El amigo hasta la muerte/Acto II

De Wikisource, la biblioteca libre.
Acto I
El amigo hasta la muerte
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Sale Arlaja, mora, y dos moros

ARLAJA:

  Dame un velo, Jacimín.
Y tú, un arco, Florisán,
que me voy a mi jardín.

JACIMÍN:

Aquí velo y arco están.

ARLAJA:

Amor es tristeza en fin,
  la tristeza es soledad,
la soledad es hüir
de la confusa ciudad.

FLORISÁN:

¿A qué vas?

ARLAJA:

Sólo a decir:
«Campos, tenedme piedad».
  Quien cautiva el alma tiene
en España, ¿qué ha de hacer?

JACIMÍN:

Entretenerse.

ARLAJA:

Si viene
cierto el pesar, el placer
fingido mal le entretiene.
  ¿Qué esclavos juntos están
para rescatar mi ausente?

FLORISÁN:

De gente humilde serán
cincuenta.

ARLAJA:

¿Y de nobles?

FLORISÁN:

Veinte.

ARLAJA:

Nómbralos.

FLORISÁN:

Dionís, Tristán
  Leonardo, Fabricio, Arsenio,
don Pedro, don Tello, Honorio,
don Felis, Analdo, Ismenio,
Clarindo, don Sancho Osorio,
Marcelo, Ermelín y Eugenio…

ARLAJA:

  Tente, ¿qué don Sancho es ese?

FLORISÁN:

Un español de Sevilla
que, aunque a su grandeza pese,
quiere el cielo que su orilla
de tu mar la arena bese.
  Éste compré por san Juan
en Argel, del gran Jafer,
y le traje a Tetuán.

ARLAJA:

Ese esclavo quiero ver.

JACIMÍN:

Pues ve por él, Florisán.

FLORISÁN:

  Voy.
-[Vase Florisán]-

ARLAJA:

¿Que sea el portugués
–que a mi esposo Masadal
tiene preso, como ves,
por decir que es general
de dos fragatas o tres–
  tan soberbio que me pida
cien esclavos por su vida:
setenta humildes y treinta
nobles de sangre y de renta,
en sus patrias, conocida?

JACIMÍN:

  No te espantes, que es altivo
y también estima el preso.
Salen don Sancho, cautivo, y el moro

FLORISÁN:

Aquí está, Arlaja, el cautivo.

ARLAJA:

Buen talle.

FLORISÁN:

Yo te confieso
que es milagro verle vivo,
  que, con rodela y espada,
–según Jafer me contó–
con fuerza tan estremada
su navío defendió
a su poderosa armada,
  que hasta tener mil heridas
jamás se quiso rendir
ni aun mostrar fuerzas rendidas.

ARLAJA:

Que tienen, oigo decir,
los españoles mil vidas.
  ¿De dónde eres?

SANCHO:

De Sevilla.

ARLAJA:

¿Tu nombre?

SANCHO:

Don Sancho Osorio.

ARLAJA:

¿Qué sangre?

SANCHO:

Diome Castilla
ser caballero notorio,
aunque del Betis la orilla,
  por conquista de mi abuelo,
tengo por mi patrio suelo.

ARLAJA:

¿Eres rico?

SANCHO:

Pobre soy.

ARLAJA:

Licencia de andar te doy
sin prisión.

SANCHO:

Guárdete el cielo.

ARLAJA:

  ¿Dónde ibas con tu nave?

SANCHO:

A Lisboa.

ARLAJA:

¿A qué?

SANCHO:

A huir
de una sirena süave.

FLORISÁN:

Mujer te quiso decir.

SANCHO:

Y prenda de un hombre grave.

ARLAJA:

  Pues ¿que temías?

SANCHO:

Su ofensa,
que ella me amaba, y ansí
pensé ponerme en defensa.

ARLAJA:

¿Eso hay en España?

SANCHO:

Sí.

ARLAJA:

(En Roma volverse piensa).
  Estatuas pueden hacerte.

SANCHO:

He jurado a cierto amigo
ser amigo hasta la muerte.

ARLAJA:

¿Hará lo mismo contigo?

SANCHO:

Juró de la misma suerte.

ARLAJA:

  Yo tengo el arco y el velo,
dejadle andar libremente.

SANCHO:

Alargue tu vida el cielo.

ARLAJA:

Guíe a mis baños la gente,
tiemple este calor su hielo.
Váyanse todos [y queda Sancho]

SANCHO:

  Quien puesto en la ocasión vitoria espera,
a riesgo pone su opinión, si es noble,
pues no hay tan firme pecho a quien no doble
una mujer, si amando persevera.
Tal vez al olmo firme, en la ribera,
mudan las blandas aguas; y al inmoble
muro, la hiedra; el viento, al duro roble;
pues ¿qué hará el ruego en condición ligera?
Más quiero ser, de un bárbaro enemigo,
cautivo en Tetüán, que hacer ofensa
a la lealtad de un verdadero amigo.
Mal hace quien vencer y esperar piensa:
que los peligros del amor que digo,
en las espaldas tienen la defensa.


Salen Guzmán y don Bernardo

BERNARDO:

  A no me haber informado
que le vendió en Tetüán
fuéramos a Argel, Guzmán,
y fuera el suceso errado.
  La vida nos dio saber,
de su prisión, la verdad.

GUZMÁN:

Es una luz la amistad
que a nadie deja perder.
  Un esclavo pasa allí,
por don Sancho preguntemos.

BERNARDO:

¡Qué buen talle!

GUZMÁN:

Dél sabremos
si vive cautivo aquí.<poem>

BERNARDO:

¿Es don Sancho?

SANCHO:

En los brazos lo verás,
que para que quepas más,
brazos, pecho y alma ensancho.
  ¿Qué es esto?

BERNARDO:

Venir por ti,
que eres del alma mitad,
aunque con tal deslealtad
vienes huyendo de mí.

GUZMÁN:

  Si ya os habéis abrazado,
dejadme a mí descansar.

SANCHO:

¿Guzmán en este lugar?
Brava lealtad de criado.

GUZMÁN:

  Soy el perro de Tobías.
Mas de perros, poco a poco,
no me muerda alguno.

SANCHO:

Hoy toco
tus verdades con las mías.
  Hoy conozco tu amistad.

BERNARDO:

Estoy quejoso.

