Enrique IV: Primera parte, Acto V, Escena II

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Enrique IV
de William Shakespeare
Primera parte: Acto V, Escena II



ACTO V ESCENA II

El campamento de los rebeldes.

(Entran Worcester y Vernon)

WORCESTER.- No, Sir Ricardo, mi sobrino no debe conocer el liberal y generoso ofrecimiento del Rey.

VERNON.- Sería mejor que lo conociese.

WORCESTER.- Entonces todos estamos perdidos. No es posible, no puede ser, que el rey mantenga su palabra de amarnos. Tendrá siempre sospecha de nosotros y encontrará la ocasión de castigar esta ofensa en otras faltas. La suspición tendrá abiertos siempre sobre nosotros sus innumerables ojos, porque la traición no es más creída que el zorro, que, por más domesticado, encerrado y cuidado que sea, tendrá siempre la salvaje astucia de raza. Tengamos triste o alegre el aspecto, la cavilosidad lo interpretará mal y nos encontraremos en la situación de los bueyes en el establo, que cuanto mejor cuidados están, tanto más próxima es su muerte. La trasgresión de mi sobrino podrá ser fácilmente olvidada, teniendo por excusa la juventud y el calor de la sangre y el apodo privilegiado de Hotspur el aturdido, gobernado por sus ímpetus. Todas sus ofensas caerán sobre mí cabeza y sobre la de su padre; nosotros le hemos educado y, puesto que de nosotros ha adquirido su corrupción, nosotros, fuente de todo, pagaremos por todos. Así, pues, buen primo, ni hagáis conocer a Harry, en ningún caso, el ofrecimiento del rey.

VERNON.- Decidle lo que queráis; repetiré lo mismo. Aquí viene vuestro primo.

(Entran Hotspur y Douglas, seguidos de oficiales y soldados)

HOTSPUR.- Mi tío está de vuelta; que se ponga en libertad a milord Westmoreland. Tío, ¿qué noticias?

WORCESTER.- El rey va a daros batalla inmediatamente.

DOUGLAS.- Que lord Westmoreland le lleve nuestro cartel.

HOTSPUR.- Lord Douglas, id vos mismo a encargarle de esa comisión.

DOUGLAS.- Con gran placer y en el acto.

(Sale)

WORCESTER.- No hay en el rey ni sombra de clemencia.

HOTSPUR.- ¿Acaso la habéis pedido? ¡No lo quiera Dios!

WORCESTER.- Le hablé respetuosamente de nuestras quejas, de su juramento quebrantado. Para corregir sus yerros, de nuevo perjura lo que juró. Nos llama rebeldes, traidores y quiere castigar con su altiva espada, ese nombre odioso en nosotros.

(Vuelve Douglas)

DOUGLAS.- ¡A las armas, caballeros, a las armas! porque he arrojado un soberbio reto a la cara del rey Enrique. Westmoreland, que era nuestro rehén, se lo ha llevado; eso solo puede acelerar su ataque.

WORCESTER.- El príncipe de Gales se ha avanzado ante el rey, sobrino, y os desafia a combate singular.

HOTSPUR.- ¡Oh, si cayese solo sobre nuestras cabezas la querella y que ningún otro hombre, fuera de Harry Monmouth o yo, estuviese expuesto a exhalar el último suspiro! Decidme, decidme, ¿cómo estaba concebido su cartel? ¿Lo hace en tono de desprecio?

VERNON.- ¡No, por mi alma! Jamás oí en mi vida un reto lanzado más modestamente. Habríais creído que era un hermano desafiando a un hermano a un paso de armas corteses; os ha discernido todos los elogios que merecer puede un hombre, ensalzando vuestra gloria con elocuencia real, hablando de vuestros servicios como un panegírico, poniéndoos arriba mismo del elogio y declarando todos los elogios inferiores a vuestro valor. Luego, con verdadera nobleza, digna de un príncipe, hizo la ruborosa crítica de sí mismo y reprendió su turbulenta juventud con tal gracia, que parecía animado por dos espíritus simultáneamente, el de maestro y el de discípulo. Luego calló; pero permitidme declarar ante el mundo entero que, si sobrevive al odio de esta jornada, jamás la Inglaterra habrá tenido tan bella esperanza, tan mal interpretada en sus desvaríos.

HOTSPUR.- Pienso, primo, que te has enamorado de sus locuras; jamás oí hablar de un príncipe tan desenfrenadamente libertino. Pero, sea lo que sea, quiero antes de esta noche, estrecharlo en mis brazos de soldado, hasta ahogarlo bajo mi caricia. ¡A las armas! ¡a las armas, con prisa! Compañeros, soldados, amigos, mejor que yo, que no se hablar, exalte el sentimiento del deber vuestro ardor y entusiasmo.

(Entra un mensajero)

MENSAJERO.- Milord, una carta para vos.

HOTSPUR.- No puedo leerla ahora. Caballeros, el tiempo de la vida es muy corto, pero gastado ese breve plazo cobardemente, sería demasiado largo, aunque, cabalgando sobre la aguja de un reloj, la vida se detuviera al cabo de una hora. Si vivimos, vivimos para hollar cabezas de reyes; si morimos, ¡hermosa muerte, cuando príncipes mueren con nosotros! Ahora para nuestra conciencia, bellas son las armas, cuando se levantan por una causa justa.

(Entra otro mensajero)

MENSAJERO.- Preparaos, milord; el rey avanza rápidamente.

HOTSPUR.- Gracias le sean dadas porque me corta mi cuento; no hago profesión de elocuencia. Una palabra sola: que cada uno haga cuanto pueda. Y saco aquí mi espada, cuyo temple juro enrojecer con la mejor sangre que encuentre en los azares de este día peligroso. ¡Ahora Esperanza! ¡Percy! y adelante. Que resuenen todos los instrumentos soberbios de la guerra y abracémonos bajo ese acorde, por que, apostaría el cielo contra la tierra, que muchos de nosotros no podremos renovar esa cortesía.

(Suenan las trompetas; se abrazan y salen)