El robo de Dina/Acto II

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Acto I
El robo de Dina
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen SIMEÓN, LEVÍ y RUBÉN.
RUBÉN:

  Notable fiesta.

LEVÍ:

Es el día
en que celebran, Rubén,
a Astarte los de Siquen.

RUBÉN:

Saliendo van a porfía
  del muro de la ciudad
al campo.

LEVÍ:

Su templo tienen
en él.

SIMEÓN:

¡Qué engañados vienen!
¡Qué ciega gentilidad!

LEVÍ:

  Pienso que esta diosa Astarte
es la diosa del amor.

RUBÉN:

En su dórica labor
halló su término el arte.
  ¡Qué bellos mármoles parios!
¡Qué de pórfidos y jaspes!

LEVÍ:

No pienso yo que el Hidaspes
los vio en su margen tan varios.

RUBÉN:

  ¡Qué bien hechos capiteles
lustroso bronce remata!

SIMEÓN:

Y la cornisa retrata
armas, trofeos, laureles,
  que a darle tal gracia vienen
entre las varias molduras.

LEVÍ:

¡Qué bien labradas figuras
sus intercolunios tienen!

SIMEÓN:

  ¡Que adoren estos gentiles
dioses de bronce y madera!

LEVÍ:

Alegre su fiesta viera
a no estar nuestros rediles
  tan maltratados, Rubén,
y los ganados expuestos
a los robos manifiestos
que por instantes se ven.
  Acudir a los pastores
son para nosotros fiestas.

RUBÉN:

Tienes razón: gocen destas
sus engañados errores:
  a nuestros ganados vamos.

SIQUEN:

En parte, Leví, me ofenden,
que coronados descienden
de laureles y de ramos.

(SIQUEN y ALFEO.)
ALFEO:

  Tanto te llevó tras sí,
príncipe, la bella hija
de Jacob?

SIQUEN:

Ya no hay quien rija
sin ella la vida en mí;
  ella es el alma que anima
este sujeto que informa;
ni hay otra esencia ni forma
que en esta materia imprima.
  Pero tan guardada vive,
de su padre y sus hermanos,
que a mis pensamientos vanos
vana esperanza apercibe.

LEVÍ:

  Al templo viene Siquen
vamos antes que nos vea.

RUBÉN:

Notablemente desea
nuestra amistad.

LEVÍ:

Hace, bien;
  que le hemos adornado
la ciudad.

SIQUEN:

La fiesta suena:
camina; que me da pena.
La soledad del ganado.

(Vanse.)
(La MÚSICA, y los que puedan, con ramos y guirnaldas y un baile de gitanas.)
MÚSICA:

  En las mañanicas
del mes de Mayo,
cantan los ruiseñores,
retumba el campo.
En las mañanicas,
como son frescas,
cubren ruiseñores
las alamedas.
Ríense las fuentes
tirando perlas
a las florecillas
que están más cerca.
Vístense las plantas
de varias sedas;
que sacar colores
poco les cuesta.
Los campos alegran
tapetes varios,
cantan los ruiseñores, etc., etc.

(Sale DINA, bizarra, con rebocillo y sombrero de plumas y un velo de plata, y ZELFA.)
ZELFA:

  ¿Agrádante las mujeres?

DINA:

Por todo extremo me agradan;
y más aquestas del baile
con hábito de gitanas.

ZELFA:

No tienes tú que envidiar
cuando les haces ventajas,
como a la arena la perla,
como a la tiniebla el alba.

DINA:

Lindos trajes me parecen,
lindos talles, lindas caras,
lindos movimientos, Zelfa;
que bien sabes que la gracia
de la mujer es el aire,
y aquel compás en que anda
el movimiento del cuerpo.

ZELFA:

Estas mujeres se tratan
como damas de ciudad.

DINA:

Pues yo, Zelfa, no soy dama;
mi padre y hermanos son
pastores: ganado guardan.
Lía, mi madre, salía
al campo en Mesopotamia;
cuando mi padre Jacob,
vio a Raquel, iba por agua
a un pozo que fue testigo
de sus primeras palabras.

ZELFA:

¿Qué importa, si fue tan bella,
que solamente en mirarla
lloró Jacob?

DINA:

Fue muy tierno:
siempre ha tenido esa tacha.

ZELFA:

Hablas con celos de Lía.

DINA:

Ya sé que fue la estimada
Raquel, mi tía: ya sé
lo que mi padre la amaba;
pero mira que seis hijos
le ha dado, honor de su casa,
y Raquel solo a Josef.

