- No me lo han pedido, lo he dado yo, respondió reposadamente.
- ¡No entiendo, vive Dios!...
- Al que se lo he dado no se lo he dicho, sé que el suyo me lo ha dado sin que yo se lo haya pedido,
- ¿Qué misterio es este? ¿Es acaso una novela á la moderna, impropia de tu cuna y de la educación que has recibido; ó un súbito arrebato de locura?
- Lo único que me haría perder el juicio es dar á mis padres una pesadumbre.
- Pues evítala, obedeciendo.
- Obedecer, es decir, no casarme con quien no sea del agrado de usted, sí; ¡casarme sin amar, no!
- ¡Nombra al seductor! dijo levantando los brazos como si fuera á caerle el techo encima.
- Raoul de Renfijo, respondió con entereza.
-¡Eso es! ¡Señor mio! dijo volviéndose á Sylvain;¡has metido al lobo en el aprisco!
- Yo no pensé en lo que podría suceder, pero lo comprendo y lo aplaudo; y si todos los hombres fueran como Raoul, el mundo estaría lleno de caballeros.
- No lo niego, porque sé lo que es ser un caba-