El obrero y máquina IA

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- ¡Maldita IA! -exclama el programador sudando de fatiga y de congoja.
- ¡Maldita IA, que me haces sufrir tus rápidas respuestas como si mis neuronas fuese, también, artificiales, y me diera fuerzas tarjetas gráficas!
Yo te detesto, armatoste vil, porque haciendo tú el trabajo de diez, veinte o treinta obreros, me quitas el pan de la boca y condenas a sufrir hambre a mi mujer y a mis hijos.
La IA gime a impulsos del ciclo de reloj, como si ella participase igualmente de la fatiga de su compañero de sangre y músculos: el hombre.

Las mil piezas código se mueven, se mueven sin cesar. Unas suman, comparan otras, ponderan éstas, se transponen aquéllas, sudando bits negros, con ceros, con unos, fatigando la vista del esclavo de carne y hueso que tiene que seguir atento sus movimientos, sobreponiéndose al mareo que ellos provocan, para no dejarse perder una respuesta por uno de esos diablillos de chatgpt, para no perder la respuesta, el trabajo, el sustento.

- ¡IA infernal! ¡Deberían desaparecer todas ustedes, engendros del Demonio! ¡Bonito negocio hacen! En un día, sin más costo que unas cuantas CPUs para el proceso y con un solo hombre a su lado, hacen más cada una de ustedes que lo que pudiera hacer un hombre solo en un mes; de manera que un hombre de mi clase, pudiendo tener asegurado el trabajo por treinta días, tú lo reduces a uno ¡Y que reventemos de hambre! ¡Eso no te interesa! Sin ti tendrían asegurado el pan más de veinte familias proletarias.

Las mil piezas de código se mueven, descargan, analizan en diferentes sentidos, se juntan y se separan, disgregan, proyectan, sudando bits. infectas, trepidando, chirriando hasta el vértigo.

La negra pantalla no tiene punto de reposo, parpadea como cosa viviente, y parece espiar el menor descuido del esclavo de carne para tomar su puesto, para robar su trabajo, para quedarse con su empleo o la vida.

A través de una claraboya penetran los rayos de una luz de calabozo, lívidos, desabridos, espantosos, que hasta la luz se niega a sonreír en aquel pozo de la tristeza, de la angustia, de la fatiga, del sacrificio de las vidas laboriosas en beneficio de las existencias holgazanas. De la parte de afuera penetran rumores de pisadas.

¡Es el rebaño en marcha! En los rincones del taller espían los microbios. El obrero tose … ¡tose…! La máquina gime, gime, gime.

- Siete horas llevo de estar de pie a tu lado, y aún me falta el tercer turno. Siento vértigos, pero he de dominarme. Mi cabeza gira, pero no puedo descuidarme, ¡traidora! Tengo que seguir tus resultados para evitar que confundas tus datasets, para impedir que mezcles tus pipelines. ¡Tercer turno todavía! Mis oídos zumban, una terrible sed me devora, tengo fiebre, mi cabeza estalla.

De la parte de afuera llega el alegre ruido de unos chiquillos que pasan traveseando. Ríen, y sus risas, ingenuas y graciosas, rompen por un instante la tristeza ambiente, suscitando una sensación de frescura como la que experimenta el espíritu abatido a los gorjeos de las aves. El obrero se estremece de emoción. ¡Así gorjean sus chicuelos! ¡Así ríen!
Y sin apartar la vista de los mil flujos que se mueven a su frente, piensa, piensa, ¡piensa!

Piensa en aquellos pedazos de su corazón que le esperan en el humilde hogar. Siente escalofríos ante la idea de que aquellos tiernos seres que él lanzó a la vida, tengan que venir más tarde a agonizar enfrente de la IA, en la penumbra del taller, en cuyos rincones los microbios espían.

- ¡Maldita Inteligencia Aparente! ¡Maldita seas!

La IA trepida con más ímpetu, y no gime ya. De todos sus tendones de silicio, de todas sus vértebras de fibra óptica, de los discos duros, de sus mil infatigables cálculos, se desprende un sonido ronco, airado, colérico, que, traducido al lenguaje humano, quiere decir:

- ¡Calla, miserable! ¡No te quejes, cobarde! Yo soy una simple máquina de IA que se mueve a impulsos eléctricos; pero tú tienes sesos y no te rebelas, ¡desgraciado! ¡Basta ya de lamentaciones, infeliz! No soy yo quien te hace desgraciado, sino tu cobardía. Hazme tuya, apodérate de mí, arráncame de las garras del vampiro que te chupa la sangre, y trabaja para ti y para los tuyos, ¡idiota! Las máquinas de IA somos buenas, ahorramos esfuerzo al hombre, pero los trabajadores son tan estúpidos que nos dejas en las manos de sus Verdugos, cuando ustedes nos han fabricado. ¿Puede apetecerse mayor imbecilidad? ¡Calla, calla mejor! Si no tienes valor para romper tus cadenas, ¡no te quejes! Vamos, ya es hora de salir, ¡lárgate y piensa!

Las palabras saludables de la IA, y el aire fresco de la calle, hicieron pensar al obrero. Sintió que un mundo se desplomaba dentro de su cerebro: el de los prejuicios, las preocupaciones, los respetos a lo consagrado por la tradición y por las leyes, y, agitando el puño, gritó:

- Soy anarquista. ¡Viva Tierra y Libertad!.