Escena de cuentos orientales

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El Museo Universal (1869)
Escena de cuentos orientales
ESCENA DE CUENTOS ORIENTALES.

El deseo de atravesar el espacio y dominar en la región del aire, casi puede decirse que le abrigaron los primeros hombres que poblaron la tierra, los cuales bien pronto debieron abandonar la idea por imposible á poco que supiesen comparar su estructura y pesadez con la de las aves. El negocio de volar debió, pues, quedar reservado á la esfera de la imaginación, en la que por muchos siglos debieron despacharse á su gusto los poetas y enamorados, y los que llamamos impacientes ó fuguillas, que todos ellos echan de menos las alas á cada piso. Pero al lado de los poetas, centinelas avanzados del progreso, comenzaba á formarse la falange de los hombres industriosos y prácticos que habían de tratar de que hay sobre el tapete, esto es,de 12 á 15,000 reales; realizar los ensueños de la fantasía, v empeñarse en lo que se llama tapar el monte Hay que añadir que este caso es raro y no siempre favorable.

Entremos, pues. La sala está llena: sólo se admite oro. Tíranse cartas y corre el azar. Los puntos cobran ó pierden, sin que un gesto ó palabra inconveniente interrumpa la partida. En medio de esta reunión donde s? desenvuelven á cada instante las peripecias de la | cuentes desde anti mas terrible de las pasiones humanas, se podría oir el conseguido con las vuelo de una mosca: tan absoluto es el silencio. ¡Cuántos, sin embargo, se retiran desesperados!

Hablase de un padre rico, que llega algunas veces seguido de un sirviente cargado con un talego de oro limos 2.">0,000 reales). El buen padre se detiene, observa el juego, calcula y decidiéndose al fin por una carta, deposita como puesta lodo el dinero.

El banquero tira, y él escucha sin emoción , gana ó pierde con la misma sangre fria y encendiendo su cigarro, se retira.

Las fiestas de Tacubaya no tienen la misma celebridad.

Pero la maravilla digna de visitarse es la propiedad de don Manuel Escandon, deliciosa residencia rodeada de lagos y cascadas y bellísimos jardines, en que se ven todas las llores del mundo. Un jardinero jubilad.) cuida de ella, y nosotros debemos rendir aquí lio— nr-nage á la urbanidad del propietario de la villa, que hender los aires, no por virtud de encantamentos, brujerías y artes diabólicas como creían los supersticiosos de la edad media, sino por medio de aparatos inventados por el hombre, semejantes á las alas del pájaro, y tales, en fin, como el que ofrece el grabado que ponemos á la vista de nuestros lectores. Las tentativas hechas en este punto han silo freQedad remota, aunque sólo se ha das mas ó menos perfectas que se han adherido al cuerpo, sostener la rapidez de la caída; pero lograr elevarse desde el suelo progresivamente, después de dado el primer impulso, es milagro que todavía no se ha verificado, aunque estamos hoy mas próximos á lograrlo después de la invención de aparatos mas pesados que el aire que desalojan, puestos en acción por motores poderosos. Esperemos, pues, este dia fausto en que el hombre ceñirá la corona de rey de los aires, que será una de las grandes conquistas del saber humano.