Lo que ha de ser/Acto I

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Lo que ha de ser
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen LEONARDO y NISE, labradores.
LEONARDO:

  Favorecido de ti,
Nise, ¿qué puedo envidiar?

NISE:

Lisonjas no han de faltar.

LEONARDO:

¿Por qué me tratas así?

NISE:

No hay cosa que pueda en mí
solicitar voluntad,
como tratarme verdad.

LEONARDO:

¿Pues en qué te han engañado
lengua y ojos que te han dado
el alma y la voluntad?
  Ellos, señora, te miran
con el respeto que deben,
pues cuando a verte se atreven,
como del sol se retiran,
sus niñas dentro suspiran
por las de tus ojos bellos,
que tienen su vida en ellos
quien vio suspirar los ojos,
pues para no darte enojos
suspira el alma por ellos.
  La lengua que te ha ofendido,
si con tanta honestidad
como el velo a la verdad
de un corazón tan rendido.
A la fe que de tu olvido
nace tu desconfianza,
mas poco daño me alcanza,
pues siendo ingrata a mi fe
por lo menos viviré
seguro de tu mudanza.

NISE:

  Quien te ve, Leonardo, hablar,
tan preciado de discreto
y de uno y de otro conceto,
discurrir para engañar;
pues no pienses que has de dar
ejemplo a trágico amor.
Yo confieso tu valor,
y que me inclino a escucharte,
pero no para fiarte
esperanzas de favor,
  vete con Dios a la aldea,
que aquí orillas de la mar
quiero algún coral buscar,
que me entretiene y recrea,
entre conchas de librea
algún ramo suele haber
que me causa más placer
que oír mentiras de amantes,
mas que su espuma inconstantes
para menguar y crecer.

LEONARDO:

  Buscar coral, Nise hermosa,
en mar de perlas mejores,
con más ardientes colores
que tiene al alba la rosa,
pudiera tu codiciosa
mano más cerca de ti,
y perdóname si fui
necio en darte este consejo,
si le sabes de tu espejo
por no escucharle de mí,
  rigurosa fue mi estrella
en rendirme a tu rigor.

NISE:

Yo estimo en mucho tu amor,
no hay por qué te quejes della.

LEONARDO:

No creerme, Nise bella,
siento más que el despreciarme.

NISE:

¿A qué puedo aventurarme
mas que a no darte ocasión
de celos con afición?
¿A qué otro puede obligarme?

(Dentro.)
1.º:

  ¡Qué miserable desdicha!

2.º:

¡Aorza, vira amura, amaina!

3.º:

¡Arriba, que nos perdemos!

1.º:

¡Ten, zaborda, furia estraña!

LEONARDO:

Gritos dan, algún navío
corre tormenta.

NISE:

En la playa
lo mostraban los delfines
dando vueltas en el agua.

LEONARDO:

Qué voces tan tristes, Nise.

NISE:

Es teatro de desgracias
el mar.

1.º:

¡Acosta de presto
la barca, acosta la barca,
sálvese la Infanta en ella!

2.º:

¿Y quién ha de ir con la Infanta?

3.º:

Yo he de ir.

2.º:

No, sino yo.

1.º:

Baja en tanto que se matan.

NISE:

Fiero rigor de las ondas,
merecido de quien anda
contra su naturaleza
fuera de su dulce patria
sobre una tabla.

LEONARDO:

Bien dices,
¿pero dónde fabricaran
mayor invención los hombres
para ver tierras estrañas?
No fuera común el mundo
si aquel primer argonauta
no hubiera dado a las ondas
ciudades de lienzo y tablas.

(Sale PEROL, villano.)
PEROL:

Mala bestia mar furioso,
que si Dios no te enfrenara
te hubieras tragado el mundo.
¿Qué tienes que nunca paras?

LEONARDO:

¿Qué es esto, hermano Perol?

PEROL:

Que en turbulenta borrasca
se tragó el mar una nave
desde la quilla a la gavia.
Yo estaba sobre una peña
que los golpes de las aguas
sufre como la porfía,
de un necio el que sabe y calla,
cuando veo por los bordes
bajar un bulto a una barca
y que luego se va a pique
sin perdonar una tabla;
fluctúa la barca luego
porque del mar la inconstancia
ya la sepulta en las ondas,
ya por las nubes la ensalza
pero de un viento impelida,
la rota barca en la playa
dio con ella donde queda
cubierta de espuma y algas.

