Exposición que el Presidente de la República Joaquín Prieto dirige a la Nación Chilena el 18 de Septiembre de 1841

De Wikisource, la biblioteca libre.


<< Autor: José Joaquín Prieto


Exposición que el Presidente de la República Joaquín Prieto dirige a la Nación Chilena el 18 de Septiembre de 1841

(Último día de su administración)


Conciudadanos:

Hoy expira el período señalado por la constitución a la magistratura suprema que por segunda vez me hicisteis la honra de confiarme; y al dejar este elevado puesto, al dirigiros esta solemne despedida, ¡cuán grato me es contemplar el espectáculo que presenta la gran familia que he presidido diez años, y compararlo con las épocas de vicisitudes y azares que precedieron a mi administración!

¿Recordáis aquellos días de zozobra en los que nada parecía vaticinar a nuestra patria un destino más próspero que el de otros pueblos hermanos, acaso más ventajosamente colocados para gozar dignamente de la independencia en la que todos habían trabajado como en un patrimonio común? A las batallas de la independencia sucedieron las contiendas de la libertad; nueva especie de guerra, aun más fecunda de alternativas y peligros, y en la que, considerados los antecedentes y los elementos, no podía menos de parecer más difícil el triunfo de la buena causa. Que caminando a tientas hacia un objeto que divisábamos en una perspectiva lejana y confusa, nos extraviásemos a menudo; que nacidos y educados bajo influencias despóticas, tardara en echar raíces entre nosotros el principio vivificador de las instituciones republicanas, el religioso respeto a la ley; que se invocase la libertad para quebrantar la justicia o que a pretexto de cimentar el orden, se desenfrenase el poder; toda esta serie de aciertos y errores, de sucesos y desmanes, de acciones y reacciones, de luces y de sombras, era inevitable y fatal: era la condición necesaria de una regeneración política. Pero no me engaño; al que considere con ojos desapasionados la historia de una y otra lucha, la revolución chilena se presentará sin duda con caracteres peculiares y honrosos.

¿Cuál otra, con iguales dificultades, con iguales medios, con igual espacio que recorrer para el cumplimiento de sus votos?, ¿cuál otra ha sido menos mancillada de crímenes? ¿En cuál otra se han hecho más heroicos sacrificios por la independencia o se ha ensangrentado menos el ara de la libertad? No me corresponde calificar los partidos ni acusar las facciones: no soy ya el órgano de la ley, ni tengo la presunción de anticipar el fallo de la historia imparcial. Pero cualesquiera manos que la escriban, dos rasgos característicos aparecerán en la revolución chilena: la pureza de la gran mayoría, de la casi totalidad de nuestros hombres de Estado, y la lealtad no sólo de los caudillos, sino hasta de los ínfimos partidarios, a las banderas que una vez tremolaron.

Yo no justifico la persistencia en una mala causa, pero en las épocas de transición el bien y el mal se tocan, y con las intenciones más puras pueden adoptarse resoluciones funestas. Elevándonos sobre las estrechas nociones de las sectas políticas y aun sobre los fallos de las leyes humanas, que sólo juzgan la exterioridad de los hechos, reconoceremos que en el drama revolucionario la obstinación y la constancia, el hombre de la facción y el hombre de la patria, el criminal y el mártir, están separados a veces por linderos oscuros e indefinibles; y que dondequiera que aparezca devoción desinteresada y adhesión a estandartes que la fortuna ha humillado, no puede haber una total ausencia de sentimientos generosos que ennoblecen el error, y redimen hasta cierto punto el delito. Bajo este aspecto, ¿qué honroso contraste no presentan aún las escenas más tristes de la revolución chilena con las vicisitudes efímeras de otros países, en los que todo se postra ante intereses momentáneos y sórdidos; en los que una misma causa y un mismo caudillo son alternativamente entronizados y proscritos por unos mismos hombres; en los que la perfidia es doblemente horrible por su petulancia y descaro?

Al lado de aquellos caracteres generales de la revolución chilena, era natural que cada una de sus administraciones sucesivas presentase un genio y tendencia particular, según las exigencias a que debía su origen, y las circunstancias de que estaba rodeada. Cada cual tuvo su misión que desempeñar, y objetos peculiares a que proveer; progresivas a veces, y a veces reaccionarias; generalmente impulsadas por deseos vagos de mejoras de que sólo se tenían nociones confusas, y sin otro rumbo en su marcha, que la imitación de formas establecidas en otros países para la tutela de las garantías sociales. Pero me atrevo a decir (y creo que puedo hacerlo sin deprimir las cualidades eminentes de los que presidieron antes de 1830 los destinos de nuestra república), que en la planta de las instituciones, y todavía más en sus aplicaciones prácticas, no se habían tomado suficientes precauciones contra los peligros de un Estado naciente; contra la exageración de principios, que en todas partes ha traído en pos de sí la inseguridad, el desorden, la dilaceración, la inmoralidad y todos los vicios y males de una larga y a veces incurable anarquía. Nos hallábamos en una crisis que iba a decidir de la suerte futura de nuestra patria; mas por fortuna se sentía generalmente la necesidad de un orden moderador, que pusiese trabas a los elementos de disociación. La juventud de la libertad, como la de la vida, tiene visiones hermosas que la fascinan y embriagan, pero de corta duración en un pueblo naturalmente modesto y sensato. La nación pedía consejos sobrios y providencias tutelares de la seguridad del asilo doméstico. Y en el orden natural de las cosas no podía ser otro el programa de la administración que yo fui llamado a presidir.

