La estafeta romántica/XXVI

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XXVI

De Pilar a Valvanera


Madrid, Julio.

Amada mía: Dame la enhorabuena, dámela pronto por esta paz, por esta confianza que desde ayer entraron en mi alma, novedad grande para la pobrecita, pues tiempo ha que no conocía más que zozobras, ansiedad, terror y anhelos no satisfechos. Debo este grande alivio al mejor de los hombres y al más sabio de los jurisconsultos, Manuel Cortina, ante quien descorrí ayer la que encubría mis secretos, mostrándole mi vida toda, mi corazón, mi voluntad. No habría hecho tanto con mi confesor, pues a este sólo se le muestra la falta, y en el caso presente, reuniéndose en una sola persona el sacerdote, el amigo y el letrado, he tenido que volcar la sagrada arqueta hasta dejarla vacía, echando fuera todo, todo, lo bueno y lo malo, no reservando ni nombres de personas, nada absolutamente de lo que he sentido, de lo que he pecado, mis artificios y sutilezas para ocultar mi falta, así como mi firme resolución de unirme a quien tiene derecho a mi amor y mi vigilancia. Todo lo sabe: sabe algo que tú ignoras, porque aún no ha sido ocasión de decírtelo; pero te lo diré.

Entré temblando en el despacho de Cortina: yo le había prevenido que tenía que hablarle de un asunto en extremo delicado, contando con su caballerosidad, y reclamando una audiencia larga, de un par de horas lo menos. Mas estas ideas que mandé por delante, como batidores que me despejaran el camino, no me salvaron del grande apuro de romper en mi declaración. Los primeros minutos, querida mía, fueron horribles. Un acceso de llanto y la exquisita bondad de mi letrado confesor sirviéronme como de puente para salvar la parte más escabrosa. Después me sentí en terreno llano, y pude continuar con desahogo, adquiriendo poco a poco el dominio de las ideas y de la palabra, el cual en la última parte fue ya tan grande, que te habrías maravillado de oírme. Ayudábame D. Manuel anticipándose con gran perspicacia a mis juicios y aun a la referencia de los hechos... Es también adivino, y me trazó el cuadro de mis tormentos antes de que yo se los manifestara. ¡Qué alivio, amiga mía! Ahora podré fortalecerme con los sentimientos de madre, y prepararme una vejez dichosa y tranquila. Para llegar a esto, dije a Cortina que aceptaré los procedimientos que él determine, imponiéndome cuantos sacrificios sean necesarios, los cuales estimo como una operación quirúrgica, con dolores transitorios. Venga todo lo que quiera. Hago en mí una revolución; destruyo lo pasado y fundo un régimen nuevo.

Cuatro largas horas duró la conferencia, pues en la segunda parte, cuando ya me había serenado y abordamos la cuestión legal, hízome una exposición clarísima de las diversas soluciones que podían darse al asunto, según la cantidad o extensión de escándalo que yo afrontar quisiera. Sin ningún ruido, y guardando el secreto, es imposible que mis deseos tengan satisfacción. Si consiguiéramos (y él hablaba en plural como haciendo suyo el asunto) conquistar a Felipe, tendríamos andada la mayor parte del camino. ¿Pero quién es el guapo que conquista a mi señor? Examinando esta dificultad mostró Cortina más confianza que yo. Según él, los hechos consumados, irremediables dentro de la Naturaleza, tienen fuerza colosal para domar las voluntades más rebeldes: de seguro hará Felipe demostraciones imponentes, de gran aparato, más escénico que real, y acabará por rendirse, prestándose a un arreglo que evite el escándalo.

A mis aspiraciones, demasiado ambiciosas, de que Fernando posea todo mi bienestar material o gran parte de él, llevando además mi nombre y un título de Castilla, opuso Cortina razones que me convencieron. No es posible que lleguemos al deseado fin sino por caminos sesgados; tenemos que resignarnos a que la personalidad de Fernando sea modesta y obscura, no exenta del misterio original; aspiramos a que el esplendor de su nombre se funde en los méritos y ventajas personales, no en el abolengo y tradiciones de familia. Debemos darnos por satisfechos con crearle una posición mediocre bien guarnecida de provechos materiales; pero nada más por hoy. Él ilustrará su vulgar apellido, si quiere y se aplica.

