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de su casa mientras llega y se acaba la tormenta harrisona, como usted la llama.

www Y qué sacamos con eso? Entrarán en mi casapara entrar en la del vecino, y por matar á Juan de los Palotes, matarán á don Cándido Rodríguez, antiguo maestro de primeras letras, hombre honrado, pacífico, caritativo y moral.

—¡Oh! pero eso sería una cosa horrible!

—SI , señor, horrible para mí, espantosa, cruel, pero que no por eso dejaría yo de sufrirla inocente y doloridamente.

Pero qué hacer, entonces?

—Evitarla, impedirla, estorbarla, repelerla, escaparla, huirla.

—¿Y cómo?

—Escucha. Entrando en la cárcel no por orden del señor Gobernador, sino por alguna otra orden subalterna, el Gobernador, que no me conoce y que no sabrá nada, porque no se me pondrá preso por causas políticas, no dará orden ninguna contra mi persona. La cárcel no ha de ser invadida, y si lo fuese, el alcalde tendrá tiempo de informar sobre los motivos de mi prisión. Viviré en la cárcel tan felizmente como en mi casa, una vez que viva tranquilo. Los soldados no me asustarán; al contrario, serán mi garantía contra todo asalto de la Sociedad Popular, sobre todo contra toda equivocación.

—Todo eso no pasa de ser un desatino, pero suponiendo que fuese una cosa muy racional, ¿cómo quiere usted, señor don Cándido, que lo haga yo poner en la cércel? ¿De qué pretexto valerme?

—¡Oh, eso es lo más fácil! Yo te lo diré: te vaš á ver ahora mismo & Victorica y le dices que yo te acabo de insultar groseramente, y que mientras