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T 121 —Acaba de retirarse.

—¡Ah! ¡soy bastante desgraciado en no haber llegado unos minutos antes !

Ella lo sentirá también.

Oh, ella es la más amable de las argentinas!

—A lo menos hace cuanto es posible por ser amable.

—Y lo consigue.

—Doy á usted las gracias por ella. Sin embargo, no tiene usted por qué quejarse de esta noche.

¿Por qué no, General?

—Porque usted la ha pasado agradablemento en su casa.

—Vuestra Excelencia tiene razón hasta cierto punto.

—¿Cómo?

—Que Vuestra Excelencia tiene razón en decir que he pasado agradablemente algunas horas, pero yo no soy completamente feliz, sino cuando estoy en sociedad con las personas de la familia de Vucstra Excelencia.

—Es usted muy amable, señor Mandevilledijo Rosas con una sonrisa tan susil y tan maliciosa, que no habría podido ser distinguida por otro hombre menos perspicaz y acostumbrado al lenguaje de la acentuación y de la fisonomía; que el señor Mandeville.

—Si usted lo permite—continuó Rosas,—daremos por concluidos los cumplimientos, y hablaremos de algo más serio.

—Nada puede serme más satisfactorio que ponerine en armonía con los deseos de Vuestra Excelencia contestó el diplomático aproximando su silla á la mesa, y acariciando, más bien por costumbre que por ocasión, los cuellos de batista de