LEONARDO:

Pues, bestia, ¿no fuera bien
que a ver lo que era llegaras
el bulto que estaba en ella?

PEROL:

A donde no me va nada
nunca me meto en peligros.

LEONARDO:

Bella Nise, aquí me aguarda,
que el valiente corazón
que me anima y acompaña
favorecer me aconseja
a quien desde allí me llama.

NISE:

Y yo, Leonardo, te ruego
(Vase.)
que a ver lo que fuere vayas,
y si es hombre le ayudes,
y si es hacienda la traigas,
que suelen grandes riquezas
en fortunas tan estrañas
ser despojo de las ondas.
¿Qué hay, Perol, de nuestras vacas?

PEROL:

Bien dices, trate el pastor
de sus ovejas y cabras,
el mercader de su hacienda
y el soldado de sus armas.
No han sido malas las crías,
toda tu hacienda se guarda
para que su dueño seas,
dime por qué no te casas.
¿Leonardo no es mayoral,
y el mejor destas montañas?
¿No es el más noble, el más rico
y el más discreto? ¿Qué aguardas?

NISE:

Todo lo conozco y veo
y aunque Leonardo me agrada,
no de suerte que me obligue
a darle esas esperanzas.

(Saca LEONARDO en brazos a CASANDRA.)
LEONARDO:

Ánimo, señora mía.

CASANDRA:

No os espantéis si me falta
valor en esta ocasión,
que aunque le tengo en el alma,
he visto el rostro a la muerte.

LEONARDO:

Llega, Nise, llega y habla
a esta principal señora
que era el bulto de la barca.

NISE:

Admirada del suceso
apenas me atrevo a hablarla.
Ah, señora.

CASANDRA:

¡Qué consuelo!

PEROL:

Ella es persona de chapa.
¡Qué lindo vestido y joyas!

NISE:

No es mucho si la desmaya
el peligro en que se ha visto.
De aqueste monte en la falda
está mi casa, aunque pobre,
allá podremos llevarla.

LEONARDO:

No, Nise bella, perdona.
Yo la libré y a mi casa
tengo de llevarla agora,
que quiero allí regalarla.

NISE:

Harasme un grande disgusto.

LEONARDO:

¿Yo a ti, Nise, por qué causa?

NISE:

¿No basta que yo lo diga?

LEONARDO:

Bastó, pero ya no basta.

CASANDRA:

¿Quién sois, amigos?

LEONARDO:

Señora,
pastores destas montañas.

CASANDRA:

¿Y esta tierra?

LEONARDO:

Alejandría.
Vuestra historia será larga,
descansad que tiempo os queda
para que podáis contarla.
Gran fortuna habéis corrido.

CASANDRA:

No pudo ser más airada,
si bien pues que tengo vida,
no quiero en todo culparla.

LEONARDO:

Vamos, cerca está la aldea.
¿Has visto más bella dama,
Nise, que aquesta señora?
¿Qué nombre tenéis?

CASANDRA:

Casandra.

(Llévala.)
NISE:

¿Qué te parece, Perol,
cual la lleva y cual la alaba?

PEROL:

¿Pésate de esto?

NISE:

En estremo.

PEROL:

¿No eras tú quien despreciaba
a Leonardo?

NISE:

Poco entiendes,
pues esta treta no alcanzas
de condición de mujeres.

PEROL:

¿Qué quieres decir?

NISE:

Que aman
con celos y aborrecidas
y que aborrecen amadas.

(Vase.)


PEROL:

Eso pasa desde hoy,
doy celos a cuantas andan
en el valle y aborrezco
cuantas me miran y hablan.
No sé para qué dijeron
que amor con amor se paga,
que donde celos no soplan
nunca amor alza la llama.

(Vase.)
(Salen el PRÍNCIPE ALEJANDRO, MÚSICOS, CELIO, ALBANO, TEODORO, Criados.)
ALEJANDRO:

  Ya falta entretenimiento.
¡Cómo dura mi prisión!

CELIO:

Siéntate y esta canción
escucha.

ALEJANDRO:

No hay sufrimiento.

[MÚSICOS]:

(Cantan.)
  Estaba Alejandro Magno,
fundador desta ciudad.