Uno de mis primeros y más importantes trabajos fue promover la reforma de la constitución, obra necesaria, cuyo acertado desempeño atestiguan sus saludables efectos. Habíase provisto en la de 1828 a las libertades privadas, pero no se habían prevenido contingencias que en la infancia de los Estados requieren remedios extraordinarios; y en el deseo generoso de enfrenar los abusos de la autoridad, no se cuidó lo bastante de darle la energía de acción, indispensable para la estabilidad del orden público y para la expedita y regular administración de los intereses comunes. Los legisladores de 1833 se propusieron llenar este vacío, y para dar a las leyes fundamentales la conveniente armonía, incorporaron en una sola carta las provisiones subsistentes del código de 1828 y las modificaciones y adiciones que les parecieron conformes al voto nacional y a las exigencias del servicio público. Se notarán tal vez imperfecciones, se señalarán lunares en esta grande obra, como en todas las de los legisladores humanos, pero el estado venturoso en que nos encontramos ¿no es una prueba irrefragable de que sus autores correspondieron dignamente a su alta misión? Hemos visto multiplicados al infinito los ensayos de organización constitucional en las nuevas repúblicas, ¿y cuál otro puede alegar a su favor el testimonio de la experiencia? Nuestro edificio social ha descollado sereno y majestuoso en medio de tempestades que han sembrado de escombros todas las otras secciones del territorio hispanoamericano, y a su sombra no sólo se han desarrollado rápidamente los gérmenes de prosperidad material, sino la cultura del entendimiento y los goces de una civilización refinada. La libertad misma ha hecho progresos bajo el saludable influjo de las instituciones que nos rigen; porque separarla de la licencia, y sustituir lo real y lo preciso a lo aéreo y lo vago, en sus objetos y en sus producciones legales, es asegurarla, robustecerla y perfeccionarla.

Sería el colmo de la presunción pretender que ella pudiera adaptarse a todas las circunstancias, a todas las fases posibles de la sociedad, en una época que camina tan aceleradamente como la nuestra, cuando puede decirse sin exageración, que el mundo entero experimenta una rápida metamorfosis. Nuestros legisladores se consultaron, como debían, con los votos y necesidades de su época, pero dejaron consignados en su misma obra los medios de mejorarla y reformarla, siempre que la experiencia lo aconsejase. Quisieron sólo preservarla de innovaciones temerarias e inconsideradas que hubieran expuesto los más esenciales intereses del Estado a fluctuaciones perpetuas. Cada nueva legislatura introducirá en ella las correcciones que le recomienden sus predecesoras, y el cuerpo social, como el de cada individuo, tomará gradual, y por decirlo así, insensiblemente, las formas que correspondan a las circunstancias y al desenvolvimiento progresivo de su vida interior, sin soluciones violentas de continuidad que desarmen la máquina, y hagan cada vez más difícil y precaria su reconstrucción.

Por desgracia, el gobierno se vio más de una vez en el caso de emplear las medidas provistas sabiamente por la constitución para ciertos peligros; medidas que por su naturaleza no podían menos de excitar agrias quejas y dar vasto campo a declamaciones virulentas. Reposando en las puras intenciones de que yo me sentía animado, y de que sin duda participaban todos los miembros del gabinete, he arrostrado sin temor esa impopularidad momentánea, que creía compensada con usura por la aprobación de mis contemporáneos desapasionados. La moderación con que se usó de las facultades extraordinarias, es una prueba de los sentimientos rectos que impulsaron al gobierno a investirlas, como una armadura defensiva contra los ataques de agentes desorganizadores, concitados a veces por enemigos externos. Después de aquellos nublados pasajeros, la libertad brilló con nuevo esplendor, y últimamente la hemos visto sofocar la discordia, y esgrimir las armas constitucionales vigorosamente, pero sin ofensa de la ley, en la arena de los comicios y de las discusiones legislativas.

La constitución de 1833 ha señalado los vacíos principales que debían llenarse por los trabajos sucesivos de las cámaras y del gobierno para completar nuestra organización, y aunque no se han podido llenar a este respecto los votos de los legisladores, se han acopiado materiales, y se han iniciado operaciones que facilitarán no poco las tareas de las administraciones futuras. En el ramo de más extensa importancia y en el que era necesario crearlo todo, el gobierno Interior, se ha ocupado asiduamente uno de los miembros que componen el actual gabinete, y la primera parte de sus trabajos ha sido sometida al consejo de Estado y ha visto ya la luz pública. Mas en medio de estos objetos primarios que sólo era posible preparar, he dirigido mis cuidados a varios puntos, subalternos y particulares, si se quiere, pero en los que las necesidades no dejaban por eso de ser imperiosas. No quiero sombrear este cuadro recordándoos la universal inseguridad y alarma en la que se hallaba la república pocos años antes de mi elevación al gobierno, fresca está en la memoria de todos aquella época de horror, en que cada día era señalado dentro de la capital misma por más de un crimen atroz, cuyas víctimas acusaban silenciosa pero enérgicamente la creciente desmoralización del pueblo y la relajación de los resortes sociales. Poco a poco vimos desaparecer aquel ominoso estado de cosas. El número de estos crímenes en el curso del año no iguala actualmente al de los que se cometían tal vez en una sola semana, casi a vista de las autoridades constituidas para reprimirlos, que deploraban en vano el postrado vigor de las leyes. Bajo mis inmediatos predecesores se empezaron a proveer remedios para un mal tan grave, y continuados durante mi administración han esparcido sobre vuestras ciudades y campos un sentimiento general de seguridad y bienestar desconocidos en otras épocas.

