Juvenilia (Segunda edición)/Capítulo 17

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Conocíamos también en el Colegio la existencia de un café clandestino, donde se reunían a jugar al billar Pellegrini, Juan Carlos Lagos, Lastra, Quirno y Terry, a quien Pellegrini corría todas las noches hasta su casa, sin faltar una sola a esta higiénica costumbre.

Los combates homéricos del mercado no nos eran desconocidos, ni las pindáricas escenas de la clase de griego, de Larsen, donde este y su único discípulo, el pobre correntino Fernández, muerto en plena juventud, se disputaban la fama de los juegos pythios, recitando con sin igual entusiasmo los versos de la Ilíada. En la universidad se sostenía calumniosamente que el sueldo de la clase de griego se dividía entre Larsen y Fernández pero el hecho curioso es que Fernández, solo en clase, conseguía armar unos barullos colosales, respondiendo imperturbablemente a las imprecaciones de Larsen: «¡No soy yo!».

Recuerdo que más tarde, cuando fuimos estudiantes de Derecho, Patricio Sorondo nos invitaba a entrar en masa en la clase de griego, como oyentes. Cuando Larsen leía algún verso, Patricio sonreía con lástima. Interpelado, aseguraba al buen profesor que su pronunciación helénica era deplorable; que a lo sumo, solo podía compararse al dialecto de los porteros de Atenas en tiempo de Pericles.

Fernández se indignaba, y, encarándose con Patricio, le dirigía una alocución en griego que ni él mismo, ni Larsen, ni nadie entendía.

La escena concluía siempre poniéndonos Larsen a todos en la puerta, y encerrándose de nuevo con Fernández, que a todo trance quería saber el griego...