La bella malmaridada/Acto I

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La bella malmaridada
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen TEODORO y LEONARDO, solos.
TEODORO:

  Amor loco, amor loco,
yo por vós, y vós por otro.

LEONARDO:

  Algo vienes divertido.

TEODORO:

Bien dijo Montemayor
esta canción.

LEONARDO:

Galaor
se te ha en el alma infundido;
  ya quieres, y ya no quiero.

TEODORO:

De tanto buscar placer
casi he venido a tener
el amor de las mujeres.

LEONARDO:

  Los que en Dios ponen su amor,
dioses la escritura llama,
y al que los pecados ama,
llama el mundo pecador.
  Y así he venido a entender,
aunque esto te cause espanto,
que el que a mujer ama tanto,
por fuerza ha de ser mujer.

TEODORO:

  Cuando te vi comenzar
por eso de la escritura,
creí de tu compostura
que querías predicar.
  ¿Mas dónde hallaste camino
tan satírico y villano,
que para llamarme humano
comiences por lo divino?
  Mas volviendo a tu argumento,
de que el amante es lo mismo
que amar, a tu silogismo
responderé, estame atento.

LEONARDO:

  ¿Para qué es el atención?

TEODORO:

Para...

LEONARDO:

¿Qué quiés responder?,
¿piensas que podrás poner
tus locuras en razón?

TEODORO:

  Si yo quiero a cuantas veo,
¿cómo seré una mujer,
si el transformarse ha de ser
un cuerpo, un alma, un deseo?
  Con tan varios pareceres,
¿una sola podré ser?

LEONARDO:

No serás una mujer,
sino infinitas mujeres.

TEODORO:

  Agora a lo cierto acudes,
y si cual lo dices soy,
en mí tendré juntos hoy
los vicios y las virtudes.
  Daré mil glorias y penas,
pondré al bien y al mal las alas,
seré muchas cosas malas
y seré infinitas buenas
  Seré gloria y paraíso;
seré gloria, seré infierno;
llanto con tormento eterno,
seré discreción y aviso.
  Y entre Júpiter y Juno
también podré ser juez,
que compitiendo una vez
no hallaron juez ninguno.

LEONARDO:

  ¿Y sobre qué vino a ser?

TEODORO:

Sobre cuál era más casto;
y para juez yo basto,
que al fin soy hombre y mujer.
  Mas todo aquesto atribuyo
a que no hay hombre tan bueno
que no vea el daño ajeno
y no reconozca el suyo.
  ¿Que puedes decirme a mí,
que en ti no se pueda hallar?

LEONARDO:

¡Ya me querrás achacar
que soy casado!

TEODORO:

Es así.
  Y pues con una doncella
te casaste, a quien la fama
en todo Madrid la llama,
por excelencia, la bella,
  y con ser en tanto estremo,
buscas algún pan prestado;
¿yo, que no he sido casado,
por qué tus sermones temo?
  ¿qué puede un mozo temer,
querido en Madrid de todos,
que digas tú por mil modos
que ando tras una mujer?
  Vuelve la tuya cansada
de lo [que] sufriendo está,
que hay mil que la llaman ya
la bella malmaridada.
  ¿Por qué has de andar desvelado,
inquietando tus amigos,
que dicen falsos testigos
que vives ya mal casado?
  Teniendo mujer hermosa,
andarte tú libre así
deja entenderse de ti
que ha de andar ella celosa.
  Da gracias, Leonardo, al cielo
que fue Lisbella la que es,
que puede estar a sus pies
toda la envidia del suelo;
  que si no, tu andar al torno
harta ocasión le había dado
para haberte levantado
hasta el mismo Capricornio.

LEONARDO:

  Teodoro, no la amistad
te haga descomedido,
que lo que callado ha sido
no busca tu enemistad.
  El amistad es de iguales,
y si va a decir verdad,
siempre la desigualdad
hace cosas desiguales.
  Deja estar a mi mujer,
que el que es hombre y es casado,
antes desto está obligado
a saber lo que ha de hacer.
  Y no te pido consejo
para que me le des tanto,
ni eres agora tan santo
ni en tus consejos tan viejo

TEODORO:

  Jamás yo llegué a entender
que tú me dijeras esto.

LEONARDO:

¡Qué prolijo y qué molesto!
¡Qué necio y qué bachiller!

TEODORO:

  Quien estando con su amigo,
dice aquesto en su presencia
es bien claro que en su ausencia
se dará por su enemigo.
  Quédate Leonardo, a Dios,
y no esperes verme más.

LEONARDO:

Vuelve Teodoro; ¿do vas?,
¿pues siendo un alma los dos,
  pues así te piensas ir
y dejar muerto un amigo?

TEODORO:

Dísteme mucho castigo.

LEONARDO:

Sabes que te he de servir.
  De otras podemos tratar,
que hay en Madrid como un oro,
pero la propia, Teodoro,
esa estese en un altar.

TEODORO:

  ¿La bella fue a ofender
a tu mujer?

LEONARDO:

Al marido,
siempre sospechoso ha sido
alabarle a su mujer.
  Y aun mira que más te digo:
si eres de hacello capaz,
que aun a meterlos en paz
no ha de acudir el amigo.

TEODORO:

  Escríbeme un arancel
de aquello que está obligado,
con el amigo casado,
el que anduviere con él.

LEONARDO:

  El discreto ya lo sabe,
mas yo te le escribiré.

TEODORO:

Pues, ¡sus!, yo le estudiaré.

LEONARDO:

Deja, Teodoro, lo grave
  y vamos a lo burlesco.

TEODORO:

Hasme enseñado a callar
y no he de saber hablar.

