Manifiesto del Directorio Revolucionario de la VII República Española
El 14 de Abril de 1963 se cumplirán cuatro años desde que el autogeneral Don Alberto Bayo declaró extinta la Segunda República Española, asumió la jefatura de la Tercera y declaró la guerra solemnemente al General Franco.
Durante estos cuatro años la Tercera República y su glorioso Jefe no han hecho otra cosa que gesticular, gritar hasta enronquecer, amenazar desde cinco mil kilómetros de distancia al Tirano del Pardo y atribuirse como actos de resistencia alguna que otra inundación, catástrofe o accidente que, por casualidad, acontecía en España.
Con razón, pues, el glorioso autogeneral Campesino -que ya había sido barbudo en España y no necesitaba ahora, como otros, disfrazarse de tal - asumía el mando supremo del ejército revolucionario y liberador, declaraba disueltas y enterradas todas las Repúblicas anteriores, y se instituía a sí mismo héroe y caudillo de otra Tercera República.
En el interín -nos enteramos ahora-, había aparecido a cinco mil kilómetros de España otra pretendida Tercera República, a la que nosotros reservaremos el número de orden de la Quinta, aunque bien podría merecer el de la Tercera o la Cuarta, por ser en realidad todas ellas coetáneas e idénticamente gesticulantes, ineficaces, barbudas y declamatorias. La promovieron en México los llamados Militares Exentos -¿exentos de qué? ¿Tal vez de sentido común?-, y nombraron Comandante supremo de su hipotético ejército al invicto autogeneral Don Juan Perea.
Con dos años de retraso se editan ahora las categóricas Ordenes e Instrucciones, modelos de estilo militar, que a raíz de su pronunciamiento dictara el glorioso caudillo de la República Exenta -exenta de sentido común-. No ha sido culpa suya si los españoles no le hicieron caso y si la mayoría de los emigrados ni siquiera se enteraron de que había tenido lugar este nuevo pronunciamiento militar, ahora en el extranjero. La República Exenta estaba también exenta de los medios de publicidad necesarios para que las charlas de café se convirtieran en rumor público o en noticia de prensa.
Sábese ahora que en el otoño de 1961, o quizás algo antes, tuvo lugar en algún café de México o en alguna tertulia de malhumorados de París, el pronunciamiento de que había de surgir la República Exenta. Tarde; Franco no ha caído, sin duda porque no llegó a enterarse, ni se ha muerto, como tantos españoles, exentos o no, lo deseamos, ni ha tenido más contratiempo que las huelgas de la primavera de 1962 y la condena pública de su régimen acordada por el Congreso del Movimiento Europeo en Munich, actos ambos a los que fueron ajenos los impetuosos revolucionarios de las diversas Terceras Repúblicas, incluída la Exenta.
Tampoco se ha disuelto, ni lleva camino de disolverse, el aborrecido Gobierno de la Segunda República Española en Exilio, legítimo depositario y custodio de la continuidad constitucional; antes bien, salió robustecido de la difícil crisis producida por el fallecimiento del Sr. Presidente Interino de la República, crisis agravada por la insolidaridad y hostilidad de los pronunciados pertenecientes a las diversas Repúblicas y movimientos liberadores que desde hace veinticinco años vienen naciendo y agostándose, como la verdura de las eras, antes de haber dado flor ni fruto de libertad; sólo ortigas de rencor y espinas de maledicencia.