La Argentina: 14

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La Argentina
de Martín del Barco Centenera
Canto decimotercio: Entra Rui Díaz en el Carcarañá; baja Martín García; pretende Yamandú dar en la isla; padece Garay naufragio en el Uruguay



Jamás fortuna dio contentamiento
que no fuese mezclado con dolores,
de a donde el disfavor es fundamento
de todo buen suceso de favores.
También el favorido pensamiento
por fin muy cierto tiene disfavores,
por lo cual Salomón, sigue, decía,
el día de tristeza al de alegría.


¡Cuánto dolor, tristeza y amargura,
y cuánto sobresalto ha pasado
la gente zaratina sin ventura!
Pues quien con atención bien lo ha notado,
verá que al mayor mal en coyuntura
un buen suceso o gusto ha acompañado,
que no haber de esta suerte sucedido,
hubiera el resto Zárate perdido.


¡Qué pena, qué dolor no mitigara
el ver al buen Garay por aquel llano!
La bárbara nación que se juntara,
no pudiera escaparse de su mano.
Si el bravo y crudo Marte se hallara
con tal gente de guerra, tan ufano
y altivo se sintiera, que en la tierra
a todos los mortales diera guerra.


La trompa y atambor les ayudaba,
los caballos calor iban tomando;
contento grande, cierto, que causaba
aquesta gente allí escaramuzando.
Rui Díaz con los suyos lo miraba,
viniendo su viaje navegando;
y llegando do aquesto se hacía,
mandó soltar la flaca artillería.


Al fin tomaron puerto, y recontada
la cosa de una parte a otra pedida,
la carga de las balas descargada,
Garay parte en demanda de comida.
El Melgarejo sale desplegada
con gran placer su vela y descogida.
En tanto que uno baja y otro queda,
me fuerza Yamandú vuelva la rueda.


Llegado este tacaño con las cartas
al isla, con placer fue recibido;
el Juan Ortiz le dio cuchillos, sartas,
y de paño de grana un buen vestido.
De dádivas y dones fueron hartas
sus manos, por pensar lo ha merecido,
y él pretende entregarse a suelta rienda
en vida del cristiano y de hacienda.


Pues tiene la traición así ordenada,
que dadas estas cartas, vuelva luego
al río Igapopé, que es la morada
de un indio que se dice Grande Fuego,
y de otros que allí viven de coplada
con Aguazó, que es guía de este juego.
Allí tiene la cosa de ordenarse
por do el cartero da priesa a tornarse.


Y dice: «Volveré yo con comida,
que así con mis amigos lo he ordenado,
aquesta cosa quiero sea sabida,
porque en vernos ninguno sea alterado.
Que aquesta tierra toda está rendida
a mi dicción, y yo la he sujetado».
Con esto Yamandú se suelta en breve,
y con más brevedad volver se atreve.


Con diez u once canoas esquifadas
la vuelta da el malvado, procurando
que no estén las personas recatadas,
mas antes las ocupa rescatando.
No quiero referir, pues, cuán turbadas
lo estaban, según supe, y cuán temblando.
Mas con todo se dieron tanta maña,
que no cuajó el cartero su maraña.


En un fuerte la gente recogida,
porque de esta traición tienen aviso,
de todo lo posible guarnecida,
salió el indio que estaba ya arrepiso.
De humos gran señal ha parecido
el río arriba, y luego de improviso
los indios, que en la gente dar pensaban,
con gran priesa a su isla se tornaban.


Quedaron los cristianos como cuando
levanta un huracán muy espantoso
las olas en la mar, y va bufando
el viento con un ímpetu furioso.
El piloto sagaz está temblando,
vencido del trabajo y temeroso;
mas viendo que el peligro está pasado,
vereisle presumir del esforzado.


O como aquel mancebo que ha cogido
el toro furibundo entre sus manos,
que siendo de la muerte escabullido,
huyendo a pura pata por los llanos,
blasona de la maña que ha tenido,
y hace en talanquera fieros vanos.
No menos nuestras gentes aquí estaban,
y al moro muerto gran lanzada daban.


