La Mayor hazaña de Alejandro Magno/Acto I

De Wikisource, la biblioteca libre.
La Mayor hazaña de Alejandro Magno
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen ALEJANDRO, PARMENIÓN, EFESTIÓN y CLITO,
y aparece ALEJANDRO en un trono
y CLITO con una corona en una fuente
EFESTIÓN:

Macedonia, señor, su rey te llama.
Ciñe la invicta y generosa frente,
porque se sepa tu gloriosa fama
del negro ocaso hasta el dorado Oriente;
pues eres de tal tronco feliz rama,
como él serás en gobernar tu gente,
yo por rey te obedezco, y ruego al cielo
que por tal te obedezca todo el suelo.

CLITO:

Yo también beso tu valiente mano,
que terror ha de ser en mar y en tierra,
de mar y tierra, que aunque soy anciano,
te prometo servir en paz y en guerra
como al rey, mi señor, que algún villano
en un sepulcro su valor encierra.
¡Tu padre era, señor, nada te impide!
¡Venga tu sangre, que venganza pide!

ALEJANDRO:

Ya, queridos vasallos, que sujeto
sólo me miro a mí, ya que mi mano
el cetro regio goza, yo os prometo
de mostrarme con todos tan humano
que todos me tengáis por vuestro objeto.
Premio al bueno daré, fin al tirano,
y en todo cuanto pueda, siendo justo,
haré, vasallos, sólo vuestro gusto.
Y agora, porque, en fin, de mi grandeza
todos participéis, haceros quiero
merced. Efestión, de la grandeza
de almirante gozad, que así os prefiero
por viejo.

EFESTIÓN:

Guarde Dios a vuestra alteza.

ALEJANDRO:

Y vos, Clito, seréis mi camarero.

CLITO:

Beso tus pies, señor, que de tu mano
pudo venirme don tan soberano.

ALEJANDRO:

Todo el
tener sólo quisiera
para daros a todos, y aun sospecho
que para daros yo pequeño fuera,
porque es mayor mi generoso pecho.
Si pudiera, vasallos, os hiciera,
pues para todos era el mundo estrecho,
a cada uno rey de todo el mundo,
y aun corto premio a vuestros hechos fundo.

CLITO:

Dueño te espero ver de aquéste entero,
por fuerte Marte, por discreto Apolo
y por el rayo de tu fuerte acero.
Desde este polo al contrapuesto polo
que han de te[m]er tu invicta diestra espero,
y que has de ser, como mereces, solo,
si no lo estorba la atrevida Parca,
de todo el orbe el imperial monarca.

EFESTIÓN:

Yo, señor, como viejo, os aconsejo.
Quien mató a vuestro padre, cosa es cierta
que os querrá deshacer como a su espejo.
No dejéis puerta a vuestro mal abierta;
tomad, pues mozo sois, este consejo.
A quien fuere leal abrid la puerta
del vuestro sacro amor; mas a traidores,
la del castigo justo y los rigores.
Empiece ya a temer vuestra braveza
tu astro contrario, fiero y arrogante;
no acredite segura su cabeza;
sepa que es Alejandro el sumo Atlante
de toda Macedonia y su grandeza
[e]sculpa el tiempo en tablas de diamante,
rindiendo persas, allanando montes
y descubriendo varios horizontes.

ALEJANDRO:

Llegad, Efestión, dadme los brazos,
que me infunde valor aquese brío.
Fírmese mi amistad con estos lazos.
Yo haré que tema mi valor Darío,
o haré su gente y su valor pedazos.
Ya me parece el mar pequeño río
para que en él navegue mi pujanza,
que a ser deidad divina se abalanza.
Perdone Marte, Júpiter perdone,
que, en vistiendo la cota relumbrante,
pienso que Marte soy; mi ser me abone
si me imagino Júpiter tonante.

EFESTIÓN:

La heroica fama tu valor pregone,
tebano Alcides, aunque más pujante;
nunca se atreva a tu poder la muerte;
iguale a tu valor tu buena suerte.

Salen APELES y BUFO
APELES:

Tu majestad, señor, me dé sus plantas.

ALEJANDRO:

Álzate, Apeles; pídeme la mano.

APELES:

Con ella al alto cielo me levantas.

ALEJANDRO:

Tu pincel precio, Apeles soberano.

APELES:

¿Quién podrá agradecer mercedes tantas?

ALEJANDRO:

Con tan fuertes vasallos, caso es llano
que ha de ser inmortal mi buena suerte
aunque le pesa a la atrevida muerte.
No habré yo menester que mi renombre
escriba el tiempo en siglos dilatados
para que al mundo mi valor asombre,
pues han querido mis felices hados
que tenga, Apeles, como vos un hombre
que mis hechos escriba señalados,
y otro con que a mil reyes me anticipo,
que los esculpa en bronce, que es Lisipo.

