La conquista del reino de Maya por el último conquistador español Pío Cid: 07

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Capítulo VII

Algunas noticias históricas y geográficas del reino de Maya.-La antigua organización y el juego de los partidos políticos.

El día que siguió a las fiestas religiosas fue de calma y de recogimiento, porque todo está tan sabiamente previsto en la naturaleza humana, que el dolor, impotente para destruirla, se prolonga sin medida, en tanto que el placer, que la aniquilaría en breve término, es fugaz y se desvanece por sí mismo, transformándose en un nuevo dolor más lento, en el dolor de la pasividad, a que vivimos sometidos. Así, aquellos hombres vigorosos, que, con afán ciego de morir entre las brutalidades de la orgía al aire libre, caían fatigados, se levantaban después y se rehacían para emprender, como una manada de ovejas, la vuelta a los hogares y continuar a otro día sus faenas con mayor regularidad que la acostumbrada. Unas cuantas horas consagradas a la religión y a la crápula aseguran un mes de trabajo y honestas costumbres, y era tal la pureza regeneradora del día muntu, que al siguiente se resolvían los negocios graves del país con más calma y más justicia que en una sociedad constantemente trabajadora y honesta. Por la tarde debían reunirse los uagangas, y estaba acordado que yo hablaría para ampliar la relación de mi vida subterránea y para proponer algunas reformas de utilidad pública. Este programa no pudo realizarse; pero antes de referir los acontecimientos que lo impidieron, y que inopinadamente cambiaron la faz del país, presentaré algunos antecedentes indispensables para conocer el teatro de los sucesos y los actores que en ellos tomaron parte.

Los documentos que pude consultar relativos a la historia de Maya son demasiado modernos y no traslucen nada de la antigüedad. Se ha supuesto que en época muy remota, que algunos fijan en la de los Faraones, se verificó una irrupción de gente asiática en el África central, y que desde entonces se entabló una lucha a muerte, cuyo término, con el transcurso de los siglos, fue la fusión de razas, bien que conservando el predominio los invasores o sus más puros descendientes. En medio de la lucha constante de unas tribus con otras, aparecieron varios núcleos de poder y centralización, y antes que llegaran los primeros navegantes europeos a las costas africanas, puede afirmarse que las tribus del litoral, más ricas y más adelantadas, ejercían sobre las del interior ciertos derechos soberanos.

Este lento trabajo de formación fue interrumpido por la presencia de los europeos, que, con su absurda política de conquista, se apresuraron a someter a los jefes de las tribus costeñas, debilitándolos y disolviendo en una hora los imperios embrionarios que, después de guerras sin cuento, comenzaban a dibujarse sobre el suelo africano. Las relaciones de las tribus del interior con las marítimas fueron extinguiéndose, porque el temor a los invasores hizo que se adoptase una política de retraimiento, acentuada más aún al aparecer un nuevo enemigo: el árabe. El plan de los árabes, bien que con menos aparato militar, era también de conquista: introducirse en el corazón de las tribus, comerciar con ellas, atizar la discordia por todas partes, adquirir como esclavos los vencidos en las guerras intestinas, y, por fin, sustituir poco a poco la autoridad hereditaria de los reyes indígenas por su propia autoridad.

Ante estos elementos extraños, que pretendían meter por fuerza la felicidad en los países de África, sólo el reino de Maya supo defenderse y resistir, porque sólo él tuvo a su cabeza un verdadero hombre de Estado, Usana, el legendario rey Sol. Mas no se crea que me coloco parcialmente del lado de la raza indígena, como pudiera desprenderse de mis palabras; entre los más altos fines del esfuerzo del hombre he colocado siempre los descubrimientos geográficos. Amante de la humanidad, me ha regocijado siempre la idea de que esos descubrimientos de nuevas tierras y de nuevos hombres no son inútiles, puesto que llevan consigo, por el carácter humanitario de nuestra especie, el deseo de mejorar a nuestros hermanos, de colonizar los países que ellos ocupan, civilizándolos con mayor o menor suavidad, según el temperamento de la nación colonizadora.

