La flor de los recuerdos (Cuba): 22
II.[editar]
Espiró del mancebo enamorado
El armonioso cántico, y el viento
No había aún el eco devorado
De su postrer acento,
Cuando se abrió la arábiga ventana
Y aparecióse en medio de sus flores
La reina de Triana,
La flor de los amores
Del misterioso rondador, Aurora:
Que el ser amante que escondido mora
En aquel ajimez es la gitana.
Tendió el mozo los brazos hacia ella
Diciéndola: ¡alma mía!
Mas ella con acento de agonía
Dijo, una mano temblorosa y bella
Tendiendo al que su acento dirigía:
Huye, infeliz: te trae tu mala estrella!
EL CAB. | ¡Que huya me dices e infeliz me llamas, Cuando yo por tu amor todo lo dejo! |
AUR. | Huye de mí: te lo aconsejo.
|
EL CAB. | ¡Tal consejo me das! ¡ay! no me amas.
|
AUR. | Porque te amo ¡infeliz! de mí te alejo. Oye, mi solo bien, mi único amigo: |
EL CAB. | ¿Sabes lo que me pides? ¿Sabes que he conservado mi existencia, |
AUR. | Óyeme, Félix, tu delirio calma.
|
EL CAB. | No: no te canses, pérfida, en probarme Con reflexiones frías |
AUR. | ¿Y si el cariño, Félix, que ambicionas, Si ese cariño de que audaz blasonas, |
EL CAB. | ¿Por qué?
|
AUR. | Tú eres Un mancebo leal, noble, sin tacha: |
EL CAB. | La mejor de las mujeres, Si me amas. |
AUR. | Ni soy noble, ni soy rica: Mi raza es vil, infame, deshonrada. |
EL CAB. | Amor es Dios, Aurora, Y todo el Dios Amor lo santifica. |
AUR. | ¡Miserable de ti, si crees que el oro Ni la opulencia y vanidad mundana |
EL CAB. | Explica, pues, de tu conducta oscura Las razones, y parto y me someto. |
AUR. | Nо puedo: es un secreto.
|
EL CAB. | NО, Aurora: es un pretexto, una impostura.
|
AUR. | Un secreto fatal, en cuyas letras Escrita encontrarás tu desventura |
EL CAB. | Mas un secreto que a partir me acosa, Secreto para ti de dulce arcano, |
AUR. | No, que sin ti me sume en la amargura.
|
EL CAB. | Pero que tú de mí guardas gustosa.
|
AUR. | ¡Félix!
|
EL CAB. | ¡Mujer al fin, falsa y perjura Como todas! mas oye: en vano esperas |
AUR. | Caiga, pues, sobre ti la culpa toda. Con que mis labios abra, |
EL CAB. | Habla: me haces temblar; por vida mía: Habla y concluye de una vez, Aurora. |
AUR. | No aquí, Félix, ni ahora. Toma: con esa llave |
EL CAB. | Y a quién le importa nuestro amor?
|
AUR. | ¿Quién sabe? ¿No ves aquel lanchon que lentamente |
EL CAB. | Pescadores tal vez.
|
AUR. | Otra es la gente Que la tripula, no; son de Sevilla. |
EL CAB. | ¡Tienes razón, a fé! Rasando el muro Se vienen poco a poco deslizando |
AUR. | Huye, por Dios, y ten. |
Y así diciendo
Echó Aurora la llave en la barquilla.
Quitó el arpón que la sujeta el mozo
Galán, y haciendo remos de repente,
Se alejó en un momento de la orilla.
Entonces sin rebozo
De aquel lanchon la recatada gente,
Partió a fuerza de remos
Lanzándose tras él abiertamente.
Hizo el mancebo de vigor extremos
Maravillosos y surcó las olas
Como una ave marina: mas no puede
Luchar con tantas con sus manos solas,
Y por momentos al cansancio cede.
Ocho robustos brazos acrecientan
La rapidez de la enemiga lancha
Y la distancia va, según la aumentan,
Siendo entre los dos botes menos ancha.