Sale PARMENIÓN
PARMENIÓN:

Dame tus pies, señor...

ALEJANDRO:

Alzad del suelo,
condestable.

PARMENIÓN:

Señor, beso tu mano.

ALEJANDRO:

¿Qué hay de Tebas?

PARMENIÓN:

Su triste fin recelo,
que tiene en todo proceder villano.

ALEJANDRO:

¿Qué es lo que dices?

PARMENIÓN:

Que se opone al cielo
de tu poder altivo y más que humano.

ALEJANDRO:

Temo que Tebas enojarme intente.

PARMENIÓN:

Escúchame, señor, atentamente.
Yo a Tebas parte le di
de la fúnebre tragedia
del rey tu padre Felipe,
y le avisé que viniera
a obedecerte por rey
con la circular diadema
que coronase tu frente,
cetro que honrase tu diestra.
En lugar de lutos tristes
se vistió aceradas grevas.
Todo es armas, todo es fuego,
todo confusión y guerra.
Hizo tocar una caja
Epaminondas, soberbia,
con que juntó, para hablarlos,
todos los grandes de Tebas.
“Bravos tebanos --les dice--,
defensa de vuestra tierra,
ya no es razón que sufráis
una tan prolija afrenta,
como es que tan fiero rey
mande y rija vuestras fuerzas.
Tebas, valientes soldados,
tiene bastante defensa
para contrastar a Marte,
si sujetarla quisiera.
¡Libertad! ¡Viva la patria!

PARMENIÓN:

Si a Macedonia le pesa,
que no es razón que su rey
por sus vasallos nos tenga,
cuando hay en Tebas quien ser
rey de Macedonia pueda.
Filipo murió, en efeto;
Alejandro, es cosa cierta
que le sucede al imperio;
reine, por cierto, en su tierra.
Mostrad esos fuertes pechos,
regid vosotros la vuestra;
iguales en valor somos.
¡Tema Macedonia, tema,
que yo os juro defender,
que basto para defensa,
no de Tebas, mas del mundo”.
¡Oh, qué arrogante soberbia!
Promulgó, en fin, su traición
y acabó de hablar apenas,
cuando todos, por su rey,
le veneran y respetan
y prometen ayudalle
con armas, vidas y haciendas,
aunque Júpiter airado
vibre lanzas, rayos llueva,
escriben para este efeto
también Atenas y Grecia,
y las dos contra tu nombre
conjuradas se revelan.

PARMENIÓN:

Yo, que lo supe, inflamado
el pecho con las centellas
que me exhalaba un volcán
de amor y [lealtad] sincera,
de cólera ciego y loco
solté al caballo las riendas
y, terrible como airado,
fui a reprender su insolencia.
Díjeles que eran traidores
y que tu furia temieran,
pues era fuerza que, airado,
castigaras la bajeza,
y que, cuando tú por ti
castigarlos no quisieras,
bastaba yo para darles
de esas infamias la pena.
Ellos quisieron matarme,
mas yo, con honrada fuerza,
herí algunos; defendíme,
y he venido a tu presencia.

EFESTIÓN:

¿Hay tan extraña maldad?

CLITO:

¿Hay más infame bajeza?
Yo, señor, aunque el menor,
si me concedéis licencia,
iré a vengar vuestra injuria.

PARMENIÓN:

Yo les daré aquella pena
que sus delitos merecen
si vuestra divina alteza...

ALEJANDRO:

Basta, vasallos, no más;
conozco vuestra nobleza;
yo el primero he de salir
a campaña en cualquier guerra
y Bucéfalo el primero
tiene de animar mi empresa.
En desnudando la espada
Tebas tema, el mundo tema,
mas primero he de valerme,
vasallos, de mi clemencia;
vaya Efestión al punto
y hable de mi parte a Tebas.

EFESTIÓN:

Iré a obedecer tu gusto,
que en ir tu grandeza muestras,
como hijo del gran Filipo,
a quien los Elíseos tengan.

ALEJANDRO:

Y, entre tanto, Parmenión,
quiero ejercitar la diestra
con el venablo, matando
en aqueste monte fieras.
Apercíbase la gente.

PARMENIÓN:

Haráse como lo ordenas.

ALEJANDRO:

¡Triste de ti si me mueves
a que te castigue, Tebas!
Apeles, vente conmigo.

APELES:

Gran señor, aunque tu alteza
me honra por el arte vida,
también este pecho encierra
valor para ser soldado
y defender tus fronteras.

ALEJANDRO:

Capitán os hago, Apeles.

APELES:

Tu fama he de hacer eterna.

