La Miraflores/II

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II[editar]

La luz del sol caía en el patio como tamizada por las verdes hojas del parral; las ramas del jazmín y de la madreselva tendían sobre los blancos muros a modo de caprichosos pabellones; brillaban en los limpios arriates casi todas las tintas con que Dios matizara las flores en los campos de Andalucía; trasudaba el renegrido cubo en cristalino goteo sobre el alto brocal del pozo, y sentada en una silla de pequeñas dimensiones en uno de los ángulos del patio, cosía cantando a media voz la bellísima bienamada de Antoñico el Cartagenero, y cosiendo y cantando seguía cuando la voz de la señora Pepa le anunció la visita de Joseíto el Cardenales.

-¡Dígale usté que entre aquí si quiere! -gritó con voz argentina.

Bien merecía Paca su renombre de mujer hermosa por su cuerpo esbelto, armónico, sin que excesivas arrogancias desdibujaran el elegante lineal de su figura; por su rostro, si no de una absoluta perfección, sí de una atracción irresistible; de nariz leve, levísimamente arremangada que ponía en su rostro algo de graciosamente picaresco, de labios rojos y fragantes como pétalos de flores; de ojos de una transparencia tan azul, de tan serena profundidad que parecía mirándola que podría verse a su través las más esfumadas matizaciones del alma; a su frente noble y pura servía de reluciente diadema la magnífica rebelión de sus cabellos de oro; su barba uníase en una ondulación suavísima a su garganta redonda y tornátil, aprisionada en aquellos momentos por un collar de abalorios; un vestido de batista celeste modelaba sus formas elásticas y tentadoras, y un pañuelo de encajes, su seno virginal, de elegante curvatura.

Joseito tardó poco en penetrar en el patio seguido de la señora Pepa, cuyo semblante aún recordaba un pasado esplendoroso.

-¡Gracias a Dios, hombre, que vuelven a verte los ojitos de mi cara! -exclamó la Miraflores con acento alborozado, al ver penetrar en el patio a Joseito.

-Si es que yo no te quiero ver muy a menudo -le repuso éste al par que se sentaba en la silla que la señora Pepa le ofreciera.

-¿Y se puée saber quién ha sío el mal corazón que ha lograo que tú me tomes a mí tantísimo aborrecimiento?

-Si no es aborrecimiento, criatura; si es que cuando te veo tres veces seguías, aluego ya no me gustan más que tres mujeres: tú y tú y la Divina Pastora.

Durante algunos minutos charlaron de cosas indiferentes, y aprovechando los momentos en que un marcadísimo olor a pegado hizo salir de estampía a la Clavijo en auxilio de la olla,

-Oye, tú, que yo necesito hablar contigo -dijo el Cardenales a la muchacha, la cual le repuso mirando recelosa hacia la puerta:

-Y yo también necesito hablarte, asín es que te espero esta noche sin falta, a las ocho en punto, en ca la Pinturera.

Cuando momentos después regresó al patio la anciana, se encontró con que Joseíto ponía al tanto a su hija del motivo que había tenido Paco el Tronío para poner punto final a sus relaciones con Micaela la Peinadora.

Transcurrido que hubo un rato, se despidió Joseíto y se fue en busca de su pariente, con el cual permaneció todo el resto del día, y sentido que hubo de sonar las ocho, se dirigió a casa de Lola, a la que encontró en la ventana en compañía de Paquita la Miraflores.

-Así me gustan a mí los hombres, ¡puntuales! -dijo ésta, sonriendo, mientras Dolores sonreía también al recién llegado, y

-Pero vamos a aprovechar el tiempo -continuó Paca-, no sea cosa que venga la madre de Lola y me quede yo sin enterarme de lo que tú tienes que decirme.

-Bueno, pos lo que yo tenía que decirte era que me habían dicho que desde hace unos cuantos días anda gimiendo y llorando por ti un gachó que se ha venío de Ronda y que ha perdío los papeles por tu carita gitana.

-Pos eso mismamente, sin lo de la carita gitana, era lo que yo te tenía que decir, y además que tú no puées figurarte el jerre que jerre y el dale que le da que traen conmigo los que me trujieron al mundo porque transija yo y le dé cuartel a ese hombre.

-Pos ya tengo yo ganas de verle las jechuras y el perfil a ese mocito.

