El monstruo de los jardines/Acto I

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El monstruo de los jardines
de Pedro Calderón de la Barca
Acto I

Acto I

Dentro voces.
TODOS:

Vira al mar.

UNO:

Es inútil la porfía,
porque el viento que corre es travesía.

DOS:

Amaina la mayor.

TRES:

Iza el trinquete.

UNO:

A la driza.

DOS:

A la Escoca.

TRES:

Al chafaldete.

UNO:

Dé el Esquife en la Playa,
y el Príncipe no más a tierra vaya,
ya que abismos de yelo nos encubren.

UNOS:

Piedad dioses.

OTROS:

Piedad cielos.

LIDORO:

Piedad cielos, piedad dioses sagrados,
y si del voto que ofrecí obligados,
en este esquife este fragmento poco,
que ha sido mi delfín, la orilla toco
de esta desierta playa,
que del mar la soberbia tiene a raya,
veréis que fiel en clima tan remoto
la arena beso y revalido el voto,
pues desdicha no hay, no hay desconsuelo
que no enmiende el vivir.

(Sale LIBIO.)
LIBIO:

¡Válgame el cielo!

LIDORO:

¿Cúya esta voz ha sido?

LIBIO:

De un cofadre de Baco, que ha salido
por no hacerle traición del mar a nado,
pues el no beber agua le ha escapado.

LIDORO:

¿Libio?

LIBIO:

¿Señor?

LIDORO:

Notable es mi alegría,
viéndote vivo.

LIBIO:

Cuál será la mía.

LIDORO:

En fin, solos los dos hemos salido
a tierra.

LIBIO:

En que se ve cuán bueno ha sido,
pues vencimos los dos las amenazas
del mar, el ser los hombres calabazas.

LIDORO:

Mira si en lo fragoso de esas peñas
sendas hallas, o señas,
que de sus moradores den indicio.

LIBIO:

Ni cabaña descubro, ni edificio,
ni cosa que no advierta,
ser esta isla bárbara y desierta.

LIDORO:

Dices bien, pues sus troncos,
que de quejarse al abrigo están roncos,
mal pulidos los veo;
sus plantas sin cultura, sin aseo
sus flores, solo oyendo en ecos graves
bramar las fieras y gemir las aves,
todo dice terror, puesto que dice.

AQUILES:

(Dentro.)
¡Ay mísero de mí!, ¡ay infelice!

LIDORO:

¿Oíste una voz?

LIBIO:

Y lleno
de asombro, juzgaría que en el seno
de aquesta peña bruta
se formó su lamento

LIDORO:

Ni aquí hay gruta,
ni quiebra alguna que su dueño oculte,
si ya no es que en su centro le sepulte;
pero escuchemos otra vez, y vamos
lo intrincado rompiendo de estos ramos,
hasta saber qué voz, qué tierra es esta.

(Dentro instrumentos.)
MÚSICOS:

Venid, venid zagales,
al templo divino de Venus y Marte.

LIDORO:

Bien que este no es desierto juzgo agora;
República es entera, pues con tanta
variedad, ya se canta y ya se llora.

LIBIO:

¿A dónde no se llora y no se canta?
Bien que a mí más me espanta
aquesta voz que dice...

AQUILES:

¡Ay mísero de mí!, ¡ay infelice!

LIBIO:

...que me consuela aquella,
por más que a oposición de su querella
en conceptos repita desiguales...

MÚSICOS:

Venid, venid zagales,

[al templo divino de Venus y Marte.]
LIDORO:

Un escuadrón festivo
pisando el seno de ese escollo altivo,
ni bien mar, ni bien tierra, de su cumbre
vencer piensa la inmensa pesadumbre.

LIBIO:

Salgámosles al paso,
y informados del náufrago fracaso
que nos ha sucedido,
el susto reparemos y el vestido.

LIDORO:

Necio será quien en asombro tanto
antes crea a la música que al llanto;
y así, Libio, es mejor que, recatados,
destas peñas y troncos amparados,
un instante esperemos;
sepamos de qué gente nos valemos,
que puede ser que sea
isla que el mar en círculos rodea
de bárbaros, y más cuando advertidos
estamos de otros míseros gemidos.

LIBIO:

Pues ya llegan, escóndete y veamos,
señor, qué gente es.

LIDORO:

Incultos ramos;
mientras cobro el aliento,
sedme un rato prestado monumento.
Sepa por qué un lamento triste dice...

AQUILES:

¡Ay mísero de mí!, ¡ay infelice!

LIDORO:

Cuando festivos otros dicen graves...

MÚSICOS:

Venid, venid zagales,
al templo divino de Venus y Marte.

(Sale EL REY, ULISES, DEYDAMIA y ACOMPAÑAMIENTO.)
EL REY:

Esa eminencia que tan alta sube,
que empieza en monte y se remata en nube,
asiento es peregrino
del templo que buscamos.

ULISES:

Ya el camino
entre aspereza tanta,
la senda, nos enseña
¡aquella, ¡oh tarde!, ¡oh nunca!, vallada peña
de bruta huella, ni de humana planta!

DEYDAMIA:

Aunque su inmensa elevación espanta
por áspera que sea,
llegar al templo mi piedad desea.

