La estafeta romántica/I

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I

De Doña María Tirgo a Doña Juana Teresa


En La Guardia, a 20 de febrero de 1837.

Amiga y señora: Por la tuya del 7, que me trajo el seminarista de Tarazona, he comprendido que la mía del día de la Candelaria no llegó a tus manos, o que anda por esos caminos atontada y perezosa; que esto suele acontecer a todo papel que al correo se fía, a quien ahora damos un nombre que le cae muy bien: la mala. Repito en esta, asegurada por la mano de unos ribereños que llevan trigo, lo que te dije en la que se atascó en esos baches, y le añado novedades que han de causarte admiración, como a mí, sin que aún podamos afirmar si serán adversas o favorables a nuestro asunto.

Salvo los alifafes con que nos obsequia la edad a José María y a mí, todos acá disfrutamos de salud corporal gracias a Dios; pero a los dos viejos no deja de visitarnos la tristeza, ni hallamos fácil consuelo al término desairado de aquellos planes que eran nuestra ilusión. Las niñas están que da gozo verlas, sanas y alegres, como si nada hubiera pasado; Demetria, inalterable en sus hábitos de mayorazga y gobernadora de hacienda; Gracia, juguetona y risueña los más de los días; los menos, caída y quejumbrosa.

No he podido sacarle a Demetria razones claras de su negativa. Otro amor, dices tú. Yo digo que otra inclinación, mas no otro novio... Te aseguro que el sujeto a quien desde el principio tuve por causante de nuestro fracaso, lo ha sido sin intención suya buena ni mala. Entre el tal sujeto y la perla de la familia no se ha cruzado declaración, ni síes ni noes, ni frase alguna que haya traído o llevado melindres de amor. De los demás pretendientes coterráneos que han presentado con gran encogimiento sus memoriales, hace la niña tanto caso como del canto de los grillos. No la pierdo de vista en casi todo el día y parte de la noche, y sé que para ella no hay más sujeto que el sujeto de quien tienes noticia. No hay otro; no puede haberlo. No sólo es Demetria la misma honestidad, sino la discreción y comedimiento en todo. No digo liviandades, pero ni siquiera coquetismo se ha conocido jamás en ella, ni las presunciones y vanidades de otras. Su carácter grave la induce a permanecer metida en sí guardando sus devociones y querencias sin manifestarlas, engañando su soledad con los quehaceres continuos. A veces, observándola bien, como lo hago yo, se ve que asoma por entre el tráfago de sus ocupaciones una puntita de tristeza; pero la pícara se da prisa a meterla para adentro, temerosa de que se la descubran. Esta es Demetria. Yo, que la conozco, la creo capaz de estar así toda la vida, al menos toda su juventud, si Dios Omnipotente no produce en ella una feliz mudanza.

También te digo que en las dos cartas que aquí se recibieron del sujeto, escritas en Medina y Villarcayo, no hay nada en que se pueda vislumbrar oposición al plan que creímos realizable con las dichosas vistas: leí las tales cartas, como las contestaciones de acá, y te aseguro que no contenían más que las finezas propias de una amistad respetuosísima, expresadas por él con gallarda pluma, por ella con frialdad cortesana y muy decorosa, como de joven soltera que tiene cabal idea de los comedimientos de palabra y de escritura que le impone su estado. Y dicho esto, querida Juana, paso a comunicarte la novedad que motiva principalmente estos renglones, y que no es otra que las tremendas calabazas que ha dado al sujeto su novia, una tal Aura, que dicen es mestiza de italiana e inglesa. Ya sabes que el caballerito tenía con ella compromiso, y aun creo que mediaba palabra de matrimonio. Ello es que al llegar a Bilbao, donde residía la niña con unos tutores o no sé qué, resultó un gracioso paso de final de comedia. Entró D. Fernando, con no poca prisa, acompañando a las tropas vencedoras de la facción, y la primera noticia que tuvo de su ídolo fue que el día anterior se había casado con un primo, miliciano nacional y comerciante de quincalla. ¿Qué te parece? No sé si al caer el telón, después de este final, cogió a D. Fernando dentro o fuera del escenario. Creo que se quedó fuera, y ya me figuro su desairada y ridícula situación. ¡Vaya con la niña! Yo te aseguro que él no merece tan feo desaire, pues no hay otro más caballero y delicado. Por juicioso no le tengo; es de estos que con tanta lectura y la facilidad para discurrir, se llenan la cabeza de viento, y piensan y obran a la romántica, según ahora se dice. Pero con todo, no merecía ser plantado en forma tan villana... Y ahora pensarás tú, como yo al enterarme de las calabazas de nuestro amigo, que el rechazo de este golpe ha de sernos desfavorable, porque, naturalmente, desairado el hombre y sin novia, libre ya de su compromiso, buscará en La Guardia el remedio de su tristeza y la sustitución de aquel amor perdido. Piensas eso y lo temes, ¿verdad? Yo también lo temí; pero recordando el carácter de D. Fernando se me ha quitado esta zozobra. Tanto José María como yo creemos que no es hombre el Sr. de Calpena que da fácilmente su brazo a torcer. No es pretendiente de oficio ni buscador de dotes, ni de estos que presentan ante una mujer como Demetria la cara enrojecida por el bofetón de otra mujer. No; el desairado amante no aportará más por aquí; se irá a su natural centro, que es Madrid, donde pocas personas tendrán conocimiento de su descalabro, y podrá dorarlo y desfigurarlo con una mano de romanticismo. Por todo lo cual, querida Juana, estimamos más favorable que adversa la livianísima conducta de esa inglesa-italiana que de un modo tan odioso ha burlado al buen caballero. ¿Nos dejará el campo libre? Así lo creo. Falta que nuestra adorada perla y mayorazga entre en razón, y nos rinda su arisca voluntad. Así lo pedimos a Dios en nuestras oraciones mi hermano y yo, confiando en que Su Divina Majestad no nos llevará de esta vida sin que veamos unidas las gloriosas casas de Idiáquez y Castro-Amézaga.