Vanse todos y queda BUFO solo

BUFO:

Que haya hombres en el mundo
--¡pierdo el juicio!—que se huelgan
de ir a la guerra, pudiendo
en la paz tranquila y quieta
vivir y beber, no sangre,
mas cosa que lo parezca.
¿Hay cosa como la paz,
apacible, santa y bella,
venerable más que humana
y por extremo discreta?
No está temiendo que toque
el contrario la trompeta
y que de una cuchillada
le deje sin una pierna;
que le hase de sentido
una penetrante flecha;
Marte, por quien es, me libre
mientras yo me libro de ella.

Vase,


y sale CAMPASPE de cazadora,
con arco y flecha en la mano,
y PIRENE, su criada

CAMPASPE:

En este bosque umbroso
paso, Pirene, el día,
de Macedonia ausente y olvidada,
después que el riguroso
hado y desdicha mía
huérfana me dejaron sin mi amada
madre, porque ya nada
me diera algún consuelo,
fuera de aquestas aves
que con picos süaves
siguen este arroyuelo
que, viendo que no imita
su voz, corrido ya se precipita.
Dióme el cielo belleza
y nobleza tan grande
que no pudiera ser mayor, Pirene,
mas no me dio riqueza
y, como aquésta mande
todo el poder que la nobleza tiene,
quien a ser rico viene
quiere alcanzar con ella,
aunque el hado inhumano
le haga rico villano,
la más subida estrella
y, después de alcanzada,
Pirene amiga, no se encubre nada;
aquí de aquesta suerte
pienso pasar la vida
hasta que quiera Júpiter sagrado
que la acabe la muerte.

PIRENE:

Yo, señora querida,
espero en él que te ha de dar estado
tan digno y levantado
como merece sólo
aquese rostro bello
y ese hermoso cabello
que enamorara Apolo
si en laurel no temiera
celoso Jove que lo convirtiera.

CAMPASPE:

¡Qué espantoso jabalí
que viene hacia acá, Pirene!

PIRENE:

Alas en las plantas tiene
y más parece neblí.
¡Huye, señora, que llega!

CAMPASPE:

Esconderme quiero aquí.

Escóndese CAMPASPE.
Sale ALEJANDRO, arriba

ALEJANDRO:

Herido va el jabalí.

Sale CAMPASPE,
sin reparar en ALEJANDRO,
ni él en ella

CAMPASPE:

Ya pasó; yo estaba ciega.
Quiero, en aqueste cristal,
pie de esta encumbrada roca,
prestar aliento a mi boca.

ALEJANDRO:

El era bravo animal.

CAMPASPE:

Casi a salir no me atrevo.—
¡Válgame Febo divino!
En este orbe cristalino
se ve un hermoso mancebo.
¡Que bizarro! Clara fuente,
¿quién en tus ondas pintó
este Narciso? Mas no,
comparación no consiente.
Ya me espanto, que temor
no tengo con lo que veo;
mas se me ha quitado, creo,
el temor con el amor.

ALEJANDRO:

Mal el venablo tiré,
pues que le pude acertar
y no le pude matar.

CAMPASPE:

Parece que ya se fue.
Ya vuelve. ¿Si es ilusión
de mi loco pensamiento?
Pero ¿qué miro o qué intento?
¿Qué me quieres, corazón?
Si intenta el sol luminoso,
que mis tristes penas siente,
mostrarme en aquesta fuente
quien tiene de ser mi esposo,
venturosa yo sería
si este mancebo lo fuera.

ALEJANDRO todavía sin reparar en CAMPASPE

ALEJANDRO:

¡Quién en este campo hubiera
armada una infantería
de belicosos soldados!

CAMPASPE:

Sin duda sobre esta peña
está el que la fuente enseña;
pero mis ojos, turbados,
no le pueden ver, y así
buscarle será mejor.

Vase

ALEJANDRO:

Cansado estoy, y el calor
tiene más vigor aquí.
Quiero bajar esta cuesta.
Allí está una casería
y hacia allí una fuente fría
entre una hermosa floresta.
A verla los pasos guío,
donde podré descansar.

Sale CAMPASPE, arriba

CAMPASPE:

¡No fue grande desvarío
venir a un hombre a buscar!
Cansada estoy de subir
hasta aquí.

ALEJANDRO:

Quiero romper
este cristal y beber.

CAMPASPE:

¿Qué me pudiera decir
quien me viera de esta suerte?

ALEJANDRO:

¡Válgame Júpiter santo!
Blasona, pues que me espanto,
suprema mujer, de verte.
¿Eres Venus que te cría
otra vez aquesta fuente
para matarme? Detente.
Yo me rindo, fuente fría.
De entre el hielo salió fuego
para abrasarme de amor.

CAMPASPE:

Digo que oigo hablar, honor.