SANCHO:

Dejemos
quejas.

BERNARDO:

Bien dices. Tratemos,
don Sancho, tu libertad.

SANCHO:

  ¡Ay Dios! Soy de una mujer.

BERNARDO:

Tráigole damascos bellos
y brocados, que con ellos
al Sol se puede oponer.
  Tráigole granas y perlas
en que el África idolatra.

SANCHO:

Las que cuentan de Cleopatra
aun no estimara ponerlas.
  No me podrás rescatar
con los tesoros de Midas.

BERNARDO:

Pues darele yo mil vidas
por perlas del mar de amar.
  Pero dime la razón.

SANCHO:

Estar su esposo cautivo
en Lisboa. Y así vivo
tan sin remedio en prisión;
  que el Rey, por ser un cosario
que las costas españolas
con cuatro fragatas solas
no tienen mayor contrario,
  no le deja rescatar
menos que por cien cristianos,
los treinta nobles.

BERNARDO:

Las manos
quiero a tu dueño besar.
  Y porque importa a tu honor
que a Sevilla vuelvas luego,
para su esclavo me entrego,
aunque de menos valor.
  Y advierte que, si replicas,
en mi vida te hablaré.

SANCHO:

Yo te agradezco la fe
que en tanto amor significas.
  Pero advierte…

BERNARDO:

Si a tu honor
conviene, ¿qué hay que advertir?

SANCHO:

La causa me has de decir,
que si es fineza de amor,
  no has de quedar tú cautivo
por darme a mí libertad,
siendo menos amistad
la que en dejarte recibo.
  Pues si te quedas por mí,
más me agravias que me honras.

BERNARDO:

Mucho, don Sancho, deshonras
tus deudos y sangre aquí;
  que en Sevilla hay cierta cosa
que enemigos en tu ausencia
han hecho, en que tu presencia
es, a tu fama, forzosa.
  No repliques, que por Dios
que me mate si no vas.

SANCHO:

No quiero ofenderte más.

BERNARDO:

Parte, que importa a los dos.
  Mas dime: ¿adónde hallaré
la mora?

SANCHO:

Es ida a sus baños.

BERNARDO:

A buscarla voy.
Váyase don Bernardo

SANCHO:

¡Qué engaños!
¡Qué fuerzas! Guzmán, ¿qué haré?
  ¿No ves esta sinrazón?
¿Qué hay en Sevilla de mí?

GUZMÁN:

Lo que yo sospecho aquí
es que, en aquesta ocasión,
  su padre de don Bernardo
casa a don Ángela, y él,
como tu amigo fiel,
tan animoso y gallardo,
  quiere quedar en prisión
mientras a Sevilla vas,
que sabe que allá tendrás
de su hermana posesión,
  que ella misma le ha entregado
sus joyas para comprar
tu rescate.

SANCHO:

¡Qué pesar
su resolución me ha dado!

GUZMÁN:

  No tienes razón, señor.
Parte a Sevilla contento,
a hacer este casamiento
por prenda de tanto amor.
  Confirma, con ser cuñado
de un hombre tan principal,
una amistad tan leal
y un término tan honrado.
  Mira que es ingratitud,
y advierte que no le digas
lo que te he dicho.

SANCHO:

Mitigas
mi enojo con su virtud.
  Partamos en busca suya,
que le quiero obedecer.

GUZMÁN:

Todo tu bien ha de ser
el ser don Ángela tuya.

SANCHO:

  El que buen amigo halló,
Guzmán, gran tesoro tiene.

GUZMÁN:

Dos tienes tú.

SANCHO:

¿Dos?

GUZMÁN:

Quien viene
para rescatarte y yo.

SANCHO:

  Sombra de su sol me nombra.

GUZMÁN:

Sí, mas dice el español
que hay tiempo en que abrasa el sol,
y es bueno estar a la sombra.
Vanse y salga la mora

ARLAJA:

  Clarísimos cristales,
que, a no formar las ondas transparentes
evidentes señales
de que sois aguas puras y corrientes,
pensaran los reflejos
del sol hallar en vos firmes espejos,
  templad su fuerza en tanto
que la de amor se junta con su fuego.
Guardadme el arco y manto,
hermosas flores, que yo vuelvo luego
a deciros amores,
de celos destos dulces ruiseñores.
  Cubrid con anchas hojas
esta laguna al sol, lascivas vides,
y tú, si no te enojas
del peso que te dan, árbol de Alcides,
porque ninguno vea
lo que mi ausente amor pierde y desea.
Sale muy bizarro don Bernardo

BERNARDO:

  El amistad divina,
del armonía celestial retrato,
aquella a quien se inclina
el tiempo a tantas obras tan ingrato,
pues pone su memoria
en conservar ejemplos de su gloria,
  todo lo facilita,
todo lo halla dulce, a todo sale,
todo lo solicita,
pues de las alas del amor se vale.
No hay mar, no hay tierra estraña,
allanara de Jerjes la montaña.
  Bella mujer, ¿si fuese
por dicha la que busco entre estos baños?
Mas temo que le pese
que la haya visto desnudar, que engaños
los jardines ofrecen,
donde los hombres árboles parecen.
  Pienso que me ha sentido.
Ya se vuelve a vestir. Aquí me escondo.
-Sale medio desnuda Arlaja-

ARLAJA:

Mas ¿qué manso rüido
–si acaso no es que a mi temor respondo–
anda por estas plantas?
Si es hombre, ¿de qué sirven guardas tantas?
  Si es animal, ¡oh flores!,
volvedme el arco y flecharele.

BERNARDO:

Tente.

ARLAJA:

No eran vanos temores.

BERNARDO:

¿Eres Arlaja?

ARLAJA:

Sí.

BERNARDO:

Cuando te cuente
mi disculpa, sospecho
vuelvas color al rostro y alma al pecho.
  Pienso que, satisfecha,
el arco bajes y la flecha quites.

ARLAJA:

Bajo el arco y la flecha.

BERNARDO:

Disculpareme, si disculpa admites.

ARLAJA:

 (¡Lo que puede un buen talle!
Voyle a reñir y mándame que calle.
  Bien me parece el hombre.
O fue que, al desnudarme, no tenía
muy lejos de su nombre
el natural amor y fantasía,
porque las cosas bellas
agradan más cuando se piensa en ellas.)
  ¿Por dónde, dime, entraste?