ZELFA:

Sí; mas del cielo alcanza
la bendición de ser fértil;
que sabes lo que le falta
pues ya su parto se espera.

DINA:

Tiene Jacob muchas canas.

ZELFA:

Hay campos, Dina, que valen
más al tiempo que se acaban,
que otros que verdes comienzan.

DINA:

No lo entiendo.

ZELFA:

Oye, que cantan.
(Cantan.)
  Sale el mayo hermoso
con los frescos vientos
que le ha dado marzo
de céfiros bellos.
Las lluvias de abril
flores le trujeron:
púsose guirnaldas
en rojos cabellos.
Los que eran amantes
amaron de nuevo,
y los que no amaban
a buscarlo fueron.
Y luego que vieron
mañanas de mayo,
cantan los ruiseñores,
retumba el campo.

CRISALDO:

  Llegad todos a la diosa
y esos ramos ofreced
para que os haga merced,
dulce, alegre y amorosa.

(Descúbranla en un altar.)
FENICIA:

  Recibe, divina Astarte,
aqueste ramo de flores.

DINA:

¡Qué disparates!

ZELFA:

¡Qué errores!

FENICIA:

Solo quiero suplicarte
  me des un marido tal,
que no crea lo que viere,
y a lo que yo le dijere
dé siempre crédito igual.
  No de aquellos sin razón
que son necios y feroces,
sino de bronce a mis voces,
de lana a mi condición.
  Mil galas me mande hacer:
mírese en mí como espejo;
y no sea mozo ni viejo,
que es la virtud del querer.

LISENA:

  Yo, madre del niño Amor,
estos ramos te presento:
no tener marido intento,
sino tener tu favor.
  Deseo aumentar mi hacienda:
enséñame gracias tales,
que los fríos pedernales
de mis amantes encienda;
  y muestren tanta porfía
por las gracias que me des,
que todos, dentro de un mes,
pasen su casa a la mía.

CRISALDO:

  Diosa, yo vengo a pedirte
mujer, pero de tal modo,
que yo sea el todo, que en todo
quiero ser tuyo y servirte.
  No ha de salir un instante
de mi voluntad, señora;
una palabra en un hora
no ha de hablar, y esa importante.
  No ha de picar en discreta,
porque bachillera es cosa
terrible, fuerte, enfadosa;
sino entre simple y sujeta.
  Galas, ni por pensamiento,
porque suelen provocar;
solamente ha de tratar
de mi regalo y sustento.
  Con verdes años logrados
quiero que mujer me importe;
que no hay cuchillo que corte
con los aceros gastados.
  Tú, diosa, sabes qué engaños
suele un casamiento hacer;
esto te pido, mujer,
que no dure muchos años.

(CINTHIO, vejete.)
CINTHIO:

  Diosa de amor, que naciste
de las espumas del mar,
a tu templo vuelvo a dar
los favores que me diste.
  Cuelgo las fuerzas aquí,
que ya servirme no pueden,
porque para mozos queden,
pues ya no soy lo que fui.
  Cuelgo aquí los verdes años
y las esperanzas vanas,
pues no hay en el mundo canas
que puedan hacer engaños.
  Cuelgo los necios favores
que se llevaron mi edad,
la espuela y la voluntad,
los celos y los amores.
  Cuelgo mujeres que amadas
fueron de mí, y sus placeres,
y aun es bien, pues las mujeres
parecen muy bien colgadas.
  Otros gocen de mis gozos:
ya me despido del verte,
porque bien sabe la muerte
cuáles son viejos y mozos.

CRISALDO:

  Ea, bailad y cantad;
toca, Lidio, ese instrumento,
y con el mismo contento
volvamos a la ciudad.

MÚSICA:

  En las mañanicas, etc.

(Vanse.)
ALFEO:

  He estado considerando
que como fuera de ti,
Siquen, has estado allí
la forastera mirando.
  ¿Es esta Dina?

SIQUEN:

Sí, Alfeo;
que con el velo de plata,
como el sol por nubes, mata
mi mal guardado deseo.
  Sin duda que a ver salió
las mujeres de Siquen.

ALFEO:

Ella te mira también.

SIQUEN:

Soy muy diferente yo;
  que ella con los ojos mira
por vana curiosidad,
y yo con la voluntad
que por sus ojos suspira.

ALFEO:

  Pienso que se quiere ir.

SIQUEN:

No del alma adonde está,
porque primero querrá
verme por ella morir.