ALEJANDRO:

Ya de amores estoy ciego.
No es bien, fuente, que me espante,
pues tanto mi amor la apoya,
que esté tan divina joya
engastada en un diamante.
En el alma te engastara,
mujer, si viva te viera,
y aun no digno engaste fuera
para joya que es tan rara.

CAMPASPE:

Quiero a mi quinta volverme.

CAMPASPE se retira de lo alto de la peña

ALEJANDRO:

Aguarda, que ya te fuiste,
pues donde tú te perdiste
no será mucho perderme.
Escucha, señora mía.
No me espanto, yo estoy ciego,
que no te abrase mi fuego
si estás en el agua fría.
Mas el fuego que se ofrece
para matarme inhumano
es de alquitrán, y está llano
que más con el agua crece.
Yo he de estar de aquesta suerte.

Baja CAMPASPE adonde está ALEJANDRO

CAMPASPE:

¡Qué galán! ¡Qué gentil hombre!

ALEJANDRO:

No te espantes que me asombre,
oh nueva Dafnis, de verte.
Fieras viniendo a matar
aqueste brazo sujetas;
esos ojos o saetas
me mataron con mirar.
Quién eres, señora, di,
para que esté satisfecho
que ha sido valiente el pecho
a quien mi valor rendí.

CAMPASPE:

Cazador gallardo,
que ser merecéis,
como de mi alma,
de los hombres rey,
soy de Macedonia.
El hado cruel
me llevó a mis padres
y sola quedé,
doncella y hermosa,
y pobre también.
¡Mirad qué tres cosas
en una mujer!
Juzgándome sola
mi patria dejé,
y a este altivo monte
me vine a tener
hospedaje pobre
en aquel que veis
sitio deleitoso,
aunque corto es.
Con una criada
vivo, sin temer
que dé con mi honor
un hombre al través.
De esta aguda flecha
no hiciera que esté
segura ¡ay de mí!,
que va en parecer.

ALEJANDRO:

Yo vivo tan libre
en este vergel
--mal dije-- vivía,
que ya sujeté
a tu gentileza
mi libre poder.
De mis nobles padres
tan sólo heredé
la mayor nobleza
que ha tenido rey.
Mas como sujeta
vive al interés,
temo que igualarme
quiera su poder
con quien no merezca
estar a mis pies.
Llámome Campaspe.
Pues quién [soy] sabéis,
sepa yo quién sois,
aunque ya lo sé.
Yo soy, cazadora,
milagro del suelo,
mereciendo ser
deidad de los cielos,
el magno Alejandro
que, por un suceso
desdichado, goza
macedonio reino.

ALEJANDRO:

Envidioso el día
que nace, su templo
convirtió en cenizas
¡oh trato fiero!
que su diosa estuvo,
dicen los efesios,
presente en el parto
de mi madre. Luego
consultó mi padre
sacros agoreros,
que de mí contaron
extraños portentos.
Nací con insignias
de león soberbio,
y aleonado ves
el rico cabello.
Un fuerte caballo
a mi padre dieron,
rozagante y bravo,
hijo de los vientos.

ALEJANDRO:

Corpulento talle,
extraño pellejo,
flamígeros ojos,
espacioso pecho;
trepado de lomos,
corta oreja y cuello,
populosas clines
que peinaba el viento;
pequeña cabeza,
encendido aliento,
el pisar lozano
y el mirar soberbio.
En medio tenía
el copete bello,
fuertes, como extraños,
dos hermosos cuernos.
Por rey de animales,
en el muslo izquierdo
tiene una corona
por hermoso yerro.
Si la planta asienta,
la alza tan ligero
que casi desdeña
que la bese el suelo.
Este, pues, feroz,
arrogante y fiero,
jamás consintió
el jinete diestro.

ALEJANDRO:

Viendo que no sufre
espuela ni freno,
le desprecian todos,
yo sólo le aprecio.
Consultó el oráculo
mi padre de Delfos,
y de la respuesta
quedó más suspenso.
Díjole, “Filipo,
sabrás que el primero
que aqueste caballo
tuviese sujeto,
gozará del mundo
propagado imperio,
venciendo sus armas
enemigos reinos.”
Cumplí a la sazón
diez años; entiendo
por agora veinte
no cabales tengo.
Supe la respuesta
y, de valor lleno,
dije, “Si yo fuera
este caballero...”

ALEJANDRO:

Cierto alegre día
para mí, salieron
mi padre y sus grandes
al valle de Venus,
que era donde estaba
el Pegaso nuevo,
digo en ligereza
y en airoso cuerpo.
Juzgué que trataban
echar el protervo
caballo a las fieras.
Escuchélo y llego,
de él compadecido,
altivo diciendo,
“¡Qué caballo pierden,
gran señor, aquéstos,
porque, en fin, no saben
sujetar sus fieros,
que causan temor
y que yo no temo!”
Díjome mi padre,
“Vuestros años tiernos,
Alejandro, son,
duros vuestros pechos.”
Yo, entonces, corrido
y de valor ciego,
de las bellas clines
furioso le tengo.