Debióse este feliz suceso, en parte a la dependencia establecida entre las autoridades ejecutivas provinciales y el gobierno supremo, y en parte también a la mayor actividad y eficacia de la policía. Establecióse, como sabéis, el cuerpo de vigilantes, destinado a cuidar del orden durante el día; varios de nuestros pueblos de segundo orden han llegado a gozar del establecimiento de serenos; el número de los de la capital se ha triplicado, y se ha sujetado su servicio a reglas mucho más exactas y precisas. Mas para acercarnos en esta materia a un orden, si no perfecto, correspondiente al estado de la república bajo otros puntos de vista, hay grandes obstáculos que allanar y que resistirán muchos años a los esfuerzos del gobierno. Una población diseminada, vastos espacios de territorio, en los que sólo se ven de trecho en trecho habitaciones dispersas, cuyos moradores viven en una solitaria independencia, sin reunirse alrededor de un altar, sin oír una lección moral o religiosa, sino muy pocas veces en su vida, ofrece dificultades peculiares para el establecimiento de una policía que reprima los desórdenes, aprehenda los delincuentes y los tenga en segura custodia. Se ha hecho en esta parte cuanto era posible, aumentando los ingresos municipales de los departamentos, y excitando continuamente el celo de las autoridades subalternas, pero aún resta mucho que hacer, y es preciso resignarnos a esperar del tiempo y de la creciente prosperidad y civilización de todas las clases lo que en el estado presente admite sólo remedios parciales y un lento progreso.

Uno de los preservativos más eficaces de los delitos, a lo menos de aquellos que atacan a las personas y son particularmente alarmantes y horribles por su atrocidad y barbarie, es la difusión de la enseñanza primaria, objeto a que el gobierno se ha dedicado con empeño durante mi administración. El número de las escuelas destinadas a esta enseñanza ha crecido notablemente. Púsose desde el principio en observancia el decreto del congreso de plenipotenciarios, que ordenaba que se estableciese una escuela en cada uno de los conventos regulares, y sólo se exceptuaron aquellos que, situados en puntos donde las había, costeadas por las municipalidades, pudieron conmutar este servicio por el de mantener establecimientos literarios de otra especie, reclamados con instancia por algunos pueblos. Se han abierto otras muchas aun en parajes remotos, mediante la aplicación del ramo de vacantes mayores y menores a tan saludable y piadoso objeto, y el ejemplo del gobierno ha excitado el de otras corporaciones y el de algunos distinguidos y filantrópicos individuos, que han creado en sus haciendas preciosos planteles de educación moral y cristiana para la clase trabajadora que las cultiva. Una congregación de religiosas, dedicada especialmente a la instrucción de las niñas, ha derramado este beneficio en el pueblo de Valparaíso, y lo hace ya extensivo a Santiago, donde es de esperar que producirá, sobre una escala más amplia, efectos semejantes a favor de la moral, la religión y los hábitos laboriosos del sexo débil, tan escaso de medios de subsistencia, y tan expuesto a peligros en la clase indigente. En suma, la difusión de la enseñanza primaria en Chile, durante los diez años de mi administración, será para la posteridad imparcial una prueba inequívoca de los adelantamientos del país bajo sus auspicios, porque no puede haberlos reales y sólidos, sino en cuanto se hagan sentir en la inteligencia y las costumbres del pueblo.