Para llegar a esto, lo primero es abrir un hueco en la gruesa muralla que nos cierra el paso para todos los caminos, y esta muralla es Felipe. No quiero cansarte refiriéndote todo lo que hablamos D. Manuel y yo, ni podría tampoco trasladar fielmente la parte suya, tan elocuente en algunos pasajes, serena y dulce siempre, a veces graciosa. Díjome al concluir que puesto el asunto en sus manos, debía serenarme, descansando en la seguridad de que sabría corresponder a mi confianza. Estudiando concienzudamente el asunto, para lo cual se tomaba cuatro días, me propondrá lo que crea de más fácil y conveniente realización. Como caballero, como amigo y como letrado, me prometió poner en este asunto su inteligencia toda y algo de su corazón; yo debía prometerle sumisión incondicional al plan que me trace, en el cual habrá dos órdenes de actos: los actos sociales y morales que yo debo efectuar conforme a su consejo, y los actos de ley, de cuya dirección él se encarga. Con alma y vida le expresé la abdicación de mi voluntad en la suya para todo lo que quisiera disponer y ordenarme, y tratamos al fin de los documentos y papeles que debo poner inmediatamente en sus manos: la partida de bautismo de Fernando, toda mi correspondencia con el cura de Vera, Sr. Vidaurre, y algo más. De la documentación referente a mi propiedad hereditaria, a mi dote, gananciales y demás, nada necesita, pues para conocerlo le bastan las copias del pleito con Osuna que tiene en su archivo. En fin, mi amadísima compañera, que estoy contenta. ¡Siento un alivio...! Mi cruz sigue siendo pesada; pero acabo de encontrar un robusto Cireneo que a llevarla me ayuda.

Para que no haya nunca dicha completa, ahora que mi drama parece entrar en vías de solución... clásica, ¡gracias a Dios! me inquieta más el de allá. Esa mujer errante; ese peligro de que resucite la funesta pasión que nos ha traído tantas desdichas; las complicaciones que pueden sobrevenir; las represalias posibles, las probables escenas de venganza, no se apartan de mi mente. Agravo yo las situaciones con mi pesimismo, y estoy por decir con mi inventiva, que a veces me parece poética; y de sucesos comunes, inocentes tal vez, hago escenas terroríficas, de estupendo asombro, de interés palpitante; escenas que no vacilo en llamar bellas, aunque me causen pavor. ¿Para qué me daría Dios esta imaginación tan viva? Con ellas en otro tiempo me rodeaba de bienandanzas, cuando en realidad estaba rodeada de peligros; mas con ellas también, en días no tan lejanos y en los presentes, levanto en derredor mío aparatos de consternación, con materiales que quizás sean más para mover a risa que a terror. No ceso de pensar en las sorpresas, y para que no lo sean ni me cojan desprevenida, estoy siempre imaginando cosas malas probables, con la idea de que previéndolas no sucedan. ¿Has visto? Lo mejor es poner freno a la previsión pesimista, y decir aquello tan sencillote, y al parecer tonto, que nos enseñaron nuestras madres: Sea lo que Dios quiera.

Noto a mi Felipe un poquito moderado en sus hábitos de mortificación. No sé lo que le pasa. Tiene conmigo atenciones desusadas, y se cuida menos de contrariarme y contradecirme. No obstante, desconfío de estas apariencias, y sigo empleando mis inveteradas precauciones. He perfeccionado el escritorio que en mi cuarto de baño tengo (ya te hablé de este ingenioso aparato), y puedo consagrarme con toda libertad a mi correspondencia secreta, guardando todo de un modo segurísimo cuando concluyo, o por cualquier causa tengo que interrumpir el trabajo... Siglos se me hacen los cuatro días que me ha señalado Cortina para proponerme la solución que ha de ser término de mis afanes, llevándome de una vida de artificios a otra moldeada en la realidad. ¿Será posible, amiga querida, que en esa vida me vea yo? Ese día no me voy a conocer. Creeré que me he muerto y he resucitado, que soy otra, que no soy yo, sino la señora tal, o tal mujer, lo mismo me da... Y desde mi nuevo ser veré el pasado triste, y tendré lástima de lo que fuí...

Me canso un poquito. Seguiré mañana.

Martes.- No sé por qué, pienso que Felipe barrunta la tempestad que le tengo armada. Algo noto en su cara, en sus ojos, que me pone en este cuidado. ¿La suma suspicacia no puede llegar a ser el sumo adivinar?... Para mí es una desdicha esta penetración que el histrionismo social en su desarrollo más perfecto me ha dado. Como yo leo el pensamiento de los que me rodean, pienso que los demás leen el mío.