Rui Díaz, como dije, navegando
salió de Sancti Spiritus, y viene
en breve do le estaban esperando.
A mí me ha parecido me conviene
quedarme con Garay, que va triunfando,
y Zárate, que hambre siempre tiene.
Rui Díaz Melgarejo, pues, allega
al isla, y la comida les entrega.


Garay de a do dijimos sale a priesa
con su gente, y las balsas que llevaba;
lo que en esta salida le interesa
es el buscar comida que faltaba.
También se procuraba hacer presa
en el falso Terú que allí moraba.
Y oíd lo que sucede un día de Ramos,
que de vista es el cuento que contamos.


Por un pequeño río de boscaje
las balsas y la barca caminaban,
cuando vimos venir un gran salvaje.
La canoa en que viene gobernaban,
al parecer, dos ninfas de buen traje.
En viéndonos a priesa se tornaba,
y desque al Paraná grande llegaron,
en medio de un remanso se pararon.


Allí nos esperaron grande pieza,
y así como la barca hubo llegado,
el salvaje se estira y endereza
y un escudo grandísimo ha embrazado.
Por yelmo un cuero de anta en la cabeza,
el escudo era concha de pescado,
y el bastón que este bárbaro tenía
servir de antena en nave bien podía.


Hablando con soberbia encrudecida,
pregunta por aquel que tiene cargo
del armada, que dice que la vida
le tiene de quitar con fin amargo.
Y dice: «No penséis que fue huida
la mía, por salir aquí a lo largo,
que quise aquí sacaros al anchura
por dar a todos ancha sepultura».


Quería arremeter el can rabioso,
y en esto dos pelotas le tiraron;
la popa nos volvieron sin reposo
las faunas, y espantados nos dejaron,
que con un dulce canto armonioso
a priesa de nosotros se apartaron,
y a muchos el sentido enternecieron,
y en un punto de vista se perdieron.


En esto un bergantín vimos venía,
el cual a Santa Fe ha descendido,
y viendo que Garay bajado había,
en seguimiento suyo había venido,
con socorro el Teniente se le envía
de la Asumpción, que aquesto hubo subido.
Juntose con nosotros el navío
y dimos en un hondo y chico río.


El navío a la boca se ha quedado
con toda la más gente del armada;
el Capitán con veinte dentro ha entrado
en la barca de todo pertrechada;
por tierra los caballos hubo echado,
del gran Terú se busca la morada;
hallose, mas sus indios al estruendo
con mujeres e hijos van huyendo.


Las balsas aquí cargan de comida;
la gente de a caballo va por tierra
siguiendo la victoria conocida
con ánimo y codicia de la guerra.
Abscóndese la gente dolorida,
que el temor del caballo la destierra;
saquea el español allí las casas,
y en un punto vereislas hechas brasas.


El Capitán de aquí presto saliendo
penoso, por no haberle indio parado,
sus balsas y su gente recogiendo,
a Añanguazú acomete, indio afamado.
Los indios son valientes, y al estruendo
salieron con esfuerzo denodado,
y siendo preguntados ¿por qué huyen?,
con la razón del uno así concluyen.


«Dejadnos ya, que estamos temerosos,
y contra vuestras fuerzas no podemos.
Y vosotros, sobrinos animosos»,
a los mancebos dicen, «¿qué os hacemos?
Mirad que a nuestros hijos amorosos
criar ni sustentar ya no podemos,
pues carga de mujeres tan penosa
no espera a vuestra diestra poderosa».


Diciendo aquesto, estaban muy metidos
en un atolladar y gran pantano.
Garay no permitió fuesen heridos,
que más de uno probar quiso la mano.
Causaban gran dolor los doloridos,
que mujeres e hijos por el llano
sin orden, a gran priesa, iban huyendo,
so tierra lo que tienen abscondiendo.


De aquí el río abajo navegando,
el armada se sale a remo y vela.
Un temporal se viene levantando
que las yerbas del campo arranca y vuela.
Del isla grande priesa me están dando,
que parece la gente se recela.
Pues vamos allá agora, que esta armada
aquí queda segura rancheada.