ALEJANDRO:

Vi que se espantaba
de su sombra él mesmo,
y al rayo del sol
le pongo dispuesto.
Y apenas le vi
no, en fin, tan inquieto,
cuando salto en él
igualando al viento.
Turbóse, corrió
por un largo trecho.
Terciéme la capa,
caléme el sombrero
y paré, en su curso,
un rayo del cielo.
Vuelvo donde estaba
mi padre perplejo,
con la misma furia
airoso corriendo.
Tiré de las clines,
túvele sujeto
como si le hubiera
de alabastro vuelto.
Deténgole, pára,
pico, corro, vuelvo,
entro en Macedonia,
y todos, suspensos,
en mis años miran
un Marte sangriento,
que alcanzo, tan mozo,
tan grande trofeo.

ALEJANDRO:

Entré por palacio,
salté de él al suelo,
llegué donde estaba
mi padre, contento
echóme, llorando,
los brazos al cuello.
Díjome, “Alejandro,
para ti es estrecho
sitio Macedonia;
conquista hemisferios.
Ya el mando te espera
para ser su dueño,
pues será tu espada
de los hombres miedo,
invidia de Marte,
de Júpiter celos.”
Mas ¿cómo podré,rendido y sujeto
a esa gallardía
y ese rostro bello[,]
ser lo que los hados
de mí previnieron?
Mas ¿qué mayor gloria
que este vencimiento?
A mí me he alabado,
que es triunfo viendo
del gusto vencido
alabar al preso,
que para alabaros,
señora, sospecho
que el callar es justo
para no ofenderos.
Pues que vi en el agua
la causa en que peno,
dadme aquestos brazos;
templaréis mi fuego.

Dentro con cajas y mucho ruido

VOCES:

¡Arma y guerra! Guerra!

ALEJANDRO:

¡Válganme los cielos!

CAMPASPE:

¿Qué es aquesto? ¡Ay, triste!

ALEJANDRO:

No temas, pues tengo
este acero al lado
y a ti te defiendo.

CAMPASPE:

Yo voy, gran señor,
a saber qué es esto.

Vase

VOCES:

¡Arma! ¡Guerra, guerra!

ALEJANDRO:

¡Qué feroz estruendo!

Descúbrese HÉRCULES, tebano,
vestido de pieles,
con una maza en la mano y una camisa,
sangrienta a puñaladas, en otra

HÉRCULES:

¡Oh, valiente sucesor
de mi belicoso origen,
a quien ya, como a mí, tiemblan
del orbe y mar los confines!
Cuando apenas la cabeza
del laurel altivo ciñes
y aprieta la fuerte mano
el cetro que el mundo rige,
en vez de vengar tu padre,
que justa venganza pide,
¿a unos hermosos ojuelos
toda tu grandeza rindes?
Mira tu valor; advierte
que has de ser segundo Alcides,
y aun sin segundo, si intentas
subir al cielo tu timbre.
Mira esta sangrienta veste
del valeroso Filipo;
advierte que Tebas, Grecia,
y todo el mundo compite
en quién primero el laurel
de la cabeza te quite.

HÉRCULES:

Con este brazo valiente,
con esta clava terrible
he sembrado el mar y tierra
de granates y rubíes,
que cada gota de sangre,
como con razón se quite,
ha de tener este precio,
y aún es, Alejandro, humilde.
Como yo tienes de ser
si quieres serlo invencible,
como a mí te han de temer
si tu valor lo permite.
Deja los tiernos abrazos,
el lustroso acero viste,
no pienses que han de valerte
de tu clemencia apacible
y de tu sacra nobleza
aquesos vasallos viles.
Con la espada podrás sólo
a su traición poner límite,
y hacer que te tema Grecia,
que ya libertad repite.
Queda en paz. Procura ser
lo que has de ser, por que envidie
tu valor Marte y el mismo
Júpiter te sea accesible.

Desaparece con ruido

ALEJANDRO:

Como el tuyo será, Hércules, fuerte
ese valor si quieres que lo sea.
Vivo otra vez quisiera, Alcides, verte;
pero el cielo querrá que el mundo vea
que aqueste acero es rayo fulminante
que tu valor consuma, y que desea,
aunque valiente, ser tan arrogante.
Teme, traidora Tebas, mi pujanza;
mi voz te admire, mi mirar te espante.
Yo tomaré de ti tanta venganza
que al mundo asombre, admire al cielo santo,
para que inmortal quede mi alabanza.
Airado causaré tan grande espanto
como suelo, apacible, dar contento,
y dejaré anegado en triste llanto
tu atrevido y traidor atrevimiento,
que a Júpiter enoja refulgente
y a mí, que Marte soy, fiero sangriento.
Marche mi fuerte y belicosa gente.
¡Al arma, capitanes! ¡Cierra, cierra!,
que hoy he de ver mi sol resplandeciente.

