Los trabajos de Persiles y Sigismunda/Libro II/XX

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Segundo Libro

Capítulo Veinte[editar]

Cuenta lo que le sucedió con el caballo tan estimado de Cratilo como famoso

-«La grandeza, la ferocidad y la hermosura del caballo que os he descrito tenían tan enamorado a Cratilo, y tan deseoso de verle manso, como a mí de mostrar que deseaba servirle, pareciéndome que el cielo me presentaba ocasión para hacerme agradable a los ojos de quien por señor tenía, y a poder acreditar con algo las alabanzas que la hermosa Sulpicia de mí al rey había dicho.

»Y así, no tan maduro como presuroso, fui donde estaba el caballo y subí en él sin poner el pie en el estribo, pues no le tenía, y arremetí con él, sin que el freno fuese parte para detenerle, y llegué a la punta de una peña que sobre la mar pendía; y, apretándole de nuevo las piernas, con tan mal grado suyo como gusto mío, le hice volar por el aire y dar con entrambos en la profundidad del mar; y en la mitad del vuelo me acordé que, pues el mar estaba helado, me había de hacer pedazos con el golpe, y tuve mi muerte y la suya por cierta. Pero no fue así, porque el cielo, que para otras cosas que él sabe me debe de tener guardado, hizo que las piernas y los brazos del poderoso caballo resistiesen el golpe, sin recebir yo otro daño que haberme sacudido de sí el caballo y echado a rodar, resbalando por gran espacio. Ninguno hubo en la ribera que no pensase y creyese que yo quedaba muerto; pero, cuando me vieron levantar en pie, aunque tuvieron el suceso a milagro, juzgaron a locura mi atrevimiento.»

Duro se le hizo a Mauricio el terrible salto del caballo tan sin lisión: que quisiera él, por lo menos, que se hubiera quebrado tres o cuatro piernas, porque no dejara Periandro tan a la cortesía de los que le escuchaban la creencia de tan desaforado salto; pero el crédito que todos tenían de Periandro les hizo no pasar adelante con la duda del no creerle: que, así como es pena del mentiroso que cuando diga verdad no se le crea, así es gloria del bien acreditado el ser creído cuando diga mentira. Y, como no pudieron estorbar los pensamientos de Mauricio la plática de Periandro, prosiguió la suya diciendo:

-«Volví a la ribera con el caballo, volví asimismo a subir en él, y, por los mismos pasos que primero, le incité a saltar segunda vez; pero no fue posible, porque, puesto en la punta de la levantada peña, hizo tanta fuerza por no arrojarse que puso las ancas en el suelo, y rompió las riendas, quedándose clavado en la tierra. Cubrióse luego de un sudor de pies a cabeza, tan lleno de miedo que le volvió de león en cordero y de animal indomable en generoso caballo, de manera que los muchachos se atrevieron a monosearle, y los caballerizos del rey, enjaezándole, subieron en él y le corrieron con seguridad, y él mostró su ligereza y su bondad, hasta entonces jamás vista; de lo que el rey quedó contentísimo y Sulpicia alegre, por ver que mis obras habían respondido a sus palabras.

»Tres meses estuvo en su rigor el yelo, y éstos se tardaron en acabar un navío que el rey tenía comenzado para correr en convenible tiempo aquellos mares, limpiándolos de cosarios, enriqueciéndose con sus robos. En este entretanto le hice algunos servicios en la caza, donde me mostré sagaz y esperimentado, y gran sufridor de trabajos; porque ningún ejercicio corresponde así al de la guerra como el de la caza, a quien es anejo el cansancio, la sed y la hambre, y aun a veces la muerte. La liberalidad de la hermosa Sulpicia se mostró conmigo y con los míos estremada, y la cortesía de Cratilo le corrió parejas. Los doce pescadores que trujo consigo Sulpicia estaban ya ricos, y los que conmigo se perdieron estaban ganados. Acabóse el navío, mandó el rey aderezarle y pertrecharle de todas las cosas necesarias largamente, y luego me hizo capitán dél a toda mi voluntad, sin obligarme a que hiciese cosa más de aquella que fuese de mi gusto. Y, después de haberle besado las manos por tan gran beneficio, le dije que me diese licencia de ir a buscar a mi hermana Auristela, de quien tenía noticia que estaba en poder del rey de Dinamarca. Cratilo me la dio para todo aquello que quisiese hacer, diciéndome que a más le tenía obligado mi buen término, hablando como rey, a quien es anejo tanto el hacer mercedes como la afabilidad, y, si se puede decir, la buena crianza. Esta tuvo Sulpicia en todo estremo, acompañándola con la liberalidad, con la cual, ricos y contentos, yo y los míos nos embarcamos, sin que quedase ninguno.

