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no, son cscillas por usted sobre los cálculos de mi poder !

—Pero, señor General—dijo Mandeville, desesperado, porque cada vez comprendía menos el pen—samiento de Rosas, oculto entre aquella nube de ideas que, al parecer, le daba vida el mismo Rosas para anunciar con ella la tempestad que lo rodeaba y que debía quebrantarlo y postrarlo, si no es con el poder, con los ejércitos, con los fedorales, en fin, ¿con quién piensa Vuestra Excelencia vencer á los unitarios?

—Con ellos mismos, señor Miristro—dijo Rosas con una floma alemana, fijando su mirada escudriñadora en la fisonomía de aquél, para observar la impresión causada al levantar de súbito el telón de boca que cubría el misterioso escenario de su pensamiento.

—¡Ah!—exclamó el Ministro, dilatándosele los ojos cual acababa de expandirse su imaginación en el inmenso círculo que le habían trazado aquellas tres palabras en las que veía la explicación de todas las reticencias y paradojas que un momento antes no podía explicarse, á pesar de su experiencia y talento de gabinete con que de vez en cuando solía adivinar las reservas de Rosas.

—Con ellos mismos—continuó éste tranquilamente. Y ese es hoy mi principal ejército, mi poder más irresistible, ó mejor dicho, más destructor de mis enemigos.

—En efecto, Vuestra Excelencia me conduce á un terreno en el que, francamente, yo no habia pisado.

—Ya lo sé—le contestó Rosas, que no perdovaba ocasión de hacer sentir á los otros sus errores & su ignorancia.—Los unitarios—continuó,—no