigos: «¿Y Alarcón, y Pepe Ferrer, y Clavería, y el dibujante Vallejo, y Rinaldi, y este y el otro y el de más allá?». De casi todos le dio don Toro noticias lisonjeras... «Abur, hasta luego...». «Nos veremos mañana...». Diez pasos más, y el poeta de la Paz se encontró frente a frente del poeta de la Guerra, Pedro Antonio de Alarcón, que venía de la casa de Erzini con su amigo Carlos Iriarte, escritor y dibujante francés. Grande fue el estupor del de Guadix al ver a su amigo sano, limpio, alegre de rostro y mirada, y con aquel airoso empaque musulmán que cuadraba tan bien a su tipo y figura.

«¿Qué tienes que decir, Pedro, de la metamorfosis de tu amigo? ¿Me creías muerto? Muerto fui, resucitado soy. Abrázame una y cien veces... ¡Viva el África hospitalaria!... ¿Para qué hemos conquistado a la blanca Tetuán sino para establecernos en ella?».

-¡Viva Tetuán, y España por los siglos de los siglos viva! -gritó el granadino con toda la fuerza de su voz, los brazos en cruz-. ¡Cuánto me alegro de verte! ¡Qué guapo estás! ¿Quién te ha dado esta ropa? Pillastre, ¿has conquistado alguna morita?

-Ya te contaré... Tengo prisa... vuelvo. ¿Dónde me esperas? Tenemos mucho que hablar.

-¿Estabas aquí cuando la batalla del 4 de Febrero?... ¡Acción clásica de guerra! Yo veo en ella el triunfo de la Artillería, y la obra maestra de O'Donnell. Ensalcemos esta grande ocasión de los tiempos presentes. ¡Con cien mil de a caballo, cuándo nos veremos en otra!... ¿Pero tú qué has hecho, qué haces ahora?

-Si viene la paz, haré la historia de ella... Lo que falta para llegar a la paz, yo lo contaré al mundo. No me mires con burla. Ya te demostraré que alguna hojita de los laureles que habéis conquistado me corresponde a mí... Tetuán, la Blanca Paloma, nuestra es... Si vosotros con el acero y la pólvora habéis hecho una gran conquista de guerra, yo, con pólvora distinta, he hecho una conquista de paz. ¿Cuál será más duradera, Perico?...


FIN DE AITA TETTAUEN


Madrid, Octubre-Noviembre-Diciembre de 1904-Enero de 1905.