BERNARDO:

Dormida hallé la guarda.

ARLAJA:

(No me pesa.)
¿Para qué me buscaste?

BERNARDO:

Soy español y tengo por empresa,
amigo hasta la muerte
de un cautivo que tienes.

ARLAJA:

Dél me advierte.

BERNARDO:

  Don Sancho se apellida.
¿Cuánto quieres por él? Que ir a su tierra
le importa honor y vida.

ARLAJA:

Que te quedes por él.

BERNARDO:

La venta cierra,
que desde aquí soy tuyo.

ARLAJA:

¿Mi esclavo?

BERNARDO:

Sí, que soy amigo suyo.

ARLAJA:

  Estraño amor.

BERNARDO:

Soy noble.

ARLAJA:

Si amaras una dama, ¿fueras –dime–
tan leal?

BERNARDO:

Fuera al doble.

ARLAJA:

Razón es que te estime.

BERNARDO:

No me estime
hasta darle la vida.

ARLAJA:

¿No lo es la libertad?

BERNARDO:

No está perdida.

ARLAJA:

  ¿No eres mi esclavo agora?

BERNARDO:

Ser tu esclavo es ser libre.

ARLAJA:

¿El nombre tuyo?

BERNARDO:

Bernardo, hermosa mora.

ARLAJA:

Mi gente viene. Tu nobleza arguyo
de tan heroica hazaña.

BERNARDO:

Esto es lo menos del valor de España.
Florisán y Jacimín

JACIMÍN:

  Gran señora, ¿qué es esto?

ARLAJA:

Nadie se altere. Jacimín, al punto
trae a don Sancho presto.

JACIMÍN:

Ya, por obedecerte, no pregunto
novedad tan estraña.


Vase

ARLAJA:

¿De qué apellido te honras en España?

BERNARDO:

  Después que soy amigo
de don Sancho, me llamo Osorio; que antes
deste tiempo que digo,
mi apellido era Chaves y Cervantes.
Mas tú, ¿desto qué sabes?

ARLAJA:

Pues sé tu lengua, bien sabré qué es Chaves.
  Tres leguas hay a España
desde mi tierra.

BERNARDO:

Ya la mar me enseña
cuán cerca el muro baña
de Gibraltar, y la dichosa peña
de la Virgen de Europa,
estrella de la mar y viento en popa.

ARLAJA:

  ¿Qué negocio tenía
en Sevilla don Sancho?

BERNARDO:

Un casamiento,
y la ocasión perdía.
Salen don Sancho y Guzmán y Jacimín

JACIMÍN:

El esclavo está aquí.

ARLAJA:

Con gran contento
a Gibraltar te parte,
que, hasta el mar, Jacimín sabrá llevarte.

SANCHO:

  ¿Que tengo de ir, Bernardo?

BERNARDO:

Impórtate la vida.

SANCHO:

Callar quiero.

ARLAJA:

Tú hallaste el más gallardo
amigo que en el mundo ver espero.

SANCHO:

Da, señora, licencia
para que sienta menos esta ausencia.

ARLAJA:

  ¿Cómo?

SANCHO:

Que me acompañe
hasta el mar don Bernardo con tu gente,
pues no habrá quien la engañe.

ARLAJA:

Vayan todos. Tú vuelve brevemente.

SANCHO:

En fin, ¿preso te quedas?

BERNARDO:

Porque librar tu honor de afrenta puedas.

SANCHO:

  Yo volveré. Paciencia
para vivir sin ti, si amor la ofrece.

BERNARDO:

Y yo quedo, en tu ausencia,
más triste que un pinar cuando anochece.

ARLAJA:

¿Hay dos amigos tales?

GUZMÁN:

No los celebra Roma y Grecia iguales.
Váyanse don Bernardo y don Sancho y los moros

ARLAJA:

  ¿También tú quedas aquí?

GUZMÁN:

Con mi señor, es sin duda.

ARLAJA:

La lealtad nunca se muda.
¿De qué le sirves?

GUZMÁN:

¿Yo?

ARLAJA:

Sí.

GUZMÁN:

  De carta de marear,
de Colón, de su rocín...
que por mí descubre, en fin,
la tierra que ha de pasar.
  Su padre de mi señor
estuvo en Indias, y allí
quieren decir que nací,
aunque de alemán color.
  Vine a Sevilla con ellos,
donde soy su porta frascos
desto que cruje damascos,
aunque no he tratado en ellos.
  Tengo gracia en conocer
la virilla de un chapín,
que dice cierto malsín
que es cédula de alquiler.
  En fin, yo soy su ventor.

ARLAJA:

No debe de amar, pues viene
adonde su amigo tiene.

GUZMÁN:

Muere Bernardo de amor.
  Y la noche que pudiera
dar fin a un grande deseo,
hizo esta fineza.

ARLAJA:

Creo
que, si amara, no la hiciera.

GUZMÁN:

  Señora, ya que estamos en tu casa
–o cautivos, o huéspedes, o prendas–
sábete que, pues somos prendas vivas,
que habemos de comer.

ARLAJA:

Eso es forzoso.
No os faltarán regalos en mi casa,
que a don Bernardo no le llamo esclavo,
sino del amistad la quinta esencia.
Y así, con afición y cortesía
le haré tratar, y de la gente mía.

GUZMÁN:

Yo, si verdad te digo, no es posible
que me aplique al sustento de tus moros,
porque esto de alcuzcuz, cabra y aceite
es como darme el alma del afeite.

ARLAJA:

¿Alma de afeite?

GUZMÁN:

Solimán te digo,
que aun a la vista mata.

ARLAJA:

Pues ¿qué quieres?

GUZMÁN:

Yo he metido, señora, amortajados
en dos sábanas…

ARLAJA:

Dilo.

GUZMÁN:

Tengo miedo.
Hablando con perdón, dos cochinitos
en sal, de a seis arrobas cada uno.

ARLAJA:

¡Ay Mahoma! ¿qué has hecho?

GUZMÁN:

Da licencia
para que los colguemos en tu casa,
que no lo sabrá nadie.

ARLAJA:

¡Español loco!
¡Al instante, al momento, al punto luego
los lleva con secreto a tu navío!,
que, si lo saben moros, te prometo
que te quemen con ellos.