ULISES:

Ven, pues, porque propicio
por ti Marte responda al sacrificio.

DEYDAMIA:

Ya te sigo, mostrando
mi obediencia.

ULISES:

Venid todos cantando,
porque admita veloces
el dios de las batallas nuestras voces;
que si su culto aprecia,
presto de Troya ha de vengarse Grecia.

MÚSICOS:

Venid, venid zagales,
[al templo divino de Venus y Marte.]
(Vanse y salen los dos.)

LIDORO:

Cielos, ¿qué es lo que veo?,
¿cuánto fue la verdad más que el deseo?
¿Viste, Libio, en tu vida
tropa más bella, escuadra más lucida,
así por la dulzura
de su canto süave,
como por la hermosura,
que honestamente grave,
reina de todas coronarle sabe?

LIBIO:

Digo que yo he quedado
atónito y pasmado,
viendo que tan extraña
gente habite esta bárbara montaña.

LIDORO:

Sigámoslos, que ya no hay que temamos
rigores, ni crueldades,
pues entre ellos deidades admiramos,
y es fuerza ser piadosas las deidades:
dónde estamos sabremos,
y cúya fue la voz cuyos extremos
nos asombró diciendo antes.

DANTEO:

(Dentro.)
¿Adónde, bella Deydamia,
tu beldad se esconde,
cuando en tanta aspereza,
sigo tu voz y pierdo tu belleza?

LIDORO:

Si la lástima, si el llanto,
para los humanos pechos
siempre cartas de favor
han sido: a esas plantas puesto.
Un peregrino del mar,
que derrotado y deshecho
aborto fue de la espuma,
os pide... Pero, ¡qué veo!

DANTEO:

¡Válgame el cielo!, ¡qué miro!
¡Señor invicto!

LIDORO:

¿Danteo?

DANTEO:

Dame tus pies.

LIDORO:

En tus brazos
he de asegurar el puesto.

DANTEO:

¿Libio?

LIBIO:

Por más que te admires,
te admiras poco.

DANTEO:

¿Qué es esto?

LIDORO:

¿Qué ha de ser? ¡Desdichas mías!
Y porque absorto y suspenso
no te embareces conmigo,
cuando yo de ti pretendo
informarme de qué tierra
es esta, cómo el desierto
destos peñascos habitas
y quién es quien vive en ellos,
con mis pesadas fortunas
te he de salir al encuentro,
por desocuparles todo
el campo a mis sentimientos.
Ya sabes que el Rey, mi padre,
prudente, advertido y cuerdo,
trató casarme en Egnido
con el divino sujeto
de Deydamia, infanta suya;
mas, ¿para qué lo refiero,
y más a ti, siendo tú
quien vino a traer los medios?

LIDORO:

Escribiste pues, que estaban
ajustados, añadiendo
de la beldad de Deydamia,
sumos encarecimientos.
Yo atento, no sé si diga
a tu fama mi deseo,
que es gran príncipe de amor,
estar uno a amar dispuesto.
Pedí licencia a mi padre,
para venir a su reino,
por ella, en persona; él
liberal me la dio, haciendo
estimación del agrado,
y de la fineza, aprecio.

LIDORO:

En un bajel pues, que pudo
ser mejor que el de Argos mesmo,
dibujado por imagen
de estrellas y de luceros,
salí una tarde de Epiro,
ufano, alegre y contento,
tanto como agora estoy
triste, confuso y suspenso;
pero no me quejo, no,
de la fortuna, aunque veo
ejecutados en mí
sus sañas; de mí me quejo,
que es merecido castigo
de quien imprudente y necio,
sin mandar al viento, fía
sus esperanzas del viento.

LIDORO:

Dichosamente apacible
me favoreció algún tiempo,
mas, ¿qué bien fundado en aire,
no se desvanece presto?
Al lobreguecer la noche
de ayer, algo más violento,
empezó a inquietar las ondas,
y todo ese vago imperio
a amotinarse, no solo
contra mí, mas contra el cielo,
pues en odio de sus luces,
gigante de agua soberbio,
se rozó con las estrellas,
montes sobre montes puestos.

LIDORO:

Tal vez puede mis desdichas
escribirlas con el dedo
en ese papel azul,
y tal en el mismo centro
escribirlas en la arena,
las dos distancias midiendo
de la sombra del abismo,
y la luz del firmamento.
Ya el rumbo pierde el piloto,
y el timonel pierde el tiento,
y en no entendidas faenas,
por mandar más obran menos.
Babilonia de las ondas
era el bajel, cuyo estruendo
de voces nos confundía,
más que aliviaba, ¡oh qué cierto
es, que donde todos mandan,
nadie obedece, y que el riesgo
mayor es cuando provee
la necesidad los puestos!

LIDORO:

Cruje el pino atormentado
de uno y otro embate; el lienzo,
de una ráfraga y de otra,
azotado cruje, haciendo
rumor como hacía gemido;
que hasta un cáñamo y un leño
parece que sienten, cuando
mal confundido el consejo,
con el acuerdo de todos,
no es de ninguno el acuerdo.