Vuelve a salir CAMPASPE

CAMPASPE:

Algún cuidado tu valor encierra.
Todo el monte está quieto y sosegado,
gran señor, sin haber señal de guerra.
No tenga vuestra alteza más cuidado,
que fue imaginación sin duda alguna.

ALEJANDRO:

A un tiempo estoy feroz y enamorado.
Oscurece tus rayos, blanca luna,
por que pueda vengar mi agravio justo
a que la infame Tebas me importuna.

CAMPASPE:

Cese ya, gran señor, vuestro disgusto.

ALEJANDRO:

¡Que un tebano traidor tan solamente
se opone a mi braveza y nombre augusto,
y de aqueste valor a la corriente!
¡Al arma, capitanes! ¡Muera Atenas!

CAMPASPE:

Advierte, rey supremo...

ALEJANDRO:

¡Que consiente
mi eminente valor tan viles penas!
¡Capitanes, al arma! ¡Muera, muera!

CAMPASPE:

¡Amor, a qué rigores me condenas!
¡Alejandro!

ALEJANDRO:

¡Oh, conquista dura y fiera!
[......................................................-arte]
[....................................................-era]
Aquí me llama Amor, y en esta parte,
blandiendo el fuerte y arrogante acero,
me mira airado el furibundo Marte.
Pero bien podré yo tener, si quiero,
valor y amor, pues es capaz mi pecho
para aquesta grandeza y todo entero
el mundo para mí me viene estrecho.
Amor he de tener y valor tanto,
como estoy de mí mismo satisfecho,
que al dios Cupido admire sacrosanto
y al enemigo más valiente espante.
Mitigarás mis penas entre tanto
que no visto la cota relumbrante,
y aun en la guerra contra el enemigo
me servirás de flecha penetrante,
pues le daré con más rigor castigo
por haberme privado de tus ojos,
que, como a los de Febo, adoro y sigo.

CAMPASPE:

Con aquesto mitigas mis enojos.

Sale APELES

APELES:

¡Oh, gran señor!

ALEJANDRO:

¡Apeles!

APELES:

¿De qué cielo
tu majestad bajó tales despojos
que esta estatua parece de su velo?

ALEJANDRO:

Otro mayor cuidado tengo agora,
aunque éste es grande, que me da desvelo.
Lleva a palacio aquesta bella aurora
mientras, rigiendo mi poder la muerte,
la infame Tebas su delito llora.

Vase


APELES:

Dueño de ella y del mundo pienso verte.
Si echo, señora, de ver
que a quien rige el orbe entero
le tenéis por prisionero
y me quisisteis vencer,
viendo mis nuevos cuidados,
bien puede decir mi suerte
que os parecéis a la muerte
en el igualar estados.
Muerte y amor en rigor
se parecen de tal suerte
que a veces amor es muerte
y a veces la muerte, amor.
Átropos jamás perdona
pobre sayal ni laurel,
ni tampoco Amor crüel
ni al sayal ni a la corona.
Una diferencia halló
un sabio que la interpreta,
y es que ella al cielo respeta
y el amor ardiente, no.
Si me habéis muerto de amor,
decir que vuestra beldad
me rindió no es deslealtad
contra mi altivo señor;
que, supuesto que aun al cielo
no le guarda ley Amor,
no será trato traidor
no guardarla a un rey del suelo.

CAMPASPE:

Yo hallé bastante sujeto
para emplear mi belleza,
y con razón a su alteza
le quiero bien y respeto.
Haced lo propio, y mirad
que es tarde.

APELES:

Yo iré a serviros.

CAMPASPE:

Y también quiero advertiros
que es amarme necedad.

Vase

APELES:

¡Qué presto que se ciega el más prudente
viendo una bella y celestial pintura!
¡Qué bien le llaman al Amor locura,
instantáneo furor, fuerte accidente.
Cogióme una belleza de repente,
no pude discurrir en mi cordura.
Mas ¿qué mucho --¡ay de mí!-- si una hermosura
a Júpiter sujeta omnipotente?
Miré, ceguéme, en fin, quedé vencido.
Tengo un rey por contrario altivo y fuerte.
A eternos celos quedo condenado,
pues jamás he de ser sino vencido,
ni podrá desear mi triste suerte
mayor ventura que no haber mirado.

Vase.

Salen EPAMINONDAS, EFESTIÓN y gente

EFESTIÓN:

Esto mand[ó] mi rey que te dijera.

EPAMINONDAS:

Lo que tengo de hacer he respondido.

EFESTIÓN:

Que mejor lo pensárades quisiera.

