Historia XII:Jacobo I

De Wikisource, la biblioteca libre.
← Historia XI:La vida intelectual


Con la muerte de Isabel se había extinguido la dinastía de los Tudores, que reinaba en Inglaterra desde 1485. El reino de Inglaterra pasó a manos del pariente más próximo por la línea femenina, el hijo de María Estuardo, Jacobo VI, rey de Escocia, que vino a ser Jacobo I de Inglaterra (1603). Con él empezó en Inglaterra la dinastía de los Estuardos.

Jacobo, educado en Escocia por teólogos calvinistas, se interesaba por la teología, y hasta había escrito libros acerca de estas cuestiones. Tenía idea elevada del poder del rey, que consideraba como representante de Dios en la tierra. «Los reyes, decían, han recibido de Dios la misión de gobernar, y los súbditos deben obedecerlos, y en ningún caso hacerles resistencia.

El rey es señor superior de todo el país, es dueño de todos los que le habitan, y tiene sobre cada uno de ellos derecho de vida y muerte. —El rey está por encima de la ley, tiene el derecho de suspender la ley por causas de él solamente conocidas.»

Jacobo había conservado rencor a los pastores presbiterianos que le habían vigilado cuando era niñ. Detestaba a los pastores «que se ocupaban de asuntos del Estado y se erigían en tribunos del pueblo contra la autoridad del rey». Deseaba vivamente que los pastores se sujetasen a la autoridad de los obispos, que le parecían los auxiliares necesarios del rey. «Sin obispos no hay reyes», decía.

Partió de Escocia para ir a instalarse a Inglaterra. En el camino, para probar su autoridad, dió orden de ahorcar, sin formación de juicio, a un ladrón. Jacobo no agradó a sus súbditos ingleses, creían que le faltaba dignidad. Hablaba mucho del respeto debido a su autoridad divina, pero tenía accesos de cólera durante los cuales no sabía bien lo que decía (contábase que insultaba entonces). Creíase que hablaba demasiado. —Amaba la paz y decía cifrar su gloria en ser «artífice de la paz»; pero se sabía que no era valiente, y hasta se decía que no podía ver una espada sin echarse a temblar. —Quería que se respetase su autoridad, pero él no sabía ejercerla. No le gustaba ocuparse de los negocios y dejaba que en su lugar gobernasen sus consejeros.

Llegado de Escocia, que era entonces un país muy pobre, Jacobo se figuraba, al ser rey de Inglaterra, encontrar un tesoro inagotable. Había llevado consigo escoceses pobres que trataban de enriquecerse. Dió a su favorito principal, un joven paje escocés, numerosas tierras, y le hizo uno de los principales señores de Inglaterra. Los ingleses y los escoceses formaban entonces dos pueblos distintos, y los súbditos ingleses de Jacobo se irritaron por aquellos favores concedidos a extranjeros.

Jacobo pasaba una parte del tiempo cazando y bebiendo. Verdad es que aguantaba muy bien la bebida, pero ocurría a veces que sus compañeros se emborrachaban. Como un día su cuñado, el rey de Dinamarca, hubiera ido a visitarle, las damas de la Corte, que debían representar una comedia, se sintieron demasiado ebrias para poder acertar en sus papeles. Los ingleses juzgaban que aquella Corte no se portaba como era debido, que en ella se gastaba demasiado, que se hacía demasiado ruido, y que el lenguaje que el mismo rey hablaba era grosero. Pronto fué Jacobo impopular en Inglaterra, donde encontró dos clases de resistencias, religiosa y política.