LEONARDO:

Aquí corre lindo fresco,
  y vendrán mil a escuchar
los músicos de su alteza.

TEODORO:

¿Pues cómo en esta aspereza
pueden sentarse y cantar?

LEONARDO:

  Las espaldas de palacio
sobre aqueste parque dan,
y aquí sentados están,
cantando y tomando espacio;
  y muchos vendrán también
que a cantar suelen venir,
mas es cosa de reír
que no cantarán tan bien,
  que es un milagro, Teodoro,
ver su concierto estremado,
parecen copia y traslado
del alto y supremo coro.
  Cantan y dan dulce guerra,
llevando el cielo en compás
a los tonos de Juan Blas,
que es un ángel en la tierra.

TEODORO:

  Con eso habrá ya cesado,
como otras veces solía,
la más gente que acudía
a la frescura del prado.
  ¿Y que aquí su alteza escucha?

LEONARDO:

Dios le guarde, que ha de ser
tan gran rey que ha de exceder
esta grandeza, aunque es mucha.
  Ha de hacer temblar el suelo,
ya en la paz, y ya en la guerra.

TEODORO:

Tal padre tiene en la tierra,
y tal abuelo en el cielo.

(Cantan dentro, en cuya ribera Albano.)

  ¿Cantan?

LEONARDO:

Las voces conozco.

TEODORO:

¿Quién son en esta ocasión?

LEONARDO:

Son de un conde Scipión,
la tercera desconozco.

TEODORO:

  ¿Es deudo del otro a caso?

LEONARDO:

Todo, Teodor, puede ser.

(Salen los músicos y el CONDE SCIPIÓN.)

CONDE:

Decir podéis la de ayer.

MÚSICO:

¿Cuál fue?

CONDE:

La de Garci Laso,
  que tiene ingenio divino.

MÚSICO:

Es vieja ya, y está impresa.

CONDE:

¿De que está impresa te pesa?
Lo más viejo es lo más fino.
  ¿Quién en ingenio le iguala?

MÚSICO:

Un Lupercio aragonés,
y un Camoes portugués.

CONDE:

Templa.

MÚSICO:

¡Qué prima!

CONDE:

No es mala.
(Sale LISBELLA con manto.)

TEODORO:

  Una mujer ha venido.

LISBELLA:

¡Ayudadme, santos cielos,
que vienen a ver mis celos
los pasos de mi marido!
  ¡Cubridme con una nube,
que encubra mi atrevimiento,
pues fue el primer movimiento
que en toda mi vida tuve!

TEODORO:

  Quiérome llegar a ella,
que parece de buen talle
que pasealla por la calle.

LEONARDO:

Para ti bastaba vella.

TEODORO:

  Sin duda dicen por mí
lo del asno con la toca;
toda mujer me provoca,
lo que no quise, no vi;
  tantas quiero cuantas veo;
en mi vida tuve envidia,
sino al Turco.

LEONARDO:

¿No fastidia
ese enfado a tu deseo?

TEODORO:

  Qué necedades arrojas,
pues sabes que tu mujer
todas mueren por la ver,
y tú de verla te enojas.

LEONARDO:

  ¿Ya no te tengo rogado
que dejes a mi mujer?

TEODORO:

Arancel he menester,
o no ver hombre casado.
  Vive Dios por no escucharte
que he de sentarme a este lado,
el achaque es estremado.

LEONARDO:

Yo me siento a estotra parte.
(Siéntanse ambos a los dos lados de LISBELLA.)

CONDE:

  Vive Dios que se asentaron
y que lo quería yo hacer.
Cogido me han la mujer.

MÚSICO:

La bendición te ganaron.

LISBELLA:

  Este falso es mi marido.
¡En qué pasos mi honor mete!
Y el otro el falso alcahuete
con quien anda destraído

TEODORO:

  Yo, señora, soy un hombre
moreno y desenfadado,
Teodoro, en Madrid, llamado
y Galaor, por mal nombre.
  Yo no sé de amancebarme:
donde yo entro, entren todos;
procuren por varios modos
lo que tuviere quitarme.
  No doy pesadumbre en nada,
ni por fuerza la tomé,
porque dos cosas juré
cuando me ceñí la espada;
  son, si acaso las codicia
vuestro deseo saber:
no reñir sobre mujer,
ni acuchillar la justicia.
  Soy pícaro y retozón,
soy mancebo y soy bellaco,
y si me enojan, me aplaco
con cualquier satisfación.
  No hice verso en mi vida,
no dije mal de mujer;
sólo aquesto de querer
de veras nadie lo pida.
  Y aunque fortuna me dio
méritos tan desiguales,
¡vive Dios, que mis cien reales
nadie los da como yo!

LISBELLA:

  ¡Bien os habéis retratado!

TEODORO:

Mirándome en vuestro espejo,
y lo que me falta dejo
a vuestro ingenio estremado.

LISBELLA:

  Grandes cosas os promete
vuestro modo de vivir,
porque dejáis de decir
que sois.

TEODORO:

Decidlo.

LISBELLA:

Alcahuete.

TEODORO:

  ¿Alcahuete yo?, ¿de quién?

LISBELLA:

De un caballero casado.

TEODORO:

Esto, Leonardo, he medrado
de andar con vós.

LISBELLA:

Yo también.

LEONARDO:

  ¡Ah, pobres de los casados,
sujetos a tal rigor!
¡Oh martirio, oh fuego, oh amor,
oh cruz y brazos quebrados!

LISBELLA:

  ¡Oh pobres de las mujeres
sujetas a un vil verdugo!,
¡oh lazo pesado, oh yugo,
oh cruz, si cruz y horca eres!