ALEJANDRO:

No prosigáis más, dejad
la música. Dime, Albano,
  ¿qué hay de nuevo?

ALBANO:

Tantas cosas
que no sabré referillas.

ALEJANDRO:

Hay tanto tiempo de oíllas
que por largas y enfadosas
  no les faltará lugar.
¿Qué es lo que quiere de mí
el Rey? ¿Para qué nací,
si aquí me quiere enterrar?
  Tantos años como tengo
preso en aqueste castillo.
Por Dios que me maravillo
cómo la vida entretengo.
  ¿Qué hice en naciendo yo,
qué intenté sin lengua y manos?
Decid, dioses soberanos,
¿qué inocencia os ofendió?

CELIO:

  Señor, deja de pensar
en cosas de tanta pena.
Lo que Júpiter ordena,
¿cómo se puede escusar?
  ¿Tras tantos años, agora
tienes tanto sentimiento?

ALEJANDRO:

El verme tan hombre siento,
y siento que el Rey me adora
  y que tras eso me tiene
encerrado donde estoy.
¿Soy algún áspid? ¿Qué soy?
¿Qué imagina? ¿Qué previene?
  ¿Téngole yo de quitar
el reino?

ALBANO:

Si de esa suerte
te afliges, tendrá la muerte
en tu verde edad lugar.

ALBANO:

  ¿Pues qué haré en toda esta tarde?

TEODORO:

Recitar algunos versos
cultos, castigados, tersos,
aunque el nombre me acobarde,
  pues tú los haces tan bien.

ALEJANDRO:

Diga Albano.

ALBANO:

¿Yo, señor?

CELIO:

Sin prólogo y sin temor
pide que aplauso te den.

ALBANO:

  Oíd los tres un soneto.

ALEJANDRO:

Di primero la ocasión,
que sin esta prevención
se entiende mal el conceto.

ALBANO:

  Puesto el brazo, en un bufete
de una bugía, en la llama
se quemó el puño una dama.

ALEJANDRO:

Secreto fuego promete.
  ¿Merecíase quemar
la mano?

ALBANO:

El puño bastó.

ALEJANDRO:

¿Fue la causa celos?

ALBANO:

No.

ALEJANDRO:

Yo la dejara abrasar.
  Cándida y no pintada mariposa,
al fuego se acercó sin ver el fuego,
pero sin ser su centro él, mi señora luego,
quiso templarse en nieve tan hermosa.
No es esa, no, tu esfera luminosa,
dijo el amor, que entonces era fuego,
«que yo soy rayo y tiemblo cuando llego
a nieve de mi fuego vitoriosa».
Sordo a su envidia, cuanto más ardiente,
el muro de la nieve fue pasando
puño a una mano de sí misma ausente;
el fuego está riendo, amor llorando,
crece la llama, y Silvia no la siente;
quién fuera lo que estaba imaginando.

ALBANO:

  Tú lo dijiste muy bien
y no poco te has quemado
de que ella se haya dejado
quemar el puño también.

ALEJANDRO:

  Diga Celio.

CELIO:

A Laura vi,
agradeció mis desvelos
y dándome muchos celos
finge tenerlos de mí.

ALEJANDRO:

  Da celos y está celosa;
mucho sabe esa mujer.

CELIO:

Con esto la di a entender
lo que no pudiera en prosa.
  Laura, ¿quién son aquellos embozados,
al mismo niño amor tan parecidos,
que no fueron por andar vestidos
y quieren encubrirse declarados,
aquellos envidiosos desvelados,
con lo que más adoran más fingidos,
que quieren de sospechas ofendidos
siendo traidores presumir de honrados?
Aquellas sombras que despierta sueños
y aquel sueño de amor con los desvelos
de ardientes llamas y accidentes fríos,
estas del miedo y de la envidia señas,
¿quién duda que dirás que son tus celos?,
pues, Laura, no lo son, que son los míos.

ALEJANDRO:

  Gracioso epigrama.

CELIO:

A ti
todo te agrada, señor,
que tu ingenio y tu valor
muestran su grandeza así.
  Escriben que Cicerón,
oyendo al representante
galo, que en Roma triunfante
tuvo excelente opinión,
  vio silbar y murmurar,
y que comenzó a decir:
«mancebos, el escribir
es ingenio y no el silbar,
  y esto al hombre se prohíbe,
porque en diferencia igual;
silba cualquier animal,
pero solo el hombre escribe.»

