Epístola a la duquesa de Soma

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Epístola a la Duquesa de Soma
de Juan Boscán (1543)

He miedo de importunar a vuestra señoría con tantos libros. Pero ya que la importunidad no es excusa, pienso que habrá sido menos malo darla repartida en partes, porque si la una acabare de cansar, será muy fácil remedio dejar las otras. Aunque tras esto me acuerdo ahora que el cuarto libro ha de ser de las obras de Garcilaso, y este no solamente espero yo que no cansará a nadie, mas aún dará gran alivio al cansancio de los otros.

En el primero habrá vuestra señoría visto esas coplas «quiero decirlo así» hechas a la castellana. Solía holgarse con ellas un hombre muy avisado y a quien vuestra señoría debe de conocer muy bien, que es Don Diego de Mendoza. Mas paréceme que se holgaba con ellas como con niños, y así las llamaba las redondillas. Este segundo libro tendrá otras cosas hechas al modo italiano, las cuales serán sonetos y canciones, que las trovas de este arte así han sido llamadas siempre. La manera de estas es más grave y de más artificio y (si yo no me engaño) mucho mejor que la de las otras.

Mas todavía, no embargante esto, cuando quise probar a hacerlas no dejé de entender que tuviera en esto muchos reprensores. Porque la cosa era nueva en nuestra España y los nombres también nuevos, a lo menos muchos de ellos, y en tanta novedad era imposible no temer con causa, y aun sin ella. Cuanto más que luego en poniendo las manos en esto, topé con hombres que me cansaron. Y en cosa que toda ella consiste en ingenio y en juicio, no teniendo estas dos cosas más vida de cuanto tienen gusto pues cansándome había de disgustarme, después de disgustado, no tenía donde pasar más adelante. Los unos se quejaban que en las trovas de esta arte los consonantes no andaban tan descubiertos ni sonaban tanto como las castellanas; otros decían que este verso no sabían si era verso o si era prosa, otros argüían diciendo que esto principalmente había de ser para mujeres y que ellas no curaban de cosas de sustancia sino del son de las palabras y de la dulzura del consonante.

Estos hombres con estas sus opiniones me movieron a que me pusiese a entender mejor la cosa, porque entendiéndola viese más claro sus sinrazones. Y así cuanto más he querido llegar esto al cabo, discutiéndolo conmigo mismo, y platicándolo con otros, tanto más he visto el poco fundamento que ellos tuvieron en ponerme estos miedos. Y me han parecido tan livianos sus argumentos, que de solo haber parado en ellos, poco o mucho me avergüenzo y así me avergonzaría ahora si quisiese responder a sus escrúpulos. Que ¿quién ha de responder a hombres que no se mueven sino al son de los consonantes? ¿Y quién se ha de poner en pláticas con gente que no sabe qué cosa es verso, sino aquel que calzado y vestido con el consonante os entra del golpe por el un oído y os sale por el otro. Pues a los otros que dicen que estas cosas no siendo sino para mujeres no han de ser muy fundadas, ¿quién ha de gastar tiempo en responderles? Tengo yo a las mujeres por tan sustanciales, las que aciertan a sello, y aciertan muchas, que en este caso quien se pusiese a defenderlas las ofendería. Así que estos hombres y todos los de su arte, licencia tendrán de decir lo que mandaren, que yo no pretendo tanta amistad con ellos que, si hablaren mal, me ponga en trabajo de hablar bien para atajarlos. Si a éstos mis obras les parecieren duras y tuvieren soledad de la multitud de los consonantes, ahí tienen un cancionero, que acordó de llamarse general, para que todos ellos vivan y descansen con él generalmente. Y si quisieren chistes también los hallarán a poca costa.

Los que ahora a mí me queda por hacer saber a los que quisieren leer este mi libro es que no querrían que me tuviesen por tan amigo de cosas nuevas que pensasen de mí que por hacerme inventor de estas trovas, las cuales hasta ahora no las hemos visto usar en España, haya querido probar a hacerlas. Antes quiero que sepan que no yo jamás he hecho profesión de escribir esto no otra cosa ni, aunque la hiciera, me pusiera en trabajo de probar nuevas invenciones. Yo sé muy bien cuán gran peligro es escribir y entiendo que muchos de los que han escrito, aunque lo hayan hecho más que medianamente bien, si cuerdos son, se deben de haber arrepentido hartas veces. De manera que si de escribir, por fácil cosa que fuera la que hubiera de escribirse, he tenido siempre miedo, mucho más le tuviera de probar mi pluma en lo que hasta ahora nadie en nuestra España ha probado la suya. Pues si tras esto escribo y hago imprimir lo que he escrito y he querido ser el primero que ha juntado la lengua castellana con el modo de escribir italiano, esto parece que es contradecir con las obras a las palabras. A esto digo que, cuanto al escribir, ya di de ello razón bastante en el prólogo del primer libro. Cuanto al tentar el estilo de estos sonetos y canciones y otras cosas de este género, respondo: que así como en lo que he escrito nunca tuve fin a escribir sino a andarme descansando con mi espíritu, si alguno tengo, y esto para pasar menos pesadamente algunos ratos pesados de la vida, así también en este modo de invención (si así quieren llamarla) nunca pensé que inventaba ni hacía cosa que hubiese de quedar en el mundo, sino que entré en ello descuidadamente como en cosa que iba tan poco en hacerla que no había para qué dejarla de hacer habiéndola gana. Cuanto más que vino sobre habla. Porque estando un día en Granada con el Navagero, al cual por haber sido varón tan celebrado en nuestros días he querido aquí nombrarle a vuestra señoría, tratando con él en cosas de ingenio y de letras y especialmente en las variedades de muchas lenguas, me dijo por qué no probaba en lengua castellana sonetos y otras artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia. Y no solamente me lo dijo así livianamente, más aun me rogó que lo hiciese. Partí pocos días después para mi casa, y con la largueza y soledad del camino discurriendo por diversas cosas, fui a dar muchas veces en lo que el Navagero me había dicho. Y así comencé a tentar este género de verso, en el cual al principio hallé alguna dificultad por ser muy artificioso y tener muchas particularidades diferentes del nuestro. Pero después, pareciéndome quizá con el amor de las cosas propias que esto comenzaba a sucederme bien, fui poco a poco metiéndome con calor a ello.

