La estafeta romántica/XIV

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XIV

De Pedro Pascual Uhagón a Fernando Calpena

Elorrio, Marzo. (Recibida en Abril).

Aquí me tienes, querido Calpena, disfrutando de todas las dichas que trae consigo la vida militar: hambres, golpes, cansancio hasta morir, fríos y calenturas, que de todo hay, sin contar las heridas, de las cuales, en el reparto diario, me han tocado tres como tres soles, que me han hecho ver las estrellas. A quien no he visto es a la señora gloria, que a todos nos engatusa con su coquetismo, llevándonos tras sí como carneros. Según te decía en mi anterior, salimos de Bilbao a cooperar en el plan del General inglés Lacy Evans. Consistía en atacar al faccioso por tres puntos distintos: Sarsfield por Navarra; nosotros por aquí, amenazando el interior de Guipúzcoa, y el inglés por Hernani y toda la zona fronteriza. Según Espartero, este disparatado plan es de los que se proyectan todos los días en las mesas de los cafés de Madrid. Lo sacó de su cabeza el Jefe de la división inglesa, y aceptado por el Gobierno, no hemos tenido más remedio que ponerlo en ejecución: así ha salido. Nosotros llegamos hasta esta villa de Elorrio, y de aquí nos volvimos a Bilbao, no diré que con las manos en la cabeza, pero sí desalentados y con la rabia de ver la inutilidad de nuestros esfuerzos. A Lacy Evans le zurraron en Hernani, y Sarsfield se volvió a Pamplona sin llegar al punto designado. Con muchos planes de estos no dudo del triunfo de la ojalata en plazo próximo. El tiempo lluvioso y frío, digno hermano del de aquella noche memorable, nos ha entorpecido las operaciones, resultándonos un sin fin de enfermos, y haciéndonos pasar mil trabajos. Quiera Dios que esto acabe pronto y nos retiremos a nuestro Bilbao, donde al menos comerá el que lo tenga.

De tu asunto no puedo decirte nada en concreto, pues en Durango no vi a la persona que pensé podría informarme. Un amigo mío de Bilbao, ayudante de Ceballos Escalera, me ha dicho que no hubo tal coacción ni cosa que lo valga; que desde los comienzos del sitio vio a la niña sola por las calles con Zoilo Arratia, como dos tórtolos que en medio del fuego se arrullaban. Te lo cuento a título de dato verosímil, sin darlo como verdadero, pues no me inspira plena confianza el informante. Mi opinión es que te propines buenas tomas de olvido, y a otra, chico. Échate a la espalda el amor propio, y búscate algo en que pensar que no sea esto, que no te faltará algún quebradero de cabeza por otro lado. Distráete aunque sea con disgustos nuevos, y el tiempo, con nuevos afanes, de los viejos te curará. Y buenas noches, que me caigo de sueño.

Amanece, y oigo que salimos. ¿Y cómo te mando esta? Si vamos a mi pueblo, de allí te la enviaré con la relación de lo que nos pase por el camino, que me figuro no ha de ser cosa buena, y noticias de tu pleito, si en alguna parte las hallo.

Bilbao, 26.- Chico, aquí me tienes cubierto de gloria. ¡Al fin...! En Galdácano dimos una batalla, después de otra honrosísima en Zornoza, ambas protegiendo nuestra retirada. Los ojalateros que hemos dejado tendidos en el campo, en una y otra parte, no te los puedo contar: su número es infinito. Espartero ha sido el hombre de siempre, el primer soldado, el caudillo sin par, creciéndose en los malos pasos, más valiente cuanto más enfermo. De mí puedo decirte que también he sido esforzadísimo guerrero, digno de que Marte me prohíje y Belona me quiera. Bromas a un lado, estoy satisfecho, y en conciencia creo haber cumplido con mi deber. No me ha tocado ninguna bala: Dios ha querido sacarme ileso, para que pueda contarte lo que leerás ahora mismo, todo el misterio de tu novela descifrado, y el caso obscuro puesto en un foco de luz que nos permite verlo en su realidad. Las noticias son de buen origen. Queda retirado lo que en Elorrio te escribí; no hagas ningún caso de mis recomendaciones de olvido. Desconocedor de la enfermedad, te receté un disparate.