LIDORO:

En este horror, esta grima,
pasamos la noche, siendo
del marinaje el estudio,
de la náutica el precepto,
albedrío de las ondas,
hasta que el primer reflejo
nos divisó los celajes
deste monte, sucediendo
a los peligros del mar
los de la tierra; supuesto,
que a penas la lealtad quiso
que a mí el esquife pequeño
salve, cuando desbocado
bruto el bajel en aquellos
peñascos, vuelta la quilla,
fue lóbrego monumento
tan de todos, que no más
que Libio gozó del puerto.

LIDORO:

De mi venida, la causa
es esta, este mi suceso.
Dime, pues, ¿dónde he llegado?,
¿quién es el prodigio bello
que aquí habita y cómo aquí
estás tú, porque con eso
se consuelen mis desdichas,
se alivien mis sentimientos,
se cobren mis esperanzas,
y se restauren mis riesgos?

DANTEO:

Bien antes que te informara
de todo, quisiera, atento
al reparo de tu vida,
llevarte a un barco que tengo
en el mar, pero mirando
cuánto está sañudo y fiero
por una parte, y por otra,
que las dudas de mi pecho
no es posible que te den
espera, escúchame atento,
y lo tardo del abrigo
salve el informe de presto.
Llegué a Enido, efectué
los ya tratados conciertos,
di aviso al Rey mi señor,
escribite a ti lo menos
que pude y lo que más supe
de Deydamia; pero esto
no es ahora del caso, vamos
tus dudas satisfaciendo.

DANTEO:

Ya sabes cuánto ofendida
Grecia del atrevimiento
de Paris, tratando vive
de su venganza los medios;
y que todos cuantos reyes
contiene el poblado cerco,
que el archipiélago baña,
conjurados a este efecto
se han aliado, de cuyos
grandes apercibimientos
es el movedor Ulises,
a quien por valor, y ingenio,
para la guerra de Troya
da Grecia el marcial gobierno.

DANTEO:

Este, pues, a Egnido vino,
donde prevenido y cuerdo
su rey, dijo, que en la liga
no había de entrar si primero
el oráculo de Marte
no le daba avisos ciertos
de que auxiliar prometía
los militares aprestos
de aquesta guerra. Aquí, ahora
importa que más atento
me oigas, porque empieza aquí
el más extraño suceso
de cuantos guarda la fama
en los archivos del viento.
Este monte, que por todas
partes el mar ciñe, siendo
a su fortificación
foso inexpugnable, un tiempo
isla fue habitada donde
sus moradores vivieron
con política, aunque hoy
no es más que escollo desierto.

DANTEO:

La causa de despoblarse
dicen que fue, que su ameno
pensil la deidad de Tetis
tuvo por divertimiento,
a que del mar con sus ninfas
salía, y aquí Peleo,
príncipe joven, llevado
de sus amantes afectos,
forzó su hermosa beldad,
dando el robo a sus deseos
la ocasión. Ella, ofendida
del injusto atrevimiento,
el tálamo destruyó,
inundando a nieve y fuego
los edificios, los troncos,
y los vecinos, que fueron,
sin cuidar de su defensa,
cómplices de su desprecio.

DANTEO:

Desde entonces en sus grutas
diz que se oyen por momentos
tristes gemidos, de quien
la mitad responde el eco.
Nadie examinar se atreve
el ignorado portento
de una cueva que sellada
de un peñasco está, aunque dentro
en humana voz se escuchan
quejas, ansias y lamentos.
De la ruina solamente
perdonó el sagrado incendio
en la cúpula del monte
el edificio de un templo
consagrado a Marte; en él,
atropellando los miedos
de la inhabitada isla,
el rey de Egnido, Polemio,
con Deydamia y con Ulises,
nobleza y plebe del reino,
hacer quiso el sacrificio
de Marte, porque con eso
más obligado responda
al ver que a su culto atento
viene a renovar las aras
que cubrió de olvido el tiempo.
Esta es la causa de hallarnos
todos aquí.

LIDORO:

Según eso,
Deydamia es aquel hermoso
prodigio, aquel pasmo bello,
que arrebató mis sentidos,
al verla agora encubierto
de estas peñas.

DANTEO:

Es sin duda.

LIDORO:

¡Cuánto a mis fortunas debo!

DANTEO:

Pues que ya informado estás,
ven conmigo, porque luego
que te repares, señor,
vuelvas al bajar del templo
a hablar al Rey y a tu esposa.

LIDORO:

Eso no, que fuera necio
quien a vista de su dama,
y más al lance primero,
llegara con el desaire
de llegar pobre.

LIBIO:

Y qué cierto;
porque el ser pobre da un asco
tan grande que aun parecerlo
de prestado causará
en ella aborrecimiento.

DANTEO:

Pues, ¿qué has de hacer?

LIDORO:

Encubrir
mi nombre hasta que, escribiendo
a mi padre su asistencia,
me adorne de lucimientos
dignos de decir quién soy;
y así...

(Dentro terremoto.)
UNO:

(Dentro.)
¡Qué horror!

OTROS:

¡Qué portento!

OTRO:

¡Qué asombro!

OTRO:

¡Qué confusión!
(Terremoto.)