LEONARDO:

  Más deben a tus amigos
los que su amistad profesan.
(Sale CASANDRA, con manto cubierta, y LUCINDO y LEANDRO.)

CASANDRA:

Déjenme, que se embelesan,
que no he menester testigos.

LUCINDO:

  Celosa debéis de ir.
¿Está por aquí el galán?

TEODORO:

Ya nuevos aires me dan.
Dama, no os puedo servir,
  que otra que ha llegado al puesto
me ha robado el corazón.

LISBELLA:

Estremada inclinación.

CONDE:

Cantad algo, decid presto.

(Cantan.)

LISBELLA:

  Quedo, no juguéis de mano,
que soy casada y honrada.

LEONARDO:

Pues no estéis tanto tapada.

LISBELLA:

Sed más noble y cortesano.

LEONARDO:

  ¿Que casada sois?

LISBELLA:

Y tengo
a mi dueño junto a mí.

LEONARDO:

¿Conoceisme?

LISBELLA:

Señor, sí,
y aun a conoceros vengo.

LEONARDO:

  ¿A conocerme, por qué?
¿sabémonos ya los nombres?

LISBELLA:

Sí, por ver que hay en los hombres
tan poca verdad y fee.
  ¿Sois vós casado?

LEONARDO:

Y cansado.

LISBELLA:

¿Tenéis buena mujer?

LEONARDO:

Buena.

LISBELLA:

¿Qué os da pena?

LEONARDO:

El darme pena.

LISBELLA:

¿De qué?

LEONARDO:

De lo que ha durado.

LISBELLA:

  ¿No os trata bien?

LEONARDO:

Bien me quiere.

LISBELLA:

¿Pues qué tiene?

LEONARDO:

Que es celosa,
y el ser propia, que no hay cosa
que tanto me desespere.

LISBELLA:

  No os debe de regalar.

LEONARDO:

Sí hace, pero tener
mujer a hora de comer,
mujer después, al cenar,
  mujer después, en la cama,
y a todas horas mujer,
y aquel cuidado tener
de la familia y la fama,
  ¿a quién no espanta? ¡Ah, si Dios
el casarse permitiera
que un año a prueba se diera
y que se acabara en dos!

LISBELLA:

  Celoso debéis de estar,
sin duda que ella os disfama.

LEONARDO:

Es un águila en su fama,
no hay de aqueso que tratar.
  Ella me tiene a mí amor,
yo soy el que no la pago,
pues cien mil maldades hago,
y ella vela por mi honor.
  Es arca de la virtud,
y agora estará velando,
o con sus horas rezando
porque yo tenga quietud.
  ¿Sois vós casada?

LISBELLA:

Sí soy.

LEONARDO:

¿Tenéis mal marido?

LISBELLA:

Malo.

LEONARDO:

¿No os regala?

LISBELLA:

¿Qué regalo?

LEONARDO:

¿Trátaos bien?

LISBELLA:

Con él estoy.

LEONARDO:

  Mal paga vuestro deseo.

LISBELLA:

Hablad y tened la mano.

TEODORO:

Como digo, soy indiano.

CASANDRA:

De la color yo lo creo.

TEODORO:

  En la color y el sabor
todo soy como pimienta.

CASANDRA:

Bien en la cara le asienta
de aquesa tinta el color,
  que hasta el mostacho es borrón
de la del grifo estremado.

TEODORO:

Esta es mujer.

CASANDRA:

¿Que le agrado?

TEODORO:

Sí.

CASANDRA:

Y él a mí, socarrón.

TEODORO:

  Lo que durare esta luna
os querré, y un hora más,
y si anda el reloj atrás,
quizá no os querré ninguna.
  En este me podéis vós
disponer de mi obispado,
proveyendo a vuestro agrado
prebendas de dos en dos.
  Simple, ninguna hallaréis,
porque yo soy bellacón,
tan del alma socarrón
como en la cara lo veis.

CASANDRA:

  ¿Pues para qué un hora ha sido
después de amarme y amaros
todo un mes?

TEODORO:

Para olvidaros
del tiempo que os he querido

CASANDRA:

  Digo que yo soy contenta,
que si mi amor os rindiere,
aquel que un mes me quisiere,
alargará más la cuenta.

TEODORO:

  Pues hágase la escritura
por un mes de arrendamiento.

CASANDRA:

Respondo que la consiento.

TEODORO:

Ven, ventura.

CASANDRA:

Ven y dura.

TEODORO:

  ¿Qué condición?

CASANDRA:

Pecatriz.

TEODORO:

¿Qué casa?

CASANDRA:

A lo cortesano.

TEODORO:

¿Hay almirez?

CASANDRA:

Con su mano.

TEODORO:

¿Qué plato?

CASANDRA:

Lomo y perdiz.

TEODORO:

  ¿Treinta días?

CASANDRA:

No cuente aquí.
¿Qué cuenta?

TEODORO:

El gasto.

CASANDRA:

Ya enfada,
vámonos, no cuente nada.

TEODORO:

¿Qué, por el camino?

CASANDRA:

Sí,
  en efeto eres criollo.

TEODORO:

Como esas maldades crío.

CASANDRA:

¿Luego no es indio?

TEODORO:

Bien mío,
del rostro, sí.

CASANDRA:

Vaya al rollo.

TEODORO:

  Indiano soy, por tu vida,
de aquí de Caramanchel.

CASANDRA:

Tan negra soy como él.

TEODORO:

He aquí la señal perdida.
  ¿Y al fin se va?

CASANDRA:

¿No lo vee?

TEODORO:

¿Y ha me de dejar llorar?

CASANDRA:

¡Oh, bellaco singular!,
bien te quiero.

TEODORO:

¿A fee?