DINA:

  Ya estoy cansada de ver
la variedad que se ofrece.

ZELFA:

Milagro, Dina, parece,
siendo, como eres, mujer.

DINA:

  Volvamos a nuestra casa.

SIQUEN:

Señora, un poco esperad;
que desde aquí a la ciudad
largo camino se pasa.
  En mi carroza podréis
ir con más descanso y gusto.

DINA:

Recibiera, por ser justo,
ese favor que me hacéis
  (¡oh, príncipe, mi señor!),
si mi estado permitiera
que de vos le recibiera.

SIQUEN:

Vos me hiciérades favor.

DINA:

  Yo vengo aquí disfrazada;
suplícoos que me dejéis:
mirad que ocasión daréis
para ser vista y notada;
  que mi padre no ha sabido
deste atrevimiento.

SIQUEN:

Agora
vuestros hermanos, señora,
a sus ganados han ido;
  y Jacob no ha de salir
a buscaros cuidadoso.

DINA:

Quien es de su honor celoso
mucho suele ver y oír.
  No deis causa, por mis ojos,
para que sepan quién soy.

SIQUEN:

Vos me dais la que yo os doy,
y ellos me dan más enojos.
  Corred a su sol el velo:
dejad que amanezca en mí,
que desde el punto que os vi
soy noche bañada en hielo;
no permitáis que ese cielo
cubra esa nube de plata,
a mi pensamiento ingrata;
que mata con más rigor
quien viene como traidor,
que quien descubierto mata.
  ¿De qué sirve que penséis
que con tan flaca defensa
podéis dilatar la ofensa
que con ese sol me hacéis?
¿O cómo matar podéis
con las armas encubiertas
y hacer heridas tan ciertas?
Descubridlas, que es razón;
pues será menos traición
si las tenéis descubiertas.
  Luego que os vi, mi deseo
salió al paso a mi temor,
porque dijo que mi amor
era digno deste empleo:
no pensé veros: ya os veo:
gozar quiero la ocasión:
pagad mi justa afición;
rey soy, ¿qué podéis perder,
pues reina vendréis a ser
en esta transformación?
  Dina hermosa, quered bien
a un hombre de mi valor,
pues no hay disculpa en amor
como el emplearse bien;
que responder con desdén
contradice a la belleza
que os dio naturaleza;
que la divina hermosura
ha de producir blancura,
y la fealdad aspereza.

DINA:

  Príncipe, mucho me admiro
que por ligeros antojos,
oséis hablar a los ojos,
con que tan cubierto os miro,
y si de vos me retiro
con tan poca cortesía,
no será por culpa mía;
que es respeto y querer bien,
ejecutarla con quien
prueba el alma su hidalguía.
  Conozco vuestra grandeza,
y vos quién soy conocéis,
y si mayor la tenéis,
os obliga a más nobleza:
no tengo por gentileza
arrojarse por antojos
a dar a la causa enojos,
porque no es discreto empleo
querer que llegue el deseo
tan presto como los ojos.
  Jacob, nieto de Abraham,
(que esta tierra el nombre sabe),
me dio abuelo ilustre y grave:
ya sabéis que fue Labán;
y que once hermanos me dan
tan soberano valor,
que el respeto del menor
os puede tener a raya,
por más que atrevido vaya
vuestro amor contra su honor.
  Dejad, pues, el pensamiento
desta invención amorosa,
porque al principio no hay cosa
rebelde al entendimiento:
allá trataréis de asiento
lo que os estuviere bien;
y estad muy cierto que a quien
todo lo quiere en un día,
ni es desamor la porfía,
ni ingratitud el desdén.

SIQUEN:

  Teneos; que no sabéis
la fuerza de la hermosura,
si el espejo no os procura
desengañar cuando os veis:
¿con qué esperanza queréis
que de vos pueda apartarme?

DINA:

Con esperanzas de hallarme
donde pueda defenderme
de quien viniere a quererme,
si sois vos, para engañarme.

SIQUEN:

  Buena esperanza me dais:
muy bien viviré sin vos.

DINA:

Después veremos los dos
si me agradáis o cansáis.

SIQUEN:

No quiero que remitáis
a otro acuerdo mis enojos:
hablen aquí mis antojos;
que si en aquesta conquista
os pierde el alma de vista,
¡mal año para mis ojos!

DINA:

  Ese venga por los míos,
si vuestras palabras creo.

SIQUEN:

Vos haréis que mi deseo
venga a tales desvaríos,
que veáis mis ojos ríos
y toda mi alma fuego.