Y así, alabándome muchas veces este mi propósito y acabándomele de aprobar con su ejemplo, porque quiso él también llevar este camino, al cabo me hizo ocupar mis ratos ociosos en esto más fundadamente. Y después, ya con su persuasión tuve más abierto el juicio, me ocurrieron cada día razones para hacerme llevar adelante lo comenzado. Vi que este verso que usan los castellanos, si un poco asentadamente queremos mirar en ello, no hay quien sepa de dónde tuvo principio. Y si él fuese tan bueno que se pudiese aprobar de suyo, como los otros que hay buenos, no habría necesidad de escudriñar quiénes fueron los inventores de él. Porque él se traería su autoridad consigo y no sería menester dársela de aquellos que le inventaron. Pero él ahora ni trae en sí cosa por donde haya de alcanzar más honra de la que alcanza, que es ser admitido del vulgo, ni nos muestra su principio con la autoridad del cual seamos obligados a hacerle honra. Todo esto se halla muy al revés en este otro verso de nuestro segundo libro, porque en él vemos, dondequiera que se nos muestra, una disposición muy capaz para recibir cualquier materia: o grave o sutil, o dificultosa o fácil, y asimismo para juntarse con cualquier estilo de los que hallamos entre los autores antiguos aprobados. De más de esto, ha dejado con su buena opinión tan gran rastro de sí por donde quiera que haya pasado, que si queremos tomarle desde aquí, donde se nos ha venido a las manos y volver con él atrás por el camino por donde vino, podremos muy fácilmente llegar hasta muy cerca de donde fue su comienzo. Y así le vemos ahora en nuestros días andar bien tratado en Italia, la cual es una tierra muy floreciente de ingenios, de letras, de juicios y de grandes escritores. Petrarca fue el primero que en aquella provincia le acabó de poner en su punto, y en éste se ha quedado y quedará, creo yo, para siempre. Dante fue más atrás, el cual usó muy bien de él, pero diferentemente de Petrarca. En tiempo de Dante y un poco antes, florecieron los provenzales, cuyas obras, por culpa de los tiempos, andan en pocas manos. De estos provenzales salieron muchos autores excelentes catalanes, de los cuales el más excelente Ausias March, en loor del cual, si yo ahora me metiese un poco, no podría tan presto volver a lo que ahora traigo entre las manos. Mas basta para esto el testimonio del señor Almirante , que después que vio una vez sus obras las hizo luego escribir con mucha diligencia y tiene el libro de ellas por tan familiar como dicen que tenía Alexandre el de Homero. Mas tornando a nuestro propósito, digo que, aun volviendo más atrás de los provenzales, hallaremos todavía el camino hecho de este nuestro verso. Porque los endecasílabos, de los cuales tanta fiesta ha hecho los latinos, llevan casi la misma arte, y son los mismos, en cuanto la diferencia de las lenguas lo sufre. Y porque acabemos de llegar a la fuente, no han sido de ellos tampoco inventores los latinos, sino que los tomaron de los griegos, como han tomado otras muchas cosas señaladas en diversas artes.

De manera que este género de trovas, y con la autoridad de su valor proprio y con la reputación de los antiguos y modernos que la han usado, es digno, no solamente de ser recibido de una lengua tan buena como es la castellana, más aun de ser en ella preferido a todos los versos vulgares. Y así pienso yo que lleva camino para serlo. Porque ya los buenos ingenios de Castilla, que van fuera de la vulgar cuenta, le aman y le siguen y se ejercitan en él tanto que, si los tiempos con sus desasosiegos no lo estorban, podrá ser que antes de mucho se duelan los italianos de ver lo bueno de su poesía transferido en España. Pero esto aún está lejos, y no es bien que nos fundemos en estas esperanzas hasta verlas más cerca. De lo que ahora los que escriben se pueden apreciar es que para sus escritos tengan un juicio de tanta autoridad como el de vuestra señoría, porque con él queden favorecidos los buenos y desengañados los malos.

Pero tiempo es que el segundo libro comience ya a dar razón de sí y entienda cómo le ha de ir con sus sonetos y canciones. Y si la cosa no sucediera tan bien como él desea, piense que en todas las artes los primeros hacen harto en empezar y los otros que después vienen quedan obligados a mejorarse.