Historia X:Los ejércitos

De Wikisource, la biblioteca libre.
← Historia X:Comienzo de la guerra de Treinta Años


Ningún príncipe alemán tenía ejército permanente, ninguno habría contado con dinero bastante para sostenerlo. En el momento que empezaba la guerra, cada príncipe trataba con capitanes que se encargaban de alistar soldados.

Todos los soldados eran voluntarios, se enganchaban al servicio de quien los pagaba, no para cumplir un deber, sino por el gusto de guerrear. Acudían de toda Alemania y de todos los países de Europa: ingleses, escoceses, italianos, belgas (se les llamaba valones), húngaros, croatas, suecos. En el mismo ejército se hablaban varias lenguas, y hasta se practicaban diferentes religiones.

Las armas de fuego eran todavía bastante malas y se combatía poco más o menos lo mismo que antes de la invención de la pólvora. Parte de los jinetes eran todavía hombres de armas revestidos con armadura de hierro, montados en grandes caballos bardados de hierro, y combatían con la lanza. —Otros, llamados coraceros, no tenían más protección que coraza y casco, y combatían sobre todo con la espada y un pistolete de piedra. —Algunos cuerpos tenían un arma de fuego más larga , el arcabuz, y se les llamaba arcabuceros. —Los húsares de Hungría, los croatas, los estradiotas procedentes de los territorios turcos, formaban las tropas de caballería ligera. Montaban caballos veloces y peleaban con la cimitarra, su arma nacional.

Los infantes eran la mayor parte piqueros protegidos con coraza y casco, y armados con larga pica de seis metros, como los suizos del siglo XIV. Se formaban en compañías de trescientos hombres, mandados por un capitán y un teniente, y se alineaban en batalla junto a la bandera de la compañía.



Empezaba a haber infantes sin armadura defensiva, los mosqueteros. Su arma, llamada mosquete, era muy pesada, y era preciso ponerla encima de una horquilla para disparar. Se prendía fuego al mosquete con una mecha encendida, y lanzaba gruesas balas de plomo. Se necesitaba bastante tiempo para cargar de nuevo. Los mosqueteros, que no tenían nada para defenderse, necesitaban, en campo raso, resguardarse detrás de otras tropas. El mosquete se perfeccionó durante la guerra y se aumentó el número de mosqueteros.



Los soldados se equipaban ellos mismos y se vestían a su placer. Gustábales llevar vestidos elegantes, hechos con telas de lujo. No había uniformes, y cada partido, para reconocerse en la batalla, adoptaba un distintivo: una banda en el brazo, una rama de árbol en el sombrero.

Los soldados habían de procurarse la comida, no había intendencia que les proporcionase los víveres. Llevaban con ellos criados y mujeres, para que les preparasen ropa con que mudarse y los utensilios, y para guisarles la comida. Seguíanles los comerciantes, para comprar a los soldados el botín que recogieran y venderles víveres y licores. Una compañía llevaba tras de sí treinta o cuarenta carros. El ejército resultaba más que duplicado con las mujeres, los niños, los carreteros, los vendedores de víveres y los mozos de carga. Un ejército de 30.000 combatientes representaba una muchedumbre de 100.000 personas.

El ejército no se dividía en diferentes cuerpos, avanzaba junto y toda aquella gente iba mezclada con los soldados.



Cuando las tropas se detenían, establecía un campamento. Se armaban las tiendas en que se había de dormir, porque los soldados se alojaban muy pocas veces en los pueblos. Las mujeres y los niños servían para la limpieza y cuidado del campamento, para cavar fosos y hacer faginas, en caso de que hubiera que atrincherarse.



Los soldados deberían haber vivido con su soldada; pero, como los príncipes no tenían dinero, la pagaban raras veces. Era preciso, pues, dejar que los soldados «vivieran sobre el país», es decir, que cogieran los víveres en las comarcas qeu atravesaban. En cuanto una tropa llegaba a una aldea, los soldados, las mujeres, los criados, entraban en las casas para saquearlas. No se apoderaban solamente de los víveres, se llevaban todo lo que les placía, los utensilios, las camas, los muebles, y los cargaban en sus carretas. Frecuentemente se entretenían en deshacer el mobiliario y las camas, y al marcharse prendían fuego a la aldea.

Se divertían también maltratando a las mujeres. Muchas veces daban tormento a las gentes para hacerlas confesar dónde escondían el dinero; las cogaban encima del fuego, o les quemaban las plantas de los pies, o entre tablas que aplastaban las piernas. Trataban de igual manera a todos los países, sin distinguir entre amigos y enemigos.



El ejército no entraba en campaña casi más que en el buen tiempo. A fines de otoño se establecía en un campamento para pasar el invierno. A este se llamaba ocupar cuarteles de invierno. Entonces saqueaba los alrededores.




Las ciudades rodeadas de fortificaciones cerraban sus puertas para no dejar que entrase el ejército; pero si una ciudad no estaba suficientemente fortificada para correr el riesgo de un sitio, el ejército la obligaba a entregar dinero, víveres o mercancías para irse. Cuando una ciudad era tomada pro asalto, los soldados se hacían dueños de ella. Saqueaban todo, pasaban a cuchillo a lso habitantes y quemaban las casas.

Raras veces tenía un ejército más de 30.000 soldados, porque necesitaba encontrar con qué alimentarse. No duraba mucho. Si era vencido, podía quedar deshecho en un sola batalla, porque los soldados se desbandaban para no caer prisioneros, o aun se pasaban al servicio del vencedor. Si triunfaba, iba a sitiar las plazas fuertes, y, una vez que las había tomado, necesitaba poner en ellas una guarnición que disminuía su efectivo. Como no se hacía campaña en invierno, el vencido tenía tiempo de rehacer su ejército, y encontraba siempre bastantes aventureros dispuestos a recorrer el país saqueando so pretexto de guerra.

Las batallas eran sangrientas; pero los soldados se conocían frecuentemente de un ejército a otro. Después de la batalla no hacían daño a los vencidos, los desarmaban y los guardaban prisioneros para que pagasen rescate.