Grande es en sí esta idea; pero más grande es aún cuando se nota que nosotros sufrimos también las tristezas y dolores de esta vida, y que, a pesar de estas tristezas y de estos dolores, sacamos fuerzas de flaqueza y acudimos en auxilio de otros hombres que juzgamos más desventurados que nosotros. Este es un rasgo característico y consolador de la humanidad en todos los tiempos y en todas las razas; yo tengo por seguro que si esos mismos pueblos retrasados y aun salvajes de África tuvieran un claro concepto de la ley de solidaridad de los intereses humanos y una navegación más perfeccionada, vendrían a su vez a llenar en nuestra propia casa la misma humanitaria misión que nosotros cumplimos en la suya.

Cuando Usana ocupó el trono, el reino se hallaba dividido en banderías de toda especie; y como era necesario realizar la unión de los súbditos antes de intentar alguna acción provechosa en el exterior, dio varios edictos notables que restablecieron la paz. Ya hablé del edicto que dio fin a las divergencias religiosas originadas por la reforma de Lopo. Otro edicto célebre fue el que instituyó la asamblea de los uagangas, encaminada a aplacar las ansias de mando de algunos ambiciosos y a dar más estabilidad a los tres uagangas consejeros, que antes estaban sometidos a cambios frecuentes. Creó el cuerpo de pedagogos y estableció que el rey y los reyezuelos hicieran concesiones temporales de parcelas de tierra a los hombres libres y a los siervos, (a quienes su señor debería dejar tiempo libre para cultivarlas), con la condición de labrarlas diez años seguidos y devolverlas con las mejoras introducidas. En suma, Usana fundó la paz de los corazones y la justicia en la distribución de la riqueza. «Mas no por eso-dice el documento de donde saqué estas noticias-los hombres dejaron de sufrir; sufrían, aunque con más contento y resignación.» El coronamiento de la obra de Usana fue una serie de victoriosas campañas contra los pueblos vecinos, la fijación de los límites del reino y el establecimiento de las tropas fronterizas para aislarlo completamente del exterior.

El reino de Maya tiene próximamente la misma extensión que el de Portugal, y su figura es la de un bacalao preparado para el comercio. La raspa central es el río Myera, que lo divide en dos porciones casi iguales de Oriente a Occidente, hacia donde cae la cola. La región Norte, la más abundante en bosques, tenía, cuando yo llegué al país, trece ciudades: Maya, la capital, y Misúa, en el interior, en tierra abierta; más al Norte, en el bosque, Viti, Uquindu, Mpizi, Cari, Urimi y Calu; y en la margen derecha del Myera, Unya, Quitu, Zaco, Talay y Rozica. La región Sur tenía once ciudades; sólo dos en el bosque, cerca de la frontera, Viloqué y Tondo; cuatro en tierra abierta, Ruzozi, Boro, Quetiba y Viyata, y cinco en la margen izquierda o inferior del río, Ancu-Myera, Mbúa, cerca del Unzu, Upala, Arimu y Nera, casi enfrente de Rozica, en el extremo occidental de la nación. En resumen: diez ciudades fluviales, cuyas riquezas consistían en la pesca y algunas pequeñas industrias; seis en tierra llana, que se dedicaban principalmente a la agricultura y a la cría de ganados, y ocho en los bosques, las más pobres y retrasadas, cuya ocupación era cazar, recoger las frutas alimenticias y construir canoas y otros objetos de madera y de hierro, que cambiaban por artículos de primera necesidad. Todas estas ciudades estaban unidas por sendas que permitían el paso de los hombres y de las caballerías, excepto Urimi, cuyas sendas fueron interceptadas por orden del antecesor del cabezudo Quiganza, en castigo de varios hurtos cometidos por sus naturales. Urimi es nombre moderno y quiere decir «ciudad sin caminos»; antes se llamaba Mtari.