CASANDRA:

Sí, a fee,
  porque para desgarrado
no eres malo para un mes.
Ven conmigo.

TEODORO:

Soy tus pies.
(Vanse los dos.)

LEONARDO:

Teodoro va acomodado.
  Perdonad, señora mía,
que le quiero ir a buscar.

LISBELLA:

¿Cuándo os iréis acostar?

LEONARDO:

Todo es de noche hasta el día.
(Vase LEONARDO.)

CONDE:

  Ya la mujer han dejado.

MAURICIO:

Agora quiero llegar.

LISBELLA:

Traidor, irete a buscar
o callaré mi cuidado.
  Por ser propia me desprecias,
¿Hay más confuso dolor,
desdichado del amor
que vino a manos tan necias?
  Con otra mujer reposas,
y me dejas sola a mí;
iré llorando tras ti.

CONDE:

¡Oh, qué quejas tan hermosas!,
  ¡oh, qué lágrimas vertidas!,
¡dichoso por quien las viertes!,
¡penosas, para tan fuertes!,
¡dichosas, para sentidas!
  Ella está mal empleada;
espérate, llegaré.

LISBELLA:

Traidor, yo te buscaré.

CONDE:

Señora...

LISBELLA:

Y bien desdichada.

CONDE:

  ¿Qué buscáis?

LISBELLA:

A mi marido.

CONDE:

¿Cuál es?

LISBELLA:

El que va de aquí.

CONDE:

Yo os le trairé muerto aquí.

LISBELLA:

No está tan aborrecido,
  que aunque el traidor me ha dejado,
es más justo a mi dolor
que sufra celos mi amor,
que no velle mal logrado.
  Adórole y él me deja,
búscole y huye de aquí,
vase y déjame, ¡ay de mí!,
mirad si es harta mi queja.

CONDE:

  Quisiérala consolar,
mas tan bien llora, y bien siente,
que a no crecer mi acidente,
gustara verla llorar.
  Hermosísima mujer
de ingratísimo marido,
vuestra música en mi oído
sirena debe de ser.
  Canta el cisne con su muerte,
llora la sirena en vida,
y si es aquí mi partida,
para morir vine a verte.
  Que si para mal casada
tan hermosa os hizo Dios,
sin duda dirán por vós
la bella malmaridada.
  El alma y vida os rendí,
el corazón y la fee,
que sois del cabello al pie
de las más lindas que vi.
  Vuestro marido os maltrata,
regalo habéis menester,
en mí le podréis tener
con un hombre de oro y plata.
  Soy bueno entre los mejores,
famoso entre los más claros,
en quien podéis emplearos
si habéis de tomar amores.
  Yo no os aconsejo aquí
que quien sois dejes de ser,
pero si habéis de querer,
no dejéis por otro a mí.

MAURICIO:

  Señora, el conde Scipión
es caballero romano,
deudo del otro Africano,
y tiene el mismo blasón.
  En vuestros ojos adora,
de vós tiene el ser que tiene,
con vuestro amor se conviene,
y en su pecho os atesora.
  Daros ha tras cada paso
la vida, cual dueño dél.

LISBELLA:

Dáseme de ti, ni de él
lo que piso o lo que paso.
  Si él es romano, yo estraña;
precio honor, si él honor precia.
Si es Tarquino, yo Lucrecia;
si él es Scipión, yo de España.
  A España va a conquistar,
si a mí conquistarme piensa;
soy torre con fuerza inmensa,
soy roca en medio del mar.

MAURICIO:

  Tente.

LISBELLA:

No me digas nada.

MAURICIO:

Espera.

LISBELLA:

Quítate, infame.

CONDE:

Esto obliga a que se ame.

MAURICIO:

Fuese.
(Vase LISBELLA.)

CONDE:

Mujer fuerte, honrada.

MAURICIO:

  Déjala señor.

CONDE:

¡Necïo!
Pues respon[de: ¿de] qué cosa
la puede hacer más hermosa,
que no tener su honor precio?
  La mujer que está guardada,
y guardare bien su honor,
para siempre en más amor
vive, y vive más honrada.
  La que se deja llevar
y vencerse cual mujer,
esa no se ha de querer,
ni nadie la ha de estimar.
  La mujer es noble y fuerte;
la vida me ha de costar,
o la tengo de gozar;
mira tú el modo o la suerte.

MAURICIO:

  Eso tienes de romano,
que emprendes cosas famosas
y las más dificultosas
suelen venirse a la mano.
  No tengas, mi señor, miedo,
que esta se vendrá a allanar,

CONDE:

Y en tanto, de mi penar
moriré yo, bueno quedo.
  Ni sé su nombre, ni casa;
guiadme, claros reflejos.

MAURICIO:

Síguela, que no va lejos.

CONDE:

No va lejos, pues me abrasa.
  Echa por la puente nueva
al juego de la pelota.

MÚSICO:

El negocio va de rota.

MAURICIO:

Poca ventaja nos lleva.
(Vanse, y sale LUCINDO y LEANDRO.)

LUCINDO:

  El diablo me hizo entrar
para perder mi dinero.

LEANDRO:

Yo sé deso que me infiero,
y lo mejor es callar.

LUCINDO:

  Mejor fuera estar oyendo
la música en la Priora.

LEANDRO:

Váyase Artandro en buenhora,
y créame que lo entiendo.
  Vaya con esos valientes,
haciéndose un Amadís.

LUCINDO:

Leandro, ¿qué me decís?
¿Qué estáis hablando entre dientes?
  ¿Hanse burlado de mí?
Allí dónde se jugó,
¿no jugaban bien?

LEANDRO:

No.

