El templo

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A Miguel Ángel Granado y Guarnizo




   I
Oh Deidad impasible por quien blasfemo y oro:
tu alma es como un palacio de mármol, bello y frío,
con plafones de cedros y altivas puertas de oro,
solemne y armonioso, como un templo vacío.

En diáfanos ponientes hay la gracia de un vuelo,
de leves sedas blancas, de cisnes y palomas;
y, entre las columnatas, elevan hasta el cielo
sus espiras sensuales humaredas de aromas.

La luz de un sol eterno, que sólo igualaría
el tibio resplandor que velan tus pestañas,
su claridad celeste difunde noche y día...

A las puertas de tu alma mi amor está llamando...
y el eco de su voz, se pierde en las montañas...
y, cual si comprendiera, ¡el Sol se va ocultando!

   II
Llamé a tu corazón… y no me has respondido…
Pedí a drogas fatales sus mentiras piadosas…
¡En vano! Contra ti nada puede el olvido:
¡he de seguir esclavo a tus plantas gloriosas!

Invoqué en mi vigilia la imagen de la Muerte
y del Werther germano, el recuerdo suicida…
¡Y todo inútilmente! ¡El temor de perderte
siempre ha podido más que mi horror a la vida!

Bien puedes sonreír y sentirte dichosa:
el águila a tus plantas se ha vuelto mariposa;
Dalila le ha cortado a Sansón los cabellos;

mi alma es un pedestal de tu cuerpo exquisito;
y las alas, que fueron para el vuelo infinito,
¡como alfombra de plumas están a tus pies bellos!