De buena a bueno
La verdad purita es que, desde que desapareció la tapada, de sayo y manto, desapareció también la sal criolla de la mujer limeña. Era delicioso ir, hasta 1856, a Ia alameda de los Descalzos el día de la porciúncula y en el de San Juan, a la alameda de Acho, en una tarde de toros, y escuchar el tiroteo de agudezas en ellas y ellos, que los limeños no se quedaban rezagados en la chispa de las respuestas; compruebalo este cuentecito:
Iba en la muy concurrida procesión de Santa Rosa, persiguiendo a gentil tapada, un colegialito de San Carlos, mozo de veintle pascuas floridas, correcto en la indumentaria y de simpático coranvobis, realzado con lentes de oro, cabalgados sobre la nariz.
Lucía la tapada un brazo regordete y con hoyuelos, y al andar tenía un cucuteo como para resucitar difuntos, dejando ver un piecesito que cabría holgado en la juntura de dos losas de la calle.
Rompió los fuegos el galán, diciéndole a Ia incógnita belIeza:
Me pego de balazos, con cualquiera, que me diga que no eres hechicera.
— ¿Versaina tenemos? ¡Límpiate que estás de huevo y déjame en paz, cuatro ojos!
— Te equivocas, tengo cinco, un taco para el quinto. ¿Y a ti en el sexto, cuántos te han puesto?