Confirmado está plenamente que hubo coacción horrible y un complot pérfido, fundado en la falsa noticia de tu muerte, que supieron presentar como hecho indubitable. Quien esto me ha dicho, y de ello da fe, sospecha que también hubo amenazas, imposición por el miedo. La extremada sensibilidad de la pobre niña, y la viveza de su imaginación, dan verosimilitud a esta sospecha. Tenemos aquí, pues, un caso sumamente grave, y yo desafío a los inventores de dramas románticos a que saquen de su cabeza uno como este. Escucha sin temblar: todos los artificios de los secuestradores de la Negretti no lograron impedir que el mes pasado se enterase del monstruoso engaño, por confidencias de una criada joven, de una criada vieja... no estoy bien seguro de la edad de la confidente. Ello es que Aura se volvió loca, es decir, loca enteramente no: llamémoslo trastorno, rabia, furor insano contra sus embaucadores. Apelaron a todos los medios para tranquilizarla: medicinas, recreos, pláticas de clérigos más o menos elocuentes, sin obtener más que la exasperación de su mal, y, por último, no tuvieron más remedio que llevársela a la ferrería de Lupardo, y encerrarla allí, bajo la vigilancia de su tía Prudencia y de José María Arratia, el mayor de los tres hermanos, que casó hace poco con la chica de Busturia. Pero más que la vigilancia y el cuidado de los carceleros, pudo la energía expansiva de la dama y su furia de libertad, porque bonitamente se les escapó una noche, saliéndose por el tejado, y esta es la hora en que no han podido recobrarla. Todos los Arratias se lanzaron por diferentes puntos en busca de ella, sin dar con su persona: sólo hallaron un rastro, que es para ti dato interesantísimo, y por eso te lo transmito sin pérdida de tiempo. Lo único que pudieron averiguar los chimbos es que Aura pasó por Llodio un domingo muy de mañana. Preguntó en varios puntos por el camino de La Guardia, mostrando propósito firmísimo de ir a esta villa. La vieron internarse en la Peña de Orduña. Ni con buenos ojeadores ni con perros han podido cazarla. En esta resolución de la joven, que ya no me parece locura, sino todo lo contrario, veo yo un carácter, el rechazo o reacción formidable de su timidez anterior, el renacimiento súbito de una voluntad oprimida y sojuzgada por los engaños. Esto he sabido de labios que me merecen crédito, y te lo comunico para que estés al corriente... ¡En La Guardia, chico!... Puede que ya esté allí. Me da el corazón que está. ¡Alerta, Fernando!

Yo, que no creía en el romanticismo práctico, ya me rindo, caro amigo, y declaro que todo lo que imaginan los poetas, de Víctor Hugo para abajo, se queda tamañito junto a lo que la propia vida nos muestra. Esta captación de la voluntad de una mujer hermosa; el artificio de hacerte pasar por muerto para persuadirla más fácilmente; la caída de ella en el terrible lazo, por timidez, por terror, quizás por sortilegios desconocidos, ¿no son una primera parte de drama que supera a cuantos vemos en el teatro? Dime una cosa: ¿estás bien seguro de que en la segunda visita que hiciste al almacén de Arratia, en los primeros días de Enero, no te cogieron, no te convidaron a beber, no te dieron algún narcótico hasta que quedaras como muerto, poniéndote en el ataúd y encendiéndote velas, para que ella te viese y no tuviera duda de tu viaje al otro mundo? Porque yo todo lo creo ya y todo lo temo, y las cosas que antes me parecían novelescas, ya las tengo por naturales y comunes. No puedo desechar la idea de que todas esas gentes de apellido italiano se traen un surtido de venenos o filtros adormecedores, para con ellos ayudarse en sus trágicas intrigas.

Bueno: pues ahora viene la segunda parte del drama. La casan a la fuerza, quizás previo el empleo de algún otro bebedizo que convierta a las personas en máquina, y les permita moverse y hablar sin darse cuenta de lo que hacen y dicen. Me la casan; parece que han triunfado, y de repente sobreviene la confidencia, la revelación de un parte de por medio, criado desleal, o traidorzuelo mal pagado. Y aquí todo varía: surge la locura de la dama, la resurrección repentina de su albedrío; tras esto, tenemos nuevos embrollos de la familia para echar tierra al asunto y no dejar que tales infamias se hagan públicas; la niña se les escapa; corre sola por esos caminos, buscando el de La Guardia, donde cree encontrar su bien, su solución... ¿Llegará? ¿La cazarán antes sus perseguidores? He aquí el misterio del acto último, aún no descifrado. ¡Alerta, Fernando! ¡A La Guardia! ¡Ahí va!

No sigo, que es tarde y se va el correo. Última noticia: no es cierto, como te dije, que haya muerto Ildefonso Negretti. Vive, aunque en un estado muy semejante a la imbecilidad. Me lo ha dicho Vildósola, que ignora o afecta ignorar todo lo demás de esta historia lúgubre. Pero no desmayo en mis averiguaciones, y todo lo que yo sepa, lo sabrás en el tiempo que tarden en llevarte mis cartas nuestros detestables correos. Consérvate sereno, y no tomes resoluciones precipitadas. Para todo cuenta con tu fiel amigo -Uhagón.