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pañero á los pies de su caballo, y los cuatro cargan entonces contra Eduardo.

Este se desliza rápidamente hacia su derecha para evitar el choque, tirando al mismo tiempo un terrible corte, que hiere la cabeza del caballo que presenta el flanco de los cuatro. El animal se sacude, se recuesta súbitamente sobre los otros, y el jinete, creyendo que su caballo está herido de muerte, se tira de él para librarse de la caída; y los otros se desmontan al mismo tiempo, siguiendo la acción de su compañero, cuya causa ignoran.

Eduardo tira entonces eu capa, y retrocede diez ó doce pasos más. La idea de emprender la carrera pasa un momento por su imaginación; pero comprende que la carrera no hará sino cansarlo y postrarlo, pues que sus perseguidores montarán de nuevo y lo alcanzarán pronto.

Esta reflexión, súbita como la luz, sin embargo, no había terminadose en su pensamiento, cuando los asesinos estaban ya sobre él, tres de ellos con sables de caballería y el otro armado de un cuchillo de matadero. Tranquilo, valiente, vigoroso y diestro, Eduardo los recibe & los cuatro parando sus primeros golpes, y evitando con ataques parciales que le formasen el círculo que pretendían. Los tres de sable lo acometen con rabia, lo estrechan y dirigen todos los golpes á su cabeza; Eduardo los para con un doble círculo, y haciendo dilatar la rueda que le formaban, con cortes de primera y tercere, comienza á ganar hacia la ciudad largas distancias, conquistando terreno en los cortes con que ofendía, y en los círculos dobles con que paraba.

Los asesinos se ciegan, se encarnizan, no pueden comprender que un hombre solo les resista tanto; y en sus vértigos de sangre y de furor, no