Buscó el galán con rápida mirada,
De la intención de sus contrarios cierto,
Donde poder hallar amparo o puerto
En esta situación desesperada:
Mas todo en derredor lo halló desierto
Y la lancha a abordarle preparada:
Nadie valerle, aun a querer, podía.
La luna, que dejando descendía
En pos de sí las sombras, por do quiera
La sombra por las aguas extendía
Hasta la otra ribera,
Y al ojo mas sagaz imposible era
Ver lo que sobre el agua sucedía.
Soltó entonces el remo y metió mano
A la espada con brío: mas apenas
Pudo esgrimirla: su valor fue vano.
Arpones de virar, armas ajenas
De hidalgos, por do quier le acometieron,
Y mientras que por alto le amagaron
Las unas, otras de los pies le asieron
Con los ferrados ganchos, y falseado
Su equilibrio, con él de espalda dieron.
En su barca saltaron,
En una red traidores le envolvieron
Que por las cuatro puntas anudaron,
Y en el fondo del líquido elemento
Inerme sin piedad le sepultaron;
Siendo todo negocio de un momento.
Del cuerpo del mancebo al golpe rudo
Partió de la ventana
Un ¡ay! desgarrador, íntimo, agudo.
Un hombre que en la lancha presenciado
Todo lo había, inmóvil, torvo y mudo,
En una capa de flotante grana
Hasta los mismos ojos embozado,
Tomó con ademan sombrío y grave
La abandonada llave
Que dio al galán Aurora,
Y volviendo a los suyos, dijo: “ahora
Desplegad vuestras fuerzas y volemos.”
A impulso de ocho brazos vigorosos
Cayeron a la vez los ocho remos
Al agua, y a favor de la corriente
Aquellos asesinos silenciosos
Deslizaron veloz por bajo el puente
La voladora barca,
Que desapareció rápidamente
Sin dejar sobre el agua trasparente
Del paso huella, ni del crimen marca.
Entonces por las aguas repulsado,
Surgió a la superficie del mancebo
El cuerpo agarrotado,
Y a la merced del agua abandonado
Surgía y sumergíase de nuevo.
Su barca, que vacía
IMo lejos del flotaba entre el balumbo
De la marea inquieta que aun subia,
Giraba sobre sí y se revolvía
Sin cejar ni avanzar, fuera de rumbo.
Una voz de mujer desesperada
Imploraba socorro desde el muro,
Mas la voz por el viento devorada
Iba por la región del aire puro
A espirar en la orilla abandonada.
Y he aquí que de repente,
Tal vez por estos gritos mujeriles
Atraído, asomóse a los pretiles
Un hombre: el cuerpo vio, y al punto
A las aguas lanzándose valiente
Se sumergió en su abismo.
Robusto buzo, empero,
Y vigoroso nadador, gran pieza
Bajo del agua recorrió y certero
Fue a alzar junto a la barca la cabeza.
La asió con mano firme, la detuvo,
Y sobre entrambos brazos con destreza
Elevándose, de ella apoderóse,
Y cuando dentro estuvo
Hacia el flotante cuerpo dirigióse.
Era maese Adán: dos puntos rojos
Que como dos carbunclos en la hondura
Se veían brillar, eran sus ojos.
¡Era en verdad extraña criatura
Y eran verdad del vulgo los antojos:
En las tinieblas su mirar fulgura!
Llegó al mancebo y hacia sí le atrajo,
Y logró, de las aguas retirándole,
Sin esfuerzo a la vista ni trabajo,
De pechos sobre el borde asegurándole,
Con auxilio de un remo vuelta dándole
Arrojarle en la barca boca abajo.
Remó en seguida y rápido pasando
Por bajo de la arábiga ventana,
A un cargadero el rumbo enderezando
Ganó la orilla y atracó en Triana:
Y en los hombros cargándose con brío
Al asfixiado inerme caballero,
Saltó del muelle el escalón primero,
Dejó la barca a la merced del río,
Y se hundió tras el ángulo primero
De un callejón del arrabal sombrío.