ALEJANDRO:

  Celio, no es mi condición
tan dulce, si no me agrada,
no alabo.

CELIO:

Está confirmada
de ejemplos tu discreción.

TEODORO:

  El Rey aquí te ha enviado
un maestro de armas tal
que no ha permitido igual.

ALEJANDRO:

Nuevas de ese hombre me han dado
  y me dicen que es un Marte.

CELIO:

Brava opinión ha tenido.

TEODORO:

Un filósofo ha venido
con ánimo de enseñarte,
  que se burla de Platón.

ALEJANDRO:

Pues no le dejéis entrar,
que aquí no se da lugar
a los que soberbios son.
  No quiero nada con él,
que hombre que se alaba así,
¿qué puede enseñarme a mí
sino ser necio con él?
  Si mi padre me dejara
ver el mundo yo supiera
y más de verle aprendiera
que Sócrates me enseñara.
  Quien no ve del mundo más
que este castillo en que estoy,
donde si dos pasos doy
es fuerza que vuelva atrás,
  ¿qué puede saber, Albano?

ALBANO:

Triste estás.

ALEJANDRO:

Venid conmigo.

ALBANO:

Un pensamiento enemigo
mata con la propia mano.

ALEJANDRO:

  Hoy al Rey significad
mi cuidado y sentimiento,
que no he de tener contento
hasta tener libertad.

(Vanse.)
(Sale LEONARDO.)
LEONARDO:

  Antiguo amor ya pasado,
parece que estáis corrido
de veros puesto en olvido
por otro nuevo cuidado.
Mas si fuistes despreciado,
como de Nise lo fuistes,
mucha disculpa tuvisteis,
que en amar con tal desprecio
no digo que fuistes necio,
mas mucho lo parecistes.
  Vino Casandra, que ya
se llama Laura en la aldea,
por bien pensamiento sea
que pienso que sí será,
ya que en vuestro traje está
justamente la queréis.
Y a Nise olvidado habéis,
que aunque amado no seáis,
por lo menos me vengáis
del agravio que sabéis.

LEONARDO:

  No os parezca liviandad
haber tan presto olvidado,
que donde Laura ha llegado,
nadie tiene libertad.
Estaba en mi voluntad
Nise, mas Laura llegó
y que saliese mandó,
pues si Nise, porque entraba
Laura el lugar le dejaba,
¿qué culpa le tuve yo?
  Viva Laura y viva en mí,
que aunque me atrevo, villano,
a un ángel tan soberano,
justamente me perdí.
Y si aborrecido fui
de Nise, con tal rigor
querer a Laura es mejor
aunque sea aborrecido,
pues olvido por olvido
tiene Laura más valor.

(Sale CASANDRA de labradora.)
CASANDRA:

  Sin admitir esperanza
de volver a ser quien soy,
en tan nuevo traje estoy
contenta de la mudanza.
Que todo estado es mudanza
a quien salió de fortuna
tan áspera y importuna,
que donde la vida queda
no tiene acción en que pueda
decir que pasó ninguna.
  Salí del mar proceloso
a la tierra que me veo,
donde ha hallado mi deseo
puesto, aunque humilde, amoroso.
Un labrador generoso
me aposenta en su lugar,
su traje vengo a tomar,
tiempo no hay más que decir,
mas quien no sabe subir
no se espante de bajar.
  Su entendimiento me agrada
y me causa admiración
ver tan noble condición
en tan rústica posada,
no pobre y mal adornada,
que algún rico en la ciudad
no tiene su autoridad.
Hay libros y armas, que es cosa
que me tienen sospechosa,
de más alta calidad.
  Con esto en mi pensamiento
se va entrando su valor,
no digo que tengo amor,
mas tengo agradecimiento,
bien que voy entrando a tiento,
que no me atrevo a fiar
de quien me puede engañar,
que pensando agradecer
puedo llegar a querer
y no es disculpa pensar.

LEONARDO:

  Laura bella, pues así
quieres que te llamen ya,
¿dónde bueno?