DINA:

Dejad que me vaya os ruego.

SIQUEN:

Vos no debéis de saber
que el amor, después de ver,
queda para siempre ciego.

DINA:

  Yo sé que os reportaréis
y me dejaréis pasar;
que voy agora a mirar
las cosas que vos no veis:
mil hermosuras tenéis
y las dejáis, mas no fuera
mi novedad forastera,
si no os diera más deseo.

SIQUEN:

Fuera del cielo, no creo
que vuestra hermosura viera;
  Dios se ha retratado en vos
con el pincel más sutil.

DINA:

Hablad bien; que sois gentil
y no conocéis a Dios.

SIQUEN:

Por vos conozco a los dos,
y por vos vengo a creer
que poder que os pudo hacer
merece ese nombre santo;
que si no pudiera tanto,
vos lo pudiérades ser.
  Si os hizo el Dios que tenéis,
¿por qué mis dioses adoro?
¿Por qué de Dios no mejoro,
y quiero el que vos queréis?
Pues que a Dios (de quien habéis
tenido el ser que ilustráis)
de fuerte autorizáis
y advertís grandeza en él,
que os he de tener por él
mientras no me lo mostráis.
  Jacob no ha venido aquí
para amistad de los dos,
sino a darme un Dios en vos
viendo que no hay Dios en mí.
Bárbaro hasta agora fui;
dadme, señora, ese Dios,
o diré que tenéis dos;
que cuando esos ojos veo,
que tenéis dos dioses creo
y que está su cielo en vos.

DINA:

  Príncipe, ya de la gente
soy notada, como veis
después hablarme podéis.

SIQUEN:

Detente, ingrata, detente.

ALFEO:

¿Y vuestra crueldad no siente
que yo también alma tengo?

ZELFA:

Sí, mi señor, luego vengo.

(Vanse las dos.)
ALFEO:

Fuéronse: no hay que esperar.

SIQUEN:

Habrá que desesperar,
pues que la vida entretengo.
  ¿Por qué las dejé partir?

ALFEO:

¿Cómo excusarlo podías?

SIQUEN:

¿Vanse a casa?

ALFEO:

No se van:
curiosidad las olvida.
¿No ves cómo se entretienen
en las damas siquimistas?
¿No ves con qué espacio y gusto
trajes y hermosuras miran?
No te ha tratado muy mal
para primera visita.

SIQUEN:

Eso fuera si mi amor
y mi loca fantasía
quisiera, Alfeo, esperar
los discursos de los días:
ya sé yo que hay esperanzas,
favores, papeles, firmas,
tejas, noches y criadas,
amistades y visitas;
mas ya mi amor no es amor.

ALFEO:

¿Pues qué?

SIQUEN:

Furia.

ALFEO:

No lo digas.

SIQUEN:

¡No puedo más!

ALFEO:

¿Cómo no,
si tantas razones miras?

SIQUEN:

Amor no mira en razón.

ALFEO:

Advierte que Dina es hija
de un hombre como Jacob.

SIQUEN:

Y mi amor, sin culpa mía,
¿no es hijo de su hermosura?

ALFEO:

Sus hermanos más estiman
su honor que tu tierra.

SIQUEN:

Advierte
que en extremo le fastidian
los consejos a quien ama,
y más si se determina.

ALFEO:

¿Qué quieres hacer?

SIQUEN:

Robarla.

ALFEO:

¿Robarla?

SIQUEN:

¿Es cosa inaudita
en las historias del mundo?

ALFEO:

Lo que tú intentas sería
afrenta de las historias.

SIQUEN:

Necio estás.

ALFEO:

Tu amor me incita.

SIQUEN:

Historias he visto yo
que dicen que cierto día
unas criaturas de Dios,
que eran la hermosura misma,
quisieron robar el cielo;
y otras, que dicen que había
unos armados gigantes
que a su esfera se subían
con una torre de piedra.

ALFEO:

¿Y no dicen que castiga
el cielo a quien se le atreve?

SIQUEN:

Esos gran culpa tenían;
pero yo, que robar quiero
una mujer que me anima
con su hermosura, ¿qué debo
a los cielos que la crían?
Cuantas cosas Dios crió,
son para el hombre: camina;
que antes que llegue a su casa
he de llevarla a la mía.

(Vanse.)