GUZMÁN:

Pues, señora,
dame una guarda que conmigo vaya
hasta el navío que quedó en la playa.

ARLAJA:

Voylo a mandar, mas tú, con gran secreto
envueltos en sus sábanas, los saca.

GUZMÁN:

Que no lo sabrá nadie te prometo.
(¡Oh bella industria! En vez de los tocinos,
envuelto entre las sábanas, mi amo
al mar le haré llevar, y desde el barco
le guindaré a la nave fácilmente.
Si salgo con la empresa, al Rey me parto,
ni dudo –aunque parezcan desatinos–
que me ha de dar por armas dos tocinos.)
Váyase, y salgan Felisardo
y Ricardo y Federico

RICARDO:

Sin haceros la salva que debía,
con mucha cortesía, no le diera
mi hija, aunque supiera que heredaba
las Indias, pues bastaba haber tratado
con vos lo que ha pasado.

FELISARDO:

Si yo os digo
la verdad como amigo, estaréis cierto
que no traigo encubierto vuestro agravio.
Trató conmigo Otavio que le diese
a don Ángela y fuese mujer suya,
de que sólo se arguya su mudanza.
En esta confïanza le escribimos
que viniese, y le hicimos aposento.
Él, por honesto intento, hurtó el camino
y a vuestra casa vino, y viendo en ella
a vuestra Julia bella, os la ha pedido.
Que más discreto ha sido, no os lo niego.
Y así, Ricardo, os ruego hagáis su gusto.

RICARDO:

Felisardo, no es justo, ni que el necio
tenga a Julia en más precio.

FELISARDO:

Ya, Ricardo,
casar mi hija aguardo de otra suerte.
Mi amistad os advierte que os importa,
pues tan mal se reporta un atrevido
vulgo.

RICARDO:

No haber sabido lo que Otavio
trataba en vuestro agravio, me disculpa.

FELISARDO:

Agora os daré culpa si cesase
lo que es razón que pase hasta su efeto.

RICARDO:

Como sois tan discreto y tan prudente,
quiero estar obediente a tal consejo.

FELISARDO:

Soy, Ricardo, más viejo. Esto os conviene.
Y porque Julia viene, solo os dejo.

RICARDO:

Entrad, que ese consejo a vuestra boca
es bien que oiga esta loca inobediente,
rehuyendo la frente al yugo santo,
pues gana tanto en merecer esposo
tan noble, virtuoso, hidalgo y rico.

FELISARDO:

Espera, que ya salgo, Federico.

FEDERICO:

  ¿Qué puedo ya esperar, desesperado
de un bien, de quien jamás tuve esperanza?
Si la esperanza lo que sigue alcanza,
quien no la tiene, alcanzará cuidado.
Mas bien puede, quien ama desamado,
esperar de los tiempos la mudanza.
Nace de la tormenta la bonanza
y sale el claro sol por el nublado.
Mas ¿qué es lo que mis penas entretuvo
o cómo tanto amor sin fin se adquiere
pues en alguno el pensamiento estuvo?
Que no es posible que ame y que no espere,
porque quien niega que esperanza tuvo,
confiesa que el amor sin ella muere.
Sale Julia

JULIA:

  ¿De qué sirve persuadirme?
Antes me daré la muerte…
Pero la obediencia es fuerte,
¿cómo podré resistirme?
Que aunque el alma esté más firme,
un padre, del cuerpo, es dueño.

FEDERICO:

Si lo contrario te enseño,
¿qué dirás?, ¿qué harás por mí?

JULIA:

Hacer cuenta que te vi
como sombra de mi sueño.
  Cásanme y digo que yo
con el alma hüir quisiera
el cuerpo, si no tuviera
el dueño que Dios le dio.

FEDERICO:

El albedrío quedó
franco desde el mismo día,
y casarte es tiranía.

JULIA:

Si un hombre un vaso tuviese
y otro un licor le pusiese,
¿de cuál de los dos sería?

FEDERICO:

  El licor, del que le puso,
y el vaso, del dueño dél.

JULIA:

Así, no es hecho crüel
lo que mi padre dispuso.
Si el alma es licor infuso,
el cuerpo es vaso que ha hecho
mi padre. Suyo es el pecho,
y cuando suyo no fuera,
donde la fuerza le altera,
se pierde todo el derecho.

FEDERICO:

  Nunca tú me has estimado,
que ya casada estuvieras
por amar con tantas veras
un hombre que te ha burlado.
Mira cómo te ha dejado
por ir siguiendo un amigo,
pero mira qué te digo:
que aun agora te querré,
si la verdad desta fe
tiene su valor contigo.

JULIA:

  Si quiero tomar venganza
de don Bernardo, no es bien
que tus manos me la den,
pues aun su sangre me alcanza.
Si ejecuto mi mudanza,
ha de ser dél y de ti,
de don Ángela y de mí.
De todo me he de mudar,
que quien se quiere vengar
aun se ha de mudar de sí.

FEDERICO:

  Pues estás tan rigurosa,
aun le debes de querer.

JULIA:

Pues ¿qué piensas? Soy mujer
y humana, que no soy diosa.
Mi voluntad presurosa
corría amando y pensando
que corriendo iba quitando
a mi esperanza los grillos,
mas ya tomo pajarillos
y dejo buitres volando.
Sale Leonor

LEONOR:

  Dame albricias.

JULIA:

¿De qué son?

LEONOR:

De que ya quedas casada.

JULIA:

¿Qué es casada?

LEONOR:

Concertada.

JULIA:

¿Albricias?

LEONOR:

Pues no es razón…

JULIA:

De mi desesperación,
Leonor, te mando un vestido
de mi dolor guarnecido,
con pestañas de pesares
y botones y alamares
de tanto tiempo perdido.
  Mándote aquella cadena
que traje por un traidor,
que en el toque del amor
sale falsa la más buena;
las sortijas de mi pena,
chapines de mi mudanza,
guantes de mi confïanza
con tocas de mi tormento,
y un abanillo del viento
donde se fue mi esperanza.
Váyase

LEONOR:

  Yo quedo muy bien vestida.

FEDERICO:

Y yo ¿qué tendré, Leonor?