LUCINDO:

¿No?
¿Hanme mal ganado?

LEANDRO:

Sí.

LUCINDO:

¿Sí?

LEANDRO:

  No viva yo sola una hora
si Artandro no juega mal.

LUCINDO:

No perderé solo un real
de todo el dinero agora.
  ¡Por vida de quien sabéis!
¡Bonito soy para eso!

LEANDRO:

Que lo he pensado, os confieso.
Más crédito no me deis,
  que es juicio temerario.

LUCINDO:

¿Que es temerario? Yo soy
el temerario y quien hoy
le he de ser mayor contrario.
  A quitárselo me ofrezco.

LEANDRO:

Quedo, que es Artandro honrado.

LUCINDO:

¿Mi dinero es afrentado,
o yo, que estarlo merezco?
  Ya no hay mayor honra, hermano,
que en los que tienen dinero.
El dinero es caballero,
quien no lo tiene es villano.
  Por tu Rey y por tu ley,
y por tu dinero luego.

LEANDRO:

Eso ha de ir con más sosiego.
(Entra un ALGUACIL.)

ALGUACIL:

¡Ténganse al Rey!

LUCINDO:

¿A qué Rey?
  Porque uno que me entró ahora,
ese me quitó el dinero.

ALGUACIL:

¿Jugábase?

LUCINDO:

Sí.

ALGUACIL:

Eso quiero.
¿Adónde?

LEANDRO:

Aquí.

(Vase el ALGUACIL.)

TEODORO:

¿Es aquí, señora?

LISBELLA:

  Ésta es. ¿Teodoro en mi casa?
Aquí me podéis hablar

ALGUACIL:

¿Quién es?
{{Pt|LEANDRO:|
Déjalos pasar.
que una mujer es que pasa.
(Vanse los tres, entra CASANDRA y TEODORO y LEONARDO.)

TEODORO:

  Aquesta es mujer, Leonardo,
para decir y hacer.

LEONARDO:

Hoy me tengo de perder.
Por verla en su amor, me ardo.
  Ya estoy, Teodoro, celoso
solo de que la has mirado.

TEODORO:

¡Por Dios que eres estremado!
¿De mí vives envidioso?

LEONARDO:

  Perdido por ella estoy.

TEODORO:

Yo te daré, si ella quiere,
un cuarto a como saliere,
como en el rastro le doy,
  y no te estará muy mal
el comer carne sin pena,
pues te la dan gorda y buena,
sin pagar pimienta y sal.

LEONARDO:

  Fériame aquesta mujer;
así Dios te de, Teodoro,
una moza como un oro.

TEODORO:

Digo que no puede ser.
  Ven mañana, que estaré
un poco más enfadado;
quizá por no verla al lado,
de balde te la daré.
(Vanse y sale LISBELLA.)

LISBELLA:

  Aquí dejé a mi marido,
y aquí lo vuelvo a buscar
para ver si puedo hallar
tan mal ganado un perdido.
  Aquí vive la mujer
que tan perdido le tiene.

LUCINDO:

Leandro, una mujer viene.

LEANDRO:

¿Qué puede aquesta querer,
  sino el que se levantó
a buscar algunas muelas?

LUCINDO:

Mujer que a tal hora velas,
¿qué hecho te desveló?
  Vive Dios que huele bien.

LEANDRO:

No cruje mal el vestido,
romero y espliego ha habido.

LUCINDO:

Y a mí me nombra también.

LEANDRO:

  Quedo, no nos des del codo.

LUCINDO:

Pues hablad, mas desde aparte.

LEANDRO:

Yo me acomodo a esta parte.

LUCINDO:

Yo a estotra me acomodo.
(Sale el ALGUACIL y tres jugadores.)

ALGUACIL:

  Alto, pasen adelante.

[JUGADOR] 1.º:

Que todo se ha de hacer bien.

ALGUACIL:

En esa razón no estén,
que alguno habrá que se espante
  por hablar tan desenvueltos.

[JUGADOR] 2.º:

¿Que enfadaos la cortesía?

ALGUACIL:

¿Que había, por vida mía,
algo de parar y vueltos?
  Deténganse al Rey.

LUCINDO:

Ya, otra vez
a vós nos hemos tenido.

LEONARDO:

Dentro, en el fuego he caído,
no hay delito sin juez.

ALGUACIL:

  Sin dama no los dejé,
¿cómo los hallo con dama?

LISBELLA:

Señor...

LEANDRO:

Allegad, que os llama.

ALGUACIL:

Descubierta os hablaré.

LISBELLA:

  No lo habéis de permitir,
que soy casada y honrada;
llevadme hasta mi portada,
que yo os sabré servir
(Vanse el ALGUACIL y LISBELLA.)

LEANDRO:

  Basta, que se la llevó.

LUCINDO:

Fue por ponernos en paz.

[JUGADOR] 1.º:

¿Quién fue la del antifaz?

LEANDRO:

Nadie, pues nadie la vio.
  ¿Qué hizo el que tanto allana?

[JUGADOR] 1.º:

Nuestros nombres escribió
y a las ocho nos mandó
nos presentemos mañana.

LUCINDO:

  ¿Artandro quédase allá?

[JUGADOR] 1.º:

¿Ya no lo veis?

LEANDRO:

Buena pieza.

[JUGADOR] 3.º:

¡Bien lo juega!

[JUGADOR] 2.º:

¡De cabeza!

LEANDRO:

¡Y aun de manos!

LUCINDO:

Pues caïrá.

[JUGADOR] 2.º:

  Como eso Madrid encubre.

[JUGADOR] 1.º:

No digáis mal de Madrid.

[JUGADOR] 3.º:

¡Bello lugar!