LOS TRES:

Divinos dioses, ¡qué es esto!

DANTEO:

Dentro del templo de Marte
se oyen marciales estruendos
de trabada lid.

LIDORO:

Ya el duro
terror, el monte soberbio
estremecido parece
(Terremoto.)
que se arranca de su centro.

ULISES:

¡Qué admiración tan notable!

DANTEO:

Valiente Ulises, ¿qué es eso?
(Sale ULISES asombrado.)

ULISES:

Apenas al templo entramos
cuando Marte respondiendo
al piadoso sacrificio,
prorrumpió en horrible acento:
«Troya será destrüida
y abrasada por los griegos,
si va a su conquista Aquiles
a ser homicida de Héctor.
Aquiles, humano monstruo
de aquestos montes, en ellos
un risco...». Y aquí trocada
la voz quedó, confundiendo
las señas que iba a decir,
turbados los elementos,
la tierra hablando en temblores,
en relámpagos el fuego,
el mar en roncos bramidos,
y el aire en tristes concentos;
porque otra deidad, sin duda,
(¿quién ignora que sea Venus?)
que es afecta a los troyanos,
ofendida que el agüero
el oráculo descifre,
quise con este portento
desvanecerle, pensando
que el susto, el pasmo o el miedo
nos embarece buscar
al monstruo Aquiles, queriendo
que nos le oculte el asombro
o nos le ignore el estruendo.

DANTEO:

¿Y el Rey y Deydamia?

ULISES:

Todos
admirados del suceso,
decienden ya.

LIDORO:

Nadie entienda
quién soy.

DANTEO:

Seguiré tu intento.
(Salen todos.)

EL REY:

Pues de Marte la sagrada
voz nos avisa, diciendo
que en este monte está Aquiles
y que en él el vencimiento
de Troya consiste, en tanto
que él no parezca, no debo
firmar la liga; y así,
lo más que ofrecerte puedo
es la diligencia: todos
las entrañas penetremos
deste monte en busca suya.

ULISES:

Tronco a tronco y centro a acentro,
en escuadras divididos,
sus grutas examinemos.

DANTEO:

No quede sitio, que no
le averigüe el valor nuestro.

LIDORO:

Si un extranjero, señor,
que hoy del mar, pobre, deshecho,
tomó puerto en estas rocas,
merece a tus plantas puesto,
licencia de hablar, diré
en qué parte escuché, dentro
de una roca, humanas voces.

EL REY:

El aviso te agradezco.
Llévame allá, que sin duda
es la gruta que ha descubierto
este asombro.

DEYDAMIA:

Yo he de ser
la primera que corriendo
sin ente vaya.

EL REY:

Esto no,
que es fragoso su desierto
para tus plantas; y así,
que tú te quedes te digo
con Cintia y Sirene.

DEYDAMIA:

¡Cuánto
a mi pesar te obedezco!

EL REY:

Por si la cueva otra boca
tiene, no se escape huyendo,
tú, Ulises, por esa parte
corre el monte; tú, Danteo,
por esotra; tú conmigo
ven, generoso mancebo.

ULISES:

Tú verás mi diligencia.

DANTEO:

Tú conocerás mi afecto.

EL REY:

Pues, con cualquier novedad,
volveremos ese puesto,
y para no errarle, es bien
que las voces e instrumentos
sirvan a los tres de aviso
y a ti de divertimiento;
y así, Deidamia, haz que siempre
sonando estén sus acentos.

ULISES:

Al monte.

DANTEO:

A la cumbre.

TODOS:

Al llano.

EL REY:

Ven, joven.

LIDORO:

Ya te obedezco.
Sígueme, Libio.

LIBIO:

Sí haré;
aunque para un forastero
convidarle a cazar monstruos
por mal agasajo tengo.

LIDORO:

Ven Libio. ¡Ay bella Deidamia!,
mintió tu encarecimiento.

TODOS:

(Dentro.)
Al llano, a la cumbre, al monte.

DEYDAMIA:

¡Oh, qué injustamente, cielos,
con más penas que las mías,
ocupáis mis sentimientos!

CINTIA:

¿De qué suspiras?

SIRENE:

¿Qué llora?

DEYDAMIA:

¿Las dos me preguntáis eso,
cuando a las dos el decirlo
no importa para saberlo?
¿Ignoráis que el Rey, mi padre,
tirano de mis deseos,
casarme trata en Epiro,
sabiendo de mí que tengo
por natural condición
tan grande aborrecimiento
a los hombres que no ha habido
quien me merezca un desprecio?
Y cuando no fuera tanta
esta altivez, ¿cómo puedo
dejar de sentir que un hombre,
sin vencerme los despegos,
sin sufrirme los desvíos,
haya de llamarse dueño,
introduciéndose antes
al dominio que al afecto?

CINTIA:

Las soberanas deidades
antes de nacer tuvieron
sabido para quién nacen.

DEYDAMIA:

Aun eso, esto que yo siento,
y dejando este cuidado
que aflige como primero,
¿cómo pudo no tener
otro segundo que hoy tengo?

SIRENE:

¿Qué cuidado?

