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El Alma rusa: Escrúpulos

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El Alma rusa : Escrúpulos
(traducción anónima de 1921)
de Octave Mirbeau

La noche pasada me encontraba profundamente dormido, cuando de pronto me despertó un ruido producido, al parecer, por la caída de un mueble en la pieza contigua a mi cuarto.

En aquel mismo instante, el reloj dió las cuatro y el gato se puso a maullar de modo triste.

Salté del lecho y corrí a enterarme, penetrando en la habitación, que encontré alumbrada, y, en mitad de ella, un caballero muy elegante en traje de etiqueta y condecorado, que se entretenía en llenar de objetos preciosos una magnífica maleta de cuero amarillo.

La maleta no me pertenecía, pero sí los objetos en que la llenaba, y, considerando incorrecto este proceder, me dispuse a protestar.

A pesar de que no conocía el caballero, su rostro me era familiar ; tenía una de esas fisionomías correctas y muy características que hacen creer que lo que la posee debe ser miembro de un círculo.

El aspecto elegante y el buen humor de que de que parecía poseído me tranquilizaron, pues debo confesar que no esperaba encontrarme ante un horrible ladrón, contra el que habría tenido que emplear actos de violencia que me son repulsivos.

Al verme, el gentleman desconocido interrompió su tarea y me dijo sonriendo, con ironía benachona :

— Dispensadme, caballero, si os he despertado... No es culpa mía : tenéis unos muebles tan delicados que, a la proximida de la más ligera ganzúa, caen desmayados.

Entonces me fijo en el desorden en que se encontraban los muebles : cajones abiertos, vitrinas fracturadas, un pequeño secreter en que guardo mis albajas de familia y los valores que poseo, lastimosamente tirado en el suelo... y en tanto me daba cuenta del pillaje, el madrugador visitante con su voz de timbre agradable :

— ¡ Qué frágiles son estos muebles modernos ! ¿ Verdad ? Yo creo que están atacados de la enfermedad del siglo y se sienten neurasténicos como todo el mundo...

Y lanzó ua pequeña carcajada que me molestó.

— ¿ A quien tengo el honor de hablar ? — dijo un poco más tranquilo.

— ¡ Dios mío ! — respondió — mi nombre en estos momentos os causaría demasiada sorpresa... ¿ No os parece mejor dejar para ocasión más oportuna la presentación, que, os confieso, a pesar de que deseo sea próxima, no me parece este el momento mejor de descubrir mi incógnito por ahora.

— Sea, caballero, pero esto no me explica...

— ¿ Mi presencia en vuestra casa a esta hora y este desorden ?...

— Eso es... y os agradería...

— ¡ Cómo ! ya lo creo ; vuestra curiosidad es muy legítima y voy a satsfacerla en el acto ; pero, perdonad : ya que vamos a hablar un momento, sería prudente que os pusierais una bata ; hace mucho frío y podéis constiparos.

— Tenéis razón... dispensadme un momento.

— ¡ Pues no faltaba más !

En mi cuarto me puse rápidamente una bata, y al volver vi que el desconocido había intentado poner un poco de orden en el gabinete.

— No os molestéis — le dije — todo eso lo arreglará mañana el criado.

Le ofrecí un asiento e, sentándome :

— Yo también os escucho — agregué.

— Caballero, yo soy un ladrón... un ladrón de profesión... ¿ lo había adivinado ?

— ¡ Sin duda alguna !

— Eso hace honor a vuestra perspicacía... pues sí soy un ladrón, y si me he decidido a abrazar esta posición social, lo he hecho convencido de que era la más franca, la más leal y la más honrada de todas... El robo, caballero, y digo el robo como diría el foro, la literatura, la pintura, la medicina, etcétera, ha sido hasta ahora una carrera desacreditadísima, porque lo ejercían seres ignorantes, odiosos, brutos, gentes sin elegancia ni educación. Pues bien, yo pretendo darle el prestigio a que tiene derecho y hacer del robo una carrera liberal y honrada.

El robo es la única preocupación del hombre.

No se elige una profesión, sea la que fuere, sino con el objeto de que nos permita robar algo a alguien.

No quiero hablar mcho de mí.

Empecé en el comercio..., pero las sucias tareas que me obligaban a desempeñar, y los innobles engaños, y la falta de peso, repugnaban a mi delicadeza ; abandoné el comercio por la Banca, y esta me disgustaba también ; no pude nunca acostumbrarme a emitir papel falso de las minas falsas ; enriquecerse engañando a los demás gracias a la virtud de deslumbradores prospectos y combinaciones, era empresa que rechazaba mi conciencia escrupolosa enemiga de la mentira...

Entonces pensé en el periodismo y necesité un mes para convencerme de que, a menos de entregarse a chantages de todo género, el periodismo no produce una peseta. Entonces, pensé en la política.

Al llegar a este punto no pude menos que soltar una carcajada.

— Eso es — dije — No merece otra cosa. De este modo agoté cuanto la vida pública y privada puede ofrecer de profesiones y carreras a un joven activo, inteligente, delicado cual yo, disfrácese con el nombre que quiera, es el único objeto, el resorte único que mueve todas las actividades, pero disfrazado, y por consecuencia más peligroso ; entonces me hice la reflexión siguiente : « Ya que el hombre no puede sustraerse a esta ley fatal del robo, será mucho mas honroso que práctique lealmente y sin desfrazar con excusas ilusorias el natural deseo de apropriarse del bien ajeno. »

Desde entonces robé ; de noche penetraba en las casas ricas y tomaba de las cajas del prójimo lo que necesitaba para mis necesidades. Eso, sólo me exige algunas horas todas las noches ; aparte de eso, vivo como todo el mundo... Pertenezco a un Círculo aistocrático, tengo muy buenas relaciones, el ministro me ha condecorado recientemente, y cuando he dado un buen golpe, soy accesible a todas las generosidades. Por último, caballero, yo hago leal y francamente lo que todo el mundo hace de un modo indirecto.

Mi conciencia está tranquila, porque, de todos los seres que he conocido, soy el único que ha adaptado animosamente sus actos a sus ideas... »

Era de día y ofrecí al elegante desconocido participase de mi almuerzo, pero él no aceptó porque estaba de frac y no quería molestarme con tal incorrección.