Siglo y medio hacía de la muerte de Usana, y en todo este tiempo parece como que su espíritu había seguido dirigiendo la vida de los mayas. Ninguna reforma importante se había hecho después de él, y la dinastía plebeya de Usana se había sostenido en el trono y reinado sin dificultad. Después de Usana, que fue rey durante veintiocho años, su sobrino Ndjiru, del que se decía que era dueño de la «lluvia», gobernó medio siglo; su hijo Usana, que fue proclamado en edad muy avanzada, diez años; su nieto Viti, corpulento como un «árbol», cuarenta y cinco, Moru, el rey de «fuego», sobrino de Viti, cuarenta, y el cabezudo Quiganza, sobrino de Moru, hasta la actualidad. La transmisión de la corona sigue la línea femenina, porque los mayas temen mucho la adulteración de la sangre de sus reyes, y, en caso de duda, confían más en la honestidad de las madres que en la de las esposas; así el heredero es siempre el hijo de la hermana mayor, y sólo a falta de sobrinos entra a heredar el hijo de la primera mujer del rey, como ocurrió en tiempo del segundo Usana.

La causa de esta sorprendente estabilidad de los gobiernos, que envidiarán muchos monarcas de Europa, era, de un lado, la sabia organización política, y del otro, la prudencia de los partidos gobernantes. La monarquía absoluta, concentrando el poder en unas solas manos, era la única forma de gobierno posible en estos pueblos, en que se carecía de soltura para sacrificar las ideas propias cuando convenía aceptar las ajenas; pero ofrecía el peligro de negar toda participación en los negocios públicos a algunos hombres distinguidos que se sentían con aptitudes políticas y gubernativas, y que, si no encontraban medios de expansión, conspiraban contra el poder constituido. Este peligro lo desvaneció Usana creando la asamblea de los uagangas y el cuerpo de pedagogos.

Los primitivos uagangas eran tres, y tenían, como hoy tienen, funciones de secretarios de despacho o ministro con cartera; eran asesores del rey y ejecutores de sus órdenes. Esta organización era general en todo el reino, con la particularidad de que los uagangas locales, asesores del reyezuelo, son ordinariamente herreros y albéitares de profesión y ofrecen ciertas extrañas conexiones con nuestro tipo clásico del fiel de fechos. Además de los uagangas, existía el auxiliar del Igana Iguru para la parte religiosa y judicial. Instituyendo la asamblea de los uagangas, Usana dio participación en el gobierno a gran número de personas de arraigo en las ciudades, sin entorpecer la marcha del Estado, pues sólo les concedió facultades deliberativas. Todos los meses se reunía la asamblea para deliberar, y en casos extraordinarios para danzar; pero el rey solía no hacer caso de sus deliberaciones y atenerse a la opinión de los tres consejeros. En cuanto al cuerpo de pedagogos, su misión era doble: eran como jueces de menor cuantía, pues los juicios de muerte estaban sometidos a la jurisdicción del Igana Iguru y sus auxiliares, en todo el reino, o sólo del primero si la resolución era muy difícil, y al mismo tiempo profesores públicos, que enseñaban lectura, escritura e historia natural. El ingreso en este cuerpo me pareció muy curioso: se exigía como prueba la presentación de seis loros adiestrados en todas las artes de la palabra merced al esfuerzo del futuro profesor, que de esta manera práctica, quizás superior a nuestras oposiciones y concursos, certificaba sus grados de habilidad y de paciencia.

Un edificio político tan firme y tan bien trabado como el concebido por Usana, no se conmueve con facilidad; pero en caso necesario tenía aún otro inquebrantable sostén, el ejército, signo seguro de la existencia de una nación regular y soberana. El ejército maya, salvo pequeños destacamentos que guarnecían las ciudades para defenderlas de los ataques nocturnos de las fieras, ocupaba constantemente sus cuarteles fronterizos, y su misión era impedir que fuesen violadas las fronteras del reino; pero si algún año (y entiéndase siempre por año doce meses lunares) no tenía enemigos con quien combatir, debería volver sus armas contra el interior. Mediante esta sencilla estratagema se evitaba la confabulación del pueblo y la milicia, cuyos resentimientos recíprocos se refrescaban de tiempo en tiempo; lejos de temer una confabulación, existe siempre la seguridad de que un movimiento civil contra las autoridades sería ahogado por el ejército, más que por cumplir un deber, por tomar una sabrosa venganza, y que un movimiento militar levantaría en armas a todo el pueblo, antes dispuesto a sufrir al peor de los tiranos que a dejarse gobernar por los odiosos ruandas.