DEYDAMIA:

Astrea, mi prima,
con quien en mis años tiernos
pasé la primera infancia,
sin que haya podido el tiempo
apartar los corazones;
pues aunque es verdad que puedo
asentar que de sus señas,
o poco o nada me acuerdo,
con todo, ni la han sacado
de los cariños del pecho
la ausencia ni la distancia
mantenidas del acuerdo
en el gobierno de Acaya,
donde su padre había muerto,
llamada viene de mí
a vivir conmigo, y temo
que esa pasada tormenta,
que echó a pique en estos puertos
un bajel, sea el que a ella
la traía.

LIBIO:

Los sucesos
no gustosos, mejor es
desecharlos que temerlos.

SIRENE:

Siéntate y descansa un rato,
que nosotros cantaremos,
sirviendo el canto a dos luces
de aviso y de pasatiempo.

DEYDAMIA:

Cantad, pues, mientras yo doy
treguas a mis sentimientos.

(Duérmese DEYDAMIA; mientras cantan, abre una roca AQUILES y sale a la boca.)
LAS DOS:

(Cantan.)
Desdichado del que no vive engañado.

UNO:

(Canta.)
¿Qué importa, si oyendo estoy,
Nise, tu agrado amoroso,
que tú no me hagas dichoso,
si yo pienso que lo soy?

DOS:

(Canta.)
Crédito al semblante doy,
aunque me mienta el semblante,
pues ya vivo aquel instante
en que me miente tu agrado.

LAS DOS:

Desdichado
[del que no vive engañado.]

(Sale AQUILES de pieles.)
AQUILES:

Cielos, ¿qué voz tan sonora
es la que hiere mi oído?,
¿qué nuevo pájaro ha sido
este que hoy llama a la aurora?
Todo mi vida lo ignora,
pero, ¿qué mucho, si he estado
desde que nací encerrado
en esta bóveda obscura,
sin ver del sol la luz pura,
ni qué es cielo, ni qué es prado?
La deidad que aquí me cría
y a verme de noche viene,
puesto precepto me tiene
que no salga a ver el día;
y aunque la obediencia mía
las leyes pudo guardar,
este canto singular
a romperla me resuelve:
la gruta abro por si vuelve
segunda vez a cantar.

CINTIA:

(Canta.)
Si disimula el engaño
el amor que no hay en ti,
¿qué importa haber daño en mí,
si yo no conozco el daño?

SIRENE:

(Canta.)
Nunca llegue el desengaño
pues mejor me está vivir
engañado que morir
celoso y desesperado.

LAS DOS:

Desdichado
[del que no vive engañado.]

AQUILES:

¡Qué dulce voz!, ¡qué suave!
Ya que he podido romper
la prisión, tengo de ver
qué plumas te viste ave
que robar el alma sabe.

CINTIA:

Parece que se ha dormido
Deidamia.

SIRENE:

No hagamos ruido,
que no importa el avisar,
más que el verla descansar.
(Vanse.)

AQUILES:

Ya de la cueva he salido,
y al ver del sol la luz pura,
se ciega la vista mía;
salgo a ver el claro día,
y doy con la noche obscura.
¡Qué variedad!, ¡qué hermosura
tan admirable! Y si creo
a mis noticias, no veo
cosa que como ellas sea.
¡Oh cuánto finge la idea!
¡Oh cuánto vuela el deseo!
Aquel azul resplandor,
el cielo debe de ser;
la tierra, a mi parecer,
será este hermoso verdor;
este árbol, esta flor,
ave esta; esta transparente
fuente, aquel mar... Mas, detente,
discurso, que tu voz yerra;
que esto solo es cielo, es tierra,
mar, árbol, flor, ave y fuente.

AQUILES:

Cielo, pues está adornado
del sol y de las estrellas;
tierra, pues colores bellas
su vestido han matizado;
árbol, pues de su tocado
el viento las ramas mueve;
flor, pues aljófares bebe;
mar, pues riza albas espumas;
ave, pues tremola plumas,
y fuente, pues toda es nieve.
De todo cuanto llegué
a ver, esto es en rigor
lo mejor de lo mejor:
como esta su mano fue,
¡ay Dios!, ¿me atreveré
a tocarla? Osado llego;
¡ay, que me abraso! ¡ay, que ciego
me yelo!, ¡oh áspid aleve!,
a la vista eres de nieve
y eres al tacto de fuego.

AQUILES:

Mas con tu yelo o tu ardor
tan poca daño me has hecho
que antes siento acá en el pecho
bien hallado mi dolor;
¿no tuve pena mayor
jamás, pues de gozo llena
la alma, otra vez se condena
a sentirla, discurriendo
cuál sera su gloria siendo
tan apacible su pena?
Mas, ¡hay esperanzas vanas!,
que entre las cosas que oí
a quien me ha criado aquí,
una es, ¡desdichas tiranas!,
que hay deidades soberanas,
y si aquestas son verdades,
ya con dos contrariadades
argüí en mis pareceres:
si hay deidades, tú lo eres;
si no lo eres, no hay deidades.
Y supuesto que ya aquí
tal te conoce y te adora
mi vida, tengo...

