Página:Amalia - Tomo I (1909).pdf/207

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 203 —

los celos en el corazón de una mujer joven y sin experiencia.

Pero ese silencio cesó pronto. Sin dar tiempo á que Florencia lo evitase, Daniel se precipitó á sus pies, y de rodillas, oprimió entre sus manos su cintura.

—Por el amor del Cielo, Florencia—le dijo, alzando los ojos hacia ella, pálido como un cadáver, —por ti, que eres mi cielo, mi dios y mi universo en este mundo, explícame el misterio de tus pa labras. Yo te amo, tú eres el primer amor, el último amor de mi existencia. Esta te pertenece como mi alma, luz de mi vida, encanto angelical de mi corazón. Mujer ninguna es en el mundo más ameda que tú. Pero joh, Dios mío! no es el amor lo que debe ocuparnos en este momento solemne en que está pendiente la muerte sobre la cabeza de muchos inocentes, y quizá yo entre ellos, alma del alma mía. Pero no es mi vida, no, lo que me inquieta; hace mucho tiempo que la juego en cada hora del día, en cada minuto; mucho tiempo que sostengo un duelo á muerte contra un brazo infinitamente superior al mío; es la vida de... Oye, Florencia, porque tu alma es la mía, y yo creo hacerlo en Dios cuando deposito en tu pecho mis secretos y mis amores; oye: es la vida de Eduardo y la de Amalia la que peligra en este momento; pero la sangre de ellos no puede correr sino mezclada con la mía, y el puñal que atraviese el corazón de Eduardo, ha de llegar también hasta mi pecho.

— Daniel!—exclamó Florencia, inclinándose sobre su amante y oprimiéndole la cabeza con sus manos, como si temiera que la muerte se lo arrebatase en ese momento. La espontaneidad, la pasión, estaban reflejándose en la fisonomía y en las