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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

para mi! ¿Qué, Señor? ¿no comprendí mi deber, no supe inspirarla el amor á ti, las virtudes que más te agradan y sabes recompensar, y tu castigo á mi empieza en este mundo? ¡Si yo soy la culpable por incapacidad ó la debilidad á que me llevó tanto, tanto amor por ella, hiéreme ¡Señor! pero aparta de ella tu enojo y tu castigo haciéndola volver á tu seno arrepentida y purificada!

Y extenuada, tuvo un ligero desmayo, de que volvió en seguida, á punto que entraba Mercedes, que solía venir cuando Yolande no estaba allí.

Mucha imprensión hizo en ella la cara de su digna tía, por quien tenía tanto cariño y respeto; y como ignoraba que supiese ya la vida de Yolande, creyó con espanto que era una enfermedad grave y repentina lo que así la tenía.

– ¡Con cuánto gusto te veo, sobrina mía! Se diria que el cielo te envía en este momento para consolarme y quizás para aliviar mi dolor ; no sabes cuanto sufro, lo que me ahoga, lo que me mata.

Yolande...

Mercedes no se atrevió á decir palabra.

– No me digas lo que sabes, es inútil martirizar más mi corazón; me basta saber que tú no lo ignoras