(Sale SIRENE.)
SIRENE:

Señora,
ya todos..., mas, ¡ay de mí!,
¿qué miro?

AQUILES:

No huyas así...

SIRENE:

¡Fiero monstruo!

AQUILES:

Y dime, puesto
que has hablado...

SIRENE:

Suelta presto.

AQUILES:

¿Tan grande asombro te doy?
Oye, aguarda.

SIRENE:

¡Muerta soy!
¡Valedme, dioses!

(Cáese desmayada SIRENE y despierta DEIDAMIA, y él se halla entre las dos.)
DEYDAMIA:

¿Qué es esto?
¿Quién da voces? Mas, ¡ay cielos!,
¡quién vio asombro semejante!

AQUILES:

Óyeme tú, y no te espante
mi vista ni dé recelo.

DEYDAMIA:

Viva estatua soy de yelo.

AQUILES:

Que solo saber quisiera,
en la confusión primera
de tantas dudas esquivas,
si importó, por que tú vivas,
que esotra deidad se muera.
Cuando tú sin vida estabas,
ella con vida venía;
cuando ella estatua fría,
¿tú de respirar acabas?
Dime si el alma la dabas
prestada por el instante
que no te era a ti importante;
porque siendo así, que a dos
una alma sirve, ¡por Dios!,
que mi rudeza ignorante
a tu ser ha de pedir,
que a cobrarla se resuelva,
y porque ella a sentir vuelva,
que vuelvas tú a no sentir:
no porque he de consentir,
no porque he de conseguir
más gusto en que viva aquella
que tú, siendo tú más bella,
sino porque yo al pasar,
me pueda al alma abrazar
para quedarme con ella.

DEYDAMIA:

De tu semblante feroz
el susto en horror se muda,
que no es racional tu duda,
aunque es racional tu voz;
y mi discurso veloz
se atreve a juzgar no en vano,
que hombre humano eres.

AQUILES:

Tirano
tu ser el alma imagina:
¿téngote yo por divina,
y tiénesme por humano?
Hijo soy de una deidad,
que esto solo sé de mí,
porque desde que nací
no la debo otra piedad.

(Vuelve SIRENE.)
DEYDAMIA:

Pues, ¿cómo así?

AQUILES:

La crueldad
suspende.

DEYDAMIA:

Ya en sí volvió
Sirene.

AQUILES:

¿Cómo cobró
su ser, sin faltarte a ti?
¿Tienes alma y vida?

SIRENE:

Sí.

AQUILES:

Luego, ¿no eran tuyas?

DEYDAMIA:

No.

AQUILES:

Gran autor debe de ser
el que con eterna palma
a cada cuerpo da un alma,
y una vida a cada ser;
¿quién eres tú?

SIRENE:

Una mujer.

AQUILES:

Dulce nombre: ¿tú quién eres?

DEYDAMIA:

Una mujer.

AQUILES:

¡Qué placeres
tan tiernos, tan amorosos!
¡Vive Dios que sois hermosos
animales las mujeres!
Mas, ¿cómo si viendo estoy
en las dos una excelencia,
hay tan grande diferencia
en las dos, que al veros hoy,
con igual afecto os doy
una alma que tengo bella,
y tan al contrario della
usáis, que al irla a cobrar,
tú me la vuelves a dar
y tú te quedas con ella?
¿Qué poder en ti más fuerte
puso el cielo, pues a ti
el verte me basta a mí,
y a ti no me basta el verte?
Tu hermosura me divierte,
la tuya me da pasión,
y en igual admiración,
con desiguales enojos,
tú te quedas en los ojos,
tú te entras al corazón.

SIRENE:

Señor monstruo, que hay, confieso,
en lo que va a discurrir,
muchísimo que decir,
mas yo no estoy para eso.

DEYDAMIA:

¡Muerta estoy! Estoy sin seso
al ver tanta rustiqueza,
en tan inculta belleza

SIRENE:

Huye, señora.

(Vase.)
DEYDAMIA:

No puedo,
que grillos me ha puesto el miedo.

AQUILES:

¿Por qué con tal ligereza
huyó de la vista mía?
Aunque si digo verdad,
no me hace ella soledad
si tú me haces compañía.

DEYDAMIA:

No, no te acerques, desvía.

AQUILES:

(Detiénela.)
No huyas tú, detente, espera.

DEYDAMIA:

Suelta.

AQUILES:

No haré hasta que infiera
quién vida y muerte me da.

SIRENE:

(Dentro.)
Corred, que Deidamia está
en los brazos de una fiera.

TODOS:

(Dentro.)
Acudid todos al llano.

AQUILES:

¿Qué voces aquestas son?

DEYDAMIA:

Demis gentes, cuya acción
muerte te dará.

AQUILES:

Es en vano
que tema el ser soberano
de Aquiles.

DEYDAMIA:

¿Qué es lo que oí?
¿Tú eres Aquiles?

AQUILES:

De mí
eso es todo cuanto sé.

(Detiénela y sale LIDORO.)
DEYDAMIA:

Pues ahora yo seré
la que te detenga a ti.

AQUILES:

¡Qué poco habrás menester!

