Mirando atrás desde 2000 a 1887 Capítulo 20

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Esa tarde Edith preguntó de pasada si yo había vuelto a visitar la cámara subterránea del jardín, en la cual había sido encontrado.

"Todavía no," repliqué. "Para ser franco, hasta ahora me he echado atrás de hacerlo, por miedo a que la visita pudiese revivir viejas asociaciones de ideas de una forma más bien demasiado fuerte para mi equilibrio mental."

"¡Ah, sí!" dijo, "puedo imaginar que has hecho bien manteniendote a distancia. Debía haberlo pensado."

"No," dije, "me alegro de que hables de ello. El peligro, si había alguno, existió únicamente durante el primer día o los dos primeros días. Gracias a ti, principalmente y siempre, siento que mi posición es tan firme en este nuevo mundo, que si vienes conmigo para mantener a los fantasmas alejados, realmente me gustaría visitar el lugar esta tarde."

Edith puso reparos al principio, pero, dándose cuenta de que iba en serio, consintió en acompañarme. La muralla de tierra extraída de la excavación era visible entre los árboles desde la casa, y unos pocos pasos nos llevaron al lugar. Todo permanecía como si estuviese en el punto en el cual el trabajo fue interrumpido por el descubrimiento del inquilino de la casa, salvo porque la puerta había sido abierta y la losa del tejado reemplazada. Descendiendo la pendiente de los laterales de la excavación, entramos por la puerta y nos quedamos de pie dentro de la tenuemente iluminada habitación.

Todo está justo como yo lo había visto por última vez aquella noche hace ciento trece años, justo antes de cerrar mis ojos para aquel largo sueño. Me quedé de pie durante algún tiempo mirando en silencio a mi alrededor. Vi que mi acompañante me estaba mirando furtivamente con una expresión de asombro y comprensiva curiosidad. Tendí mi mano hacia ella y ella puso la suya en la mía, sus suaves dedos respondieron con una tranquilizadora presión cuando la agarré. Finalmente susurró, "¿no sería mejor que saliésemos ahora? No debes ponerte demasiado a prueba. ¡Oh, cuán extraño debe de ser para tí!"

"Al contrario," repliqué, "no parece extraño; eso es lo extraño."

"¿No parece extraño?" repitió.

"Exactamente," repliqué. "Las emociones que evidentemente supones que tengo, y que preví que me vendrían en esta visita, sencillamente no las siento. Comprendo todo lo que esto que nos rodea sugiere, pero sin la agitación que esperaba. No puedes estar ni de lejos tan sorprendida por esto como yo mismo lo estoy. Desde aquella terrible mañana que viniste a ayudarme, he tratado de evitar pensar en mi vida anterior, justo como he evitado venir aquí, por miedo a los efectos perturbadores. Soy para todo el mundo un hombre que ha permitido que un miembro herido permanezca inmóvil bajo la impresión de que es exquisitamente sensitivo, y al tratar de moverlo descubre que está paralizado."

"¿Quieres decir que tus recuerdos se han ido?"

"En absoluto. Recuerdo todo lo conectado con mi vida anterior, pero con una total falta de sensación penetrante. Recuerdo con una claridad como si no hubiese pasado sino un día desde entonces, pero mis sentimientos acerca de lo que recuerdo son tan débiles como si para mi consciencia hubiesen pasado cien años, como así es de hecho. Quizá sea posible explicar esto también. El efecto del cambio en lo que me rodea es como el del lapso de tiempo que hace que el pasado parezca remoto. Cuando desperté por primera vez de aquel trance, mi vida anterior parecía haber sido ayer, pero ahora, desde que he conocido lo que me rodea, y he comprendido los prodigiosos cambios que han transformado el mundo, ya no me resulta tan difícil, sino muy fácil, comprender que he dormido un siglo. ¿Puedes concebir algo semejante a vivir cien años en cuatro días? Realmente me parece que he hecho eso precisamente, y que es esta experiencia lo que ha dado una apariencia tan remota e irreal a mi vida anterior. ¿Puedes imaginarte cómo podría ser una cosa así?"