Pero estos resortes supremos no habían funcionado desde el tiempo de Usana, y gloria no pequeña del gobierno maya era mantener las fuerzas opuestas en equilibrio y en paz. Esto se conseguía por la prudencia del rey y por la unión de los partidos. Aunque el día de mi recepción los uagangas se dividieron en tres grupos, la separación era puramente caprichosa y obedecía a simpatías de familia, a la disposición especial de la sala y a la imposibilidad de que todos danzasen al mismo tiempo. Pero entre los jefes Mato, Menu y Sungo, existía completa unidad de miras, y los tres aconsejando al rey, imprimían al gobierno un movimiento uniforme, inspirado en el carácter nacional y en las grandes tradiciones patrias. Su política no era retrógrada, pero tampoco progresiva; era una política sabia, fundada en el más saludable pesimismo, que acaso pudiera condensarse en aquel gran pensamiento tomado de la crónica de Usana, cuyo autor, después de enumerar las gloriosas empresas del rey, grande entre los grandes, anunciaba con profunda filosofía: «Mas no por esto los hombres dejaron de sufrir; sufrían, aunque con más contento y resignación.» Lo cual valía tanto como afirmar que los gobiernos no pueden refundir la naturaleza del hombre, ni pueden establecer por medio de leyes la felicidad de sus súbditos: o la felicidad humana no existe, o si existe hay que buscarla por otro camino que por el de los cambios de ley. Tal estado de cosas sería perfecto si no existiera, como existe en todos los Estados, una minoría de hombres descontentadizos que encuentran motivo de censura en toda obra en que ellos no son partícipes. Sea cual fuere la regla que se adopte para proveer los cargos públicos, quedan siempre excluidas algunas personas de valer; y esto sucedía, con mayor razón en Maya, donde el criterio adoptado era el del parentesco, que no es signo constante de inteligencia. Había, pues, un grupo de políticos sin ejercicio, descontentos del gobierno y aspirantes a reformarlo, que siguiendo un principio elemental de la lógica política, habían elegido como bandera el sistema diametralmente opuesto al de sus contrarios, y ofrecían realizar la felicidad de todos los hombres mediante una nueva organización. Se consideraban a sí mismos como continuadores de Lopo, y hablaban con desprecio de la mayoría creyente en la antigua religión de Rubango; deseaban la supresión del afuiri y de los sacrificios cruentos, y aspiraban a la disolución de las actuales ciudades y a la dispersión de sus habitantes por el territorio, donde cada familia ocuparía un espacio determinado, un ensi, en el que viviría absolutamente autónoma, trabajando para sustentarse en tanto que tuviera lugar la venida de los cabilis, y con ellos la supresión del trabajo humano.

En esta original organización sólo se conservaría una autoridad: la del rey; todas las demás se concentrarían en el jefe de familia. El rey debía recibir una participación en los productos de cada ensi para sostener las tropas fronterizas; distribuir el territorio; legislar y resolver, con el auxilio de sus consejeros, las cuestiones que pudieran surgir por el contacto de unas familias con otras. Dentro de cada ensi el jefe sería dueño absoluto y con derecho a castigar aun con pena de muerte a los transgresores de la ley, fuesen de su familia o extraños; fuera de él, estaría sometido a la ley y al jefe del territorio que pisara; pero el interés general sería mantenerse cada uno en su respectiva demarcación, sin abandonarla más que para los actos precisos del comercio o de la política en caso de pertenecer al consejo real.

Los instigadores de estas ideas de reforma eran en su mayoría siervos pedagogos, que no habían podido conseguir plaza de pedagogos públicos, y la masa del partido estaba reclutada entre los siervos y los agricultores. Los siervos deseaban, naturalmente, constituir familia libre y trabajar sólo en provecho propio; los agricultores estaban interesados en que las concesiones de tierra se perpetuaran, pues con el sistema actual cada diez años quedaban sin efecto, y si se obtenía una nueva concesión, había que recomenzar los trabajos de cultivo.