LEONOR:

Mándote un jubón de amor
y una cuera guarnecida
del desdén de quien te olvida.
Mándote unas calzas negras
de cuchilladas de suegras,
de que ninguno se escapa,
y de la noche la capa,
si de su sombra te alegras.
  Mándote aquella camisa
en que Alcides se abrasó,
y el cuello con que movió
Orfeo el infierno a risa.
Y una medalla y divisa
de la que adoran los moros
y por letra un flux de oros;
con un sombrero de celos,
que es lo mismo que los cielos
dan a los ciervos y toros.
[Vase Leonor]

FEDERICO:

  Fuese haciendo testamento.
Pues también le quiero hacer,
y a quien viniere a querer,
con mi loco pensamiento,
mando una cama de viento
que tenga por almohada
una calabaza atada
a un bordón de peregrino,
donde, si errare el camino,
pueda dormir sin posada.


[Vase Federico y]
salen don Sancho y Liranzo

LIRANZO:

  En pago de haberte dado
toda esta casa, señor,
–menos deudora a tu amor,
que tú le estás obligado–
  para bien de tu venida
¿muestras tanto descontento?

SANCHO:

Eso es lo mismo que siento
y antes perdiera la vida.
  ¡Oh, maldiga el cielo el mar,
que ansí sus ondas dispuso,
que una tartana me puso
en un hora en Gibraltar!
  Quiero también maldecir
los barcos, que hasta Sevilla
fueron postas de la orilla
del claro Guadalquivir.
  Mal haya el próspero viento,
y el pardo lienzo mal haya,
que me trujo hasta su playa,
para tan cobarde intento.
  Pluguiera a Dios que, cautivo,
me diera el suelo africano
sepulcro, o el mar hispano,
como a traidor fugitivo.
  Julia se casa ¡ay de mí!,
¿qué sentirá don Bernardo?
Pero yo, triste, ¿qué aguardo?,
¿en qué me detengo aquí?
  ¿Cómo no parto por él?

LIRANZO:

Pues ¿sabes tú dónde está?
Que de ti se dijo acá,
que estabas preso en Argel.

SANCHO:

  ¡Ay de mí!, ¡cuán al contrario
ha sido todo el suceso!,
Mejor estaba yo preso,
por rescate de un cosario.
  Díjome Bernardo a mí
que don Ángela y Otavio
se casaban: fuerte agravio
de su engaño recibí,
  pues hallo que los conciertos,
de Julia y Otavio son.

LIRANZO:

No dirán por tu afición
que son los ausentes muertos.
  ¿Tanto sientes, por ser dama
de Bernardo, el casamiento?

SANCHO:

Poco, pues que vivo, siento,
si el morir vida se llama.
  Pluguiera a Dios que casado
con Ángela a Otavio hallara,
y que la fortuna avara
en mí se hubiera vengado,
  como guardada estuviera
Julia para quien la adora,
que es a quien yo debo agora
muchas vidas que tuviera.
  Mas di, ¿no me enseñarás
ese Otavio?

LIRANZO:

Agora estaba
con Felisardo y trataba
de lo que tratando estás.
  Si quieres ver un retrato
de la inconstancia, aquél es.

SANCHO:

Vete y búscame después,
que no me hallarás ingrato.

LIRANZO:

  Si piensas reñir con él,
no sea en casa, señor.

SANCHO:

De reñir no hayas temor,
si no comienza por él.
Sale Otavio

OTAVIO:

  No sé si es condición o si es deseo
de mejorar las bodas que he tratado,
pues tanta dilación en ellas veo.
  Visitando a don Ángela he mirado
virtud, honestidad y entendimiento,
potencias para el alma de un casado.
  Llevome a imaginar el pensamiento
que la dejé por Julia, ¡estraña cosa!,
pues antes de casarme me arrepiento.
  Pero Julia es honesta y virtuosa.
Yo acierto bien y con mi igual me caso.

SANCHO:

(Aquí ha de ser la industria provechosa.)
  Guárdeos el cielo, ¿conoceisme acaso?

OTAVIO:

Desta casa seréis deudo o amigo.

SANCHO:

Amigo soy, que de ser deudo paso.
  Don Sancho Osorio soy.

OTAVIO:

Que soy –os digo–
aficionado a vuestro nombre y fama.

SANCHO:

No lo muestran las obras de enemigo.

OTAVIO:

  Enemigo, ¿por qué?

SANCHO:

Pues ¿no se llama
enemigo mortal y riguroso
quien quita a un hombre lo que adora y ama?

OTAVIO:

  De quien jamás os vio, ¿vivís quejoso?
¿Dama he visto yo vuestra?

SANCHO:

Y de tal suerte
que dicen que os llamáis de Julia esposo.
  Quien con tal libertad desto os advierte
y viene de mil leguas a avisaros,
ni estimará la vida ni la muerte.
  Y fuera desto no podéis casaros,
porque lo está conmigo de secreto,
y llora y se maldice por dejaros.
  Su padre la ha forzado, y os prometo
que, si os casáis, publicaré en Sevilla
la oculta infamia a que estaréis sujeto.

OTAVIO:

  Como celoso habláis. No es maravilla.
Yo pude entrar al golfo de mi engaño,
y hallé los desengaños a la orilla.
  No me casaba para haceros daño
–pues lo era el mío–, sino simplemente
como hombre dél y desta tierra estraño.
  De no mirar a Julia, eternamente
palabra os doy. Tenedla por segura.

SANCHO:

El cielo, Otavio, vuestra vida augmente.
  Y perdonad, que celos son locura.
(¡Oh qué bien he deshecho el casamiento,
aunque he puesto mi vida en aventura!)

OTAVIO:

  Yo os juro de mudar el pensamiento
de Julia, en quien hasta en el nombre sea
ángel de paz.

SANCHO:

Y aun es mejor intento.
  Yo sé que Felisardo lo desea.
Don Ángela es gallarda, rica, hermosa,
y que en vuestro valor mejor se emplea.

OTAVIO:

  Hoy ha de ser don Ángela mi esposa,
que yo sé que se queja Felisardo,
y aun ella pienso yo que está celosa.