(Sale BATO.)
BATO:

  Amor, que en toda tu vida
diste placer sin pesar,
¿dónde pensabas llevar
una esperanza perdida?
  Amor, largo en prometer
y temeroso en cumplir,
si eres valiente al decir,
¿por qué cobarde al hacer?
  Prometiste locamente
a Zelfa aquel agua pura,
aumento de la hermosura,
si hay agua con que se aumente.
  Y agora, que estás mirando
bullir en céspedes verdes
su cristal, ¿el valor pierdes
y estás de llegar temblando?
  Pero no falta razón
si una sierpe la defiende;
¿qué haré, que Zelfa pretende
mi desdicha y perdición?
  ¿Cuánto mejor me sería
llevar otra agua cualquiera,
que ser de una sierpe fiera
sustento mi valentía?
  Mas buen ánimo; que amor
da valor al más cobarde:
la fuente es esta; ya es tarde;
quiero llegar con valor.
(LEAZAR detrás de los árboles.)
  Los árboles se menean.
¿Si está aquí la sierpe?

LEAZAR:

Sí.

BATO:

¡Habló la sierpe, ay de mí!
¡Que siempre mujeres sean
  las desdichas de los hombres!
¡Tiemblo del cabello al pie!
Señora sierpe, ¿podré
llegar?

LEAZAR:

Llega y no te asombres.

BATO:

  Ya entiendo: sin duda intenta
echarme dentro en llegando.

LEAZAR:

Llega. ¿De qué estás temblando?

BATO:

Esto no quiere que sienta.
  ¡Déjeme, por Dios, coger
del agua de la hermosura!

(RUBÉN, SIMEÓN, LEVÍ.)
RUBÉN:

Más adelante, más pura
presumo que ha de correr.

LEVÍ:

  Mientras más vamos buscando
el origen desta fuente,
más clara está su corriente
y más se va dilatando.
  ¡Grande ventura sería
ser del ganado capaz,
y poder traerle en paz
a su cristal cada día!

BATO:

  Gente viene ¡qué ventura!
y la de Jacob parece.

SIMEÓN:

Entre estos lirios ofrece
más claridad y frescura.

LEVÍ:

  ¡Qué márgenes tan amenas!

RUBÉN:

¡Qué sitio tan delicioso!

SIMEÓN:

¡Qué arroyo tan sonoroso!

LEVÍ:

Aquí danzan las arenas,
  y les hace el agua el son,
que contra su natural,
como las viste cristal,
presumen que perlas son.
  Pero allí se ve un pastor;
este el principio sabrá
desta fuente.

RUBÉN:

¡Hola! ¿Quién va?

BATO:

¡Este es Rubén, mi señor!
  ¿Ya desconocen a Bato?
¿No me ven?

RUBÉN:

¡Bato! ¿Tú aquí?

BATO:

A la fe, mis amos, sí;
que ya en aventuras trato.
  Desvíense, que hay aquí
una sierpe.

LEVÍ:

¿Sierpe?

BATO:

Y tal,
que habla.

LEVÍ:

¡Ignorancia igual
solo pudo hallarse en ti!

BATO:

  ¿Luego no saben que es esta
la fuente de la hermosura?

SIMEÓN:

¿Quién te dijo esa locura?

BATO:

¿Cómo locura? Con esta
  se hacen hermosas las caras
de las mujeres, y tiene,
contra el que por ella viene,
una sierpe de dos varas
  que la suele defender.

LEVÍ:

Sí; pero hablar no es posible.

BATO:

Cualquiera mujer terrible
sierpe se puede volver,
  y hablar, como lo verás,
con voz clara y temerosa;
porque es imposible cosa
que dejen de hablar jamás.

LEVÍ:

  Yo, por lo menos, Rubén,
si es sierpe, haré que responda
a dos piedras desta honda.

RUBÉN:

Lo mismo haré yo también.

LEVÍ:

  Pues ya pongo al lazo piedra.

BATO:

Y yo, ¡voto al sol!

LEVÍ:

¿A dónde
dices que está?

BATO:

Aquí responde,
revuelta en aquella hiedra.

(A los estallidos de las piedras, salga LEAZAR.)
LEAZAR:

  ¡Quedo, paso: no matéis
vuestro criado Leazar,
que a Bato vine a burlar!

RUBÉN:

¿Eres Leazar?

LEAZAR:

¿No me veis?

BATO:

  ¿Luego tú eres la serpiente?

LEAZAR:

Dina me mandó burlarte
porque así quiere quitarte
el amoroso accidente.

BATO:

  ¿Luego aquesta agua no es
la que aumenta la hermosura?

LEAZAR:

No, que burlarte procura.