DEYDAMIA:

¡Ha de toda la montaña!
(Abrázase con él.)
¿No hay quien venga a mi voz?

LIDORO:

Sí,
que perdida la esperanza
de hallar la gruta, no pierda
la de darte vida en tanta
confusión. Bárbaro monstruo,
muere a mis manos.

DEYDAMIA:

Aguarda.
Extranjero que esos mares
arrojaron a estas playas,
no lo mates, que es Aquiles.

LIDORO:

¿Qué es lo que escucho?

AQUILES:

¿Qué rabia
ha introducido en mi pecho
el ver que con él se abraza,
que es un casi aborrecerla
lo que pensé que era amarla?

LIDORO:

Tu advertencia me suspende,
no su vista me acobarda
para no darle la muerte.

AQUILES:

Pues no le tengas, aparta;
veamos si mata lidiando,
quien antes de lidiar mata.

LIDORO:

¿Tú eres Aquiles?

AQUILES:

Yo soy.

LIDORO:

Pues de esa loca arrogancia
quiero remitir el duelo
por ti y por quien me lo manda;
porque siendo como eres,
a quien destinan las sacras
deidades en ti de Grecia,
en lugar de otra venganza,
quiero ser tu amigo.

AQUILES:

Yo
no quiero; que será infamia
ser amigo con la voz
y enemigo con el alma.

LIDORO:

¿Por qué enemigo?

AQUILES:

No sé.

LIDORO:

¿Qué causa he dado?

AQUILES:

La causa,
aunque sé bien cómo es,
no sé bien cómo se llama.

DEYDAMIA:

Pues fue mía la ventura
de hallarte, y el duelo basta,
conmigo has de venir.

AQUILES:

Eso
no es posible, aunque me arrastra
tu hermosura y mi dolor.

DEYDAMIA:

Pues, ¿por qué?

AQUILES:

Porque hace falta
a una deidad por quien vivo;
y si viene y no me halla
en la prisión que rompí,
no dudo que sus venganzas
harán mi vida infelice;
y así a pesar de las ansias
que a un tiempo siento e ignoro,
adiós deidad soberana,
y agradecedme el dolor
que llevo dentro del alma.

(Vase.)
DEYDAMIA:

Oye.

LIBIO:

Aguarda.

AQUILES:

No es posible.

LIDORO:

No; lo será si le alcanza
mi velocidad. Espera,
que yo le traeré a tus plantas.

(Vase.)
DEYDAMIA:

Mal podrás, que el viento mismo
debió de darle las alas,
según penetra veloz
el monte.

(Salen todos.)
EL REY:

Hermosa Deidamia,
¿qué ha sido esto?

DEYDAMIA:

Examinar
que las dichas no las halla
quien las busca, sino quien
más empereza el buscarlas,
pues yo, que a buscar no fui
a Aquiles en esta playa,
le hallé.

ULISES:

¿De qué sabes que él
fuese?

DEYDAMIA:

De que él lo declara.

DANTEO:

¿Y dónde está?

DEYDAMIA:

Se ha ido huyendo;
mas seguidme, que aunque vaya
tras él el gallardo joven
que del mar la horrible saña
a tierra arrojó, no pienso
que le alcance, si no ataja
vuestros pasos por aquí.

(Vase.)
TODOS:
(Vanse.)


DANTEO:

Libio, pues ves que quien anda
en alcance deste monstruo,
que un Dios revela, otro guarda,
es Lidoro, ven tras él,
no suceda una desgracia.

LIBIO:

Vaya el gran Sofí, que yo
nunca fui amigo de caza
de monstruos; aun de perdices
y de conejos me cansan,
porque después de molerse
un hombre tarde y mañana,
no tray más de cuatro reales,
que es lo que cuesta en la plaza.

UNOS:

A la marina.

OTROS:

A la selva.

OTROS:

Al monte.

(Sale cayendo AQUILES.)
AQUILES:

El cielo me valga.

LIBIO:

A mí también, que no menos
lo he menester.

AQUILES:

De esas altas
peñas me dejé caer,
porque nadie me alcanzara
de cuantos me siguen: ¡cielos!,
¿en qué mi vida les cansa?

LIBIO:

¡Ay, qué tamañito monstruo!,
pero para mí este basta,
y así entre aquestas dos peñas
me esconderé mientras pasa.

AQUILES:

No soy bruto de su especie;
¿por qué me persiguen? ¿Tanta
fue la culpa de salir
tras una voz que arrebata
los sentidos? Mas, ¡ay cielos!,
que entre confusiones tantas,
el tino perdí a la gruta,
¿por dónde iré hasta encontrarla?

LIBIO:

Por donde no dé conmigo.

DEYDAMIA:

(Dentro.)
Desde aquellas peñas altas
fue por donde se arrojó.

LIBIO:

Sitiad el monte.

DANTEO:

A la playa.

ULISES:

A la marina.

EL REY:

A la selva.

AQUILES:

Pues tan en mi alcance andan,
aquesta quiebra me esconda.

LIBIO:

¿No había otra desocupada
sino esta?

AQUILES:

¿Quién está aquí?

LIBIO:

Un lobo que dio en la trampa.

AQUILES:

¿Quién eres?