LEANDRO:

Advertid
que cualquier vida descubre.

LUCINDO:

  Yo he perdido mi dinero,
y esto sé.

[JUGADOR] 2.º:

Gentil locura.
Eso consiste en ventura.

LEANDRO:

Y aun en manos.

[JUGADOR] 1.º:

Buen agüero.

[JUGADOR] 3.º:

  Artandro es hombre de bien,
trae amigos a su lado,
anda bien acompañado,
y es buen amigo también.
  Ninguno diga mal dél,
que lo tomaré a mi cargo,
y a defendello me encargo.

LUCINDO:

Ninguno vuelva por él,
  porque otro como él será
de sus pasos y sus tratos.

[JUGADOR] 3.º:

Son honrados.

LEANDRO:

Y aun ingratos.

[JUGADOR] 3.º:

Con la espada lo dirá.

[JUGADOR] 1.º:

  Ea, sed todos amigos,
o hemos todos de reñir.

LUCINDO:

Yo puedo hacer y decir.

[JUGADOR] 3.º:

Hablémonos sin testigos,
  que también aquí sabremos
traer broquel en la pretina.

[JUGADOR] 1.º:

Ea, cese la mohína.

LUCINDO:

Pues mirad adónde iremos.

[JUGADOR] 1.º:

  Vamos a besar las manos
a un reverendo figón.

[JUGADOR] 2.º:

Tú le has dite la razón.

LEANDRO:

¿Sois amigos?

[JUGADOR] 3.º:

Como hermanos.

LEANDRO:

  ¿Quién lleva dineros?

[JUGADOR] 1.º:

Yo.

LEANDRO:

¿Habrá vino?

[JUGADOR] 3.º:

Y cantimplora,
con quien el invierno llora
lo que el verano cantó.

LUCINDO:

  Pues sus daos priesa a andar.

[JUGADOR] 1.º:

Aquí vive, llamad presto.

LEANDRO:

¡Presto!, entrémonos del puesto,
que así me he de despicar.

[JUGADOR] 1.º:

  Creo que estará acostado.

[JUGADOR] 2.º:

Ya estará el figón durmiendo.

LEANDRO:

Llamad y, en no respondiendo,
haya piedra y pan tostado,
  y coplita de repente.

[JUGADOR] 1.º:

Démosle una cantaleta.

[JUGADOR] 3.º:

¡Quién fuera agora poeta!

[JUGADOR] 2.º:

Abre, amigo; abre, pariente.

[JUGADOR] 1.º:

  Ya ha respondido.
(Dentro, FIGÓN.)

¿Qui vati?

(Vanse todos, sale LISBELLA y el ALGUACIL.)

ALGUACIL:

  El lugar he rodeado
y por mil calles venido,
y hasta aquí me habéis traído,
y imagino que engañado.
  Decís que buscáis un hombre
y no me decís quién es.

LISBELLA:

En eso solo veréis,
que es bien mi mal los asombre.
  Por mil calles he venido,
y os he traído a este puesto.
Soy cazador, vuelvo al puesto
a ver si el ave ha caído.
  Hoy, aquí, un hombre perdí
en casa desta mujer,
y perdida vuelvo a ver
si le puedo hallar aquí.
  Vi a mi marido cenar
tan poco, tan sin sosiego,
hacerme regalos luego,
decirme amores, jugar;
  que esto es lo que ha aprendido,
porque en este falso trato,
es como dar de barato
del gusto que se ha tenido.
  Pidió sombrero con plumas,
zapato blanco pidió,
casado que así salió,
que no fue en blanco, presumas.
  Salime tras dél, por ver
adónde me iba a afrentar,
acechele, vile entrar
en casa desta mujer.
  Si no queréis permitir
que muera en vuestra presencia
de aquesta fiera dolencia
que hasta aquí me hizo venir,
  hacelde señor bajar,
quitalde de entre sus brazos,
no goce los dulces lazos
do él a mí me hace penar.
  Llamalde.

ALGUACIL:

No podrá ser,
si no es casa conocida.

LISBELLA:

Aquí he de perder la vida.

ALGUACIL:

Lo que por vós podré hacer,
  con una buena razón,
juntaros, que a los casados
ver que están más obligados
los que en nuestro oficio son.
  Callad, que es una ramera,
llamalde, bajalde, salga.
Hoy vuestro favor me valga,
si no queréis que aquí muera.

CONDE:

  Digo que le llamaré.
¡Ha de casa!
(LEONARDO dentro.)

LEONARDO:

¿Quién va allá?

ALGUACIL:

¿Está aquí Leonardo?

LEONARDO:

Está.

ALGUACIL:

Baje.

LEONARDO:

¿Quién me busca? Bajaré.

ALGUACIL:

  Esta dama os busca a vós.
Bajad la espada, llevalda,
servilda, querelda, amalda,
y adiós, que no es más.

LEONARDO:

Adiós.
(Vase el ALGUACIL.)

TEODORO:

  ¿Mujer que te busca a ti?

LEONARDO:

¿Buscaisme a mí?

LISBELLA:

Sí, señor.

LEONARDO:

¿Quién sois?

LISBELLA:

Yo soy.

LEONARDO:

¿Quién?

LISBELLA:

Leonor.

LEONARDO:

¿Qué Leonor?

LISBELLA:

No sé, ¡ay de mí!
  Ya la voz se me acobarda.
¿Ya me habéis desconocido?

LEONARDO:

Tate, ya os he conocido:
¿no sois de en cas de Ricarda?

LISBELLA:

  Sí señor, y envía a deciros
que os lleguéis allá.
(Entra el CONDE, y MAURICIO y TANCREDO.)