El isla parecía que se hundía,
y el Cielo que venía de caída;
el sudoeste, viento que corría
con una fuerza grande desmedida,
los árboles y piedras conmovía
por do la gente andaba dolorida,
porque tanto ruido levantaba
el viento, que al infierno figuraba.


De dos naves que había del armada,
no quiere perdonar esta tormenta
a alguna; que a la zabra que cargada
está de la comida, la revienta
y la abre por cien partes, mas varada
aquésta fue en el isla; la otra avienta
a tierra firme, y tan metida queda,
que dudo en algún tiempo salir pueda.


Pues dime, Juan Ortiz: ¡No te conmueve
el ver aquestos trances peligrosos!
¡Oh duro corazón!, a quien no mueve,
el temor de los fines sospechosos.
No vemos ser prudente el que se atreve
a perder lo ganado en los dudosos
y peligrosos casos; lo más cierto
es ir siempre a buscar seguro puerto.


A nuestra armada vuelvo, que metida
quedaba en un juncal y una ensenada,
la cual halló segura su guarida.
Y el bergantín, tomando una enconada,
del otra banda está, que de caída
allí por se abrigar hizo parada,
a do con Cherandíes ha tratado,
y el tiempo que allí estuvo, rescatado.


Garay con los Beguaes de otra banda
muy gran trato y rescates ha tenido.
A Caytuá, Cacique, dice y manda
(pues para aqueste fin ha descendido)
que diga a los Beguaes, como él anda
en busca de cristianos, que ha sabido
que tienen muchos ellos en su tierra,
ávidos de rescate, y no de guerra.


Aqueste Caytuá es comarcano
al pueblo Santa Fe, y muy vecino.
Garay le trata bien como a su hermano,
y así con gran contento con él vino.
El Cacique no anduvo paso en vano,
que yendo a los Beguaes de camino,
cuatro cristianos trajo rescatados
por anzuelos y espejos muy quebrados.


De aquí salió Garay; con el navío,
que está de la otra banda, se ha juntado.
Despáchale a la isla por el río
que dicen de las Palmas afamado.
No va de bastimentos tan vacío,
que al fin le han de decir: «Bien seáis venido»,
que están como los pollos ya piando,
y sólo por comida suspirando.


El armada se va por un estero
que llaman de Beguaes, que no lleva
la fuerza y la corriente del primero,
a quien él va a buscar a que le beba;
y tanto va sin él a cual postrero,
que en más de veinte leguas no le prueba;
al cabo, porque en breve yo me sume,
aquéste el Paraná se le consume.


Yendo por este estero navegando
diez días, que los tiempos no ayudaban,
por tierra los soldados van cazando,
que muy poco las balsas caminaban.
De noche están con liñas esperando,
pescando de los peces que picaban;
aquí pica el patí, allí el armado,
aquí también el blanco y el dorado.


En una bella noche muy serena,
habiendo el sueño dado ya sus puertas
a los que nuestra cama era el arena,
estando centinelas muy alertas,
con grande dulcedumbre una sirena
comenzó de cantar; y cierto, ciertas
y humanas parecían sus canciones,
bastantes a mover mil corazones.


Es tan ameno y bello este paraje,
que las hijas de Pierio bien podrían
dejar de Tracia el monte y su boscaje,
que aquí más soledad cierto tendrían.
Y aquellos que siguiesen su lenguaje
en breve de sus ciencias más sabrían,
y en metro y dulce verso el casto coro
al mundo descubriera su tesoro.


Aquí la gran maldad la Filomena
lamenta de Teseo, su cuñado,
con su lengua arpada bien resuena,
y con canto suave y agraciado
publica a todo el mundo su gran pena,
y dice: «Pues la lengua me has cortado,
aquesta gran maldad, cruda tirana,
labrando contaré toda a mi hermana».