-Pos no se meta usté en eso, hijo -exclamó Lola haciendo un mohín desdeñoso-, porque no hay naíta que temer de ese gachó, que tiée un trago pa cualisquiera presona de gusto; como que a mí ca vez que lo veo se me pone malo el cuerpo.

-Pus por Murillo le parece a mi gente que está pintao, y tan le parece eso que no voy a tener más remedio que transigir y que tener con él algún que otro rato de palique, porque si no er cólera les va a dar a mis padres, y ellos a mí me van a quitar la vía a fuerza de berrinchines.

-¿Que tú vas a tener un rato de palique con ese gachó? ¡Vamos, mujer! ¿Quiées tú que en cuanto se entere Antonio me pregunte a mí que si yo estoy pintao a la acuarela en un peazo de cartulina?

-¡Pos no voy a tener más remedio, hijo, porque como mi padre pa mí no es el sereno del distrito ni mi madre la patrona del fielato...!

-Pero ¿no comprendes tú que cuando se entere Antoñillo de eso se va a morir de la pena?

-¡Pero te crees tú que yo voy a transigir con ése! ¡Vamos, hombre! Yo, en tu caso, lo que haré será entretenerlo hasta que venga Antonio, y cuando él venga, entonces veremos lo que se jace.

Quedó en silencio durante algunos instantes Joseíto, y después, levantando la cabeza bruscamente, exclamó, mirando con expresión de triunfo a la Miraflores y a Lola la Pinturera:

-¡Camará, y el pesqui que a mí me ha dao Dios! Como que me parece a mí que voy yo a poer arreglar este asunto, si es que tú te sientes capaz de jacer toíto lo que yo te diga.

-Yo soy mu capaz de to; yo soy más valiente de lo que tú te figuras.

-Pos vamos a ver eso enseguida; vamos a ver qué es lo que tú dirías si en lugar de arrimársete ese guasón, se te arrimara un mocito la mar de garboso, y la mar de simpático, y la mar de pinturero, y con la mar de parneses.

-Oiga usté -exclamó Lola con acento suplicante-, ¿no podría usté jacer una obra de misericordia diciéndole a ese gachó que se arrimase a mí en lugar de arrimarse a Paca, que tiée más aquerenciaos que armendras los Verdiales?

-A ve, explícame tú eso mu clarito, que yo lo entienda bien -le dijo Paca mirándole con los párpados entornados.

-Pos si la cosa es más clara que el sol. Supónte tú que yo tengo un pariente que acaba de llegar de Écija, y que va a dir enseguiíta pa Buenos Aires; tú supónte que ese pariente mío te ve ese proigio que Dios te puso por cara y que, como es natural, el mozo se quea chalaíto del to, y como es más libre que el viento, pos el gachó encomienza a arrullarte. Supónte tú que tú encomienzas a sentir que se te ablandan las entrañas y se entera de esto el de Ronda, que comprende que con un mozo del mérito de mi primo no le puéen salir más que las contrarias, y, como es natural, pos el hombre, por no tener que asesinar a mi pariente lanza la vela y pone la proa a la mar. Tus padres, los señores de Clavijo, como el otro tendrá cuasi tantos parneses como el de Ronda, porque ya me encargaré yo de que se lo crean, nos encomienzarán a darse a partío, y cuando Antonio esté al venir, pos Cayetano, porque mi primo se llama Cayetano, se abronca contigo y tú te abroncas con él por si miraste o dejaste de mirar a Fulanito ti a Menganito; truenan ustedes, él coge el vapor, el vapor iza el ancla y tú te queas con tu Antonio, y a mi aluego me dan ustedes la laureá, y si no lo jacen ustedes es porque no tiéen ustedes corazón ni saben portarse como Dios manda y manda nuestra Santa Madre Iglesia.

-Y oye tú, ¿a ti qué te parece lo que dice Joseíto? -preguntó Paca a la Pinturera, mirándola con expresión interrogadora.

-Pos, hija, a mí me parece la cosa la mar de bien, pero que la mar de bien que me parece.

-No, si a mí tampoco me parece la cosa mal; pero es que no sabemos si ese hombre estará u no estará conforme con meterse en esas honduras.

-¡No ha de estar conforme! A mí no me niega él un favor que yo le pía.

-¡Pos entonces más vivo! -exclamó, incorporándose, la Pinturera.

-Pos más vivo -repitió la Miraflores, y

-¡Pos más vivo! -repitió también, despidiéndose con un movimiento de cabeza de las dos mujeres, el mejor amigo deAntonio el Cartagenero.