SANCHO:

  (¡Qué más puedo yo hacer por don Bernardo!,
pues que la hacienda y el honor me quito,
con que su dama le defiendo y guardo.
  Marido a quien adoro solicito,
pierdo mujer y treinta mil ducados
y, aunque es grande mi amor, el suyo imito.
  Quiero hablar a los padres descuidados
de Julia, y con Otavio revolvellos.
Quedaremos Bernardo y yo pagados,
y la ocasión guardando los cabellos).
Váyase don Sancho

OTAVIO:

  ¡Cuántas cosas del honor
cubre, en el mundo, el secreto
contra el natural valor!
¡Cuán diferente conceto
hizo de Julia mi amor!
  Pero quisieron los cielos,
que éste –su galán ausente–
venga incitado de celos,
para que tan libremente
corriese a mi honor los velos.
  No más Julia, Ángela sí.
Sale don Ángela

ÁNGELA:

¿Qué es lo que tratáis de mí?
¿No estoy segura en mi casa?

OTAVIO:

Alguna traición que pasa
hace que me queje así.

ÁNGELA:

  ¿Traición aquí contra vos?

OTAVIO:

Aquí no, mas porque os diga
la verdad…

ÁNGELA:

Tened, por Dios,
que si es de Julia mi amiga,
nos agraviáis a las dos.

OTAVIO:

  ¿Pues pareceos que es razón,
si me quejo de traición
y en el honor claro agravio,
que me case?

ÁNGELA:

¿Quién, Otavio,
os puso en tal confusión?

OTAVIO:

  Su galán, que estando ausente,
mi casamiento entendió,
y es bien que estorbarle intente.

ÁNGELA:

¿Mi hermano?

OTAVIO:

Señora, no,
aunque es su amigo o pariente.
  Éste dice que casado
con Julia está de secreto.
Al fin me ha desengañado.

ÁNGELA:

¿Y qué nombre?, que os prometo
que me habéis puesto en cuidado.

OTAVIO:

  Don Sancho, el que hoy ha venido
a Sevilla, éste que ha sido
recebido en vuestra casa
con tanto amor.

ÁNGELA:

¿Eso pasa?
Mirad que lo habrá fingido.

OTAVIO:

  ¿Fingido? ¡Si me contó
la obligación que la tiene,
y acuchillarme intentó!

ÁNGELA:

¿Don Sancho?

OTAVIO:

Si a veros viene,
decid que lo digo yo.
Sale Ribera, criado

ÁNGELA:

  ¡Hola!

RIBERA:

Señora.

ÁNGELA:

¿Está ahí
don Sancho?

RIBERA:

Con Felisardo
quedaba hablando.

ÁNGELA:

Pues di,
Ribera, que aquí le aguardo.
Vos dejadme, Otavio, aquí.


[Vase Ribera]

OTAVIO:

  ¿Queréis que presente esté?

ÁNGELA:

A solas se lo diré
porque sabed que, engañada,
palabra le tengo dada,
pero no la cumpliré.

OTAVIO:

  ¿Acá también?

ÁNGELA:

¡Es traidor!,
¡es mercader de su talle!:
vende burlas, gana amor.

OTAVIO:

Si vos queréis castigalle,
y a vuestra amiga mejor,
  el casamiento tratemos,
que por mi culpa dejamos.

ÁNGELA:

En él, Otavio, hablaremos.

OTAVIO:

Para vengar nos tardamos.
Si os tardáis, no nos venguemos,

ÁNGELA:

  Hablad mi padre.

OTAVIO:

Sí haré.


Váyase Otavio

ÁNGELA:

Cuando el papel escribí
a don Sancho, imaginé
que era el responderme ansí
virtud, amistad y fe.
  Y era que el traidor hablaba
con la dama de su amigo,
con quien en secreto estaba
casado.
Sale don Sancho y Rodrigo, criado

SANCHO:

Vuelve, Rodrigo,
donde el arráez quedaba
  y otra vez concierta el barco.

RODRIGO:

Pienso que vive en Trïana.

SANCHO:

Mira que luego me embarco,
que anda Amor esta mañana
poniendo flechas al arco.

RODRIGO:

  Yo le voy a concertar.

SANCHO:

(¡Cielos! Ángela está aquí.
El alma me hace temblar
mirar el bien que perdí,
mas no lo pude escusar.
  El amistad de Bernardo
vence el mayor interés.)

ÁNGELA:

(Hablaré, que me acobardo.)

SANCHO:

Sólo besaros los pies,
para mi partida aguardo.

ÁNGELA:

  Hoy venís y ya os partís...
Alma tenéis de cometa:
presto nacéis y morís.

SANCHO:

Siempre la tengo inquïeta,
muy bien, señora, decís.
  Hoy vuelvo a cierto lugar,
donde dejo a vuestro hermano.

ÁNGELA:

¿Mi hermano vais a buscar?
¿Pero sois tan gran villano,
que aun le queréis engañar?
  ¿Es esto lo que merece
quien vida y alma os ofrece?
A Julia amáis de secreto.

SANCHO:

 (Ya hace mi industria efeto.)

ÁNGELA:

Bien la lealtad se os parece.
  ¿Vos sois aquel bien nacido?,
¿vos este pago habéis dado
a quien vuestro amparo ha sido,
y a mí, que os he deseado
y, cuanto soy, ofrecido?
  ¡A mí, que mis joyas di,
para rescataros!, ¡cielos!
¿Esta traición pasa aquí?

SANCHO:

 (Voces han de dar los celos.
Lloverá amor sobre mí.
  Mejor es no responder.)
Ángela, culpas de amor
más perdón suelen tener.

ÁNGELA:

¡Espera, Osorio traidor,
que no lo debes de ser!
  ¡Espera, noble fingido!
¡Oye, amigo desleal!

SANCHO:

Señora, perdón os pido.
Amor es un grande mal
que ocupa todo el sentido.
  Éste me obligó a querer
a Julia.

ÁNGELA:

¡Yo haré a mi hermano
que te mate!

SANCHO:

Podrá ser,
pero detened la mano,
Ángela, que os pueden ver.
  Que vos sabréis algún día,
el fin de la empresa mía.

ÁNGELA:

Si aquí una espada tuviera,
por don Bernardo te hiciera
confesar tu cobardía.
  ¿Qué has hecho dél? ¿Hasle muerto?
Que no es posible otra cosa...
Pues que lo diré, te advierto.

SANCHO:

 (Ésta es mujer y celosa,
que es alquitrán encubierto.
  Voyme, que el incendio llega.)
-Váyase-

ÁNGELA:

¡Padre! ¡Hermano Federico!
Sale Felisardo, viejo

FELISARDO:

¿Que das voces? ¿Estás ciega?