CASANDRA:

Donde va
mi pensamiento sin mí;
mirando el mar desde aquí
el pensamiento entretengo,
y a perder el temor vengo
que tuve en tanto rigor,
si bien, aún tengo temor
con saber que no le tengo.

LEONARDO:

  Antes pienso que en sosiego
está después que te vio,
puesto que te codició
para su sirena luego,
que tú en esferas de fuego
le pudieras transformar,
a lo menos con llegar,
le dejas resplandeciendo
como sol que amaneciendo,
se estiende por todo el mar.
  Yo, Laura, sé bien quién eres
y te respeto y te adoro,
esto con aquel decoro
que de quien soy te difieres,
jamás de Leonardo esperes
más que aquesta cortesía
y pues no puedes ser mía
déjame solo quererte,
porque no puede ofenderte
quien te adora y desconfía.

CASANDRA:

  Leonardo, estoy admirada
de tu mucha discreción;
tengo una justa afición
a que me siento obligada.
Soy quien soy, de ser amada
no le ha pesado a mujer
lo que te puedo querer
conforme a mi calidad,
te ofrece mi voluntad
que es lo más que puede ser.

LEONARDO:

  ¿Pues quién eres?

CASANDRA:

No me pidas
que te diga más de mí.

LEONARDO:

Pues mientras vives aquí
con prendas desconocidas
que te quiera no me impidas,
y mientras no sé quién eres
te querré, aunque no me quieres,
pues te igualo, aunque me ves
tan rústico, que después
te querré por lo que fueres.

CASANDRA:

  Bien dices, quiéreme a mí,
haz cuenta que soy tu igual,
que no procediendo mal
no puede pesarme a mí;
pero no sabrás quién fui,
porque entonces puede ser
no quererme por tener
respeto a mi ser primero,
por ser tan grande y no quiero
que me dejes de querer.

(Sale un CAPITÁN y un TAMBOR.)
CAPITÁN:

  Echad ese bando aquí,
pues ya entramos en la aldea.

TAMBOR:

Si aquí mandáis, aquí sea.

CAPITÁN:

Pues comienza.

TAMBOR:

Digo ansí:
Su Majestad del rey de Alejandría ofrece a cualquier persona que matare algún león docientos escudos, si fuere de humilde calidad, y si la tuviere, hácele merced del oficio que pidiere. Mándase pregonar porque venga a noticia de todos.

(Tocan y vanse.)
CASANDRA:

  Estraño pregón.

LEONARDO:

Aquí
todos los años se da.

CASANDRA:

¿Pues dime al Rey qué le va
en que persigan ansí
  al rey de los animales,
siendo rey?

LEONARDO:

Las ocasiones
de aborrecer los leones
son a su cuidado iguales.

CASANDRA:

  ¿Es por los ganados?

LEONARDO:

No.

CASANDRA:

¿pues por qué ocasión?

LEONARDO:

Escucha,
verás que la causa es mucha,
que a su temor le obliga.
  Nicandro Augusto, rey de Alejandría,
tuvo un hijo del reino deseado
en Natalia, su esposa, a quien tenía
amor de ningún hombre imaginado.
Quiso saber de Anaximandro un día,
astrólogo de Persia celebrado,
los sucesos del Príncipe en tal punto,
que estaba el cielo en sus desdichas junto.
  Pronosticole el sabio que tendría
hasta los años veinte y nueve o treinta
peligro de matarle un león el día
que llegase a mirar su faz sangrienta.

LEONARDO:

Con esta temerosa astrología
el afligido rey Ramiro intenta,
para guardar al príncipe Alejandro,
asiera el mismo Apolo Anaximandro.
  Fabrica, pues, un ínclito palacio,
la cerca de en torno de tan alto muro,
que se admiraba el celestial topacio
de verle acometer su cristal puro.
Lo que contiene su labrado espacio,
no como en Creta el laberinto escuro,
sino claro y espléndido, es sujeto,
digno de verlo de un varón perfecto.
  Hay un bosque famoso que acompaña
con dulces aguas un pequeño río,
que se trujo a pesar de una montaña,
hijo engendrado de su centro frío.
Jardines son las márgenes que baña,
donde su pie jamás puso el estío
y engaña por las aguas fugitivas
ninfas de perlas que parecen vivas.
  Corre la yerba el siempre temeroso
conejo, que no ha dado el Rey licencia
para animal mayor, así celoso
respeta de los cielos la inclemencia,
aves que son del elemento undoso,
lascivar por el agua en competencia
pescan los peces y el anzuelo a veces,
picando el cebo los convierte en peces.
  Las salas, las riquezas, las pinturas
exceden todo humano pensamiento;
las fiestas, bailes, danzas y hermosuras
fuera alabarlas mucho atrevimiento.
Y en medio destas glorias y venturas
dicen que no está el Príncipe contento,
que a un hombre preso es diligencia vana
buscarle gusto en la riqueza humana.