Otras mejoras que tienden al mismo resultado son las relativas a la organización de los juzgados y tribunales y a la administración de justicia; objetos en los que concurren con el interés moral los materiales de la industria y comercio, que refluyen indirectamente sobre el primero. El gobierno dedicó sus desvelos a la extirpación de los vicios de nuestro sistema judicial que necesitaban de más pronta reforma, pero sin desviarse de la circunspección con que ha procedido en toda innovación importante. Tal era el abuso que se hacía de la excesiva libertad de las recusaciones; el número de casos de implicancia, llevado a un extremo indiscreto; la facilidad con que se burlaban las acciones más justas en el tortuoso laberinto de los procedimientos judiciales, y los entorpecimientos y vejaciones a que daba lugar el recurso de nulidad. Séame lícito hacer una mención especial de la ley que regla actualmente el juicio ejecutivo y los concursos de acreedores, paso importante en nuestra administración de justicia, y cuyos buenos efectos se han percibido universalmente en las transacciones mercantiles. La abolición del trámite inicial de conciliación, que retardaba sin fruto la persecución de las demandas civiles y equivalía en muchos casos a una denegación de justicia; la obligación impuesta a los jueces de fundar las sentencias; la determinación de las competencias entre las varias judicaturas, bajo reglas sencillas y precisas; las disposiciones de la ley de 29 de marzo de 1837 dirigidas a precaver la colusión o criminal indulgencia de los jueces y de los encargados del ministerio público; las relativas al cómputo del tiempo en las penas, a las visitas de cárcel, a las atribuciones judiciales de los subdelegados e inspectores, al despacho de los tribunales y juzgados, al método de subrogación para llenar el número necesario de ministros en aquéllos, a la creación de nuevos juzgados de letras y de comercio, y de un consulado en Valparaíso, a la sustanciación y decisión de los pleitos hasta cierta cuantía en los consulados de la República, y a otros varios objetos más o menos urgentes, forman a mi parecer un cúmulo de providencias benéficas, que han mejorado evidentemente la organización judicial y han hecho más expeditas las funciones de la magistratura. Para completar e incorporar esta serie de disposiciones, para darles unidad y consistencia, se preparaba un proyecto que abrazase todo el ramo de justicia, y determinase la organización definitiva de los tribunales y juzgados. Uno de los miembros más distinguidos de la administración se ocupaba en esta obra grandiosa, de cuyo plan y distribución dio él mismo cuenta a las cámaras en 1840, en la memoria del ministerio de Justicia, que entonces desempeñaba. Aunque dedicado ahora al ejercicio de otro cargo importante, no por eso ha interrumpido sus trabajos en este vasto campo, que debe ya tanto a su ilustración y celo, y es probable que ellos verán pronto la luz, y realizarán las esperanzas de la nación bajo el nuevo gobierno.

Otra obra no menos necesaria ni menos conducente a la recta dispensación de la justicia, ha tenido principio en el mío; la reunión de las leyes, dispersas ahora en varios cuerpos, masa heterogénea de disposiciones expedidas bajo la influencia de siglos, países, instituciones y costumbres, no sólo diferentes, sino de contrario genio y espíritu, la reunión, digo, de todos estos diseminados y confusos elementos, en códigos breves, regulares y coherentes, a imitación de los que han formado otros pueblos cuya legislación adolecía de iguales defectos. Las principales bases de esta obra en la parte que ha sido ya sometida a las cámaras, se fijaron en discusiones del consejo de Estado. Si su progreso y terminación corresponden a mis esperanzas, me quedará la satisfacción de haber puesto a lo menos la primera piedra de un edificio destinado, según yo concibo, a producir grandes bienes.

¿Os hablaré de los afanes del gobierno en otro departamento, ligado aún más íntimamente con la educación popular, con la propagación de sanos principios morales y religiosos, germen fecundo y primario de verdadera civilización y cultura? ¿Os hablaré de lo que ha hecho el gobierno en beneficio de la Iglesia chilena, y de su lucha constante con dificultades en varias especies para la debida participación de todas las poblaciones de esta república en la instrucción cristiana, en los sacramentos, en el culto, en los consuelos de la religión de nuestros padres? Puedo decir sin exageración que la solicitud del gobierno a este respecto se ha extendido a los más remotos ángulos de Chile; y vosotros, conciudadanos, no me negaréis la justicia de reconocer que si aún resta mucho para el cumplimiento de vuestros votos y los míos, a lo menos se ha hecho cuanto era concedido a un celo ardoroso y activo, en medio de tantos estorbos opuestos por las localidades, por la dispersión e indigencia de las poblaciones, y por el escaso número de los competentes ministros del culto. Se ha restaurado en Santiago un establecimiento de educación para remediar tan lamentable falta: se levantan otra vez de sus ruinas varios edificios sagrados que la mano del tiempo o los estragos de los terremotos habían convertido en escombros; han resonado en pueblos distantes, después de un profundo silencio, los acentos de la predicación evangélica: la iglesia de Santiago, elevada a metrópoli, goza de la dignidad e independencia que correspondían a la primera silla del Estado: se ha obtenido de la Santa Sede la creación de otros dos obispados en Coquimbo y Chiloé, y se han defendido y sostenido los derechos del Patronato, cuya custodia ha confiado la constitución a la magistratura suprema, objeto, si bien se mira, en el que no interesan menos la religión y una ilustrada piedad, que las atribuciones políticas de la soberanía nacional y el orden público.

Pasando ahora a los medios materiales de adelantamiento, ¿os hablaré de lo que ha hecho el gobierno, ya en la apertura de nuevos caminos, ya en la reparación de los antiguos, y sobre todo del que va de esta capital a Valparaíso, expuesto a desmejoras y descalabros continuos por la naturaleza del suelo y por la actividad del tráfico, que crece en una progresión asombrosa? ¿Mencionaré la protección y fomento dado por el gobierno a la sociedad de agricultura, poniéndola en posesión de una quinta a las inmediaciones de Santiago, y de los fondos necesarios para proceder a sus interesantes ensayos? ¿Os recordaré lo que se ha trabajado, ya en alentar la introducción de nuevas artes y máquinas, por medio de moderados y equitativos privilegios, ya en el arreglo de pesos y medidas, tan necesario para la comodidad y moralidad del comercio de menudeo?