CONDE:

En tal trance
casada, el alma os alcance,
o el fuego de mis suspiros.
  Di Mauricio, ¿no era aquella
que viste?

MAURICIO:

Buena es tu flema,
diste al fin en esa tema,
y hácesme correr tras ella.
  Y después que a vella vas,
en la más sucia calleja
hallas una buena vieja
de sesenta años, y más.

CONDE:

  ¿Vieja era, Mauricio? Di.

MAURICIO:

Y viéndose en este aprieto,
me dijo: ¿que buscáis nieto?
Que aun de serlo, me corrí.

CONDE:

  ¡Ay, bellísima casada!,
¿dónde podré ir tras ti?
Mauricio, ¿no es esta?

MAURICIO:

Sí.

CONDE:

De aquestos está ocupada.
  No puede ser que sea ella,
mas con todo he de esperar
a ver si la puedo hablar.

LEONARDO:

¡Qué mujer, Teodoro!

TEODORO:

¿Es bella?

LEONARDO:

  Es un retrato del cielo.

TEODORO:

¿Podrela, Leonardo, ver?

LEONARDO:

Teodoro, no puede ser.

TEODORO:

¿Por qué?

LEONARDO:

No es cosa del suelo.

TEODORO:

  Pues para verla.

LEONARDO:

Teodoro,
no es del mundo aquesta pieza,
es copia de la belleza
del alto y supremo coro.

TEODORO:

  Truécame aquesta mujer,
pues por ella estás perdido,
por Casandra.

LEONARDO:

Ya has oído
que aquesto no puede ser.

TEODORO:

  Has deprendido mi estilo.

LEONARDO:

Yo te daré, si ella quiere,
un cuarto, a como saliere.

TEODORO:

Hieres por el propio filo.
  Ahora bien, déjame aquí
y súbete tú allá arriba,
buena moza, así yo viva.

LEONARDO:

No habléis, Teodoro, así.
  ¡Ah, señora!, entretened
por vida vuestra a este loco,
mientras voy arriba un poco.

LISBELLA:

Por él os haré merced.

LEONARDO:

  Pues tomad esta sortija,
que luego bajo.

LISBELLA:

Id con Dios.

LEONARDO:

Ya quedáis solos los dos.

LISBELLA:

Aquí es justo que me aflija.
(Vase LEONARDO.)

TEODORO:

  ¿Por qué cubrís tanto el rostro?

LISBELLA:

No es, mi señor, para ver.

TEODORO:

Estremada es la mujer.
¿Tan fea sois?

LISBELLA:

Soy un monstruo.
  No seáis descomedido.

TEODORO:

Pues un ojo me mostrad.

LISBELLA:

Está muy sin claridad.

TEODORO:

¡Vive Dios, que estoy perdido!,
  podré haber por algún modo
una mano de alabastro.

LISBELLA:

¿Cómo así?

TEODORO:

A uso del rastro,
que se da con vientre y todo.

LISBELLA:

  Cualquier cosa haré por él,
si me llama una criada
que queda atrás.

TEODORO:

Ya es llamada:
¡Lucía, Juana, Isabel,
  Francisca, Antonia, Mencía,
Petronila, Inés, Luisa!

LISBELLA:

Menos voces y más prisa,
que importa a la fama mía.
(Vase TEODORO.)

CONDE:

  Ya el hombre se ha escapado.
Agora quiero llegar,
Mauricio, no hay que dudar.

MAURICIO:

¿No ves su sol eclipsado?
  Ella misma es.

CONDE:

Venturosa
la hora que me he tardado,
pues tanto bien he ganado.

LISBELLA:

Déjame, que estoy furiosa,
  que el dolor que me traspasa
me tiene fuera de mí.

CONDE:

¿Vivís, mi señora, aquí?

LISBELLA:

Sí señor, esta es mi casa.

CONDE:

  ¿Aquí vivís?

LISBELLA:

Aquí muero,
con un dolor excesivo.

CONDE:

Pues yo, señora, aquí vivo
con un amor verdadero,
  y pues tan dichoso fui
que hallé el tesoro perdido
que desprecia tu marido,
merezca gozarle aquí
  Déjame, mi bien, que afrente
al que te tiene y desprecia,
no seas casta Lucrecia,
con quien de honra no siente.
  Quien no te tiene en sus brazos
casada, dadas las doce,
no es bien que al alba te goce,
ni al sol que desparte abrazos.
  Yo solo te merecí,
y no el traidor que te deja,
casada, hermosa, con queja.

LISBELLA:

No vivo yo aquí, ¡ay de mí!,
  pero vive en esta casa
una mujer hechicera,
por quien ordena que muera
este fuego que me abrasa.
  Ésta goza en dulces lazos,
llegad señor y llamalde,
y si no, subí y quitalde
no me ahogue entre sus brazos.

CONDE:

  ¿Que no es vuestra casa aquesta?,
pues id mi bien a la mía,
goce yo de una alegría,
que ya tan cara me cuesta.
  No os goce quien no os merece,
sino aquel que por vós muere.

LISBELLA:

No hagáis que me desespere
con la pena que me crece.
  Déjame, que daré voces
con el furioso acidente.

CONDE:

¡Qué bien llora y qué bien siente
casada!

LISBELLA:

¿No me conoces?
  Casada y perdida estoy.

CONDE:

Hónrate, honrada, conmigo,
no aguardes a ese enemigo
por quien yo sin vida estoy.
  No quieras a tu marido.
(Entra TEODORO.)
La pescada me han pescado.
Por Dios, muy buen lance he echado;
quiero reñir, ya he reñido.
  Mas no, que no puede ser
el juramento quebrar
ni a justicia acuchillar,
ni reñir sobre mujer.
  Ahora bien quiérome entrar.
¡Ah, señores caballeros!,
¿pasaré? ¡Qué tres tan fieros!

