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Y cuál, Florencia?

—Mi estimación, señor.

—Tu estimación ¿yo?

Y qué le importan á usted el cariño ni la esimación míos—dijo Florencia, con una fugitiva sonrisa y marcando ese gesto de desdén que era el más bello juguete de su pequeña boca.

— Florencia !—exclamó Daniel, dando un paso hacia ella.

— Quieto, caballero —dijo la joven sin moverse de su puesto, y alzando su cabeza y extendiendo su brazo hacia Daniel, que casi tocaba con sus labios la palma de la linda mano de su amada.

Pero fué tal la dignidad y la resolución que acompañaron á la palabra y á la acción de la señorita Dupasquier, que Daniel quedó como clavado en el lugar que pisaba. Y en seguida retrocedió algunos pasos, y afirmó su brazo izquierdo sobre el respaldo de una silla, mientras Florencia apoyaba su mano sobre la mesa redonda.

Los dos amantes se estuvieron mirando algunos segundos, creyendo tener cada uno el derecho de esperar explicaciones. La escena empezaba á cambiar.

—Creo, señorita—dijo Daniel, rompiendo el si lencio, que, si he perdido la estimación de usted, á lo menos me queda el derecho de preguntar por la causa de esa desgracia.

—Y yo, señor, si no tengo el derecho, tendré In arbitrariedad de no responder á esa pregunta—repaso Florencia con esa altanerís regia que es una peculiaridad en las mujeres delicadas, cuando esbán, ó creen estar, ofendidas por su amado, mientras poseen la conciencia de no tener él nada que reprocharlas.