¿Volveré los ojos a tantos establecimientos de beneficencia, creados los unos, y mejorados considerablemente los otros en su planta material, en su economía, y en la extensión de los bienes que derraman sobre los pueblos; desde el que recibe el niño tierno, fruto de enlaces ilícitos, o arrancado del seno maternal por la indigencia, hasta los que acogen al adulto en las enfermedades o en la destitución, y hasta los que conservan el depósito de sus restos mortales en sitios decentes y salubres? ¿Enumeraré las providencias que se han dictado, ya para exterminar el contagio de las viruelas, extendiendo el precioso preservativo de la vacuna, ya para atajar otras epidemias destructoras que accidentalmente han aparecido en varios puntos de la república; aquí para aliviar los padecimientos del hambre; allá para socorrer a provincias enteras, afligidas por terremotos espantosos? ¿Cuál es el ramo de servicio interior en el que no se hayan presentado al gobierno necesidades imperiosas, imprevistas a veces, y atendidas siempre con más o menos prontitud y eficacia, según las circunstancias y la naturaleza de los medios que le era dado emplear?

¿Contaré las mejoras dadas al cultivo de las artes y ciencias, absolutamente necesario para el digno desempeño de profesiones indispensables en una sociedad que no se resigne a la barbarie; para la acertada dirección de la enseñanza elemental y primaria; para el lustre de la religión y del gobierno; para la amenidad de las costumbres y del trato social? Cotejad, conciudadanos, lo que eran en otras épocas los establecimientos de educación, nacionales y privados, con lo que son en el día. El instituto de Santiago bastaría sólo, para probar que durante mi administración no se ha descuidado esta parte importante de las necesidades nacionales. Estudios, antes desconocidos en él o mirados con negligencia y abandono, florecen ahora, y adornan a la juventud que se educa en su recinto; primera esperanza de la patria, destinada a perfeccionar y coronar la obra de sus padres. Las ciencias médicas han empezado a cultivarse con suceso, y contarían mayor número de alumnos sobresalientes, si la muerte no hubiera arrebatado a este tierno plantel algunos de sus más distinguidos ornamentos. Se ha visto nacer y enriquecerse rápidamente un museo de historia natural, notable ya por la copia, la elección y la ordenada distribución de las especies que ofrece a la vista del curioso. Un profesor distinguido acaba de recorrer nuestras provincias, explorando sus producciones, y recogiendo datos geográficos y estadísticos; y el resultado de sus afanes, estimulados y costeados por el gobierno, ha sido un acopio cuantiosísimo de materiales para la publicación de una historia natural civil de Chile que, gracias al patriótico entusiasmo con que habéis acogido esta idea, saldrá a luz en nuestra lengua, de un modo honroso a vosotros, y útil a nuestra industria agrícola y minera, y a la difusión de esta clase de conocimientos en el suelo chileno. La biblioteca nacional, enriquecida también en cuanto lo han hecho posible otras necesidades más urgentes, se traslada a un edificio que le proporcionará más comodidad y ensanche. Y bien merecen lugar en esta reseña, aun al lado de los progresos de la capital, los que ha hecho la enseñanza literaria en las provincias, en cuanto lo han permitido los estragos de la aflictiva y destructora calamidad, a que aludí poco hace. La de Coquimbo tiene en el día un instituto floreciente en el que se cultivan con peculiar esmero las ciencias naturales más estrechamente ligadas con el beneficio de minas; y no es ésta la sola que ha visto crearse en los últimos años establecimientos de educación superior, que prometen suceso. Finalmente se ha principiado a trabajar en un plan vasto, que uniendo la educación primaria a la profesional y científica, y dando al cultivo de las letras y ciencias aplicaciones prácticas adaptadas a nuestras circunstancias y necesidades, podrá tal vez realizar cumplidamente el voto de la gran convención.

Pasando de aquí al departamento de Hacienda, ¡cuán fácil me sería extenderme, presentándoos una individual enumeración de lo que se ha hecho, y de los prósperos resultados con que el gobierno ha visto coronados sus esfuerzos en este ramo, que al principio de mi administración era un caos confuso y deforme! Un erario naturalmente escaso, y cuyos recursos, aun con el auxilio de los extraordinarios, creados por el patriotismo y por la imperiosa ley de la necesidad, no bastaban a los ingentes consumos de nuestro ejército y escuadra durante la guerra de la independencia; agobiado desde entonces de una enorme deuda interior, que se agravó después, cuando para cubrir las más precisas atenciones del servicio público se cercenaron los pagos al ejército, a los empleados civiles y a los contratistas; y abrumado posteriormente con las onerosas obligaciones de un empréstito extranjero de cinco millones de pesos, que por desgracia se invirtieron en objetos de los que no sacó ningún provecho el Estado, atravesó penosamente las conmociones interiores que afligieron y despedazaron la república, haciéndose cada día más grave su carga, más insuficientes sus ingresos, más viciosa y desordenada su administración bajo gobiernos inestables, que asaltados de continuas necesidades, sólo podían acallarlas momentáneamente con arbitrios ruinosos. Tal era el estado fiscal de la república hacia la época de mi elevación a la presidencia. Así, después de la paz interior, el arreglo de la hacienda era el más urgente, y al mismo tiempo el más difícil y espinoso de los objetos a que debía consagrar mis desvelos.