CASANDRA:

  ¿Pues cómo se dio a entender
el rey que verdad sería
esa vana astrología?

LEONARDO:

Porque es forzoso temer,
  ¡oh, Laura!, teniendo amor.

CASANDRA:

¿Que un león ha de matalle?

LEONARDO:

Esto le obliga a encerralle
con tan estraño temor.

CASANDRA:

  ¿Y tanto tiempo ha de estar?

LEONARDO:

Ya tiene lo más cumplido.

(Salen CINTIA y NISE, labradoras.)
CINTIA:

Esto tiene prevenido
para servirle el lugar.

NISE:

  Aquí está Laura y está
la que me mata de celos.

CINTIA:

Guárdente, Laura, los cielos.

CASANDRA:

¡Oh, Cintia! ¿Qué hay por allá?

CINTIA:

  Ya hablas como en aldea.

CASANDRA:

Pues ya, ¿qué tengo de ser?

CINTIA:

Lo que hay de nuevo es hacer
y plega a Dios que lo sea,
  una fiesta y regocijo
las mozas deste lugar
al Príncipe.

CASANDRA:

Su pesar
Leonardo agora me dijo,
  que la causa no sabía.

CINTIA:

Guárdanle en esa prisión
porque dicen que un león
le ha de dar la muerte un día.
  Bravo baile se ha trazado,
todo le ha compuesto Gil.

CASANDRA:

¿Es poeta?

CINTIA:

Y tan sutil
que anda solo por el prado.
  Damón le vio el otro día
hacer gestos componiendo.

CASANDRA:

Bueno a fe.

CINTIA:

Yo no lo entiendo,
o es ciencia o es fantasía.

CASANDRA:

  Estoy por acompañaros.

CINTIA:

Ojalá que tú quisieras
y a nuestro pariente vieras.

CASANDRA:

Son sus celos tan raros,
  que Leonardo dice dél
que me ha puesto un gran deseo.

LEONARDO:

¡Ay, Laura!, y como lo creo
verás lo que temo en él.
  ¡No vayas, por vida mía!

NISE:

¿Por qué la estorbas que vaya?
¿Siempre ha de ser desta playa
ninfa o sirena baldía?
  Ve, Laura, que para ti
son palacios, que no aldeas,
bien es que al Príncipe veas
y no villanos aquí.
  No habrá tenido en su vida
más contento que tendrás.

LEONARDO:

¿Ese consejo le das?
No, Laura, si eres servida;
  ¿que allá, qué puedes ganar?,
y más si saben quien eres.

CASANDRA:

¿Ignoras que a las mujeres
no se les puede quitar
  aquesto que llaman ver?

LEONARDO:

Haz tu gusto.

NISE:

Muy bien hace,
la mujer para eso nace.

LEONARDO:

Tú no debieras nacer.

NISE:

  Vamos, Laura, que hay allá
cosas dignas de tu gusto,
créeme a mí, que no es justo
que le busques por acá.
  Vamos, vamos.

CASANDRA:

Ven, Leonardo,
y verás al Rey también.

LEONARDO:

No veré yo ningún bien
donde tanto mal aguardo.

CINTIA:

  ¿Qué placer han de tener
las mozas si vas con ellas?

CASANDRA:

También voy, Cintia, por vellas.

NISE:

No he tenido más placer
  que haberte dado pesar.

LEONARDO:

Nise, ¿en qué te ofendí yo?
¿Tú no me aborreces?

NISE:

No.

LEONARDO:

Pues yo me sabré vengar.

(Vanse.)
(Salen ALEJANDRO, y SEVERO, su ayo.)
SEVERO:

  El haberte entretenido
agradezco aquellas damas.

ALEJANDRO:

Las fiestas de la ciudad
de muy buenas no me agradan.