»La primer derrota que tomamos fue a Dinamarca, donde creí hallar a mi hermana, y lo que hallé fueron nuevas de que, de la ribera del mar, a ella y a otras doncellas las habían robado cosarios. Renováronse mis trabajos, y comenzaron de nuevo mis lástimas, a quien acompañaron las de Carino y Solercio, los cuales creyeron que en la desgracia de mi hermana y en su prisión se debía de comprehender la de sus esposas.»

-Sospecharon bien -dijo a esta sazón Arnaldo.

Y, prosiguiendo, Periandro dijo:

-«Barrimos todos los mares, rodeamos todas o las más islas destos contornos, preguntando siempre por nuevas de mi hermana, pareciéndome a mí, con paz sea dicho de todas las hermosas del mundo, que la luz de su rostro no podía estar encubierta por ser escuro el lugar donde estuviese, y que la suma discreción suya había de ser el hilo que la sacase de cualquier laberinto. Prendimos cosarios, soltamos prisioneros, restituimos haciendas a sus dueños, alzámonos con las mal ganadas de otros; y con esto, colmando nuestro navío de mil diferentes bienes de fortuna, quisieron los míos volver a sus redes y a sus casas y a los brazos de sus hijos, imaginando Carino y Solercio ser posible hallar a sus esposas en su tierra, ya que en las ajenas no las hallaban.

»Antes desto, llegamos a aquella isla, que, a lo que creo, se llama Scinta, donde supimos las fiestas de Policarpo, y a todos nos vino voluntad de hallarnos en ellas. No pudo llegar nuestra nave, por ser el viento contrario; y así, en traje de marineros bogadores, nos entramos en aquel barco luengo, como ya queda dicho. Allí gané los premios, allí fui coronado por vencedor de todas las contiendas, y de allí tomó ocasión Sinforosa de desear saber quien yo era, como se vio por las diligencias que para ello hizo.

»Vuelto al navío y resueltos los míos de dejarme, los rogué que me dejasen el barco, como en premio de los trabajos que con ellos había pasado. Dejáronmele, y aun me dejaran el navío, si yo le quisiera, diciéndome que si me dejaban solo, no era otra la ocasión sino porque les parecía ser sólo mi deseo, y tan imposible de alcanzarle como lo había mostrado la esperiencia en las diligencias que habíamos hecho para conseguirle. En resolución, con seis pescadores que quisieron seguirme, llevados del premio que les di y del que les ofrecí, abrazando a mis amigos, me embarqué y puse la proa en la Isla Bárbara, de cuyos moradores sabía ya la costumbre y la falsa profecía que los tenía engañados, la cual no os refiero porque sé que la sabéis.

»Di al través en aquella isla, fui preso y llevado donde estaban los vivos enterrados; sacáronme otro día para ser sacrificado; sucedió la tormenta del mar; desbara táronse los leños que servían de barcas; salí al mar ancho en un pedazo dellas, con cadenas que me rodeaban el cuello y esposas que me ataban las manos; caí en las misericordiosas del príncipe Arnaldo, que está presente, por cuya orden entré en la isla para ser espía que investigase si estaba en ella mi hermana, no sabiendo que yo fuese hermano de Auristela, la cual otro día vino en traje de varón a ser sacrificada. Conocíla, dolióme su dolor, previne su muerte con decir que era hembra, como ya lo había dicho Cloelia, su ama, que la acompañaba; y el modo como allí las dos vinieron, ella lo dirá cuando quisiere. Lo que en la isla nos sucedió ya lo sabéis; y, con esto y con lo que a mi hermana le queda por decir, quedaréis satisfechos de casi todo aquello que acertare a pediros el deseo en la certeza de nuestros sucesos.»