EPAMINONDAS:

Ya lo tengo pensado y advertido.

EFESTIÓN:

La espada saca ya Alejandro fiera.

EPAMINONDAS:

A nadie teme mi valor temido.

EFESTIÓN:

En el campo verás su valentía.
Vase

EPAMINONDAS:

En el campo verás también la mía.
Sale TIMÓCLEA

TIMÓCLEA:

Epaminondas valiente,
lustre y honor de tu casa,
que mereces que de bronce
te alce templos la fama;
tú, por quien aun las mujeres
desnudan fuertes espadas
animadas de tu voz
para defender su patria;
yo, Timóclea valerosa
más que la tebana clava,
esta alabanza en mujer
no puede ser arrogancia,
junté, para defenderte,
trescientos soldados de armas
tan valientes que ya temen,
con ser fuertes, su pujanza.
Marchando vienen al son
de las sonorosas cajas
que, como ven su valor,
ya de animarlos se cansan.
Con éstos y los que tienen
tus belígeras escuadras,
¿quién podrá?

VOCES (dentro):

¡Al arma, que llega
Alejandro a las murallas!

ALEJANDRO (dent.):

¡Al arma, soldados fuertes!
¡Muera Tebas! ¡Arma, arma!

TIMÓCLEA:

Ve presto; anime tu voz
y tus valientes hazañas
tus valerosos soldados.

EPAMINONDAS:

¡Viva Tebas! ¡Cierra! ¡Al arma!
Vase

TIMÓCLEA:

Ya los fieros escuadrones
furiosamente se traban;
animosos y soberbios
rasgan petos, quiebran lanzas.
Unos dicen, “¡Viva Tebas!”;
otros “¡Alejandro!” claman;
unos, animosos, hieren;
otros, ofendidos, matan.
¡Qué valeroso Alejandro
discurre por la campaña
en un caballo feroz
que por viento alienta llamas!

TIMÓCLEA:

Un rayo ardiente parece
su acero, que fuego saca
de los lucientes arneses
y entre su fuego se abrasan.
Todo el ejército, fiero,
rompe, destroza y maltrata;
ya no hay jinete que quiera
oponerse a sus hazañas.
¡Socorro, Júpiter santo,
que este rayo, que en pujanza
a los de tu esfera vence,
todo lo destruye y tala!
Mas un fuerte caballero,
que con las voces levanta
los ánimos de los suyos,
le presenta la batalla.
Todos a Alejandro cercan.
Milagro será si escapa
con la vida en tal aprieto.
¡Oh, Epaminondas, la fama
haga eterno tu renombre!
¡Qué valiente cuchillada
dio en el yelmo de Alejandro!
Mal su destreza le ampara,
que mal podrá defenderse
la cabeza sin celada.

TIMÓCLEA:

¡Qué portentoso caballo!
Con dos rígidas guadañas
que lleva en la dura frente,
los paveses despedaza
y, defendiendo a su dueño,
con los bufidos espanta.
No queda soldado a vida.
¡Oh, brazo que no te cansas!
Sólo queda Epaminondas
con Alejandro en campaña.
¡Qué diestramente pelean!
¡Oh, Apolo! ¿Hay ventura tanta?
Cayó Alejandro en el suelo.
El caballo se levanta,
y con el de Epaminondas
más arrogante se traba.
Cayó. Matóle el caballo.
¡Oh, qué notable desgracia!
¡Amparadnos, santos cielos,
que ya la vitoria cantan!

Vase.

Salen peleando ALEJANDRO y EPAMINONDAS

EPAMINONDAS:

Alejandro, detén la fuerte espada.

ALEJANDRO:

¡Muere, traidor!

EPAMINONDAS:

¡Socorro [al] cielo pido!
Cae muerto.
Salen CLITO, EFESTIÓN, y PARMENIÓN

EFESTIÓN:

Ya la vil Tebas queda castigada.
Ya ese valor al bárbaro ha rendido,
que se opuso a tu frente coronada,
que de la quinta esfera envidia ha sido.
A nacer vuelvan otra vez gigantes
para que, como Jove, los espantes.

ALEJANDRO:

Acometió Bucéfalo tan fuerte
al son, vasallos, de la presta trompa
que con sólo mirar daba la muerte.
No hay armas que no hienda, raje y rompa.
Mas ¿cómo se alborotan de esta suerte?
Salen SOLDADO 1 y otros con TIMÓCLEA, presa

SOLDADO 1:

Perdona, bravo rey, que te interrompa.
Esta mujer mató nuestro caudillo.

ALEJANDRO:

Y ¿por qué?