Clasificadas las deudas del erario en atrasadas y corrientes, se ordenó que se cubriesen éstas en dinero, y se mandó pagar las atrasadas en libranzas contra documentos de aduana, haciendo previa entrega de una cuota de la deuda negociada, que se incluía en el valor del respectivo libramiento. Por este medio se facilitó la amortización de grandes sumas de la deuda interior flotante, contratada por las administraciones precedentes, y se empezaron a cubrir con regularidad los gastos del servicio público. Merced al cumplimiento religioso de sus convenios, el crédito del gobierno salió gradualmente de la vergonzosa depresión en que yacía, y si tuvo que contraer nuevos pactos, pudo ya hacerlo bajo condiciones equitativas: sus letras obtuvieron la preferencia debida a la exactitud y buena fe de los pagos, y los billetes de la caja de amortización subieron rápidamente en el mercado. Dedicóse al mismo tiempo el gobierno a mejorar, o diré más bien, a refundir la legislación de hacienda, porque se trataba, no sólo de corregir, sino de organizar y crear. Una visita de las oficinas fiscales, limitada al principio a los departamentos del norte y extendida después a toda la república, suministró datos, desterró abusos, y contribuyó a preparar las extensas reformas que más adelante se llevaron a cabo. Diéronse nuevas reglas a las aduanas; se dictaron leyes importantes sobre almacenes de depósito y comercio de tránsito, sobre derechos de importación y exportación, sobre derechos de puerto y cabotaje, sobre tarifas y avalúos; en la ley de comisos se dio un necesario complemento a la ordenanza de aduanas; la ley de navegación deslindó los privilegios de nuestra marina mercante y las condiciones necesarias para gozarlos, y se expidieron otras disposiciones parciales que mejoraron la economía de varios ramos de hacienda. Rayó así la luz en aquel enmarañado laberinto de leyes inconexas, contradictorias, envueltas a veces en oscuridades que se prestaban a interpretaciones arbitrarias y prácticas opuestas. La introducción de la moneda de cobre facilitó y multiplicó los cambios; la traslación de algunas aduanas interiores a los puertos quitó al tráfico mercantil superfluas trabas; y al paso que se hicieron en todos los ramos de hacienda cuantiosas economías, se abolieron odiosas gabelas, y se sustituyó a ellas una contribución mejor entendida e infinitamente menos gravosa al pueblo y a la industria. El reconocimiento y la amortización de la deuda interior dieron asimismo materia a medidas legislativas de una importancia reconocida. La entrega de un diez por ciento sobre el valor de los créditos consolidados, cantidad que se agregaba al capital, y cobraba intereses con él, fue una medida, que sin imponer un pesado gravamen a los particulares, proporcionó a la hacienda nacional un recurso extraordinario, oportunísimo durante la guerra contra la confederación Perú -Boliviana. Ni es justo olvidar en esta breve reseña las providencias que han sacado a la casa de moneda del estado de decadencia en que se hallaba; las que se han dirigido a mejorar la organización y hacer más expeditas las funciones de la contaduría mayor, y las que últimamente han tenido por objeto abreviar el despacho de la aduana de Valparaíso, inmensamente recargada por un efecto del vuelo asombroso que ha tomado el comercio. Y en medio de tan multiplicadas atenciones se construyó el hermoso edificio de la aduana de Valparaíso, y se han agregado después a ella espaciosos y bien situados almacenes, cuya capacidad aún no está en proporción con la progresiva actividad de las importaciones marítimas, tan superior ha sido su incremento a nuestras esperanzas y cálculos.

Mientras todo esto, se hacía, y en medio de los conflictos de la guerra exterior, la regularidad en el pago de los sueldos del ejército y de todos los empleados de la república, y el cumplimiento religioso de las otras obligaciones que se ha impuesto la nación respecto de las acreencias internas, no se han interrumpido un momento. La deuda del seis por ciento, la del tres por ciento, reconocida y consolidada en la caja del crédito público, y la del cuatro por ciento creada para subvenir en parte a las necesidades de la última guerra, han seguido satisfaciéndose con la mayor exactitud, y el valor de los fondos públicos ha subido en una progresión continua y rápida. Y entretanto se han pagado en dinero efectivo los descuentos a empleados, los réditos de capitales consolidados por cédula de 1804, el montepío de viudas, y las pensiones atrasadas que se debían desde 1817 hasta 1830, y que no se comprendieron en la consolidación de la deuda interior. De manera que, exceptuado las acciones litigiosas de que conocen los tribunales, no hay demanda alguna perteneciente a nuestra administración doméstica, que no haya sido satisfecha por el gobierno o no se incluya en el arreglo de la deuda reconocida.

