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Elementos de economía política: 08

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Capítulo II : Del valor.

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    • I. Propiedades del valor.
    • II. De la medida del valor.
    • III. Del valor de las cosas en moneda y del precio corriente. -Cómo se regula el precio por la oferta y el pedido. -Cómo se regula el precio por los gastos de producción.
    • IV. Del precio original.

§. III. Del valor de las cosas en moneda o del precio corriente. -Cómo se regula ese precio por la oferta y el pedido. -Cómo se regula por los gastos de producción.

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34. Desde ahora admitimos que el dinero no puede, como tampoco ningún otro producto, servir de marco, de medida del valor; pero que las propiedades de que gozan los metales preciosos son causa de que en los negocios casi siempre se convierte el valor de los productos más o menos aproximativamente en el de un número dado de piezas de oro o de plata, o bien en el de signos de cobre o de papel, que representan una determinada cantidad de aquellas piezas [1]. Esto supuesto, diremos que el valor de una cosa en dinero es lo que se llama su precio corriente, que también puede definirse así: la cantidad de moneda por la cual se puede corrientemente comprar o vender un producto.
35. En la práctica, el precio corriente oscila siempre hasta el momento en que se ponen de acuerdo el comprador y el vendedor, por la razón de que el primero ofrece siempre un poco menos, y el segundo pide siempre un poco más del precio que al fin ambos acaban por aceptar.
36. Hemos visto que no basta que una cosa sea útil para que tenga valor, y que, si esa cosa útil está al alcance de todo el mundo, nadie quiere dar nada por ella. Por otra parte, se observa que si las cosas raras son, en general, las más buscadas, es preciso, sin embargo, que satisfagan necesidades más o menos razonables, más o menos imperiosas, pues de otra suerte nadie quiere lo que para nada sirve.
Siendo así que el valor en cambio reconoce dos orígenes: 1.º, la propiedad que tienen las cosas de satisfacer nuestros deseos y nuestras necesidades, o de ser útiles; y 2.º, sus desproporciones con estas mismas necesidades; y supuesto que este valor es por su naturaleza variable Y móvil, tiempo es ya de que indiquemos las leyes de estas variaciones.
Dos han discurrido los economistas: la ley de la oferta y del pedido, y la de los gastos de producción.
37. El precio de las cosas se regula por la oferta y el pedido.
De que la misma suma de dinero, 20 pesos, por ejemplo, puede comprar cantidades desiguales de dos mercancías, verbi gracia, un kilogramo de azafrán y 500 kilogramos de trigo, es decir, 500 veces más de una que de otra, 500 veces más trigo que azafrán, se ha sacado por consecuencia:
Que una cosa es tanto más cara cuanto se ofrece menos, y tanto más barata cuanto se ofrece más.
O recíprocamente, que una cosa es tanto más cara cuanto más se pide, o tanto más barata cuanto se pide menos.
38. O en otros términos, que el valor de una cosa está en razón DIRECTA del PEDIDO que de ella se hace, y en razón INVERSA de la OFERTA que se hace de ella.
Réstanos explicar las palabras oferta y pedido. La oferta no es solamente lo que hay en el mercado, sino también todo lo que la producción puede llevar a él fácilmente. Hay un millón de medias almacenado; pero dentro de pocos días las fábricas pueden producir otro millón; ésta es la oferta. Del mismo modo el pedido no es todo lo que puede desearse, sino todo lo que razonablemente puede desearse y comprarse. Yo, posesor de un mediano caudal, pido una magnífica alfombra de Persia; si la alfombra vale algunas decenas de pesos, mi pedido es real y positivo; si vale millares de pesos, mi pedido no figura en el mercado; soy un loco, que deseo lo que no puedo comprar ni por soñación, a menos, sin embargo, de que la energía de esa necesidad me domine totalmente, de suerte que el pedido lleve en sí la idea de la necesidad modificada según las circunstancias.
39. En el fondo, la fórmula de la oferta y del pedido encierra, pues, en sí misma, dice M. Rossi, la solución del problema; pero como esa fórmula necesita comentarios, se ha buscado otra, a saber:
40. Los gastos de producción regulan el precio de las cosas.
Ricardo es el primero que ha discurrido que lo que representa mejor el precio de los productos es la suma de todos los gastos que exige la creación de cada uno de ellos. Más adelante indicaremos cómo se calculan estos gastos en la industria.