"Puedo concebirlo," replicó Edith, meditativamente, "y creo que todos deberíamos estar agradecidos de que sea así, porque te ahorrará mucho sufrimiento, estoy segura."

"Imagina," dije, en un esfuerzo por explicar, tanto a mi mismo como a ella, la extrañeza de mi condición mental, "que un hombre se entera por primera vez de la muerte de un pariente, muchos, muchos años, media vida quizá, después de que el suceso ocurra. Me imagino que quizá sentiría algo como yo. Cuando pienso en mis amigos que estaban en el mundo de aquél tiempo pasado, y la aflicción que deben de haber sentido por mi, lo hago con una pena y una tristeza, en vez de una intensa angustia, como de una amargura que terminó hace mucho, mucho tiempo."

"No nos has dicho nada de tus amigos todavía," dijo Edith. "¿Tenías muchos que llorasen por ti?"

"Gracias a Dios, tenía muy pocos parientes, ninguno más cercano que mis primos," repliqué. "Pero había una, no un pariente, pero más querida para mi que cualquier parentesco sanguíneo. Ella tenía tu nombre. Ella iba a haber sido pronto mi esposa. ¡Ay de mi!"

"¡Ay de mi!" suspiró Edith a mi lado. "Piensa en la angustia que ella debió de sentir."

Algo en el sentimiento profundo de esta dulce muchacha tocó una cuerda en mi yerto corazón. Mis ojos, antes tan secos, se desbordaron en lágrimas que hasta ahora se habían negado a brotar. Cuando recuperé mi compostura, vi que también ella había estado llorando sin reprimirse.

"Dios bendiga tu tierno corazón," dije. "¿Te gustaría ver su retrato?"

Un pequeño estuche con el retrato de Edith Bartlett, asegurado alrededor de mi cuello con una cadena de oro, había yacido sobre mi pecho a lo largo de todo aquel largo sueño, y retirando ésta lo abrí y se lo di a mi acompañante. Ella lo tomó con ansia, y tras estudiar minuciosamente el dulce rostro durante un buen rato, acarició el retrato con sus labios.

"Sé que ella era lo suficientemente buena y encantadora como para merecer tus lágrimas," dijo; "pero recuerda que su angustia terminó hace mucho tiempo, y que ha estado en el cielo durante casi un siglo."

Así era de hecho. Cualquiera que hubiese sido su amargura una vez, ella había cesado de llorar durante casi un siglo, y, mi repentina pasión se agotó, mis propias lágrimas se secaron. La había amado mucho en mi otra vida, ¡pero fue hace cien años! No sé si alguien puede encontrar en esta confesión una evidencia de falta de sentimientos, pero creo que, quizá, nadie puede tener una experiencia lo bastante parecida a la mía como para que me pueda juzgar. Cuando estábamos a punto de salir de la cámara, mis ojos se posaron sobre la gran caja fuerte de hierro que había en el rincón. Llamando la atención de mi acompañante, dije:

"Esta era mi cámara acorazada además de mi dormitorio. En aquella caja fuerte hay varios miles de dólares en oro, y una cantidad de títulos. Si hubiese sabido cuando me fui a dormir aquella noche cuánto tiempo duraría mi siesta, todavía habría pensado que el oro era un provisión segura para mis necesidades en cualquier país o cualquier siglo, no importa cuán distante. Habría considerado como la más loca de las ideas el que hubiese jamás llegado un tiempo en el que perdería su poder de adquisición. Sin embargo, me despierto aquí para encontrarme una gente a quienes una carreta llena de oro no les aprovisionaría ni de una barra de pan."

Como era de esperar, no tuve éxito en dar la impresión a Edith de que había algo notable en este hecho. "¿Por qué razón debería?" preguntó sencillamente.