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vista que tan hábil, tan acertadamente acaba de determinar Vuestra Excelencia.

—Haga usted lo que quiera. Lo único que yo deseo es que se escriba la verdad—dijo Rosas, con cierto aire de indiferencia, al través del cual, el sefor Mandeville, si hubiese estado con menos entusiasmo, habría descubierto que la escena del disimulo comenzabą.

— —El saber la verdad importa hoy tanto al Gabinete inglés, como á Vuestra Excelencia que se haga saber esa verdad.

A mí?

Cóno! Vuestra Excelencia no mirería, como el más grande apoyo posible el auxilio de la Inglaterra?

—¿En qué sentido?

—Por ejemplo, si la Inglaterra obligase á la Francia & la terminación de su cuestión en el Plata, no sería para Vuestra Excelencia la mitad del triunfo sobre todos sus enemigos?

—Pero esa interposición de la Inglaterra no me la La cfrecido usted desde el comienzo del bloqueo?

—Es muy cierto, Excelentísimo señor.

—Y de paquete á paquete, ¿no se ha pasado el tiempo sin recibir usted les instrucciones que siempre pide y que nunca llegan?

Cierto, Excelentísimo señor; pero esta vez, á la menor insinuación del Gobierno inglés, el Gobierno de Su Majestad el Rey de los franceses, despachará un plenipotenciario que arregle con Vuestra Excelencia esta malhadada cuestión. Hoy no puedo ponerlo en duda.

Y por qué?

—El Gobierno francés se encuentra hoy en una posición terrible, Excelentísimo señor. En la Ar-