TIMÓCLEA:

Ya, señor, quiero decillo.
Yo soy la infeliz Timóclea,
hermana del gran Teágenes,
que por la griega corona
muriendo vertió su sangre.
Nací en Tebas, ¡ay de mí!,
con mil infaustas señales,
que cuando hay grande hermosura
ha de haber desdicha grande.
Acometió tu furor
nuestros muros de diamante,
mas es ese fiero acero
contra el diamante Anajarte,
que a los primeros encuentros
los tebanos, arrogantes,
fueron perdiendo en un punto
de su valor los quilates.
Yo, desde el alto palacio,
desde una ventana, grave,
te vi, gran señor, vencer
nuestros soldados cobardes;
pero mal dije, valientes,
que basta que tales mates
por que ha menester, señor,
si tienen de contrastarte,
producir naturaleza
por enemigos gigantes,
que de otro modo no es bien
que el sacro Júpiter se arme
y que saque de la vaina
el acero penetrante.

TIMÓCLEA:

Viendo, en fin, que la victoria
iba aclamando tu parte,
y que ya nuestro escuadrón
comenzaba a retirarse,
fui donde estaban mis hijos
por guardarlos como madre.
Entré en mi casa, señor;
eché a la puerta la llave,
y vi al airado tropel
de tu gente apoderarse,
como vencedor, en fin,
de nuestros antiguos lares.
“¡A las doncellas hermosas,
que las fuercen o las maten!”,
dijo un capitán, que fue
el que maté por vengarme.
Este, pues, entró en mi casa
tan impío y tan infame
que, sin temer a los dioses
ni respetar sus altares,
empezó con mil lucidas
palabras a maltratarme,
pidiendo que diese puerta
a mi honor inexorable.
Fui de roca en las palabras;
mas no es defensa bastante,
que por eso las mujeres
son humildes y cobardes.

TIMÓCLEA:

Remitió, en fin, a las fuerzas
el borrar la bella imagen
de mi honor. En fin, cumplió
su gusto con mis pesares.
Pidióme después mis joyas.
¡Mira qué afrenta tan grande,
pedirme joyas después
que me hurtó la que más vale!
Llevéle a un jardín florido,
adonde una fuente amable,
un pozo lleno, profundo
de divididos cristales.
Díjele que allí escondí
mis ajorcas y collares
y toda mi hacienda, viendo
nuestra desdicha notable.
Él entonces asomóse;
mas yo, vengando mi ultraje,
asiéndole por los pies,
le dejé precipitarse.
Quiso nadar y, tirando
piedras, loca de pesares,
vengué, señor, con su muerte
la injuria de mi linaje.
A tus pies estoy postrada,
para defenderme inhábil.
Aquí estoy. Corta mi cuello
si merezco que me mates.

ALEJANDRO:

Por Apolo, que dijera
que tú me diste mi ser
¡oh valerosa mujer!,
si Olimpas no me le diera.
Que cupo en tu hermoso pecho
tan extremado valor
que aquesa esfera de amor
le quitó a Marte tal hecho.
Que ese divino traslado
de Venus bella . . .

TIMÓCLEA:

Repara
que a ti también te matara
si me hubieras afrentado.
Ruido dentro.
Salen APELES, y BUFO
con un paño en la cabeza,
como que está herido

APELES:

Ya de la traidora Tebas
la máquina levantada,
queda en el suelo postrada
de tu justo agravio en pruebas.
Sólo de Hércules el templo
y de Píndaro la casa
por ti, señor, no se abrasa,
porque den honroso ejemplo.

ALEJANDRO:

¿Qué tienes, Bufo? ¿Te hirió
el enemigo?

BUFO:

Señor,
no, porque, en fin, su furor,
aunque quiso, no me halló.
Una teja de un tejado
me pudo descalabrar
porque me quise pagar
sin que hubiera trabajado.
Que aun las piedras de la calle
no consienten, ¡ay de mí!, . . .

APELES:

(Calla, que está el rey aquí.)

BUFO:

(Dile a la herida que calle.)

ALEJANDRO:

Pena me da, Tebas, verte,
y aun lágrimas; mas es justo
que delito tan injusto
se castigue de esta suerte.
A ti, señora, te doy,
porque vengaste tu afrenta,
seis mil talentos de renta.

TIMÓCLEA:

Rendida a tus pies estoy.

ALEJANDRO:

Y aún no es grande galardón
de tan varonil hazaña.

TIMÓCLEA:

¡Qué grandeza tan extraña!
¡Que divina perfección!

CLITO:

Témate el mundo, señor.

ALEJANDRO:

Con las armas, Clito, haré
que me tiemble, y aun ser[é]
quien le rinda.

PARMENIÓN:

De temor
hoy Macedonia se priva,
pues que victoriosos vamos.
{{Pt|ALEJANDRO:|
Marchad.

CLITO:

Y todos digamos,
“¡Alejandro viva!”

TODOS:

¡Viva!

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

}}