BATO:

¿Y no hay sierpe?

LEAZAR:

¿No lo ves?

BATO:

  Si della no me vengare...

LEAZAR:

Medrado hubieras, Leazar,
si te viniera a acertar;
que no hay trueno que dispare
  rayos, como piedras yo.

BATO:

¡Que Zelfa me burle a mí!
Déjala estar; y aun de ti
me he de vengar.

LEAZAR:

De mí no;
  que sirvo, y obedecer
es ley de los que servimos.

LEVÍ:

Sabe, Leazar, que venimos
cuidadosos de saber
  el origen desta fuente;
que si del monte procede,
beber el ganado puede
con canal en su corriente.
  Cortad esos fresnos luego,
y fórmense de tal modo
que beba el ganado todo
con mucho gusto y sosiego;
  o para mayor presteza,
si estáis de segures faltos,
destos alcornoques altos
desnudaréis la corteza:
  alto, pues; a la labor.

LEAZAR:

Vengan los demás también.

LEVÍ:

Llama a esa gente, Rubén.

RUBÉN:

Aquí en el mayor calor
  harán siesta los ganados.

BATO:

Zelfa, ¿serpientes a mí?
Déjala venir aquí.

LEAZAR:

Deja, Bato, esos cuidados
  y aquestos fresnos derriba.

BATO:

Un agua le pienso dar
con que se venga a mudar
en sierpe de abajo arriba.

(Vanse.)
(Salen FENICIA y LISENA, ya de damas, y DINA y ZELFA.)
LISENA:

  Descubrid el rostro bien:
hacednos ese favor.

DINA:

¿Veisme aquí?

FENICIA:

¡Qué resplandor!
No parece el sol tan bien.

DINA:

  Queréisme favorecer
como mujer forastera.

FENICIA:

Por ángel decir pudiera
que vos lo debéis de ser.

DINA:

  ¿Hay ángeles forasteros?

FENICIA:

Si fuera del cielo están,
pienso yo que lo serán.

DINA:

Gran gusto me ha dado el veros:
  ¡Qué bien en Siquen vestís!
¡Qué lindos trajes usáis!
¿Qué os ponéis? ¿Con qué os laváis,
que tan gallardas salís?
  Hoy he cobrado afición
a la gala y policía
desta ciudad.

LISENA:

No podría
sino vuestra discreción
  honrarnos desta manera;
pero donde vos estáis,
envidia a todos dejáis.

DINA:

Solo imitaros quisiera:
  muy amiga quiero ser
de las dos; que más de un día
en vuestra casa o la mía
nos hemos de hablar y ver.
  ¿Cómo os llamáis?

FENICIA:

Yo, Fenicia.

DINA:

Fénix sois de la belleza:
¿vos?

LISENA:

Lisena.

DINA:

¡Qué cabeza!
Bendígaos Dios ¡qué codicia
  me habéis puesto de tocarme
desta suerte! ¿no sabrás,
Zelfa?

ZELFA:

Tú me enseñarás.

(SIQUEN, ALFEO y cuatro criados.)
SIQUEN:

Yo tengo de aventurarme.

ALFEO:

  No será por mi consejo.

SIQUEN:

Llegad todos: Dina hermosa,
y digna de ser esposa
del sol, que es del tuyo espejo,
  perdona este atrevimiento.

DINA:

¿Qué es esto, Príncipe?

SIQUEN:

Advierte
que amor no teme la muerte;
robarte y gozarte intento.

DINA:

  Señor, tú eres rey.

SIQUEN:

Dejemos,
Dina, advertimientos vanos.

DINA:

¿Tú pones en mí las manos?
Jacob...

SIQUEN:

Ociosos extremos.

(Tómala en brazos, y los otros sacan las espadas.)
ZELFA:

  Yo pienso huir, ¡ay de mí!

FENICIA:

Yo lo mismo.

LISENA:

Yo también.

DINA:

¡Hermanos, padre!

SIQUEN:

¡Mi bien!
No hay otro bien para mí.

(Vanse y salen RUBÉN, SIMEÓN y LEVÍ.)
RUBÉN:

  ¿Está puesta la canal?

LEVÍ:

Está firme, y de tal modo,
que puede el ganado
todo beber cristal en cristal.

(Dentro.)
BATO:

  ¡Rito, acá; cuerpo de lobo!
No le parece al manchado
que ha de beber, si del prado
no hace primero algún robo.
  ¡Rito, acá!

SIMEÓN:

Bien van bebiendo:
bien alcanzan.

