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La tradición del himno nacional

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I

Por los años de 1810 existía en el convento de los dominicos de Lima y también en el de los agustinos una Academia de música, dirigida por fray Pascual Nieves, buen tenor y mejor organista. El padre Nieves era, en su época, la gran reputación artística que los peruleros nos sentíamos orgullosos de poseer.

El primer pasante de la Academia era un muchacho de doce años de edad, como que nació en Lima en 1798. Llamábase José Bernardo Alcedo y vestía el hábito de donado, que lo humilde de su sangre le cerraba las puertas para aspirar a ejercicio de sacerdotales funciones.

A los diez y ocho años de edad, los motetes compuestos por Alcedo, que era entusiasta apasionado de Haydn y de Mozart, y una misa en "re mayor", sirvieron de base a su reputación como músico.

Jurada en 1821 la independencia del Perú, el protector don José de San Martín expidió decreto convocando concurso o certamen musical, del que resultaría premiada la composición que se declarase digna de ser adoptada por himno nacional de la República.

Seis fueron los autores que entraron en el concurso, dice el galano escritor a quien extractarnos para zurcir este artículo.

El día prefijado fueron examinadas todas las composiciones y ejecutadas en el orden siguiente:

  • 1.ª La del músico mayor del batallón Numancia.
  • 2.ª La del maestro Huapaya.
  • 3.ª La del maestro Tena.
  • 4.ª La del maestro Filomeno.
  • 5.ª La del padre fray Cipriano Aguilar, maestro de capilla de los agustinianos.
  • 6.ª La del maestro Alcedo.

Apenas terminada la ejecución de la última, cuando el general San Martín, poniéndose de pie, exclamó:

-¡He aquí el himno nacional del Perú!

Al día siguiente un decreto confirmaba esta opinión, expresada por el gobernante en un arranque de entusiasmo.


El himno fue estrenado en el teatro la noche del 4 de septiembre de 1821, en que se festejó la capitulación de las fortalezas del Callao, ajustada por el general La Mar el 21. Rosa Merino, la bella y simpática cantatriz a la moda, cantó las estrofas en medio de interminables aplausos.

La ovación de que en esa noche fue objeto el humilde maestro Alcedo es indescriptible para nuestra pluma.

Mejores versos que los de don José de la Torre Ugarte merecía el magistral y solemne himno de Alcedo. Las estrofas inspiradas en el patrioterismo que por esos días dominaba, son pobres como pensamiento y desdichadas en cuanto a corrección de forma. Hay en ellas mucho de fanfarronería portuguesa y poco de la verdadera altivez republicana. Pero con todos sus defectos, no debemos consentir jamás que la letra de la canción nacional se altere o cambie. Debemos acatarla como sagrada reliquia que nos legaron nuestros padres, los que con su sangre fecundaron la libertad y la república. No tenemos derecho, que sería sacrílega profanación, ni a corregir una sílaba en esas estrofas, en las que se siente a veces palpitar el varonil espíritu de nuestros mayores.

II

Concluyamos compendiando en breves líneas la biografía del maestro Alcedo,

Todos los cuerpos del ejército solicitaron del protector que los destinase al autor del himno como músico mayor y en la clase de subteniente; pero Alcedo optó por el batallón número 4 de Chile, en el que concurrió a las batallas de Torata y Moquegua y a otras acciones de guerra.

Cuando se dispuso en 1823 que el batallón regresase a Chile, Alcedo pasó con él a Santiago, separándose a poco del servicio.

El canto llano era casi ignorado entre los monjes de Chile, y franciscanos, dominicanos y agustinos comprometieron a nuestro músico para que les diese lecciones, a la vez que el gobierno lo contrataba como director de las bandas militares.

Cuarenta años pasó en la capital chilena nuestro compatriota, siendo en los veinte últimos maestro de capilla de la catedral, hasta 1864, en que el gobierno del Perú lo hizo venir para confiarle la dirección y organización en Lima de un conservatorio de música, que no llegó a establecerse por la inestabilidad de nuestros hombres públicos. Sin embargo, Alcedo, como director general de las bandas militares, disfrutó hasta su muerte, acaecida en 1879, el sueldo de doscientos soles al mes.

Muchos pasos dobles, boleros, valses y canciones forman el repertorio del maestro Alcedo, sobresaliendo, entre todo lo que compuso, su música sagrada.

Alcedo fue también escritor y testimonio de ello da su notable libro Filosofía de la Música, impreso en Lima en 1869.