miese un nuevo giro á sus ideas y una nueva natiraleza á su espíritu, que cambiaba, según las circunstancias, de ser, de animación y de expresión, en el espacio de un segundo.
—Yo le preguntaba todo esto—dijo, volviendo á eu anterior calms,—porque ese unitario es el que ha de tener las comunicaciones para Lavalle, y no porque me pese que no haya muerto.
Ah, si yo lo hubiera agarrado!
— —Si yo lo hubiera agarrado! Es preciso ser vivo para agarrar á loe unitarios. ¿A que no encuentra al que se escapó?
—Yo lo he de buscar, aunque esté en los infiernos, con perdón de Vuecelencia y de doña Manuelita.
— Qué lo ha de hallar!
—Puede que lo encuentre.
—Sí, yo quiero que me encuentren á ese hombre, porque las comunicaciones han de ser de importancia.
—No tenga cuidado Su Excelencia: yo lo he de hallar, y hemos de ver si se me escapa á mí.
—Manuela, llama á Corvalán.
Merlo ha de saber cómo se llama; si Su Excelencia quiere...
—Váyase á ver á Merlo. Necesita algo?
—Por ahora nada, señor. Yo lo sirvo á Vuecelencia con mi vida, y me he de hacer matar donde quiers. Demasiado nos da á todos Su Excelencia, con defendernos de los unitarios.
—Tome, Quitiño, lleve esto para la familia. Y Rosas sacó del bolsillo de su chapona un rollo de billetes de Banoo, que Cuitiño tomó, ya de pie.
—Los tomo, porque Vuecelencia me los da.
—Sirva á la federación, amigo.