ÁNGELA:

A la voz la fuerza aplico,
que el cielo a las manos niega.
  Soy mujer.

FELISARDO:

¿Pues qué quisieras?

ÁNGELA:

Ser hombre para que vieras
cómo vengaba a mi hermano,
a quien ha muerto un villano.

FELISARDO:

Con justa razón te alteras,
  ¿Cuál es, hija, de los dos?

ÁNGELA:

Don Bernardo.

FELISARDO:

¿Quién le ha muerto?

ÁNGELA:

Don Sancho.

FELISARDO:

¡Válame Dios!

ÁNGELA:

De Julia ha sido el concierto,
para casarse los dos.

FELISARDO:

  ¿Agora no estaba aquí?
Sale Ribera

RIBERA:

Julia viene a visitarte.

ÁNGELA:

¿Y entra ya?

RIBERA:

Señora, sí.

FELISARDO:

Apenas acierto a hablarte.

ÁNGELA:

Y yo estoy fuera de mí.
Salen Julia y Leonor

JULIA:

  Dame esos brazos.

ÁNGELA:

¿Qué brazos?

JULIA:

Los tuyos, con mil abrazos
tan debidos a mi amor.

ÁNGELA:

Hacellos fuera mejor
entre los brazos pedazos.

JULIA:

  ¿Qué es esto?

ÁNGELA:

¿Qué puede ser,
si el vil don Sancho por ti
mató mi hermano?

JULIA:

Es hacer,
Ángela, burla de mí.
¡Si soy de Otavio mujer!

ÁNGELA:

  ¿De Otavio, que aquí me ruega
que yo me case con él,
viéndote sin honra y ciega?

JULIA:

¿Estáis locos?

FELISARDO:

Si el cruel
velas al viento despliega,
  si al Mar del Sur, si a la Tierra
del Fuego se va a esconder,
allá le pienso hacer guerra.

ÁNGELA:

¿Tú, de don Sancho mujer?

JULIA:

Señor, esta loca encierra.

FELISARDO:

  ¿Qué he de encerrar si me han muerto,
por ti, un hijo?
Sale Federico

JULIA:

¿Por mí?

FEDERICO:

Agora
acaba de tomar puerto
mi hermano.

JULIA:

Muerto le llora
toda esta casa a concierto.
  Y así será lo demás.
-Sale don Bernardo-

BERNARDO:

Cuando más seguro estás,
me vengo a echar a tus pies.

FELISARDO:

¿Es mi hijo?

JULIA:

El mismo es,
y Guzmanillo detrás.

FELISARDO:

  ¿Es posible que sois vivos?

GUZMÁN:

No, por artificio andamos.

FELISARDO:

¿Adónde andáis fugitivos?

GUZMÁN:

Riñe un poco porque vamos…

FELISARDO:

¿Dónde?

GUZMÁN:

A rescatar cautivos.

ÁNGELA:

  ¡Qué notables confusiones!
Ya, por muertos, os tuvimos.

GUZMÁN:

Pues, para abreviar razones,
a cazar monas nos fuimos
a la sierra de Bullones.

BERNARDO:

  Todos confusos estáis.
¿Qué tenéis?, ¿qué me miráis
con ceño y desabrimiento?

JULIA:

Yo tengo un gran descontento,
del que todos me mostráis,
  y en mi vida os he de ver.

FELISARDO:

Señora, esperad, oíd.

FEDERICO:

Ángela, ¿qué puede ser?

BERNARDO:

Julia, el enojo decid.

JULIA:

¿Yo de don Sancho mujer?

FELISARDO:

  Ven, Federico, conmigo,
que la quiero acompañar.

FEDERICO:

A servirla voy contigo.


Váyase Julia, Federico
y Felisardo [y Leonor]

BERNARDO:

¿Y a mí, por qué me han de dar,
Ángela, aqueste castigo?
  Así Julia me recibe,
pero sentirá el agravio
que, en la mujer, siempre vive.
¿Qué hay, don Ángela, de Otavio?
Don Sancho todo lo prive.
  Adoro a Julia, mas soy
tan cierto que leal amigo,
que como él viva, aunque estoy
de Julia en desgracia, digo
que por contento me doy.
  ¿Qué dirás de cómo fui
y qué presto le envié?
Por su rescate me di,
que allá entre tanto quedé
y en gran peligro me vi,
  que me adoraba la mora
a quien, de esclavo, servía
don Sancho, y aun hoy me adora.

GUZMÁN:

Gracias a la industria mía,
por quien estás libre agora,
  que, transformado en tocino,
te saqué de entre los moros.

BERNARDO:

Valiome tu desatino
que, si no, por mil tesoros
no hallara a España camino.
  ¿Dónde mi don Sancho está?
Que padres y hermanos veo
y nadie gusto me da,
que sólo en él mi deseo
a su esfera y centro va.
  ¿Hase casado contigo?
¿Fuese Otavio? ¿Qué hay de nuevo?

ÁNGELA:

¡Gracia tienes con tu amigo!
Si desengañarte debo,
que es un infame te digo.

BERNARDO:

  ¡Vive Dios!, que si no fueras
mi hermana...

ÁNGELA:

Deja quimeras,
que don Sancho es un traidor,
pues con Julia trata amor.

BERNARDO:

¿Hablas, Ángela, de veras?

ÁNGELA:

  Él propio se lo ha contado
a Otavio. Y Otavio, a mí.

BERNARDO:

Otavio te habrá engañado.

ÁNGELA:

Si él mismo me dijo aquí
que está con Julia casado,
  si el no me querer hablar
ni el responder al papel
fue no poderse casar,
y agora dice el cruel
que te pretende matar,
  si me desprecia en mi cara
y de Julia dice que es,
¿son burlas?

GUZMÁN:

¡Quién tal pensara!

BERNARDO:

Don Ángela, si después
que me engañas se declara,
  ¡a qué peligro te pones!
Mira que es don Sancho Osorio
de los ínclitos varones,
que, por hecho tan notorio,
celebran tantas naciones.
  Mira…

ÁNGELA:

¡Que no hay qué mirar!
Acábame de contar
que está con Julia casado,
y aun ella no lo ha negado,
pues ¿qué se puede esperar?

BERNARDO:

  ¿Don Sancho?

GUZMÁN:

¡Ah, señor! Un día
te dije yo que no había
verdad en amigos ya.

