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Ha venido alguien ?preguntó Daniel dirigiéndose á sus habitaciones." —Sí, señor, hay un caballero en la sala.

Y quién es ese caballero?—prosiguió Daniel sin manifestar la menor curiosidad y entrando en su escritorio por la puerta que daba al patio.

—El señor don Lucas González—respondió Fermin entrando en el escritorio junto con su señor.

—¡Ah, ah, el señor don Lucas González! por ahí debías haber comenzado, tonto: los hombres honrados, y, sobre todo, los amigos de mi padre, no deben hacer antesala mucho tiempo—dijo Daniel, dirigiéndose á su sala de recibo, pasando por su alcoba y dos habitaciones més, todas iluminadas y adornadas con sencillez, pero con elegancia.

—¡Cuánto siento, señor, que se haya usted incomodado en esperarme! Rara vez falto de mi casa á Jas siete; pero hoy, una ccurrencia imprevista me ha retenido fuera de ella—dijo el joven dando la mano á un hombre anciano y de un aspecto noble y respetable á quien colocó á su derecha en uno de los sofás de la sala.

—Hace apenas algunos minutos que he llegado, de ningún modo me incomodaba esperar & usted, señor Bello—contestó con amabilidad el señor don Lucas González, antiguo vecino de Buenos Aires, español, hombre acaudalado y de una honradez y buena fe conocidas.

—Ee justo que los hijos hereden las afecciones de los padres; y yo siento, señor, perder un minuto de sociedad con aquellos hombres á quienes estima el mío, y que yo sé son bien dignos de esa estimación.

—Gracias, señor don Daniel. Yo también tengo