José María me encarga te exprese todos los rendimientos de su fineza y buena memoria, anunciándote que en cuanto le desaparezca el achaquillo de la mano derecha, escribirá largo al Sr. D. Rodrigo. A este darás de mi parte el abrazo más apretado que puedas... Se me olvidaba decirte que sentiré mucho se confirmen tus temores respecto a tu desquiciado suegro, el pobre Don Beltrán. ¿Pero es cierto que su desatino ha llegado al extremo caso de abandonaros, escapándose como un colegial, y corriendo a tierra de Teruel en busca de dineros?... Ya dije yo, cuando vino acá con vosotros, que el pobre señor no rige ya de la cabeza... Que Dios le conserve y le guíe y le enriquezca, cosa esta última bien distante de lo posible... ¡Siempre el mismo D. Beltrán, a quien viene bien llamar ahora el Grande por la enormidad de su desvarío! Os supongo disgustadísimos con esta chiquillada del viejo. Llevadlo con paciencia, y estad a las resultas, que bien podrían ser fatales. A Dios, amiga, que te me guarde cuanto deseo, -María.

P. D. -Abro esta para incluir otra novedad, calentita, de esta noche, y aquí la meto juntamente con la sospecha de que pueda tener alguna relación con nuestro asunto. En la tertulia de las niñas han hablado de un caso doloroso, en Madrid ocurrido días ha, y que no sé si ha venido en el descaro de los papeles o en la reserva de cartas particulares. Ello es que se ha suicidado, pegándose un tiro en la sien, un joven de talento y fama, por despecho amoroso, de la rabia que le dieron los desdenes de su amante, la cual es casada. Digo yo si será... El nombre del criminal, ninguno de nuestros tertulianos acertó a decirlo; sólo aseguraron que era hombre de pluma y firmaba sus escritos con nombre supuesto; que figuraba entre los llamados románticos, y qué sé yo qué. No estoy bien segura de saber lo que significa esto del romanticismo, que ahora nos viene de extranjis, como han venido otras cosas que nos traen revueltos; pero entiendo que en ello hay violencia, acciones arrebatadas y palabras retorcidas. Ya vemos que es romántico el que se mata porque le deja la novia, o se le casa. El mundo está perdido, y España acabará de volverse loca si Dios no ataja estas guerras, que también me van pareciendo a mí algo románticas. Pues bueno: al oír la noticia, observé que Demetria palidecía, y en seguida me puse a atar cabitos. Nuestro sujeto es romántico, y sus ideas no van por lo corriente y natural, como nuestras ideas; nuestro sujeto debió de parar en Madrid de la carrera que tomó al recibir las calabazas; nuestro sujeto ha sido plantado por su novia, que le amó de soltera y le despreció casada; nuestro sujeto usaba también remoquete, pues nadie me quita de la cabeza que Calpena no es su verdadero nombre... y en fin, corazonada, hija, corazonada. Veremos si acierto. También te aseguro que mientras ataba cabitos, mi sentimiento era muy vivo... pues el sujeto, romanticismos aparte, es digno del mayor aprecio. No he podido dormir en toda la noche pensando en aquella hermosa vida cortada por sí propia en un arrebato. Si es, porque es, y si no, por quien sea, perdónele Dios, y ojalá entre el disparo y la muerte tuviera el pobrecito espacio para un soplo de arrepentimiento... Vuelvo a cerrar esta, que ya vienen por ella los que han de llevármela bien segurita. Vive y manda.