LIBIO:

Iré a saberlo;
ya vuelvo.

AQUILES:

¿De qué te espantas?

LIBIO:

De poco, pues es de ti.

AQUILES:

¿Por qué?

LIBIO:

Porque tengo gana
de espantarme.

AQUILES:

Ahora conozco
que hay en las sangres distancia,
pues hay hombres que me temen,
donde hay hombres que me agravian.
Ven acá.

LIBIO:

Aquí estoy muy bien.

AQUILES:

¿Has visto en esta montaña
una boca de quien es
todo un peñasco mordaza?

LIBIO:

Pues no. Vaya usted, que a aquella
parte está.

AQUILES:

Ven tú a enseñarla.

LIBIO:

Desde aquí daré las señas.

AQUILES:

Tu temor me ha dado causa
a obligarte que conmigo
vengas, y ya con dos causas:
que por dónde voy no puedas
decir, y de paso me hagas
capaz de un dolor que ignoro.
Ven acá, ¿cómo se llama
una dulce pesadumbre,
que a un tiempo yela y abrasa
todo el corazón, corriendo
desde los ojos al alma?

LIBIO:

¿Qué habías visto?

AQUILES:

Una mujer.

LIBIO:

O todas mis ciencias faltan,
o esa pasión es amor.

AQUILES:

Luego, después de mirarla,
¿otra más fuerte pasión,
hija de aquella, hay contraria?
¿Cómo se llama?

LIBIO:

¿Qué habías
visto?

AQUILES:

Que a un hombre se abraza.

LIBIO:

Aquesos se llaman celos.

AQUILES:

¿Celos? Mientes, tú me engañas;
que no pueden celos ser
a quien una letra falta
para 'cielos' y le sobra
para ser 'infierno' tantas;
y cuando lo sean, ¿qué cura
tener pueden?

LIBIO:

Olvidarla.

AQUILES:

Dame tú un poco de olvido.

LIBIO:

Hémelo dejado en casa,
mas, si un tantico me espera
iré por él, y en volandas
de tantísimo de olvido
vendré cargado.

AQUILES:

¿Qué aguardas?
Corre veloz.

LIBIO:

Al instante
verás que vuelvo; la espalda,
mamola el seor mostrecillo.

DEYDAMIA:

Allí se mueven las ramas;
cercad el sitio.

AQUILES:

¡Ay de mí!
¿El despeñarme aun no basta
para que el centro me esconda?
Pero la fuga me valga
por esta parte.

(Sale LIDORO al paso.)
LIDORO:

Detente,
prodigiosa fiera humana,
que mía ha de ser la dicha
de que a los pies de Deidamia
vuelvas.

AQUILES:

Porque tú no logres
esa ocasión de agradarla,
no por temor, otra vez
el monte crucé.

(Sale ULISES.)
ULISES:

Aguarda,
racional humano monstruo,
ya que para mi esperanza
quiere el cielo que yo sea
quien te dedique a las aras
de Marte, para blasón
de Grecia.

AQUILES:

Pretensión vana
es parar mi curso.

(Sale DANTEO.)
DANTEO:

Espera,
prodigio destas montañas,
que mío ha de ser el triunfo.

AQUILES:

¿Dónde pueden ir mis ansias,
cercado de tantos?

(Sale EL REY.)
EL REY:

Donde
sea mía la alabanza
de tu rendimiento.

(Sale DEIDAMIA.)
DEYDAMIA:

No huyas,
sabiendo que no te agravia
quien para tu honor te busca.

AQUILES:

Eso no sé, y sé que airada
una deidad que ofendí
quedará, si no me halla
donde me dejó, y así
entre todos, las espaldas
fiadas deste peñasco
he de lidiar en demanda
de mi libertad.

TODOS:

Pues, ¿cómo
de tantos librarte aguardas?

(Toma un bastón, como arrancado de un árbol.)
AQUILES:

Muriendo y matando.

EL REY:

Date a prisión, pues que no tratas
darte a partido.

AQUILES:

Divina
(Riñen todos con él.)
deidad, ¿cómo en pena tanta
por un pequeño delito
me falta tu amor?

(Ábrese el peñasco y vese TETIS en él, y vuelve a cerrarse con AQUILES.)
TETIS:

No falta;
que este peñasco abrirá
sus pavorosas entrañas
para librarte de que
cumpla el hado su amenaza.

AQUILES:

¡Ay de quien, vivo, sepulcro
esconde sin esperanzas
de que nunca ha de volver
a ver el sol de Deidamia!

EL REY:

¡Qué prodigio!

LIDORO:

¡Qué portento!

DANTEO:

¡Qué maravilla!

ULISES:

¡Qué ansia!

DEYDAMIA:

Pues el centro de la tierra,
para escondérnosle, rasga
sus duros senos, ¿quién duda
que oculta deidad le ampara?

EL REY:

Si contra oculta deidad
humano poder no basta,
desamparemos el monte.

DANTEO:

Al mar.

LIDORO:

Al golfo.

TODOS:

A la playa.

ULISES:

Aunque todos huyan, yo
quedaré donde dé trazas
opuestas, deidad, de hallarle
donde quiera que le guardas.