SEVERO:

Todos desean servirte;
todos de agradarte tratan.

ALEJANDRO:

Así lo creo, Severo,
y el Rey mi señor lo manda,
pero entre tantos contentos,
si estas comedias y galas,
no hallo para mi gusto
la libertad que me falta.
Sale coronado el sol
de su diadema dorada,
saca las fingidas perlas
que dio a las flores el alba.
Y despreciando su cueva
por las ásperas montañas,
el más feroz animal,
libre corre, alegre caza.
Hasta el más pobre pastor
desampara su cabaña
y a su gusto y albedrío
lleva sus traviesas cabras.
No hay hombre en ciudad o aldea
que a su ejercicio no salga;
los unos van a sus pleitos,
los otros a sus labranzas.
Y yo no salgo de aquí,
aquí me halla la mañana
y aquí me busca la noche,
triste estado, pena estraña,
¿para qué he nacido rey?

SEVERO:

Señor, ya tu padre trata
de que salgas deste fuerte,
que el reino también se cansa
de verte en tanta tristeza,
y por mi vida que hagas,
si te ha obligado mi vida,
en la fe de tu crianza.
Fuerza a tu gusto y deseo
y que estas damas gallardas
te vuelvan a entretener.

ALEJANDRO:

No, Severo, traigan armas,
pero déjenlas agora
y dadme un libro.

SEVERO:

Si acabas
la Iliada podrás leer
la Ulisea.

ALEJANDRO:

Ya me enfadan
tantos trabajos de Ulises,
dame las fortunas varias
de Teágenas.

(Sale CELIO.)
CELIO:

Señor,
el aldea de Floralba
viene a entretenerte un rato
con una rústica danza
si le das licencia.

ALEJANDRO:

Entre,
que como a veces agrada
más una margen de un río
rústicamente esmaltada
que un cultivado jardín;
así las cosas que traza
la humilde capacidad
de gente inocente y llana.

(Salen un ALCALDE VILLANO, MÚSICOS, y PEROL, NISE, CASANDRA, CINTIA, y villanos, y LEONARDO.)
ALCALDE:

Turbado estoy.

PEROL:

No tembléis.

ALCALDE:

¿Tengo de arrimar la vara?

PEROL:

Claro está.

ALCALDE:

Tenelda vós.

PEROL:

Yo no la quiero, arrimalda.

ALCALDE:

Señor.

ALEJANDRO:

¿Qué decís, buen hombre?

ALCALDE:

Perol.

PEROL:

¿Qué?

ALCALDE:

¿Los reyes hablan?

PEROL:

¿Pues qué pensastes?

ALCALDE:

Pensé,
como su grandeza es tanta,
que otros hablaban por ellos,
señor.

ALEJANDRO:

Qué bella aldeana,
Severo, la del rebozo;
di que descubra la cara.

SEVERO:

Serrana, quitaos el velo.

CASANDRA:

¿Quién lo manda?

ALEJANDRO:

Yo, serrana.

CASANDRA:

Obedezco.

ALEJANDRO:

Gentil moza.

CASANDRA:

Burla su mercé.

ALEJANDRO:

Burlara
de mí mismo; un ángel sois.

SEVERO:

No has dicho tales palabras,
señor, a mujer ninguna.

ALEJANDRO:

Es la villana estremada,
llegaos más, llegaos a mí.

CASANDRA:

¿Que me llegue?

LEONARDO:

¡La desgracia
que temí me ha sucedido!

PEROL:

¿Qué te ha sucedido? ¡Calla!

LEONARDO:

Si apenas la vio Alejandro,
cuando como ves la alaba,
si están hablando los dos,
Perol, ¿no es cierto que el alma
le ha dicho quién es?

PEROL:

No digas
disparates.

LEONARDO:

Mucho hablan,
¡quién oyera lo que dicen!

PEROL:

Preguntarala si guarda
cabras, ovejas y dónde
tiene su campo y labranza,
si hay berros en sus arroyos,
si vende pan, si le amasa,
si hay tomillos en sus vegas,
si están en cierne sus parras,
si hay en su trigo amapolas,
si hay hormigas en las parvas,
si hay mostranzos en su soto,
si hay en su huerta borrajas,
perejil y yerbabuena,
y otras cosas desta traza,
que como está aquí no sabe
lo que por el mundo pasa.

