madre! ¡Mil vidas tuviera, otras tantas daría, si en su sacrificio se cifraba la felicidad de la hija de su alma!
Para ella eran todos los pensamientos de su existencia; su sonrisa era su vida, sus dichos su deleite, su inteligencia su orgullo y su encanto su instrucción. Fuera de la música y del dibujo, ella había sido su profesora en todo, y en todo lucia con primor é inteligencia. ¡Ay! al contemplar esa felicidad terrestre de que brotaban da continuo raudales de contento, habría querido que la naturaleza suspendiese sus leyes, y que Yolande se quedase de esa edad, de esa talla, con esa gracia y ese candor propio de la inexperiencia de la vida. ¿Qué destino la esperaba? La sola idea da que no fuera feliz, obscurecía el brillo de su imaginación, traspasaba su alma; y luego esperaba todo lo que deseaba, y volvía á sonreír estrechándola entre los brazos, entusiasta y radiente como si la viera ya envuelta en la dicha que anhelaba!