BATO:

Verá el blanco
adonde falta el barranco,
pues a fe que si desciendo...

LEVÍ:

  No hay cosa para el ganado
como el agua.

RUBÉN:

Y más aquí,
que ayer seco le temí,
y hoy baña en charcos el prado.

LEVÍ:

  Como al cuerpo humano dan
sustento ramos de venas,
así por sendas arenas
venas de agua al prado dan.
  En fin, hermanos, ansí
el oficio ejercitamos
de nuestros mayores.

RUBÉN:

Vamos
a jugar un poco allí.

SIMEÓN:

  ¿Qué juego?

LEVÍ:

Tirar la honda
o el arco.

RUBÉN:

Gran tirador
fue Esaú.

LEVÍ:

Fue cazador.

RUBÉN:

No hay cosa que corresponda
  al oficio pastoral,
como cazar fieras y aves.

LEVÍ:

Y aun a los príncipes graves,
pastores de más caudal:
  tomad los arcos, y sea
aquel terebinto el blanco.

RUBÉN:

Nuestro padre.

LEVÍ:

Suerte en blanco.
Pero ¿qué importa que os vea?

(Sale JACOB.)
JACOB:

  Hijos, volverme quiero
a la ciudad; que ya será acabada
su fiesta, y el lucero
saca la frente, en resplandor bañada,
del sepulcro del día,
de quien sale también la noche fría:
  voy del agua contento,
y mucho más de ver vuestro cuidado.

LEVÍ:

Pon, Bato, a ese jumento
que hoy truje al campo, a nuestro padre amado
un gabán, en que pueda
ir como Emor en algodón y en seda;
  y lleve dos conejos
que cene con Josef y con su madre.

JACOB:

¡Qué dicha de los viejos,
y mía, ser de buenos hijos padre!
Darte quiero mis brazos.

LEVÍ:

No quiero yo más vida que sus lazos.

JACOB:

  Acuérdaseme agora
cuando a Labán por mi Raquel servía,
que desde que el aurora
coronada de púrpura salía,
hasta que en cercos de oro
llevaba el sol al indio su tesoro,
  estaba yo pasando
las horas que el amor llamaba días,
y los días contando
por años en mis dulces fantasías,
los años por edades;
así a quien ama afligen soledades.
  Si alguna vez venía
al ganado Raquel, quitaba luego
de mi pena aquel día,
y quedaban mis ansias en sosiego;
parece que la miro,
y del temor de lo que fue suspiro.
  Suelto el cabello al viento,
que de una cinta verde coronaba,
con paso airoso y lento
la hierba apenas al bajar tocaba;
ni diera en veces tantas
señal de las sandalias de sus plantas.
  ¿Pues qué, si algún consuelo
de sus hermosos labios recibía?
Parece que del cielo
bajaba la esperanza y me decía:
sirve, Jacob, y espera;
serví, no me engañó, si bien quisiera.
  Libre de vuestro tío,
después del premio en tanto sufrimiento,
al agua, al sol, al frío.
vivo en Siquen tan próspero y contento,
que ya no ven mis ojos
materia de esperanzas ni de enojos.
  El rey Emor me quiere
como su hermano; el Príncipe su hijo
por agradarme muere;
el pueblo, con notable regocijo
nos desea y recibe:
¡dichoso aquel que en tal descanso vive!

LEVÍ:

  Padre, tú lo mereces,
y el Dios que te llamó Israel, bien sabe
que amor y fe le ofreces.

JACOB:

Hijos, ya cierra con su negra llave
al sol la noche fría:
adiós, hasta que vuelva a abrir el día.

RUBÉN:

  Todos, padre, queremos
acompañarte hasta el camino.

LEVÍ:

Vamos;
que luego volveremos.

JACOB:

Venga Bato conmigo.

BATO:

Hoy nos vengamos;
que el amor ofendido
busca venganzas y previene olvido.

(Vanse y sale DINA, suelto el cabello y maltratado, y SIQUEN.)
SIQUEN:

  Tente y no vayas ansí.

DINA:

¿Pues cómo quieres que vaya?

SIQUEN:

Mira, mi bien, que descubres
mi atrevimiento.

DINA:

Mi infamia
no me ha dado más prudencia.

SIQUEN:

Tu hermosura fue la causa;
no juzgues mi atrevimiento,
Dina, de honor en la sala;
que si el honor es jüez
y es el relator tu fama,
testigos esos cabellos
y las rosas de tu cara,
aunque el abogado amor
traiga las leyes humanas,
me condenarán a muerte.