BERNARDO:

¿Con Julia?

ÁNGELA:

¡Qué loco está!

BERNARDO:

¿Cuál hombre del hombre fía?

ÁNGELA:

  Yo me pongo a que me des
mil puñaladas después,
si esto no fuere verdad.

BERNARDO:

No hay en el mundo amistad,
todo es traición y interés.
  ¿Ha mucho que se embarcó?

ÁNGELA:

Agora de aquí partió.

BERNARDO:

Ensilla los andaluces
y carga dos arcabuces,
que honra y sangre tengo yo.
  Él irá a Coria a parar,
yo, por San Juan de Alfarache,
por tierra le he de alcanzar.

GUZMÁN:

Plega al cielo que despache
todos sus vientos la mar.
  Plega a Dios que la marea
le detenga y que no sea
ir a la sirga remedio.

BERNARDO:

Más peligros hay en medio,
como yo su traición crea.

ÁNGELA:

  Esa es muy necia porfía.

BERNARDO:

Bien nuestra amistad conforma.

GUZMÁN:

¡Mal tablazo de Tarfía!
Zozobre el barco, de forma
que muestre la quilla al día.

ÁNGELA:

  Que te desengaño advierte.

BERNARDO:

Ya voy, ya quiero creerte.
Guzmán, si aquesto es verdad,
habrá en el mundo amistad,
mas no amigo hasta la muerte.
Salen don Sancho y Rodrigo

RODRIGO:

  Aquí es forzoso parar
mientras la corriente viene.

SANCHO:

¡Oh si fuera hasta la casa
de Arlaja aquesta corriente!
Claro, cristalino río,
ansí tus ondas celebren
los ingenios milagrosos
que nacen donde tú mueres;
así, del árbol de Palas,
corones tus blancas sienes
entre perlas y corales
que las dos Indias te ofrecen;
ansí tus espaldas blancas
doradas barras sujeten,
que a tu gran señor Felipe
rindas de seis a seis meses;
así, Sevilla y Trïana
engasten eternamente
el diamante de tus aguas,
anillo de tantos reyes;
así, a la Torre del Oro
tus barcos de plata besen
y truequen flamencas urcas
sus holandas a tu nieve;
que a Sanlúcar me lleves
a ver aquel mi amigo hasta la muerte.
Si me llevas a Esperanza,
ésa misma me entretiene.
Desde allí ya pueden naves
dar velas al viento leve.
Así trueques con su sal
tus dulces aguas, que trueques
por los siglos de mil mundos,
sin que enemigos las entren;
así pues, padre de España,
Godo bien nacido, Betis,
esto de Guadalquivir
a los africanos dejes;
así en tu espejo famoso
el Sol sus cabellos peine
y se conviertan sus hebras
los tejos que a España ofreces,
que a Gibraltar me lleves
a ver aquel mi amigo hasta la muerte.
Salen don Bernardo y Guzmán con dos arcabuces

GUZMÁN:

Él es, ¿qué dudas?

BERNARDO:

No dudo.

GUZMÁN:

¿Quieres que le tire?

BERNARDO:

Tente,
o pondreme en medio yo
para que juntos nos lleves.

GUZMÁN:

Desvíate, que estás loco.

BERNARDO:

Quísele bien y no puede
persuadirse el corazón,
y el corazón nunca miente.

RODRIGO:

Señor, ¡ladrones!

SANCHO:

¿Qué dices?

RODRIGO:

Que a la defensa te aprestes.

SANCHO:

¿Es don Bernardo?

BERNARDO:

Yo soy.

SANCHO:

Pues ¿cómo aquí te apareces?,
¿es milagro?, ¿haste ofrecido
a alguna imagen?

BERNARDO:

Detente.

SANCHO:

¿Los brazos me niegas?

BERNARDO:

Sí,
¿pues no es razón que los niegue?

SANCHO:

A la cuenta de tu casa
y de hablar tu hermana vienes.

BERNARDO:

Sí vengo.

SANCHO:

Buen rostro muestras
a lo que en esto me debes.

BERNARDO:

Ella dice que traiciones…

SANCHO:

Respóndeme si las crees,
y arrojareme en el río,
sin que mi vida remedies.

BERNARDO:

No las creo.

SANCHO:

Pues los brazos…

BERNARDO:

Primero el caso me advierte.

SANCHO:

¡Brazos! Arrójome al río
sin que mi vida remedies.

BERNARDO:

Muy buen estribo has hallado.
Brava confïanza tienes.
Mis brazos quiero fïarte,
aunque me mates.

SANCHO:

Detente,
que quien sospecha de mí
esa traición, no merece
mis brazos; mas por mi honor
es bien que el caso te cuente.
Yo hallé en Sevilla trocados
los sucesos, como suelen.
Ya se casaba tu dama
con Otavio y, por hacerte
servicio, a Otavio le dije
que el casamiento no hiciese,
que yo lo estaba con Julia.
Y para lazo más fuerte
le enamoré de tu hermana
para que su esposa fuese,
de suerte que me quité
mi propio bien por tenerte
guardada a Julia hasta agora.
Y, pues lo contrario crees,
en tu vida me hables más,
que quien por locas mujeres
o por terceros traidores
sus amigos aborrece,
no merece mi amistad.

BERNARDO:

Lo mismo puede moverte,
pues pudiendo perdonarme
–como los amigos suelen–
esta falta, me castigas.

GUZMÁN:

Ea, ¿qué término es éste
entre amigos tan del alma,
entre tan honrada gente?
Dense las manos y brazos,
y esto quede para siempre,
que en Coria hay vino y ostión.
No haya más o enojareme.

BERNARDO:

¡Por abrazarte me muero!

SANCHO:

Y yo por darte mil veces
los brazos.

GUZMÁN:

Rodrigo, corre.
Di que saque vino el huésped.

SANCHO:

¿Qué hay de la mora?

BERNARDO:

Mil cosas.
Ven aquel pradillo verde
y contarete la historia

GUZMÁN:

¿Oyes, don Sancho?

SANCHO:

¿Qué quieres?

GUZMÁN:

«Arrojareme en el río,
sin que mi vida remedies».

SANCHO:

No te burles, que no sabes
lo que pierde aquel que pierde
un buen amigo.

BERNARDO:

Y más yo,
que lo soy hasta la muerte.