El Alcázar de Sevilla: 1

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El Alcázar de Sevilla
de Fernán Caballero
Capítulo I

Capítulo I

Magnífico es el Alcázar

Con que se ilustra Sevilla;

Deliciosos sus jardines,

Su excelsa portada, rica.


Duque de Rivas.


Difícil y aun ardua tarea es la que nos proponemos al intentar describir el Alcázar de Sevilla, porque no hay cosa más indescriptible. Difícil tarea es, repetimos, aun para nuestra paciente pluma, que, bien que mal, se complace en describir lo que la impresiona o interesa. Como no somos historiadores ni artistas, no describiremos bajo el punto de vista histórico ni bajo el artístico este venerable decano de los edificios del país, joya de patrimonio de nuestros Reyes: harémoslo sencillamente de la manera gráfica y minuciosa con que reproduce el daguerrotipo los objetos, esto es, retratándolos sin otras impresiones que las que ellos mismos causan.

El Alcázar, castillo fuerte y residencia de los Reyes Moros, fue mucho mayor de lo que lo es en el día. Hasta la Torre del Oro, cercana al río, se extendían sus fuertes muros, hoy en parte arruinados, en parte fuera del recinto del actual Alcázar, y escondidos y oprimidos entre casas, sobre las cuales se alza de trecho en trecho una de sus torres, como un roble entre las zarzas que lo oprimen, para respirar en ancha atmósfera y no ahogarse mezquinamente. En el día su recinto es más reducido, y carece de los cuarteles, cuadras y plazas de armas que probablemente ocuparían antes el terreno cercado. Como las construcciones del pueblo reconcentrado a que debe su origen, carece el Alcázar de fachada exterior; y sólo tres puertas pequeñas, sencillas y rivales; y un postigo, dan separada entrada a tres de sus cuatro patios, alrededor de los cuales se alinean construcciones de diferentes gustos y edades, recuerdo de distintas épocas y diversos monarcas, que se tocan, si no en la mayor armonía, en la más perfecta paz y concordia, y son todas viejas y pobres esclavas de la mansión Regia, hermosa sultana de eterna juventud.

Una de las bellezas que sorprenden y admiran a todo el que se dirige a visitar el alcázar, es la plaza llamada del Triunfo, que antecede a la entrada del primer patio, y que nos recuerda otra grandiosa plaza de la capital de Galicia, que, como ésta sólo se halla formada por cuatro edificios. Alzase al Norte la nunca bien ponderada, la nunca bastante admirada catedral, la Iglesia de las iglesias, la honra de la católica España, santo e infalible reloj cuyo minutero no ha discrepado un punto desde que la inmutable dignidad del culto católico le dio cuerda. Vese al Poniente la Lonja, hermosa y perfecta construcción de Herrera, que en estantes de caoba conserva con el merecido decoro los preciosos documentos del archivo de Indias. Al Sur se alzan las almenadas murallas del Alcázar, flanqueadas de torres macizas que le sirven de poderosos sostenes contra el común enemigo, el tiempo, pero que fueron impotentes contra el ejército que tuvo por caudillo al Santo Rey Fernando III. Completa esta plaza al Levante una espaciosa y bella casa particular que no la afea.