41. Para sacar esta conclusión, Ricardo se apoya en los siguientes principios: que nadie produce por el mero placer de producir; que todos los productores codician grandes ganancias, y que nadie compra sin tener los medios de comprar, ni arriba de lo que alcanzan estos medios, de donde resulta que cuando el precio de un género no reembolsa los gastos de producción, la producción de dicho género disminuye o cesa completamente: principios todos de una incontestable verdad.
42. La fórmula de Ricardo es más fácil de comprender que la de la oferta y el pedido, pero desgraciadamente es incompleta. En primer lugar, tiene el inconveniente, pequeño en verdad, de no ser aplicable a las riquezas naturales apropiadas, que tienen un valor en cambio sin haber ocasionado gastos de producción; además, supone una libertad indefinida de retracto (es decir, de comprar o no comprar) en los consumidores, y una libertad indefinida también de competencia por parte de los productores, siendo así que el trigo, por ejemplo, cualquiera que sea su precio, habrá de comprarse precisamente, lo mismo que otra multitud de productos cuyo uso nos imponen las costumbres. Por lo concerniente a los productores, la competencia puede ser indefinida en los productos fabriles; pero la producción agrícola está cimentada en la propiedad, que hasta ahora es un monopolio necesario. No hay, pues, competencia posible, en cuanto a las subsistencias, más que hasta ciertos límites. Las minas, los vinos, se hallan concentrados en ciertos puntos muy circunscritos; su producción es limitada, lo que constituye unos verdaderos monopolios naturales. Ricardo señala algunos de otro género: las obras del ingenio, un cuadro, un escrito son también monopolios. Lo es igualmente una buena posición: el hortelano de las cercanías de una capital tiene un monopolio en comparación con el de un pueblo de provincia.
43. Pero los monopolios artificiales son todavía más numerosos y variados. Los privilegios de invención, los de autor, las fincas enclavadas en ciertos recintos reservados (en las plazas de guerra, por ejemplo), las leyes que prohíben ciertos productos o los gravan a la entrada y a la salida por favorecer a ciertas industrias, los impuestos que pesan sobre tal o cual producto, son otros tantos monopolios que influyen sobre los precios, y no están comprendidos en la fórmula de Ricardo.
44. Las teorías que acabamos de exponer son hasta ahora las que mejor explican la marcha natural de las cosas, cuando se hallan abandonadas a sí mismas; sin embargo, es evidente que son muy vagas, y que el problema de una fórmula exacta y completa del precio corriente está todavía por resolver.
45. Pero en medio de los errores y de las leyes que dominan a la sociedad, sucede con mucha frecuencia que el precio recibe otras influencias además de las que resultan de los gastos de producción y de las necesidades de los consumidores. Entonces la causa accidental no obra más que mientras dura, porque la ley general va poco a poco recobrando su imperio, cuando deja de hallarse contrariada.
46. Ocurre muchas veces que la autoridad fija el precio de ciertos géneros. En este caso, el consumidor paga el producto a un precio abusivo; la operación que de esta suerte se efectúa no es ya un cambio, sino una mera traslación en beneficio del vendedor o del comprador; es lo mismo, dice M. Say, que si la autoridad expidiese un decreto concebido en estos términos: «Cada vez que compréis alguna cosa daréis al mercader, o el mercader os dará a vosotros, tal suma además del precio natural.» (Véase el párrafo siguiente.)
47. En pocas palabras, así es como puede formularse una ley de tasa o máximum, es decir, una ley que fije los precios, pasados los cuales se prohíbe la venta. Tales leyes perjudican a la producción, porque nadie quiere trabajar con pérdida; perjudican también al consumo, porque no se hallan productos que comprar, ya porque no se fabriquen, ya porque se oculten los fabricados. Los que tienen muchas facultades se surten con exceso, y los que no tienen más que unas facultades regulares no pueden surtirse de lo que necesitan. De aquí las escaseces, las crisis y las catástrofes consiguientes.
48. Otras causas fortuitas, físicas y morales pueden también influir sobre la oferta y el pedido: tales son el temor de una buena o de una mala cosecha, la moda, etc.; pero la acción de estas causas no dura más que cierto tiempo, y su influencia es tanto más fácil de prever cuanto se tienen ideas más exactas de las causas permanentes que establecen la oferta y el pedido.
En suma, debemos decir con Genovesi que el valor de las cosas, o para hablar de un modo todavía más correcto, su precio «es una relación cuyos términos fija la naturaleza y no el capricho del hombre [2]

  1. Ambas proposiciones se demostrarán en el cap. XI.
  2. Genovesi: parte segunda, cap. I.