LEONARDO:

Yo, Perol, me estoy muriendo.

ALEJANDRO:

En fin, que no sois casada.

CASANDRA:

No, señor, mas cerca estuve.
Allá por cierta borrasca
se deshizo el casamiento.

ALEJANDRO:

¿Cómo es vuestro nombre?

CASANDRA:

Laura.

ALEJANDRO:

Por Júpiter, Laura bella,
que el talle, el rostro y la gracia
no parecen parto humilde
de tan ásperas montañas.

LEONARDO:

Alcalde, decid que bailen.

ALCALDE:

Señor.

LEONARDO:

Llegad y llamalda.

ALCALDE:

Señor.

ALEJANDRO:

¿Qué queréis?

ALCALDE:

Los mozos.

ALEJANDRO:

¡Qué buena prosa!

SEVERO:

Estremada.

ALEJANDRO:

¿Cómo os llamáis?

ALCALDE:

¿Yo, señor?

ALEJANDRO:

Vós, pues.

ALCALDE:

Yo, señor, Juan Rana.

ALEJANDRO:

Pues decid que bailen.

ALCALDE:

¡Hola!,
dice el Rey que bailen.

NISE:

Vaya.

(Canten y bailen.)
[MÚSICOS]:

(Canten.)
  Saltó la niña en cabello
a coger flores de azar,
y ella y el aurora a un tiempo
mirando las flores van.
Siguiéndola viene amor,
que tras de un verde arrayán,
contemplando su hermosura,
codició su libertad.
En el nácar de una rosa
iba a poner su cristal
cuando viéndola amor dijo
para enamorarla más:
  «Ofendidos me tienen
tus ojos bellos,
pues me ponen la culpa
que tienen ellos.
  Toma el arco la niña,
que yo no quiero
ser amor, pues que matas
a amor con ellos.»

ALEJANDRO:

  ¿Hay gracia Severo, amigo,
como la desta aldeana?

SEVERO:

Tiene razón vuestra alteza.

LEONARDO:

Otra vez por él la alaba.

PEROL:

¿Y qué importa que la alabe?

LEONARDO:

No sabes que la alabanza
nace de amor.

PEROL:

A lo menos
nacen tus celos sin causa.

ALEJANDRO:

Dar quiero joyas a todas.
Entrad, entrad.

SEVERO:

¡Ea, serranas,
nadie ha podido en el mundo
alegrar tristeza tanta
si no es vosotras; entrad!

CINTIA:

Vamos, Nise.

NISE:

Cintia, hermana,
Alejandro, o yo me engaño,
pone los ojos en Laura.

CINTIA:

¿Pues qué mejor para ti?

NISE:

Bien dices, si en ella para,
Dios nos saque de palacio
con bien.

CINTIA:

Gente cortesana
siempre es discreta y cortés.

(Éntranse ellas.)
PEROL:

Entrad, alcalde Juan Rana,
y os darán a vós también.

ALCALDE:

¿Paréceos que tengo cara
para darme alguna cosa?

PEROL:

¿Pues no? Sois como unas natas.

ALCALDE:

¡Yo dentro, adiós y a ventura!

(Vase.)
LEONARDO:

Mi vida, Perol, se acaba,
que presto se concertaron
las voluntades.

PEROL:

Repara
en que dices desatinos.

LEONARDO:

Como era señora Laura,
digo, Casandra, que presto
volvió a ser Laura Casandra,
qué contenta estará agora,
como en su esfera dorada
irá el sol de su hermosura
por esas vestidas salas
de tantas tapicerías.

PEROL:

Fuera de su centro estaba,
no es mucho que esté en su centro
entre joyas, oro y plata.

LEONARDO:

Cegaran antes mis ojos,
que vieran en confianza
de haberle dado la vida
su hermosura soberana.
Vamos, Perol, al aldea
antes que el Príncipe salga,
que temo mi atrevimiento.

PEROL:

Mira quién es y calla,
y tengas que es error
con poderosos palabras
que el viento derriba encinas
y perdona humildes cañas.

LEONARDO:

Llévame presto de aquí.
¡Ay, Laura! ¡Ay, loca esperanza!

PEROL:

Las joyas mudan envidia,
que no los celos de Laura.