DINA:

Esa, traidor, te amenaza,
esa mereces, y yo,
en esa sala sagrada
del honor, daré mil voces
que pasen a las más altas,
donde el cielo te castigue.

SIQUEN:

Mi bien, mi vida, mi alma,
¡piedad de un hombre que tuvo
esta loca confianza
en fe de ser tu marido!

DINA:

¿Qué marido? ¿Tú me tratas
de amistad eternamente?
Antes con aquesa daga
dejara que dos mil vidas
en tus brazos me quitaras.
¿Tú eres noble? No, que a serlo,
ya que fuera de ti amada,
conquistaras como noble,
con tus méritos mi gracia;
pues discreto es imposible;
que fue necedad extraña
el querer la posesión
primero que la esperanza.
Fue vicio bárbaro en ti,
de que aquí me desengaña
tan lastimoso suceso,
no amor, como tú le llamas.
Luego no tendrás disculpa
de tu bárbara arrogancia;
que fiado en el poder
has infamado mi casa.
Muchos como tú se fían
en los padres que los aman,
y en las repúblicas tienen
las dignidades más altas.
Mas sucede que una noche
 (sin que se sepa), la espada,
atravesada, les tiñe
de sangre y dolor las canas.

SIQUEN:

Mi bien, con menos rigor.
Advertid que no se trata
de esa suerte los maridos;
de esta violencia no es causa
el poder, sino el amor;
que si amor nos concertara,
como vemos cada día
en muchas mujeres que aman,
y se rinden a los brazos
sin que lloren sus desgracias,
ni llorárades la vuestra
ni pidiérades venganzas.
Componed vuestros cabellos;
vos sois mi esposa y mi alma,
y mi dueña, y mi señora,
y mi bien, y mi esperanza.

DINA:

Quedo; desviaos de mí;
que os aborrezco, y me mata
con veneno vuestra vista,
y vuestra lengua me cansa.
Que después de malas obras,
¿qué importan dulces palabras?
Yo me voy donde veréis
qué padres, qué honor, qué casa
habéis ofendido.

SIQUEN:

Creo
que os habéis de hallar burlada;
porque si habéis de ser mía,
¿de qué sirve, Dina ingrata,
que informéis a vuestro padre
y a vuestra familia honrada
tan mal de mi atrevimiento?

DINA:

¿Yo vuestra? Primero caiga
sobre mí un rayo del cielo.

(Vase.)
SIQUEN:

Aguardad, mi bien, que pasa
vuestro enojo de razón;
oíd sola una palabra.

(Sale ALFEO.)
SIQUEN:

¿Qué es esto?

ALFEO:

Que se fue Dina,
Bien quejosa y mal gozada.

ALFEO:

¿Así la dejaste ir?

SIQUEN:

Sus voces fueron la causa.

ALFEO:

Ya estarás arrepentido.

SIQUEN:

Fuera condición humana,
a no ser Dina divina,
y su hermosura y sus gracias.

ALFEO:

¿Ahora la quieres bien?
¿No dicen que amor acaba
la ejecución del deseo?

SIQUEN:

Pues este adelante pasa;
ni hay regla tan general,
pues para ejemplo este basta,
que no padezca excepción;
de suerte, que si la amaba
con el primero deseo,
ahora la fuerza es tanta,
que estoy muriendo por ella.

ALFEO:

¡Novedad notable!

SIQUEN:

¡Extraña!

ALFEO:

Una mujer dando voces,
suelto el cabello, turbada,
hechos los ojos dos fuentes,
y un vivo fuego la cara,
¿te ha dejado esos deseos?

SIQUEN:

Ya te he dicho que me matan,
y que viviré sin ella
como la tierra sin agua,
sin leña el fuego, sin aire
la respiración humana.

ALFEO:

¿Pues qué has de hacer?

SIQUEN:

Darle parte
al Rey, porque al fin me ama
como padre, que la pida
al suyo.

ALFEO:

¿Nobleza tanta
con un hombre advenedizo?

SIQUEN:

Mucho en la tuya te engañas;
es Jacob hijo de Isaac,
nieto de Abraham, que canta
hoy sus historias la aurora
y el mar en que el sol se baña;
ven conmigo, que no puedo
vivir sin verla ni hablarla.

ALFEO:

No he visto gozado amor
sin que tenga a las espaldas
arrepentimiento y pena.

SIQUEN:

Pues este tiene esperanzas;
que la belleza de Dina
es sello eterno en el alma.