LISBELLA:

Hacelde un poco esperar.

CONDE:

  ¿Esperar?, ¿qué le queréis?

LISBELLA:

Cualquier cosa haré por vós,
si entre los tres, o los dos,
ese hombre matar podéis,
  o dalle una cuchillada
que cruce de parte a parte.

CONDE:

Pues haceos a esotra parte,
¡ha, hidalgo, prevén la espada!

TEODORO:

  ¿Ah, hidalgo? ¿A las doce, hidalgo?
Tres son. Borasca comienza.
Si no fuera por vergüenza,
yo corriera como un galgo.

CONDE:

  ¿No responde? ¿Que se enfada,
pues que le vengo a rogar?
O que se deje matar,
o sufra una cuchillada.

TEODORO:

  ¡Razonable es el partido!
Menester habré un letrado.

CONDE:

Estará agora acostado.

TEODORO:

Yo le tomara dormido.
  Si es negocio de la capa,
nunca yo la niego a tres.
Si es por algún interés,
requies y tierra del Papa.

CONDE:

  Esta dama lo dirá.

LISBELLA:

Por destraedor de casados
y alcahuete.

TEODORO:

¡Alto, soldados!
Corrida la espada está.
  Hombre soy. ¡Matalde, muera!

(Vanse todos acuchillando.)

LISBELLA:

Sola estoy. Bien lo he trazado.
¡Ojalá aqueste adorado,
mi enemigo entre ellos fuera!
  Agora tengo de entrar,
pues no lo estorba ninguno.
aqueste es tiempo oportuno
para poderme vengar.
  Llamar quiero.
(Sale LUCINDO y LEANDRO, y los demás jugadores.)

LEANDRO:

Bueno estaba aquel capón,
aunque duro algún poquillo.

LUCINDO:

Todo lo cubre el caldillo,
en efeto, afeites son.

[JUGADOR] 1.º:

  Buena era la ginebrada.

[JUGADOR] 2.º:

¿Adónde iremos?

[JUGADOR] 3.º:

Al Prado.

[JUGADOR] 1.º:

¿Y no en cas de algún pescado?

[JUGADOR] 2.º:

Ya estará con su empanada.

LEANDRO:

  Casandrilla vive aquí.

LUCINDO:

Llamad.

LEANDRO:

Ya estará acostada.

LUCINDO:

Pues haya grita y pedrada.

[JUGADOR] 2.º:

Ya no quedará por mí.

LISBELLA:

  Quiero volverme a mi casa;
pues tan desgraciada he sido,
quede empezado el partido
deste fuego que me abrasa.
  Callar y sufrir me quiero
celos furiosos a Dios.
De uno me escapé, y de dos
no sé si podré al tercero.
(Vase.)

LEANDRO:

  No le deis grita, que es cosa
de un amigo.

LUCINDO:

Un hombre sale.
(Sale LEONARDO.)

LEONARDO:

No hay miedo que se le iguale.
Decirlo es cosa forzosa:
  ¿Podré, señores, pasar?

LEANDRO:

Pase.

LEONARDO:

Pues Teodoro tarda.
Voyme, aquí, en cas de Ricarda
sin duda debe de estar.
  Bien ternemos que reír;
voy donde contarlo pueda.
(Vase LEONARDO.)

LEANDRO:

Sola queda.

LUCINDO:

Sola queda.

LEANDRO:

De golpe, haber de subir.

LUCINDO:

  Quedo, que se espantarán.
Id delante, Feliciano,
Decilde que soy indiano.

LEANDRO:

Llamadme todos don Juan.
(Éntranse todos y sale LISBELLA en su casa, y FABIA, criada.)

LISBELLA:

  Dame aquesas horas, Fabia,
y ponme aquí un almohada.

FABIA:

¿Vienes ya desengañada
de la mujer que te agravia?

LISBELLA:

  Después aqueso sabrás.

FABIA:

Dilo, si sabello puedo.

LISBELLA:

Ha habido allá un largo enredo.

FABIA:

No quiero apurarte más,
  pues tu gusto se concierta
en querer disimular.

LISBELLA:

Déjame agora rezar.

FABIA:

Mi señor llama a la puerta.

LISBELLA:

  Ten secreto en lo pasado.

FABIA:

¿Tú dudas en mi lealtad?
¿No sabes mi voluntad
tan sujeta a tu mandado?

LISBELLA:

  Pues dile que abra un criado.
¿Sabes que es tu señor cierto?

FABIA:

Ya el criado tiene abierto;
reza aprisa, con cuidado,
  que entra ya en el aposento.

LISBELLA:

Disimula y calla ya.

(Entra LEONARDO.)

LEONARDO:

¿Que sin acostarse está?
¡Oh, mi bien! ¡Oh, mi contento!
  ¿A tal hora estás vestida?

LISBELLA:

Rezando estaba por vós.

LEONARDO:

Si tal ángel ruega a Dios,
segura estará mi vida.
  Toma esta capa y espada.

LISBELLA:

¿Venís, mi señor, cansado?

LEONARDO:

Ha habido, amiga, en el prado
una música estremada.
  Nunca quieres ir allá,
que hay mil regalos y coches.

LISBELLA:

Para dormir son las noches.
Bien estoy, señor, acá.
  Descalza aquí a tu señor.
¿Queréis que entre algún criado?

LEONARDO:

No me siento muy cansado,
empero traigo calor.

LISBELLA:

  ¡Con qué corazón fingido
regalos me viene a hacer!
¡Desdichada la mujer
que así goza su marido!