El incremento progresivo de las rentas públicas y el espectáculo de prosperidad que se desenvuelve a nuestra vista, han correspondido a la actividad y celo con que se plantearon tantas medidas orgánicas. Valparaíso ha llegado a ser el primer emporio del Pacífico; se frecuentan cada día más las nuevas radas y caletas habilitadas en toda la extensión de nuestras costas; se ha hecho con la más segura perspectiva de un éxito feliz, el primer ensayo de la navegación de vapor por una empresa a la que concurren los capitales del país con los extranjeros, y que ha merecido la protección de la Gran Bretaña y de todos los Estados del Pacífico, desde Chiloé hasta el istmo de Panamá; ha crecido nuestra marina mercante; el tráfico interior ha progresado con no menos acelerada velocidad; las artes groseras conocidas antes en Chile, han mejorado sus operaciones, y pueden en algunos de sus productos competir con la opulenta industria europea; vemos, cada día aparecer otras nuevas, y todo da indicios de una vida activa y de una creciente fecundidad en las más importantes de todas, en las que sacan de la tierra alimentos y primeras materias: la agricultura y el beneficio de minas. Materiales que antes se arrojaban como inútil escoria, rinden hoy una liberal recompensa a la inteligencia y al trabajo empleados en ellos; y el carbón mineral ha añadido una más al catálogo de sustancias preciosas y útiles que se extraen de las entrañas de esta tierra privilegiada.

La organización, disciplina y moral de la fuerza armada han ocupado una parte muy principal en los desvelos del gobierno, y también han correspondido plenamente a ellos. Nuestra frontera del Sur fue el teatro de sucesos brillantes que enseñaron al indómito araucano a respetar las banderas chilenas, y en los que la constancia y el sufrimiento de las fatigas y de todo género de privaciones no resplandecieron menos que la pericia militar y el denuedo. Pero donde estas excelentes calidades de la oficialidad y tropa chilena se han señalado con más esplendor, fue en la guerra contra la confederación Perú-Boliviana. ¡Qué de pronósticos melancólicos fundados en la comparación de nuestras tropas con las enemigas, cuyo número y disciplina se encarecían tanto por los ilusos admiradores de un jefe que disponía a su antojo de los recursos de dos naciones, que había sido lisonjero más de una vez por la fortuna de las armas, y poseía, sobre tantas ventajas, algunas otras no menos importantes y conocidas, que no creo necesario mencionar! Todas ellas se estrellaron contra el valor y la invencible constancia de los guerreros de Chile. La confederación Perú-Boliviana cayó para no resurgir jamás; dos pueblos hermanos recobraron sus hollados fueros, y se dio una lección que ojalá no carezca de saludables efectos sobre la política de los nuevos Estados, en los que, con tantas necesidades y tan escasos medios, es doblemente inexcusable el frenesí de las adquisiciones territoriales. Nuestra pequeña escuadra, casi enteramente improvisada, dio también días de regocijo a la patria en esta memorable contienda. Y para que en todo quedasen desmentidas las predicciones ominosas de los desafectos a nuestra causa, que declaraban contra las miras interesadas del gobierno de Chile, se vio volver el ejército vencedor a sus hogares sin otra recompensa que la satisfacción de haber vengado los insultos hechos al nombre chileno, y sosteniendo con gloria el orden público de los Estados del Sur.

Si entre estos celosos defensores de la patria, modelo de virtudes cívicas y militares, hubo hombres que mancharon el lustre de las armas chilenas con una defección criminal, y con un acto de sangrienta alevosía, que compraron y tuvieron el descaro de anunciar por la prensa los enemigos de Chile, ¡cuántos sacrificios generosos, cuántos padecimientos de todo género, cuántos hechos heroicos, cuánta noble sangre, derramada en las batallas de la patria, lavaron el crimen de unos pocos caudillos, y la ciega ligereza de sus extraviados partidarios! Pero corramos un velo sobre este triste cuadro en el día solemne de Chile, y limitémonos a ofrecer el homenaje de nuestra veneración a la ilustre víctima tan indignamente sacrificada, y el de nuestro reconocimiento a los valientes que sofocaron aquel escandaloso atentado.

No fatigaré vuestra atención, conciudadanos, haciéndoos un árido catálogo de las innumerables providencias dictadas durante mi administración para el mejor arreglo de las fuerzas de mar y tierra, porque los timbres que han dado a la patria, y los servicios que le han prestado y continuamente le prestan, son el testimonio más elocuente de la solicitud del gobierno, y del acierto de sus disposiciones. Pero no dejaré de fijar un momento vuestra vista sobre la creación de la academia militar, cuya existencia, aunque limitada a un corto número de años, producirá efectos durables en la instrucción de la oficialidad; sobre la reciente recopilación y reforma de las ordenanzas del ejército; sobre la construcción de cómodos cuarteles y de un hospital provisorio en Chillán; sobre la adquisición de una hermosa fragata de guerra, y muy especialmente sobre el estado de la guardia cívica, que no sigue de lejos los pasos del ejército de línea; que parte con él las fatigas, y cuando la ocasión lo exige, los peligros del servicio de las armas; que ha dado pruebas relevantes de su devoción al orden y a las autoridades constituidas, y que en los últimos años ha experimentado una extraordinaria extensión y desarrollo. Una comisión de ilustrados jefes ha revisado el proyecto que para la mejor economía y empleo de la milicia nacional estaba preparado en el ministerio de la Guerra, y que con las oportunas y bien meditadas modificaciones hechas en él, pasará en breve a las cámaras, previo el examen y discusión del consejo de Estado.