Aquí la sacra fuente cabalina
sus cristalinas aguas vierte y riega.
Aquí la gran Minerva a la contina
sus tesoros reparte y los entrega
a todos con largueza muy benina.
Y aquí muy de ordinario en esta vega
la bella y casta diosa se pasea,
y con sus compañeras se recrea.


Mas al isla conviene dar la vuelta
dejando aquesta armada en este punto.
Pasada la tormenta y revuelta,
según dijimos ya en breve trasunto,
el bergantín que fuera a vela suelta,
llegando toma puerto luego junto,
y dando de nosotros nueva cierta,
la cosa de esta suerte se concierta.


En busca de Garay luego volvieron
aqueste bergantín y Melgarejo,
y aquellos que al presente adolecieron
llevaron, y mujeres, y es consejo
que allá en el Uruguay (adonde fueron)
se pueble, donde hubiere el aparejo,
que para los navíos está cierto
que muy cerca hallará seguro puerto.


Llegados a la punta de este río,
quedose el bergantín grande esperando;
el otro atravesó, que va vacío.
Garay en esto viene navegando.
En breve se encontró con el navío,
que estaba en una vuelta ya esperando;
la noche se apresura, el viejo Apolo
nos huye, y viene airado el grande Eolo.


En un punto veréis que se levanta
un ser tan riguroso, que atormenta
con su grave furor cualquiera planta,
y fuera del lugar propio la ablenta.
El armada se afierra bien y planta,
el bergantín del lado no se absenta,
con cabos, guindaletas amarrados,
están todos del viento contrastados.


El otro que esperando había quedado
cargado de mujeres, como vido
el cielo todo andar alborotado,
camina el río arriba, y ha tenido
ventura en se mudar, que haber tardado
la carga hubiera toda sumergido.
Mas no pudiera ser, que en el armada
jamás vide mujer ser mal parada.


En tanto que venía el sur bravoso,
huyendo con presteza su fiereza,
el capitán Rui Díaz valeroso
caminaba el río arriba sin pereza.
Lloraban las mujeres sin reposo,
pensando ya fenece su belleza,
y que ha de ser a peces entregada,
y en vida so las aguas sepultada.


Garay en una isla empantanada,
que dicen por renombre de la Espera,
tenía ya su gente rancheada;
del bergantín no sale gente fuera.
La enojosa tormenta, pues, pasada,
al punto que la noche se viniera,
las balsas desamparan este puesto,
y oíd lo que sucede, pues, de aquesto.


Desta isla do digo que salieron
las balsas, se atraviesa la corriente
del río que Uruguay indios pusieron
por nombre; tierra firme está de frente,
las balsas allá van, mas no pudieron
las olas contrastar, que no consiente
la fuerza del canal remo ni pala,
que todo lo abandona y lo desvala.


El sur se ha levantado en este punto,
y hace que el canal ande alterado,
el corriente con fuerza viene junto,
y el sur lo que corre en contra ha hinchado,
¡ay Dios!, que en este punto yo barrunto
que el día de mi fin es ya llegado.
La barca se nos iba trastornando,
las balsas todas siete trabucando.


Al día del postrer juicio figuraba
aquel naufragio nuestro doloroso.
Cual indio de la balsa se arrojaba
por ir nadando a tierra codicioso;
cual vuelve do la balsa se anegaba
en busca del Señor que está lloroso.
Las indias dicen todas que llamemos
a nuestro Dios, pues todos perecemos.


Los caballos ya sueltos van nadando,
y no tienen peligro, si no afierra
el cabo en parte alguna, que colgando
le llevan por el agua hasta tierra.
La barca sale en salvo, y descargando
la ropa y adherentes de la guerra,
en busca de las balsas torna a prisa
a donde todos andan sin camisa.


El que es buen nadador, aunque con miedo,
al agua desnudándose se arroja;
quien no sabe nadar estase quedo,
y en la balsa metido bien se moja.
Mas ya yo de nadar hablar no puedo;
la gente sale a tierra do se aloja,
tendida por la fría y dura arena.
Dejémoslos que entiendan en su cena.