El general Don Pedro Santana y la anexión de Santo Domingo a España/11

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XI[editar]

Antes de llegar el autor de La gran traición al final de su ímproba tarea, quiere darnos una nueva muestra de ridículo, y sin encomendarse a la lógica ni siquiera al sentido común, exclama:

"¡Alerta, pueblos de Colombia! El León de Castilla quiere teneros a la vista."

Tranquilícese el folletista y de paso los pueblos de Colombia. El león de Castilla sabe a que atenerse respecto a este particular: a la nación española le conviene, antes que en América, aunque sin desatender ni olvidar a los hijos de este suelo privilegiado, adquirir preponderancia en Europa; dar vida al corazón antes que perderla al comunicarla toda a las extremidades. En Europa, sí; allí es donde hoy reside la cabeza y el centro del mundo; de allí parte la acción universal que imprime al mundo moral y al mundo social su movimiento; de allí, como en otro tiempo partió del Asia, parten hoy la civilización y el poder fuerte y unido.

El gobierno español, cualquiera que sea el partido que predomine hoy o mañana en la Península, tenemos en ello confianza, será bastante previsor e ilustrado para no diseminar desproporcionalmente su acción, sus fuerzas entre los pueblos de Colombia, olvidando robustecer la base principal de su poder, que, como hemos dicho arriba, consiste en adquirir preponderancia en Europa, sin dejar de tener presente los vínculos de sangre que la unen con una gran parte de la raza hermana que puebla la América. En una palabra, la España fuerte en Europa, será también, a no dudarlo, fuerte en América: influyente en el antiguo continente, será bastante poderosa para influir en los destinos del Nuevo Mundo y tender en cualquiera ocasión una mano generosa y salvadora a sus legítimos hijos.

En las presentes circunstancias, en ese estado de convulsión latente que tan hondamente agita a la vieja Europa, ¿puede juzgarse prudente que solo España aleje de aquel teatro una gran parte de su escuadra, de su ejército y de su tesoro? No; España debe concentrar allí actualmente una gran parte de sus fuerzas si quiere que su influencia pese y haga inclinar la balanza de la política europea, centro de la política universal.

Por consiguiente, la voz de alarma dada por el folletista en la falsa política que supone quiere emprender el Gobierno español, es un despropósito que cubre su obra nuevamente de ridículo.