Me resta hablaros de nuestras relaciones con las potencias extranjeras, y tengo la satisfacción de deciros que los combates con las tribus bárbaras del Sur en la primera época de mi administración, y la guerra contra la confederación Perú-Boliviana, han sido las únicas interrupciones de la paz exterior en el espacio de diez años; que se ha dado la debida consideración a reclamos, casi todos antiguos, de la Gran Bretaña y de los Estados Unidos de América; que respecto de la primera no existen en el día sino los relativos al pago del empréstito chileno, cuyos dividendos periódicos han vuelto a satisfacerse, restando sólo acordar una transacción para el pago de los atrasados; que respecto de los Estados Unidos, se ha presentado ya al examen y sanción de las cámaras, un proyectó de ley para el pago de una de sus más justas demandas; que no preveo dificultades para el pronto y satisfactorio arreglo de las otras; que en las dos que se nos han hecho por la Francia hemos conciliado la liberalidad con la justicia; que sin pactos expresos hemos concedido la más amplia protección al comercio de las naciones extranjeras; que sus ciudadanos y súbditos gozan de los mismos derechos civiles que los chilenos en la adquisición y ejercicio de los derechos de propiedad, en sus acciones legales, y (con una sola excepción que debería borrarse de nuestro. código) en las sucesiones por causa de muerte; que no concedemos ni pedimos a Estado alguno preferencias odiosas a favor de nuestras producciones, o de nuestra bandera; que hemos dado pasos para entablar relaciones de paz y buena armonía con la reina de España; y que los damos con celo y constancia, a pesar de multiplicados inconvenientes, para llevar a efecto la reunión de plenipotenciarios de los nuevos Estados americanos en un congreso destinado a fijar las bases de su derecho público, y la policía de sus fronteras y de la navegación interior.

¿Acusaréis de exagerada la exposición que acabo de haceros? Volved la vista a vuestros puertos visitados por todas las naciones civilizadas de la tierra; a vuestras ciudades hermoseadas, aumentadas, trasformadas; a vuestra bella juventud, adornada de conocimientos útiles, ansiosa de saber y de gloria; a esos talleres multiplicados cada día, y cada día mejor surtidos, y tantos campos, poco ha yermos, ahora cubiertos de sembrados y vergeles, de bellas habitaciones, de obras que testifican la seguridad de las propiedades, la estabilidad del orden interno, la esperanza, el progreso. Volved la vista aun a los sitios destinados a decentes recreaciones, a placeres intelectuales. ¿Qué os dice esa numerosa y brillante concurrencia? ¿Qué os dicen las solemnidades de la patria, cada año más alegres, más espléndidas, más concurridas, más entusiásticas, más populares?

Dirán algunos que todo se debe a la espontánea evolución de elementos que no han sido creados por el gobierno; y yo les responderé que la primera y casi la única gloria de los gobiernos es remover los estorbos a esa evolución espontánea; y que la remoción de esos estorbos no puede obtenerse sin atinadas providencias, sin combinaciones difíciles, cuyos autores tienen que combatir a menudo con preocupaciones envejecidas, con exageradas teorías, y con ráfagas de impopularidad, en las que no pocas veces zozobran. Nadie hace más justicia que yo al carácter nacional chileno, primera fuente de nuestros envidiados adelantamientos. Estoy muy lejos de desconocer la bienhechora influencia de las instituciones liberales; y no lo estoy menos de atribuirme el mérito de lo que se debe a las luces, a los desvelos patrióticos de los respetables ciudadanos que han consagrado sus servicios a la nación en las secretarías y en el consejo de Estado, en el mando de las provincias y de la fuerza armada. Al contrario, aprovecho esta ocasión de tributarles mi reconocimiento, por poco que valga, al lado de la estimación y gloria que se han labrado con su integridad, habilidad y celo. Si nuestra posteridad, como yo lo espero, reconoce que en esta década ha progresado Chile, y se han asegurado sus más esenciales intereses, ella contará sin duda entre sus bienhechores a los hombres que me han prestado sus consejos y su cooperación en el ejercicio de la magistratura suprema. La posteridad, juez imparcial, señalará a cada uno su porción en común recompensa; y cualquiera que sea la mía, no me negará la justicia de haber abrigado intenciones puras, y una pasión ardiente por el bienestar, el honor y prosperidad de mi amada patria.

¡Conciudadanos! Una gran mayoría de vosotros se ha reunido alrededor de mí en todas las situaciones difíciles. Os doy las gracias. La Providencia ha recompensado vuestra sensatez y cordura. Ella seguirá derramando sus bendiciones sobre vosotros, si más ilustrados ahora por la experiencia de lo que vale una libertad sobria, y los bienes inapreciables que derrama sobre los pueblos la paz, bajo el imperio de leyes moderadas y populares, no abandonáis el sendero en que habéis caminado diez años con tan acelerado progreso. ¡Quiera el Legislador Soberano del universo arraigar cada vez más en vuestros corazones el respeto a la religión, a las leyes, a la fe pública empeñada en los contratos nacionales; iluminar los consejos de vuestro gobierno y de vuestros representantes para que se completen y perfeccionen las instituciones que os rigen; alejar de vosotros la guerra; alejar de la silla de que desciendo las inspiraciones de esa ambición maléfica que turba el reposo de-los pueblos, y no permitir que la discordia civil sacuda jamás su tea funesta sobre vuestros hogares! Tales son los votos fervorosos de vuestro conciudadano.