Y hay más, cara Valvanera. Hoy encontró Felipe a Cortina en el Ministerio de Gracia y Justicia y le convidó a comer. El hecho no tiene nada de particular y ha ocurrido más de una vez. Pero se me ha metido en la cabeza que este convite no es un caso natural, inocente quiero decir, sino que encierra la cruel intención de ponernos frente a frente al letrado y a mí para observarnos las caras... Veo que te ríes. Sí, la mal intencionada soy yo. Es que el cerebro se me ha convertido en un nidal de dramas... Me paso la mano por la frente, y afirmo, todavía con un poquito de recelo, que la invitación de Cortina, como la de Narváez, como la de Salamanca y otros, también para esta noche, es absolutamente ajena a toda idea dramática.

Se me había olvidado decirte que no me fío de los cariños de Juana Teresa. Su agudeza corre parejas con su maldad. Esto no es suspicacia: es experiencia. En la historia de estas dos medias hermanas, todos los capítulos que empiezan con sus carantoñas acaban con mis rabietas. Si no estuviese yo decidida plenamente al abandono de toda ficción, sus sospechas me harían temblar. Pero ya no temo nada. El paso de mentirosa a verdadera me ha de costar algunas amarguras; pero una vez en terreno firme, ¿qué me importa lo que Doña Urraca piense, averigüe y conozca? Me compensará de mis pasados berrinches el placer de birlarle la niña de Castro... Y a propósito: nada sé del señor Hillo. Espero con afán su primera carta.

Miércoles.- Mis temores respecto a la invitación de Cortina resultan infundados. Bien decía yo que soy harto maliciosa; pero, por más que me reprendo este defectillo, no hay forma de corregirme. La comida agradabilísima, con pocos, pero buenos comensales. A Narváez le conoce tu marido; de Salamanca, que ahora principia a figurar, no tenéis noticias. Es un granadino muy despierto, de gallarda figura y finísimo trato, y en la amenidad de la conversación se lleva el primer premio entre todos los que conozco. Despunta en la política, y más aún en los negocios. Cortina no me habló nada de mi asunto, naturalmente, y sólo en un ratito que estuvimos sin testigos repitió su promesa de darme la solución en el día fijado, recomendándome la serenidad y paciencia... Mis comensales y las señoras que vinieron después picotearon de política, ya puedes suponer; algo de teatros y ópera, de bailarinas y cantantes, engolosinándose al fin con un poco de chismografía social. Todo esto me aburría, pues no hay tema que no me parezca desabrido, insignificante, si le aplico las ideas revolucionarias que alborotan mi espíritu. ¡Oh, cuándo llegará eso que llamo mi tránsito, paso inevitable de una vida a otra! ¿Será como una muerte; será como una resurrección?

¿Imaginas tú algo más enojoso y abrumador que una vida en que tenemos que figurarnos y representarnos de otra manera que como somos? En esta existencia, amasada y recompuesta por la general simpleza, no sólo nos es forzoso disimular nuestras faltas, sino también nuestro talento... la que lo tenga. No, no te rías. No habiendo recibido de Dios el don de tontería, es forzoso proporcionarse una tontería artificial. Yo he sido y soy una tonta de trapo; y aunque sé muchas cosas que he aprendido en mis lecturas (y otras que he cursado en mis desgracias), me revisto de una ignorancia deliciosa, que es el encanto de mis amigas. No soy la única que adopta este sistema; pero sí la más aprovechada, la que sabe esconder con su disimulo un mundo más grande de conocimientos y un mayor tesoro de agudezas. Rara es la que no se ha creado una representación falaz de su persona para poder vivir; pero en mí el histrionismo es más meritorio que en ninguna, por la enorme distancia entre lo que soy y lo que represento, entre mi ingenio secreto y mi estolidez pública.

Pues bien, amada mía: yo quiero romper este capullo, que con mis palabras y pensamientos de representación he tejido, quedándome encerrada en él. Ya tengo mi pico bien afilado para taladrarlo y echarme fuera... quiero volar, pues me han salido aquí dentro unas alas grandísimas.

Amiga de mi alma, siento una efusión divina, un inmenso anhelo de volar hacia ti, por ti y los tuyos, y por el mío que entre los tuyos y en tu amante compañía tienes. Dile a Fernando todo lo que se te ocurra. Tú eres la maestra, la doctora, la que dispone lo que ya debe saber y lo que todavía conviene que ignore. Todo ello, lo sabido y lo ignorado, ha de ser para que me quiera más. Creo que me amará mucho, como yo a él.

Adiós, mi bien. Hasta que pueda contarte lo que me propondrá mi gran letrado para romper el capullo. Reparte mil abrazos y besos por cuenta de tu amantísima -Pilar.