Mi siervo y poeta familiar, Enchúa, era uno de los jefes de la facción ensi o territorial, llamada por otro nombre facción de los hijos de Lopo. Parecerá extraño que un siervo del Igana Iguru estuviese afiliado a una banda que se proponía suprimir esta dignidad; pero más extraño es que uno de los siervos del rey figurase como cabeza del partido. No por prescripción legal, ni por amplitud de criterio de gobierno, sino por costumbre, en Maya se toleraban los abusos de la palabra, considerados como un desahogo benéfico; en cambio se castigaba severamente la falsedad, delito rarísimo en este país. Afirmar que Quiganza tenía la cabeza pequeña, teniéndola tan grande como la tenía, llevaba aparejada la pena de muerte; creer que Rubango no existe y decirlo en público era un acto lícito, porque Rubango no podía presentarse a desmentirlo de una manera contundente. Aparte de esto, así como el rey acostumbraba a hacer caso omiso de las deliberaciones de los uagangas, éstos hacían oídos de mercader a lo que decían los reformadores, y así el resto de los súbditos; en lo cual influía mucho también el hábito de oír a los loros charlar continuamente de asuntos que ni entendían ni les interesaban.

No tuve dificultad para asistir, acompañado del vate Enchúa, a una reunión de los ensis, que se celebró en la mañana siguiente al día muntu, en las horas libres, después del almuerzo. La asamblea se reunió a campo raso, cerca de la catarata del Myera, y yo fui de los primeros concurrentes, cuyo número subiría a doscientos. Un siervo del rey, llamado Viami, el dormilón, se colocó de pie en el centro, mientras los demás nos sentábamos alrededor sobre la hierba. Era un hombre muy viejo, alto y enjuto, de ojos grandes y soñolientos, de voz cavernosa, flaquísimo de cuello y muy cargado de espaldas; había sido el fundador de la facción cuarenta años antes, en el reinado del ardiente Moru, y gozaba de gran autoridad. Todos deseaban oír su parecer sobre los últimos acontecimientos, y él no defraudó las esperanzas de los oyentes, según deduje de lo que vino a afirmar en sustancia.

«El día esperado largos años por los hijos de Lopo está próximo, y Viaco, hijo del Moru, será el ejecutor de la justicia. Viaco, hijo del Moru, despojado de su dignidad y de sus riquezas por Quiganza, está cerca de la ciudad, seguida de numerosos ruandas, y anuncia a los ensis que si le conceden auxilio disolverá las ciudades, focos de servidumbre, y dispersará las gentes por todo el país. El verdadero Arimi se conserva, sepultado en la gruta del lago Unzu; el nuevo Arimi es un hijo de Igana Nionyi, que se oculta bajo ese nombre para conocernos y saber si somos merecedores de la venida de los cabilis.»

Con asombro mío, pues sabía que figuraban en la asamblea los primeros pensadores del país, entre otros mi siervo y poeta familiar Enchúa, vi que cuando el dormilón Viami acabó de hablar, todos aceptaron sin réplica sus opiniones y comenzaron a disolverse cada cual en distinta dirección, como conejos que, habiendo acudido al centro del corral para roer el forraje diario, después que se acaba se van retirando a sus madrigueras. El dormilón Viami se quedó solo, se sentó, sacó un pequeño ruju, y con un estilete de pedernal untado de un jugo verdoso que se extrae de ciertas plantas, escribió el extracto de su discurso tal como yo lo he transcrito. Luego se marchó, y al entrar en la ciudad clavó en una de las puertas el pergamino; así se hacía siempre para que el pueblo bajo, que leía u oía leer en tono declamatorio estos cartelitos, se los asimilara y poco a poco fortaleciera su pensamiento. Esta es la única forma, muy rudimentaria en verdad, que existía en Maya de la creación más admirable de nuestro tiempo, la prensa periódica.